Aspirino, el esperador del Malaire III

Esto es parte de un diario íntimo dado a publicidad por el escritor Orlando Espósito (pueden encontrar otras partes en el link). Dibujo de Mariano Lucano. 

60 de febrero:

de seis de la tarde en adelante soy Aspirino. Seis y veinte: llego a casa. Sé que ella está agazapada esperando del otro lado de la pared.

Seis treinta: timbre. Abro, es Tui. Beso. Pasa. Trae una bandeja con torta de cacao. Agua, pava, mate. ¿Le hablo ahora? Narguile no quiere que hable. Después, después; primero lo primero.

Se sienta sobre la mesada y habla de la madre y de la hija. Tendría que haber puesto la radio. El silencio te deja a merced de los otros. Narguile conecta el pornovisor. Están pasando una película de lo que va a ocurrir dentro de diez minutos.

Es buena mina, Tui, no se merece que calle. Nadie se puede arrepentir de las palabras no pronunciadas, tercia Narguile. Hablamos, si ella acepta, todo queda arreglado. No, no, va a ponerse a llorar y va a hablar hasta que las velas no ardan y yo estoy tieso como un riel de ferrocarril. Mirá, mirá cómo juegan con los botones de la blusa esas dos manos. Narguile, eso es lo que va a suceder dentro de un rato. Y vos, estás pensando en palabras que podrías decir igual dentro de un par de horas.

La miro. La blusa tiene botones, la pollera también. Los botones de más arriba de la blusa están desabrochados hasta un punto inquietante; los de más abajo de la pollera también. Me acerco. Pongo la boca en el nacimiento de las lolas y apoyo la lengua. Subo despacio hasta la oreja. Agitapecho.

Narguile nos conduce hacia la cama.

 

—Quedate quieto —, susurra cuando trato de retirarme.

—¿No te peso?

—No. Quedate así.

Beso un par de veces la mejilla y un par de veces el cuello. Tengo que incorporarme, no puedo estar quieto.

—Tengo sed –digo.

Voy hasta la cocina. Abro la heladera, sirvo una medida de vodka. Enciendo un cancerrillo. Voy al baño. Meo. Vuelvo.

—¿Querés tomar algo?

Dice que no con la cabeza. Fuma mirando al infinito. Tendría que hablar con ella. ¿Por qué tendrá que pasarse uno la vida hablando?

—Vos querés decirme algo ¿no?

—Sí.

—Escucho.

 

 

Hexagrama 41. La Merma.

—Lo de abajo, lo inferior, se ve mermado, disminuido a costa de lo de arriba, lo superior. Tui abajo, Ken arriba. Cuidado si son tres. ¡Cuidado!—, dijo Shizuko.

 

—¿Qué pasa, en qué estás pensando?

—Estoy pensando en cómo decir lo que tengo que decir.

—¿Tan duro va a ser?

—Duro no, es difícil de explicar…

—Todo es cuestión de probar.

Se sienta y apoya la espalda contra la pared. Cubre sus tetas con las sábanas. No se puede escuchar con las tetas al aire. Yo, acaricio a Narguile sumido en la hibernación más profunda.

—La paso muy bien con vos—, empiezo. Tui hace una mueca. Espero que diga algo pero no, nada. Sigo:

—Lo que pasa es que no quiero tener ninguna clase de compromisos. No me banco las obligaciones ¿entendés?

—No tenés ninguna obligación conmigo.

—No, no, ya sé.

—¿Y entonces?

—Llego de la oficina, y al rato, ya venís vos con tus tortas, siempre lista, siempre atenta…

— ¿Te molesta?

—No, no me molesta.

—¿Querés decir que no venga más y no te animás, es eso?

—No quiero tener obligaciones. No quiero que estemos juntos todos los santos días. Quiero hacer en mi casa lo que se me dé la gana.

— ¿Y yo te lo impido?

¿Por qué se hacen las boludas? Está claro lo que quiero. Ella sabe qué es lo que quiero decir. ¡Mierda! Ella quiere que yo diga que soy una rata mezquina.

—Soy una rata mezquina.

—Cada uno con su cruz…

—Quiero poder ir y venir libre.

—¿Te referís a andar con otras mujeres?

—No. ¡Sí!, también a eso. Si quiero traer a otra mujer a casa, quiero traerla y no tener que andar escondiéndome como un leproso. Si quiero leer, si quiero escribir o escuchar música o tirarme un pedo a mis anchas, quiero hacerlo sin tener que rendir cuentas a nadie.

—Bueno, por mí está bien. Podés tocar el timbre cuando quieras verme.

—No creo que pueda hacer eso.

