IA

La inteligencia artificial nos invade ¿hay algo que pueda hacerse para soslayar un tiempo que parece llegar inexorable y sin freno? Gabriela Puente se detiene en las nociones de signo, espacialidad y claustrofobia y ofrece estas categorías para que nos pensemos dentro del mundo que construimos. Ilustra Tano Rios Coronelli.

Pensamiento e IA

La disciplina filosófica afirma que para que algo sea considerado como existente debe cumplir con el requisito de individuación que diferencia a un ente de otros. En nuestra actual concepción acerca del mundo la individuación viene dada por la noción de extensión o espacialidad. Aplicado a lo humano toma la forma de la organicidad del cuerpo que ocupa un lugar en el espacio.

Sin embargo, no ocurre lo mismo con la IA, para la cual podríamos decir que no aplica el principio de individuación, esto es así porque si bien un programa, una aplicación, un algoritmo, incluso las redes neuronales más novedosas como el ya célebre ChatGPT, necesitan, por el momento, de algún dispositivo o soporte físico para funcionar, pero no podemos afirmar que éstos los individualicen. En lugar de individuación sería más correcto hablar de diferentes funciones acordes a la lógica del mercado.

Otra diferencia entre humanos e IA, desde el punto de vista de la Lógica, radica en el pensamiento. En este sentido, existen tres tipos de inferencia o procedimientos para derivar conclusiones, las inferencias deductivas, las inductivas y las abductivas. Mientras que cualquier persona puede llevar a cabo cualquiera de estas tres; la IA sólo puede hacerlo con las primeras dos, pero falla en la última; dado que en ésta entran en juego variables tales como la imaginación, la memoria, el instinto, la intuición y otras capacidades relacionadas con lo corporal orgánico. 

Sintéticamente, la deducción y la inducción implican una relación entre las categorías de lo particular y lo general. No ocurre lo mismo con la abducción (tradicionalmente relacionada con la inspiración, la invención y el arte).

Para aclarar la diferencia entre los distintos tipos de inferencia podemos imaginar el ya clásico ejemplo de una bolsa (concepto general) con botones negros (casos particulares). Deductivamente podemos afirmar que, si un botón pertenece a la bolsa de botones negros, será negro. Inductivamente diremos que, si todos los botones que en el pasado extrajimos de la bolsa fueron negros, entonces el próximo botón que extraigamos también lo será. Pero, por el contrario, supongamos que encontramos un botón negro fuera del saco, abducido, por decirlo así, de él; sin mayores problemas plantearemos como hipótesis que pertenece a ese saco. 

Como la deducción y la inducción por generalización plantean una relación entre la regla general y los casos particulares, la noción de existencia no entra en juego, de manera tal que no es necesario para llevar a cabo estas inferencias que haya ni un solo botón en el mundo, el pasaje de lo general a lo particular es, por llamarlo de alguna manera, mecánico.

Sin embargo, algo cambia en el caso de la abducción, ya que es el sujeto que lleva a cabo la inferencia quien crea la relación entre la bolsa de botones y el botón fuera de la bolsa. Esta forma de inferir implica un salto espontaneo e imaginativo, muy diferente del salto inductivo por generalización, que es meramente automático y pueden hacerlo incluso los animales. Este salto abductivo y disruptivo, incluye la novedad y la propone como la mejor respuesta posible (a veces la única).

El pensamiento abductivo es asociado a lo que actualmente se denomina “pensar fuera de la caja”. Este concepto de “afuera” tiene en nuestra argumentación un valor fundamental, como expondremos más adelante.

Hasta hace relativamente poco tiempo para los usuarios, las diferencias entre la IA y las inteligencias naturales eran claras, la IA no podía “pensar”. Sin embargo, los especialistas y técnicos concebían un futuro donde ambas podían ser indiferenciables, es así que en la década de 1950 el lógico y matemático inglés Alan Turing desarrolló una prueba que permitiría distinguir entre las inteligencias naturales y las artificiales. Éste test consiste en una serie de preguntas que permiten medir las diferentes áreas de conocimiento; la IA para superarlo, debe ser capaz de pasar por un humano, es decir debe poder interpretar la intención del usuario, prolongar la conversación largo tiempo sin volverse reiterativa y hacer uso de estrategias comunicacionales como el humor, entre otras competencias. 

