Mash-up y/o collage de ideas, palabras escritas para asociarse con los tiempos que corren, por Tomás Cardoso. Ilustración por Mariano Lucano.
*después de una lectura de Dancing with myself de Billy Idol (sus memorias del 2015)
HUBO UN TIEMPO EXTRAÑO en que nos escondimos en cuevas y peñascos, fosas y cisternas, y encendimos fueguitos pixelados en los huecos de árboles viejos, que no nos alumbraron ni nos dieron calor. La Nueva Gorgona recompensó nuestros tributos, arrancándonos jirones del alma. Era mil nueve ochenta y cuatro en algún lugar de la cabeza. Un muerto se pudría en el cuarto de al lado, y nosotros bailábamos, mientras la geisha del esbirro nos espiaba desde la vereda de enfrente.
En la pantalla, una jeta rubia se acercaba, recortada contra un fondo negro, librada por los Hados al primer plano. El cantor era una mezcla de Hamlet y Max Headroom, y contaba una historia.
Una hermosa joven quedó desfigurada tras sufrir un terrible accidente. Su padre, un capo de la cirugía estética, enloqueció al verla tan horrible y se dedicó a asesinar otras muchachas jóvenes y hermosas, para darle partes de ellas a su hija. Al final sólo quedó un montón de carne irreconocible, y dos ojos que nos miraban mal.
«El ojo blindado que me has regalado…»
Y el estribillo a cargo de las comadres: Ojos sin cara, despojados de toda gracia humana… Como vos y como yo.
Las comadres: Mater Lachrymarum, Mater Tenebrorum y Mater Suspiriourum, o Martirio, Dolores y Levana.
El crack está latente en el centro del boom. Nadie quiere oír estas historias de locura y muerte cuando estamos todos dulces y el éxito sonríe. Pero una de estas mañanas, nos dice el poeta, el Hijo del Hombre va a parecer flotando en la pileta, y se va a pudrir todo. Porque todo ya está de hecho podrido en el estado de McDonald’s. La fiesta fue demasiado lejos. El invitado es el banquete.
El lucero caerá fatalmente, una y otra vez, como un rayo del cielo. Por haber llegado tan alto, los dioses nos recompensaron arrojándonos al vacío, es decir a este purgatorio de Internet. Y Ming el Sin Piedad todavía se ríe de nuestros vanos esfuerzos por comunicar la experiencia. Y no hay un Flash Gordon entre nosotros. Sólo hombres lagarto. Muertos los ídolos, idolatrate a vos mismo. Idolize yourself.
Después veíamos al cantor revolcándose en el polvo, tirando golpes al aire, cual Martin Sheen en Apocalipsis Now. «Saigón, todavia estoy en Saigón». Consideren esa escena a la luz de lo que nos está pasando: «Saigón, todavía estoy en Saigón.» El espiador se vuelve el espiado.
Y entonces el riff del puente de Steve Stevens hacía su aparición triunfal, anunciado por tres comadres bailarinas. (El tres, siempre el tres.) y se producía una especie de redención. El intermedio rapeado la iba de historias de crímenes y de un viaje a Las Vegas, la Meca de los gigolós. Daba gozo ver a estos dos corsarios new-romantic, uno más joven y arrojado que el otro, brindándonos ese pulso vital, ese arrogancia sarcástica, esas sociedades que duran una temporada y un día, es decir duran para siempre.
Y el misterioso influjo de estos ojos sin cara, estos replicantes fabricados en I984 todavía nos persigue, en nuestros sueños despiertos, en la rutina del presente abatimiento social.