—Golpeá tres veces la pared de la cocina y listo.

 

93 de febrero:

Si existiera aquí, en Malaire, un Oráculo yo iría. Iría con mis frascos de muestra, frascos de tapón de vidrio con gollete esmerilado, transparentes y frágiles, conteniendo las muestras, extrañas formas arrebatadas a los otros. Iría, sí. Con ese que tiene la nube celeste con aquel otro que encierra una cuasitripa bermellón palpitante con éste que guarda un pedazo de abismo; iría, sí. Me pararía frente a él sin temor y  preguntaría:

—Che, Oráculo ¿qué hay en estos frascos? ¿Qué alambiques qué retortas qué cucúrbita debo utilizar para que pierdan su mezquindad y suelten sus esencias?

Tal vez, si este no fuera el Oráculo del Malaire, contestaría. Diría los nombres de las sustancias suspendidas dentro de mis frascos. Susurraría nombres mágicos, nombres plenos de significado: los que otros impusieron a estas formaciones que flotan dentro de mis capullos de cristal y que desconozco.

Pero este es un Oráculo del Malaire. Anduvo mucho, demasiado, por Corrientes. Tiene asfalto, tiene ruidos de juegos electroócicos, tiene mucho taconeo de putas, da funciones en el Gran Rex y, al final, lo único que sabe es extender su miembro rematado por la ranura tragamonedas y mostrar una pantalla de fósforo verde alimentada con su sangre, también verde, infectada por millones de bitios y escribir haciendo un bip—bip malévolo: INSERT COIN— INSERT COIN— INSERT COIN.

Después de tanto deseo, harto de los otros, lo único que quiero es que llegue el 23.400 de febrero. Por supuesto, sin esperar.

2 de marzo:

¡A la mierda con febrero! ¡Se terminóh! ¡Sacar pecho, caminar erguido! ¡EsOh! Caminar erguido… Esa es la diferencia entre una cloaca pequeña y una grande. En una, tenés que ir agachado; en la otra, podés ir de pie. ¡Sacarrrrpechhh!

Febrero se fue por la cloaca de Malaire. Ya quedaron lejos los pagos de Uyut con su mar amarillo y negro, rojo al mediodía. Ya hace mucho que se terminaron los días en las playas de Atnup Asar con mis hijos. Playas con olor a bronceador.

Desde hace un par de días las caravanas de pacientes y analistas que regresan a Malaire obstruyen las vías de acceso. Terminó el verano.

 

Malaire tiene su mar. Un mar dulce de mierda y petróleo y un fondo de vidrios rotos y latas oxidadas pero: mar al fin. Si hubiera habido un Guillén  del Malaire se habría mandado un guillenazgo:

Llegan los pescadores con el ocaso

Llegan los pescadores a su trabajo

Todo es trabajo en Malaire

Todo trabajo bajo

Trabajo al aire, mal bajo, todo destajo

3 de marzo:

según los mares los poetas. A noches alcohólicas: poemas magros. Poemagros. ¿Dónde estás? Te busco y ya no estás…

La hipertrofia de la complicoides aleja de todo. Qué largas son las horas, Lacan. Cómo son de largas las semanas. Nadie puede estar una semana frente a un espejo sin sufrir una mutación. Voy por Corrientes.

Las palabras y denominaciones de las cosas complican. Me pierdo en detalles. Complican, complican. Ya no sé si soy la sombra proyectada sobre la ramazón de un sauce agitado por el viento. Ya no sé quién va por Corrientes; si mi imagen o mi parte corpórea.

Para no complicarme sigo las flechas. Corrientes al este. Empujan. Esmeralda al norte. Norte contra Sur. El sur no existe. Manuel: el sur que existe es el sur del norte. Si no estuviera el perro, no estaría el culo del perro. Después de una semana mirándote al espejo ya no sabés de qué lado estás. Te busco y ya no estás.

 

4 de marzo:

camino por Corrientes un día cuatro de marzo. La complicoides late todavía pero se va aquietando un poco más a cada cuadra que camino. Un peatón rojo quiere decir algo. Coca-cola es sentir de verdad. Deme un sentimiento con pajita, bien helado. Helado, lo que se dice helado, quedó mi viejo. El Ladrón de Miradas.

Sentir de verdad. Ni una enfermedad mortal se siente de verdad; nadie se la cree. Ver para creer. Claro que nadie está para ver el día que está muerto. Nadie puede escuchar por más que lo intente, cuando se acercan los amigos y dicen: mirá, parece que sonríe.

Te pase lo que te pase, el karma jodido es para los demás, nunca para uno. En cierta forma, uno llega a morirse sumergido en la incredulidad.

