En el mes del Bloomsday, Revista Colofón conmemora y celebra a Joyce y su obra capital Ulises, en consonancia con ello, analizamos en esta nota el reconocido tópico del camino del héroe y las peripecias de otro Ulises, el de la Odisea. El viaje del héroe lo enfrenta con su propio destino y lo expulsa fuera de su patria, para luego conducirlo de retorno a ella. Escribe Gabriela Puente e ilustra Javier Ranieri.
Qué es un héroe sino una paradoja, un ser liminal, que mora en las fronteras, un ser humano que se halla siempre como rebasando la humanidad que habita en él, existiendo en un equilibrio efímero, constantemente amenazado por aquel punzante sentimiento del exceso que los griegos denominaron hýbris y los latinos superbia. Ese sentimiento aguijonea de tal forma el ánimo del héroe que éste decide tarde o temprano abandonar el mundo habitado por el común de los mortales e iniciar un periplo hacia territorios desconocidos en busca incansable de la gloria que por derecho natural le es propia.
Según el mitógrafo y especialista en religiones comparadas, Joseph Campbell, la estructura del viaje del héroe consta de doce momentos arquetípicos: el desempeño en el mundo cotidiano, la llamada, el rechazo de la llamada, la ayuda de un personaje sobrenatural, el cruce del primer umbral, las pruebas, el acercamiento a la cueva interior, la ordalía, la recompensa, el camino de retorno a casa, la resurrección y el regreso con el elixir.
Uno de los primeros aedos griegos en narrar dicho viaje fue Homero, en la Odisea, cuyo protagonista, Ulises, luego de un rutilante desempeño en la guerra de Troya, debe retornar a Ítaca, su hogar. En el camino le esperan diversas aventuras, enemigos y obstáculos que debe sortear usando diversas artimañas.
El carácter del héroe lo lleva a alojarse en la frontera con lo divino, pero es en la proximidad más pura donde se evidencia la diferencia más extrema. El héroe es humano, demasiado humano. Su hýbris incontrolable lo lleva a desafiar eventualmente los límites de su naturaleza y es por esto que el periplo más paradigmático y cabal para los griegos fue la katabasis, el viaje de descenso al inframundo. En ésta pueden encontrarse varios elementos del viaje del héroe, sobretodo, el franqueamiento del umbral que se torna el momento crucial. Un puñado de héroes fueron capaces de emprender el camino de descenso y ascenso, entre ellos el mencionado Ulises, Teseo, Heracles y Orfeo.
También en la narración de una katabasis fue pionero Homero, Ulises en el canto XI de la Odisea, conocido como la Nékyia, desciende al Inframundo por exhortación de la maga Circe, para conocer su futuro y hacerse de los consejos del adivino Tiresias que le faciliten un retorno seguro a su hogar.
Circe, la de hermosos cabellos, le propina a la embarcación de Ulises una brisa benévola y llega éste a la isla de los Cinerios, en las fronteras mismas del Inframundo. Ulises se aproxima, cauto, quizás temeroso, con toda la vida bullendo a través de su cuerpo, para ir al encuentro con las almas de los que ya no son.
La primera ánima que aparece es la de su amigo Elpénor la escena es patética, abona la hipótesis de que la Ilíada es la obra verdaderamente homérica, mientras que la Odisea sólo una parodia de aquella. El amigo en cuestión había muerto recientemente en la isla de Circe, y yacía “todavía sin cubrir por la tierra de vías anchurosas”, es decir, no había sido inhumado correctamente y por ello vagaba por las inmediaciones del Inframundo, el muerto le pide a Ulises pomposas exequias análogas a las que Aquiles celebró para su amado Patroclo. Pero el pedido no puede sino sonar cómico para los oídos griegos, Patroclo fue un héroe que cayó en Troya en batalla, al momento de adquirir la gloria máxima, mientras que, por el contrario, Elpénor muere al resbalar por un techo, sumido en el delirio de una borrachera feroz. No todo muerto tiene el mismo estatus en la épica homérica. No hay punto de comparación entre una muerte heroica y una deshonrosa. Luego de este irrisorio episodio, Ulises se encuentra con su madre, de quien desconocía su deceso, luego con otros difuntos, entre ellos un lastimero Aquiles que ya no conserva ni las migajas de su gloria pasada, para finalmente, hablar con Tiresias quien le explica los pasos a seguir para retornar a su amada Ítaca.
Sólo el héroe puede internarse en un viaje de ida, en este caso hacia el Inframundo, para retornar después, a la tierra de los vivos. Lo contrario ocurre con los simples mortales quienes se adentran en las amplias moradas del Hades tan sólo una vez. Para aquellos malhadados, el grueso de la humanidad, que tengan una muerte ordinaria son los gemelos alados, Hypnos y Thanatos, quienes los extraerán de sus lechos mortuorios y los conducirán a sus tumbas, allí esperará Hermes, el dios de las puertas, el señor de los caminos, el psicopompo encargado de llevar a las lúgubres almas, transformadas en una mera imagen de lo que fueron, hacia el Caronte, el barquero que las conducirá, a través del Aqueronte, a su destino final del que ya no volverán jamás.
Mención aparte merece el hecho de que las concepciones sobre el Inframundo de las civilizaciones antiguas, como las que ocuparon Egipto, Mesopotamia, Anatolia y la zona del Levante, se conserven envueltas en una atmósfera de severa solemnidad, no ocurrió lo propio con el Inframundo Griego.
Una paradójica jugada de la Historia hace que el relato más acabado de la concepción griega acerca del Inframundo llegue a nosotros de la mano de un personaje como Ulises el “fecundo en astucias”, a veces, abiertamente mentiroso. Y si bien contamos con la palabra de trágicos, como Esquilo, filósofos, como Platón, y algunos pergaminos órficos, como el de Derveni, que ilustran el pensamiento griego sobre la vida después de la muerte, éstos son todos posteriores al relato homérico.
La katabasis y el periplo del héroe adquieren en la cultura griega un impulso netamente narrativo y mimético, donde el misticismo parece ostentar un valor quizás secundario.
El héroe es aquel que retorna triunfante a su hogar. Este es el punto en que la obra homérica llega a su clímax. En los últimos cantos de la Odisea, el astuto Ulises, transfigurado por la diosa Atenea, su protectora, ingresa a su palacio, lleno de furia, pero irreconocible; sólo sus perros sienten la presencia del amo en sus cuerpos animales, el pelo se les eriza a su paso.
La abnegada Penélope, se halla en su cámara, absorta en sus quehaceres de tejer y destejer. Ulises se encuentra con los profanadores, los profusos pretendientes de Penélope, y los asesina a todos en justa venganza, queda por tanto reafirmado su derecho natural de dominio. El retorno de héroe ha sido así consumado.
Finalmente, Ulises, a diferencia de otros héroes griegos, muere de vejez en el cobijo de su hogar, rodeado de sus seres queridos, tal como lo anticipó el divino Tiresias. Y abandonando el mundo de los vivos, se dirige a las amplias mansiones del Hades, por segunda y última vez.
Bibliografía
AA. VV. (2011). Conversaciones con la muerte, diálogos del hombre con el más allá desde la antigüedad hasta la Edad Media, Madrid: Consejo superior de investigaciones científicas.
Campbell, Joseph. (2006). El héroe de las mil caras, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Homero. (1993). La Odisea, Madrid: Gredos.
Morales Harvey, (2012). “La katabasis como categoría mítica en el mundo grecolatino” En Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. Costa Rica XXXVI (1): 127-138.