Gombrowciz y el vínculo del escritor polaco con la inmadurez y con la idea de artista.
Witold Gombrowicz es un escritor polaco que, a partir de un viaje en transatlántico coincidente con la Segunda Guerra Mundial, decidió recabar en nuestra pampas durante veinticinco años. Esta anécdota que lo arrima a nuestro país decora su fama de ser uno de los escritores vanguardistas más importantes del siglo XX y su obra no hace más que denostar esta clase de conceptos y enunciaciones hiperbólicas. El arte, la palabra arte a veces carga con un prestigio imprudente, culpa de la necesidad de adquirir un reconocimiento que resulta exacerbado. Irreal. Infructuoso. Una importancia ilusoria y a la vez fundamental que Gombrowicz reconstruye desde cierta inconsecuencia. Trasciende desde la sencilla broma que significa pretender trascender.
“(…) Ante todo, romped de una vez con esa palabra: arte, y también con esa otra: artista. Dejaos de hundiros en esas palabras que repetís con la monotonía de la eternidad. ¿No será cierto que cada uno es artista? ¿No será así que la humanidad crea, el arte no sólo sobre el papel y la tela, sino en cada momento de la vida cotidiana? Cuando la doncella se pone una rosa, cuando en una charla amena se nos escapa un chiste jocoso, cuando alguien se confía al crepúsculo, todo eso no es otra cosa sino arte (…) ¿por qué ese culto, esa admiración, para ese solo arte que se expresa en lo que llamamos “obras”? ¿De dónde sacasteis esa ingenuidad de que el hombre admira tanto las obras del arte y nos desmayamos y morimos de pasmo escuchando una sinfonía de Beethoven?”
Ferdydurke de Witold Gombrowicz
Hay una idea de pose rondando las inquietudes de Gombrowicz, asociada a una cuestión etaria y sociológica. Así disecciona la madurez en elementos que, por artificiales, resultan inmaduros. La exageración de cada uno de estos elementos va desfigurando la escena, excediéndola en sus formas. Ferdydurke se publicó en el año 1937 y su portada fue una ilustración de Bruno Schulz, un escritor, un dibujante, un tipo que se dedicaba al arte más que otros, un tipo cuya que desarrolló su expresividad a partir de la textura de cada idea. Situado en un plano estético, Bruno Schulz le dedicó a Gombrowicz un par de textos e incluso un intento de correspondencia. Schulz ensalzándolo, lo prestigiaba y lo alejaba de lo que Gombrowicz denominaba la señora Kowalski, el equivalente a nuestra noventosa señora María Rosa. Gombrowicz rechazaba cualquier ponderación y volvía a hermanarse con la señora en cuestión por su humanidad, por simpatía para con la sangre que corre por sus venas físicas y concretas.
El VERSO
Los horizontes estallan como botellas
la mancha verde crece hacía el cielo
me traslado de nuevo a la sombra de los pinos
y desde allá:
Tomó el último trago insaciable mi primavera cotidiana.
MI TRADUCCIÓN
Los muslos, los muslos, los muslos,
los muslos, los muslos, los muslos, los muslos
el muslo.
Los muslos, los muslos, los muslos.
Ferdydurke de Witold Gombrowicz
El delirio sensual, verdadero y físico, se presenta desde lo moderno como algo seco, rugoso, de pocas exclamaciones y desde lo clásico, como algo estético y voluptuoso. ¿Cómo ser sincero entre estas dos elecciones excesivas si, encima, una cosa quiere decir la otra? Gombrowicz desarrolla una anarquía de neologismos y gramática descompuesta en reverberaciones maquinantes que se mueven a través de un antagonismo con respecto al escritor, al escritor como tal. Al escritor como tal y su relación con la verdad. Al escritor como tal y su relación con la forma. Al escritor como tal y su relación con el anonimato. Al escritor como tal y su relación con el tal. Schulz destaca que hasta Ferdydurke el hombre sólo se había querido ver desde su lado oficial y al quedar desacreditada la tontería y el desvarío, se había alejado de sí mismo. Por ende mientras sólo podemos tener la intención de ser serios y dignos, lo único que estamos presentando es una caricatura tan ridícula e irrisoria como cualquier otra.
(…) De nuevo se equivocaría aquel que creyera que el autor parte de algún tipo de generalizaciones o abstractos. El punto de partida del libro es de lo más concreto, personal, vivo y ardiente que se pueda imaginar y Gombrowicz subraya el génesis de su obra partiendo de su situación personal y definida. Gombrowicz demuestra que toda clase de motivos <<generales>> y <<primarios>> de nuestro comportamiento, toda navegación bajo la bandera de ideales y lemas no nos expresan enteros y verdaderos, sólo una partícula además casual y sin importancia. Gombrowicz se opone a la corriente principal de la cultura que consiste en que el hombre siempre se realiza a cuenta de partes extraídas de sí mismo, ideologías, frases hechas y formas, en vez de vivir de sí mismo, íntegro, su núcleo vivo. El hombre siempre se consideró como un apéndice imperfecto y sin importancia a su materia cultural. Gombrowicz quiere devolver las proporciones correctas a esta relación, la da vuelta. Demuestra que nosotros, inmaduros, ridículos, jovenzuelos luchando en las bajuras de lo concreto por nuestra propia expresión y lidiando con nuestra pequeñez estamos más cerca de la verdad que los uncidos, sublimes, maduros y acabados.