Si el Oráculo del Malaire no fuera una mierda, yo le preguntaría por mi karma. Le preguntaría por qué tengo que ser un Aspirino hasta que muera y no puedo ser un logroñés mientras vivo. Conozco a muchos que logran lo que se proponen. Tal vez, podría ir hasta el Gran Rex para preguntar:

—Che, Oráculo, ¿cómo tendría que hacer para ser un logroñés?

—Un logroñés es alguien que desea lo que ha logrado –diría mientras masajea el clítoris de una de sus asistentes-. ¡Ahí está la diferencia, Aspirino! A vos, lo que te gusta es desear lo que te falta lograr.

La cagada es que a los oráculos nunca se les entiende un carajo. Yo intentaría pedir alguna aclaración pero la bestia sacudiría su melena ensortijada llena de luces parpadeantes, bajaría el cierre de la bragueta dejando al aire el monitor de fósforo verde y mostraría el maldito mensaje: INSERT COIN – INSERT COIN —  INSERT COIN.

18 de marzo:

Hace mucho que no veo a los chicos. Los chicos me miran como si tuviera el botón disparador del rayo de la muerte entre el índice y el pulgar. No puedo vivir diciéndoles que no tengan miedo, que no estoy a punto de hacer nada malo.

A veces, los veo muy parecidos a mí. Puede que los sorprenda pensativos, puede que advierta un estar pendiente del otro y ruego a Oluc que no tengan la complicoides como yo.

—No, Oluc —ruego—, a ellos no, por favor.

Oluc, hijo de La Perra Puta, no da ni cinco de bola o es sordo.

 

NOTA

Señor yo no sé nada de su pantalón azul. Busquelo que la va a        encontrar si esta. Si no esta usted sabrá donde lo abrá perdido. No pude preparar comida por buscar el pantalón suyo que vaya a saber donde lo deja.

                                                                                                                        Rogelia.

 

Doy tres golpes en la pared de la cocina. Preparo un café. Soy El Esperador, sé esperar. Sé dejar correr los minutos alpedeando. ¿Habrá escuchado? ¡Noc, noc, noc!

La Tui no va a venir; mañana traigo a Marisa.

 

25 de marzo:

estoy harto de Corrientes. Tanta luz y tanto ruido para nada. Ya no es como antes. Pellegrini. Lavalle. El Palacio de las Papas Fritas, cines, putas, teatros.

Un negrito me tiende una tarjetita mientras farfulla:

—Tengo unas chicas de primera, don.

Es de los nuevos de Lavalle. Este, y los otros, que van formando una barra en las esquinas, rotosos, sucios. Son los que esperan que saquen los tachos de basura de los restoranes para comer. No entienden nada. No saben que estamos por inaugurar un cosmódromo en Córdoba que va a permitir que lleguemos a Japón en dos horas. No saben que andamos a puro beso de lengua y meta cambiadita con los Arbusto. El Diego dijo que Arbusto es una basura. En vez que quedarse en la villa y darle a un buen guiso se quedan acá esperando. Bueno, no tiene nada de malo ser un esperador ¿no?

 

El cheff recomienda:

Cacho de pizza mordida sin aceituna.

Resto de bife de chorizo con loncha de grasa.

Pan manchado de vino y resto de cebadura de mate.

Trozo de durazno en almíbar a la borra de café.

 

¡Y pensar que El Portugués decía que esta era la calle de la abundancia! ¿Por dónde andará ahora? ¿Qué habrá sido de él y su ternera mutante?

—¡Impresionannnteh! –decía—, es una ternera impresionante. Nació con seis patas, dieciocho tetas, dos culos y dos conchas. Va a ser mi golpe de suerte. ¡Vale millones!

Tal vez haya logrado venderla a un circo. Si es que el Portugués era un logroñés. Pero, la verdad, lo dudo. Más que de Logroño parecía de Puerto Deseado.

Algún día que ande de seca le voy a aceptar la tarjeta al negrito y voy a subir por el zaguán estrecho.

Habrá, de seguro, una lamparilla roja iluminando la escalera. Subiré rozando las paredes empapeladas con vinilo color oro, flojo y despegado por causa de la humedad. Correré la cortina de terciopelo sobado por mil manos. No faltará un mostradorcito negro laqueado adornado por un vaso con flores de plástico. Luces indirectas, una discreta puerta.

Correré luego el riesgo de levantar la sábana de siete plazas de la cama con toboganes y sube y bajas, llena de diagonales. Ella volverá la enorme cabeza y mugirá quedamente, bien segura, lejos de la hoguera de La Estancia, y se abrirá para recibirme en un abrazo, mostrando sus dieciocho tetas hinchadas de tanta leche. Yo, saltaré para ser abrazado por las seis patas de tersa piel marrón, sintiendo el ruido de succión producido por sus dos vaginas monumentales.

 

26 de marzo:

Espero a Marisa. Di un golpe en la pared, uno solo. Si lo escuchó, Tui se habrá quedado a la espera de los otros dos. Timbre. Marisa, a la hora de coger, llega cinco minutos adelantada.

Marisa sabe hacer que uno se sienta bien. Cuando la tiene adentro, grita y ríe de tal forma que uno llega a creer que la tiene diez veces más grande.

Otra cosa buena de Marisa es que se va enseguida. Lo único que tengo que hacer es decir que no doy para otra vuelta. Pájaro que comió, voló.

Oigo el quilombo de sus tacos en el pasillo. Timbre. Abro puerta.

—¡Hola! –dice y apoya una mano en mi bragueta. Siempre manda ella.

Marisa es la única que tiene comunicación directa con Narguile. Se caen bien el uno al otro. Narguile conoce todo el cuerpo de Marisa. Lo que más le gusta es que lo frote en el fondo del cañadón entre las lolas. Marisa en un rezago de Atnup Asar. Nos conocimos hace tres años, durante el primer veraneo posterior a mi segundo divorcio.

Marisa no está buena. No es linda. Es flaca, desgarbada, huesuda. Yo andaba con una amiga de ella de quién no recuerdo el nombre. La amiga se fue cuando terminó la primera quincena; Marisa se quedó. Se quedaron, sus tetas y ella y su culo breve.

 

-ADVERTENCIA AL LECTOR: SIGUE ESCENA DE SEXO EXPLÍCITO-

 

—¿Tenés whisky?

—No, lo único que hay es vodka.

—Bueno, es lo mismo. ¿Servís uno?

—¡Claro! ¿Con hielo?

—Sí – contesta, la voz ahogada por la remera que se está quitando. Cuando vuelvo de la cocina ya está en el dormitorio. Fumando espero.

—Apurate. Tengo poco tiempo.

—¿Qué te agarró?

—Tengo que ver a mi novio.

—¿Novio, vos?

—Sí, ¿qué tiene, no puedo tener novio? ¿De qué te la das, pedazo de misógino? ¿Te agrandaste vos que siempre llegás cuarto y pegando?

Me arrimo sin contestar. Es brava. Para hacer las paces pongo a Narguile cerca de sus labios. Lo muerde, lo lame, lo chupa. No necesito tocarla para saber que está empapada. Manoseo las súper—tetas. Son duras, no sé cómo lo logra. Pasa a Narguile por su cuello y lo toca con los pezones. Se ubica en el borde de la cama y pone sus piernas sobre mis hombros.

—Partime en dos –dice con voz fuerte y clara.

Lo mando hasta el fondo de un empujón. Dale bomba, Aspirino, dale bomba. Grita. Espero que la Tui la escuche. Arremeto con violencia. Suelta una carcajada. Saca la lengua y la agita contra mis labios.

—¡Más fuerte! –exige.

Tranqui, Aspirino, tranqui. Miro el reloj despertador. Voy a tratar de llegar hasta las y media. Cruzo las manos por detrás de su cuello y cambio el ángulo.

—¡MáaAsh! –ruge.

Son y veinte. Cuesta aguantar. Disminuyo la frecuencia y sigo el ritmo del segundero. Uno, dos, tres, cuatro, cinco.

—¡Más rápido, hijo de puta!

No hago caso. Once, doce, trece. Desespera. Levanta la pelvis y trata de acelerar el ritmo. No la dejo. Veinte, veintiuno.

—¡Guacho!

Soy una máquina de coger. Quartz – Swiss made. ¿Jewels? No, ya no hay más jewels. Cuarenta y tres, cuarenta y cuatro.

—¡Me estás volviendo loca, turrooh!

No es cierto. Puro escándalo, exageración. Rotación de caderas. Jadea y grita como si la estuviera matando. Quiere hacerme creer que va a tener el Orgasmo Más Grande del Mundo. Es tanto lo que imagina que nada la deja contenta. Cincuenta y nueve, sesenta.

—Dame vodka –implora

Tomo el vaso de la mesa de luz. Doy un buen trago. Retengo parte. Levanta la cabeza y gime con la boca entreabierta. Juntamos los labios y se lo paso. Perdí la cuenta. Perdí el ritmo. Concentrarme en la aguja otra vez: uno, dos, tres…

—¡Rápido, rápido!