Reseña sobre Ferdydurke de Bruno Schulz
Desde este cuestionamiento a los universos virtuales imaginarios pero comunes, se desprende un contundente elogio a la vitalidad: la actividad intelectual de Gombrowicz se vuelve feroz. Toda intención vanguardista tiene algún componente incómodo, poco amable con su contemporaneidad y el propio autor pareciera dejarse impregnar por esta noción. El arte carga con sus explicaciones como un anatema inevitable, más que nada por el carácter unívoco de cualquier interpretación enfrentada a la pluralidad, a la multiforme libertad intrínseca de toda obra maestra que es la de suscitar mil mundos en la interacción: Uno por cada lector/intérprete/espectador. Entre el hallazgo de una paradójica y profunda naturaleza humana, sus matices y la delimitación de una explicación racional siempre habrá un antagonismo. La magia de la humanidad, oculta tras inasibles y proteicas nociones como el amor, llevada al extremo, a lo inenarrable, siempre superará toda explicación. El buen arte irá quedando a través del tiempo como aquél extraordinario y definitivo perro que trata de morderle los talones a esa naturaleza profunda y campante que se va andando en bicicleta.
El artista en el colmo de sus esfuerzos, exhausto, comprenderá que hizo lo posible, que encontró algo parecido a alguna verdad interior. Se irá más o menos conforme e irá encontrando en el público nuevas y múltiples lecturas, resignado a millones de punto de vista, se volverá a cobijar en su estética y en el prestigio alcanzado. Pero como si no pudiera evitar hasta en este punto cierta rebeldía ante cualquier prejuicio o noción preestablecida, Gombrowicz se obsesionará una y otra vez por explicar su obra. Pondrá su dedo en cada prólogo para indicar la dirección de sus intenciones y desarrollará en mil textos las diferentes vertientes de sus elecciones. ¿Era un tirano dispuesto a corregir cualquier lectura? Probablemente, y teniendo en cuenta que se dedicaba a alcanzar una honestidad inigualable es interesante observar en su tiranía una nueva (e interpretable) forma de explorar sus ideas. No por nada muchas frases de sus Diarios son tomadas como disparador para las ilustraciones de Esto no es una nariz, sus explicaciones son nuevas indagaciones sobre sus formas.
Nos encontramos con qué la lectura múltiple no se da sólo por omisión sino que también deviene del propio ejercicio que realiza Gombrowicz al haberle querido dar entidad a cada reclamo, a cada crítica. Las lecturas se multiplican aún a más a partir de la exploración textual del propio autor. La idea pareciera haber sido multiplicar los diálogos como una forma de hacerse entender y recorrer la mirada ajena como un líquido que se altera con cada detalle del terreno, así contestará minuciosamente a cualquier hijo de vecino, crítico u opinólogo circundante. Le dará entidad a cada voz. No hace caso a prejuicio alguno porque entiende que es una limitación y si bien tiene claras sus intenciones y sus búsquedas, se entrega al diálogo y a las diversas formas de explicarse haciéndolas parte de su obra. Por más redundantes que resulten siempre hay una nueva aproximación, una nueva sucesión. Esta profundización sobre si mismo lo vuelve oceánico y, aunque se sabe encapsulado como en su cuento Aventuras, en dónde lo condenan a una eternidad en el fondo del mar, se tiene fe y deviene, escribe, suscita hasta romper su maldición y cualquier castigo por más atemporal que parezca.
Las múltiples lecturas, las múltiples voces que se escucharan este viernes, cómo las múltiples formas estéticas que encontraron los ilustradores del libro Esto no es una nariz, responden a una obra diseñada para despertar, inquietar y, claro, multiplicar. Mientras estuvo vivo incluso él fue parte de esta experiencia y quizás «experiencia» resulte una palabra más apropiada que “obra” al hablar de Gombrowicz, una experiencia diseñada para amedrentar y jugar, como bien lo aclara Nicolás Hochman en su prólogo: “si este buen hombre hubiera llegado a saber lo que estábamos haciendo, habría puesto el grito en el cielo (…) Pero también creemos que habría estado feliz. Feliz como solamente los que gozan de su propio nombre, de su imagen, de lo que los otros hacen con eso. Es muy probable que todo ese enojo hubiera ido en paralelo a una certeza: lo que hizo, lo que dijo, lo que escribió, lo que dejó entrever, no fue en vano; y que la posteridad no fue inmune a sus palabras y a sus gestos.”
Escuchamos el jadeo de un perro llamado Arte corriendo tras esa bicicleta que es la naturaleza humana. Este perro es inagotable, se queda sin aire y sigue corriendo, porque no tiene hogar y porque quién se aleja en la bicicleta es su amo y señor y así es como Gombrowicz duplica su obra literaria, en su obra y en sus Diarios. Es perro y amo de su existencia, así se proyecta en el tiempo. Desde lo bajo alcanza lo alto, desde lo alto se sucede lo bajo, como una rueda, expone sus palabras, sus esfuerzos intelectuales y vitales, los plasma al máximo y tratando de ser lo más fiel posible a su verdad íntima, al alcanzar el agotamiento de las formas, encuentra su forma. A quiénes piensen que comparar el arte con un perro es degradante les solicito que no menosprecien al perro. Este perro es una montaña galopante que busca a su Mahoma en un bosque de cipreses. La clepsidra se astilla, corre un hilo de agua que tiembla al ritmo de la montaña y alcanza el oceáno. Hay poco en este océano fuera de las corrientes, un poco que esquivará las costas de África y las islas de Brasil. Un poco callejero que se sumergirá en desconocidos abismos y se reunirá con una fauna difusa. Pudo pasarle a ese poco no ser conocido, no ser indagado. Pudo pasarle transitar inmune a las miradas ajenas y fenecer cordial y sutilmente, al costado del tiempo y de las formas. Pero tuvo que pasarle a ese poco darse cuenta de su escasez y haber sabido explicarla con una voz multiforme de tinta y fervor propio.