Está a punto. A la mierda con las y media. Voy más rápido. Siento burbujear el caldero. No doy más; Marisa aúlla.

Veinte minutos después se había marchado. Preparo unas tostadas y unas fetas de jamón crudo. Vodka con dos cubitos. Marisa será fea pero te hace creer que sos el Gran Cojedor Argentino y Sudamericano. Suena el timbre. Se habrá olvidado algo. Abro puerta. Tui.

—¿Se puedeeh?

Le digo que sí, que pase y espere un segundo. Voy al dormitorio y me pongo los calzoncillos. Resurrección de Narguile. Vuelvo al living. Tui está sentada sobre el puff. Hombros caídos.

Que no llore. Las mujeres que lloran me calientan. De pie junto a ella, pongo mi mano sobre su cabeza. Llora. Cierro el puño y la obligo a mirarme tirando de los pelos. Con la otra mano saco a Narguile y se lo pongo en la boca.

Obedece, que no es poco.

PRÓXIMA ESCENA DE SEXO EXPLÍCITO EL 14 DE ABRIL

 

30 de marzo:

¿De qué mundo vendrá uno cuando despierta en medio de la noche? ¿Qué mierda quiere decir 30 de marzo?

Ayer nos cruzamos con mi primera mujer en la esquina de Esmeralda y Viamonte. No sé si me vio y no quiso saludar o si hundí tanto la jeta en la vidriera que ella no pudo verme y, por tanto, no tuvo la oportunidad de no querer saludar.

Debí decir: mi primera esposa. Tampoco. Los otros nunca son de uno. El posesivo no le viene bien a la palabra mujer y, tampoco, es cierto que haya sido la primera. Mujer, a secas, ni mía ni primera. De ella. Y punto. Soledad fue la primera. Soledad tenía veintiocho y yo tenía trece. Hoy, cincuenta y nueve contra cuarenta y cuatro. Ella fue mi primer cohete a la Luna.

Como sea, ayer me crucé con la primera esposa. Julio Casares: esposo, sa, m.y f. persona que ha contraído esponsales. / Persona casada. Antes dice: esposas. f. pl. Manillas o prisiones de hierro con que se sujeta a los reos por las muñecas. No, don Julio, no; por las muñecas no: por las pelotas.

Las mujeres nunca son de uno. Los otros, tampoco. La des—sed es de uno; como la gripe o la vesícula –aunque esta la tiene prometida el cirujano-. Lo de uno no sirve.

Ella iba caminando por Esmeralda y estaba por cruzar Lavalle. Para que no me viera, di un paso y sacudí con un golpazo de la frente el vidrio de la marroquinería, trataba de escapar para que no me mangara un treinta de marzo. Leather US 160, decía el cartelito sobre la campera de cuero. Tendría que comprar una campera. Claro que tendría que comprar una campera sin que ella lo viera. Podría venir a las dos o tres de la madrugada para que ella no se enterara.

Si ella me hubiera visto mirando la vidriera habría dicho:

—¡Hola! ¡Qué suerte que te encuentro! Quería pedirte que les compres unas camperas a los chicos, pobres, van a andar muertos de frío este invierno.

—No tengo dinero. Habrá que esperar.

—Siempre supe que eras un reverendo hijo de puta.

Ella siempre supo todo acerca de mí.

3 de abril:

¿Estará hoy el Portugués en Portugal? ¿Estará con Amalia Rodríguez? Escribir un diario no tiene sentido. Un diario no registra nada que interese a nadie, salvo al que lo escribe, y éste, ya sabe qué fue lo que pasó.

Siendo riguroso, hoy es primero de abril. Pero decidí que, a partir de hoy voy a escribir un diario de lo que va a pasar. Un diario de mañana o, mejor, de pasado mañana. Entonces: 3 de abril.

Podré escribir cosas que aún no sucedieron. Acaecimientos por venir. Mi padre me llevaba a ver box al club El Porvenir.

Lograré que ella me reconozca aunque yo esté con la jeta hundida en la vidriera. Se parará, se dará vuelta, se acercará y pondrá la mano sobre mi brazo.  Luego dirá:

—¡Hola! ¡Qué suerte que te encuentro!, tenía tantas ganas de verte y que tomáramos un café juntos.

Ayer encontré a la mujer que fue mi primera esposa. Nos encontramos. Estaba por comprar una campera de cuero, dudando y dudando, cuando ella se acercó y puso su mano sobre mi brazo. Fuimos a tomar un café. La pasamos bien. Es bueno descubrir que uno sigue queriendo a las personas después de todo.

Ella no va a decir que soy un hijoputa el tres de abril. No. El tres de abril hago que ella diga lo que a mí me venga en ganas:

—¿Te arrepentís de no haber cosido el botón del saco azul?

—Sí, querido, estoy muy arrepentida.

Claro, todo habría sido distinto, Oluc mediante. En mis diarios de pasado mañana nadie podrá decir las cosas que acostumbraba decir en los días anteriores. Ahora tengo el control. Se terminó el olor a muerto. Nada de sos-una-rata-mezquina ni siempre-el-mismo-egoísta, no.

Iremos a tomar un café al bar de la esquina de Esmeralda y Lavalle. Nos dolerá la separación –aunque con un dolor algo apagado— y beberemos nuestro café mirándonos a los ojos, recordando los buenos viejos tiempos.

—No solo las personas que se odian se separan… —dirá.

—No nos separamos de los otros –contestaré—, nos separamos de lo que somos en el otro.

Ella morderá su labio inferior y un ligero rubor trepará por sus mejillas  mientras dobla en ocho una servilleta de papel.

—¿Estás bien? – preguntará.

—Sí, ¿y vos?

 

8 de abril:

El mes que viene empieza el tiempo de los trasplantes. Los meses sin erre son propicios para el cambio de macetas. No se puede plantar un gajo en jurnio o julrio ni en agostro. La erre le cae mal a las plantas, pudre las raíces, envenena la savia.

Cuando tenía dieciséis años, un ocho de abril, mi padre me hizo una caricia. Abandonó el maletín y el estetoscopio, me miró a los ojos y dio una palmada a mi espalda.

Sé que mi padre era otro aspirino aunque no lo haya dicho el Oráculo. Tampoco lo dijo mi padre que, a su manera, era otro oráculo. Él siempre supo qué iba a ser de mi vida. Otro mono sabio, mi padre.

 

Llamo a Marisa, atiende Marilina Ross: Dentro de mí hay canciones por parir… ¡Hola! este es el contestador de Marisa, esperá la señal y dejá tu mensaje. ¡Gracias! Voy hasta la cocina y doy tres golpes en la pared. Me duelen los nudillos. Tomo una lata de salsa pomarola y vuelvo a golpear. ¡Noc, noc! Contestan. Cuando hay amor hay acción, ¿no es así, Krishnamurti?

 

9 de abril:

¿Hasta cuándo la crisis de los cuarenta?

—Lo que vos tenés no es más que una bruta crisis de  la mediana edad –dijo mi psegunda esposa, la sicoanalista.

Todos saben que tengo, qué es lo que voy a ser, qué va a ser de mi mierdosa vida. Todos saben, todos saben. Monos sabios, todos.

Tal vez la encuentre pasado mañana, a Psegunda. Estaré mirando alguna vidriera dudando si compro o no compro tres pañuelos. Tres pañuelos: US 30. De ella copié el hábito de lavar mis dientes bajo la ducha. Trataré de fundirme con el cristal de la vidriera cuando la vea reflejada sobre la superficie transparente con fondo de calzoncillos, corbatas y cajitas con pañuelos.

—¡Hola! –dirá.

—¿Qué tal? –contestaré tratando de adivinar si se habrá percatado de que estaba a punto de cometer una compra.

—Bien, muy bien. No pude ir al dentista porque no me alcanza el dinero pero todo está bien, no te preocupes.

La invitaré a tomar un café y preguntaré si no está arrepentida de haberme conocido. Ella dirá que no, que no sabe, que todo es igual, que fue su culpa no haber advertido que yo era un narciso.

—Siempre me fascinaron los estanques –diré pensativo.

—Por favor, no comiences a hablar de vos… —Yo-yo cerraré la boca.

—Sos un buen tipo —agregará antes de partir.

 

Un ayudante vocea mi nombre por encima del acorde. Es mi turno. En las pantallas gigantes del escenario proyectan mi imagen dentro de mil años. Veo mi cabeza calva surcada por gruesas venas. Mi cuello está arrugado y la piel cuelga. Abro la boca sin dientes. Un vaho verde y agrio escapa de la caverna negra y permanece flotando sobre el punto en que se cruzan los haces de los reflectores. Aumentan el volumen. Las cien pantallas muestran un yoyó que sube y baja. Otra vez, mi rostro de mil años se tiende hacia un pecho coronado por un pezón del que brotan chorros de líquido plateado refulgente. Ninguno entra en mi boca. Quiero llorar, en las cien pantallas quiero llorar. Cierro los ojos y caen los párpados sin pestañas. Cien párpados de los que saltan chispas.

 

10 de abril:

reconocí su rostro entre la muchedumbre de Florida. Iba en la dirección contraria. No. Ella iba bien, el que iba la revés era yo. La seguí. Apuré el paso abriendo camino a los codazos y repartiendo disculpas.

Creí ver que doblaba por Lavalle. Vi el destello de su vestido blanco revoloteando en aquel mar de gente.

Desapazreció.

Era, sin duda, la virgen esquiva de Atnup Asar. Percibí el olor del aire del Atlántico mezclado con el del bronceador y el humito de choripán proveniente de la parrilla del balneario. El vendedor de barquillos vocifera ¡llegó Pirulo, llegó! Otro golpea el tacho con botellas: ¡Coooca, fresquita la coooca!

Ella camina hacia el mar océano, apenas cubierta por su malla de tela blanca, el pelo largo balanceándose sobre la cintura. Dejo de lagartear y me incorporo para seguirla.

¡Splasssh! Zambullida perfektah! Apuro paso. Nada como un delfín y se aleja de la costa. Delfina, delfina, digo. Uno de mis hijos se aferra a mi mano y llora. Trato de convencerlo para que suelte. Solloza y señala al hermano que clava en él una mirada torva.

Miro hacia el mar; hay mucha gente y no logro descubrir dónde está. Te busco y ya no estás.

 

11 de abril:

melancohol. Yo también puedo adivinar mi futuro: cáncer o cirrosis. Al menos, cuando mi hígado quede como un adoquín dejará de molestar la complicoides. También sé, igual que saben los monos sabios que proliferan en derredor, que ni el tiro del final me va a salir.

Tengo el estigma. Soy un seguidor de Oluc, Hijo de La Can Puta. ¿Cuarenta y cuatro años esperando y deberé seguir esperando hasta que llegue un día de febrero, el 23.400 y ya no quede aire en los pulmones para mantener henchidas mis velas?

—Hermosa frase, hermosa frase, esa de las velas henchidas. Muy poética, sí. Podrías agregar algo como mar proceloso u olas amenazantes. Hermosa, sí, lástima que tu nave nunca salió del dique seco del astillero y el casco, todavía a medio construir, ya muestra unos tremendos buracos bajo la línea de flotación.

¿Será que el doctor Kildare tenía razón? Tal vez un día, visitando al Oráculo del Malaire en el Gran Rex, lo encuentre. Sí. Si hubiera un Oráculo iría a verlo, y sé que mi padre, el tordo Rekilda también lo haría. Después, a la salida, comentaría para la gilada que lo único que escuchó fueron las mismas pelotudeces de siempre.

 

Estoy esperando en la fila de los sin-número. Aquí y allá se desprenden volutas de vapor. Géiseres. El viento de abril, uno de los vientos alisios de las zonas pobladas, soplará desde el Obelisco trayendo a mis narices los efluvios de loción para después de afeitar y perfumes dulzones sopleteados por manos de uñas nacaradas en los recovecos de los cuerpos recién salidos de los baños de espuma blanca. Aromas de fijadores y espraishhh, delicadas glicerinas y esencias de flores. Será el olor de los con-número que sobrepasa la pestilencia que me rodea.

Hay que esperar la hora de la función. Los canillitas ya no vocearán la sexta. Se abacanaron, los canillitas. Muerte a Florencio Sánchez. Pero, aún sin gritos será la hora de la sexta.

Los acomodadores abrirán las puertas extendiendo sus ranuras tragamonedas mientras ponen su mejor cara de asco. La turba se adentra en el templo. Muchos cuerpos más adelante veo un cráneo del que brotan dos pares de alas. Reconozco la nuca a pesar de las manchas de tierra y de la piel carcomida. Empujo pero no logro alcanzarlo. Ya dije que no soy un logroñés.

Veo sus hombros cargados que se alejan escaleras arriba. Los con-número miran nuestros forcejeos, los de los sin-número. Doy un par de chupadas a mi narguile. Le ofrezco una pitada a la flaca de junto a mí pero no acepta. Se encoge de hombros como pidiendo disculpas y muestra la mano izquierda: entre el pulgar y el índice tiene la piel húmeda color coral, rodeada de pliegues oscuros orlados por un matorral de pelos. Cada tanto, la acerca a su boca y le pasa la lengua. Quiero pedirle que intercambiemos chupadas. Empujan y nos apartan.

No estaría nada mal eso, digo, tener en una mano un narguile y en la otra una yonni. Tendría que pensar bien esto. Una especie de cápsula espacial, como las que van a partir de Córdoba hacia Tokio ¿desde la cancha de Belgrano?, pero puesta en el dormitorio. Si tenés eso sólo hace falta un poco más, tal vez una canilla de coca y otra de ginebra o vodka y un inodoro automático que conserve limpio el culo… y una tele.

Veo el cráneo con alas a la altura del primer piso. Se agitan como las de una gallina que trata de mantener el equilibrio en la punta de un palo. Veo un agujero en la piel de las mejillas; no puedo reconocer la nariz descarnada.

Entramos, los sin-número, por la puerta coronada por el cartelito de letras blancas iluminadas que reza: ASPIRINOS.

Todos quieren saber cómo es el Oráculo. Todos quieren saber qué dirá. No importa si tiene la piel azul y un cuerno brota del centro de su frente; no importa si tiene seis patas rematadas en dobles pezuñas y dieciocho tetas cargadas de leche de la sabiduría; lo que vale de un oráculo es lo que sabe. Mejor digo: lo que vale es lo que dice.

—¡Aspirino! –gritarán los ayudantes cuando llegue mi turno. Daré una última mirada buscando a mi padre entre la multitud.

—¡As—pi—ri—nooooo!, repetirán mientras hacen coro desde las butacas.

—¡Aquí estoy!

—¡Aspirinooooooooohhhh!

—¡Aquí, aquí!

El Oráculo soltará un eructo que llenará de olor a alfalfa el ambiente. Luego mugirá:

—¿Cuál es tu pregunta?

Los sin-número hacen tanto ruido que no puedo oír. Son miles, chupando sus narguiles y pasando la lengua a la ranura de su mano izquierda.

—La pregunta, la pregunta ¡rápido! –urgirán los ayudantes sacando fichas de mis bolsillos.

Finalmente, pregunto:

—¿Por qué soy así, Oráculo?

La muchedumbre se removerá en las butacas y arreciará el ruido de los lengüetazos ante lo terrible de la pregunta.

—Tienes la mirada arrobada, Aspirino –oiré que contesta el Oráculo con su mejor acento español mientras oprime sus dieciocho tetas y rocía a los privilegiados de las primeras filas que se precipitan con las bocas abiertas tratando de ligar algo.

—¿La mirada arrobada? –volveré a preguntar tironeado por los catorce ayudantes con sus uniformes violetas hurgando en busca de cospeles.

—No, idiota –mugirá. Las lenguas detienen su tarea sobre narguiles y yoonis. Silencio.

—Dije: mi-ra-da-ro-ba-da. Ro-ro-ro-ba-da. ¿Has entendido, idiota?

Los sin-número corean:

—¡Ro-ro-roooooh!

Entonces, me hundiré en la butaca y trataré de olvidar la sentencia haciéndome una bruta cuzca.

Escribe Orlando Espósito

Orlando Espósito nació en Banfield, provincia de Buenos Aires, en 1946. Es padre de cuatro hijos. Fue fotógrafo, librero, distribuidor de maquinaria para la industria gráfica y gerente comercial en empresas de desarrollo de software desde que esta industria dio los primeros pasos. Durante años se ocupó de la explotación de una granja ganadera situada cerca de Fuerte San Javier, en la Patagonia Norte. Viajero, apasionado por las letras desde su adolescencia, hoy vive en Buenos Aires y se dedica de lleno a escribir.

Para continuar...

El fantasma verde 5

Todos contentos: Lena la llamaba «le pâtisserie», el Flaco «la confi» y los ministros de la iglesia mormona «the bakery», la cuestión era que el barrio entero desfilaba para comprar los productos que salían del horno de Doña Tota

3 Comentarios

  1. Gran ilustración de Mariano Lucano.

  2. Esta vez, el autor nos sumerge en el “delirante diario de Aspirino, el desquiciado Emperador de la pestilente Malarie,”(que odia Febrero.)…Se otorga caprichosas licencias gramaticales, juega con las palabras, presenta hilarantes situaciones en letras de tango, o evoca frases célebres de momentos pasados …”viajes desde el cosmodromo de Córdoba a Tokio en 2 horas”…
    En su alocado, minucioso e hilarante relato, mezcla “la Biblia con el Calefon”….Habla de sus ex, hijos , padre insatisfecho, coitos desenfrenados , (con prostitutas de poca monta…siempre , evocando a Narguile y a su precisión de reloj Quartz)…
    Finalmente, cuando nuestro asombro parecía colmado,, aparece “la cereza de la torta “: Una ternera de 6 patas, dobles pezuñas, 18 tetas y 2 vaginas monumentales”, y su afán de consultar al Oráculo, “para conocer por anticipado su historia del futuro”….

    Bravo Orlando! ….Me atrapaste otra vez!!!
    Hasta la próxima!

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