Si bien desde hace décadas múltiples programas han podido superar el test, hace unos pocos años la IA parece haber dado un paso más con la aparición de los chat bots, de los cuales el ejemplo más sonado en los últimos meses fue el mencionado ChatGPT, estos son denominadas “inteligencias generativas”, dado que generan largas secuencias de signos (textos, imágenes, etc.) a partir de un pre-entrenamiento predictivo y sin un contenido específico del tema, con lo cual se logra una cierta novedad en las respuestas y la apariencia de que la IA ha llevado a cabo un proceso de comprensión acerca de los signos que produce. 

Virtualidad y pensamiento occidental

El ascenso de la IA se enmarca dentro de un proceso de virtualización de la experiencia, que trabajamos en otra nota publicada hace unos años en Colofón (Ver Puente, G., 2020).

Podemos decir de manera muy general que una de las primeras tentativas hacia esta virtualización fue llevada a cabo varios siglos antes de Cristo, con la concepción conocida como dualismo (teológico primero, platónico y filosófico después). La intención del dualismo es la separación y jerarquización del mundo; por un lado, el plano del alma virtual, por el otro, el de la materia y lo orgánico corporal. 

El plano del alma fue planteado desde el comienzo como el primigenio y más importante de los dos. Es así que este dualismo jerárquico justifica la descarga de la violencia sobre el cuerpo entendido como la raíz de todo lo moralmente inaceptable, y, de manera más general, sobre la naturaleza y el espacio como categoría que estructura nuestra experiencia.

Uno de los pasos más recientes hacia la virtualización fue llevado a cabo en la década de 1950, con el denominado giro lingüístico, coetáneo y vinculado a la incipiente producción de inteligencias artificiales. Este plantea la absoluta reducción de un plano (la cosa concebida como referente) a otro (el signo).

El giro lingüístico, vía el estructuralismo y pensamiento posmoderno, se implantó como paradigma dominante en las ciencias humanas y sociales como la lingüística, la antropología, la filosofía y la sociología, entre otras. 

El signo permite estructurar un adentro claustrofóbico del que nada escapa, para decirlo de manera muy sencilla y resumida, la dicotomía consciencia/realidad (o alma/cuerpo, intensión/extensión, palabra/cosa) es abolida. No hay nada más allá del lenguaje, porque es éste el que estructura el mundo. El sentido y la verdad depende de la relación entre los signos y no de una relación de correspondencia con un referente externo, la cosa, cuyo peso ontológico comienza a ser aligerado.

Estas teorías, que exponen una recursividad ad infinitum, se enmarcan dentro del pensamiento de la tradición occidental orientado hacia lo abstracto y lo virtual. 

Un signo no es una cosa, está en el lugar de la cosa, de todas las cosas. Sin embargo, mal que le pese a los defensores del giro, del otro lado, se halla el cuerpo, concebido como lo otro del signo, porque no refiere sino a sí mismo.  La presencia más absoluta. Un nudo de extensión, que no puede ser ocupada por otro cuerpo, y de tiempo presente. Este cuerpo no es un objeto entre los demás, ni un objeto en lo absoluto; sino una unicidad, una configuración singular de distintas capas orgánicas que coexisten, inconscientes.

Contrariamente a lo que pueda creerse no hay nada más difícil de controlar que un cuerpo; En esta línea Adorno en “Elementos del antisemitismo”, afirma que “(..) en los gestos convulsivos de los martirizados aparece aquello que en la vida indigente no puede, a pesar de todo ser controlado: el impulso mimético. En la agonía de la criatura, en el polo opuesto al de la libertad, aparece irresistible la libertad como la vocación contrariada de la materia” (2007: 198).

La conducta, el comportamiento, la psique puede ser (en mayor o menor grado) fácilmente controlable; o, mejor dicho, puede serlo en la medida en que se lo conciba como separado del cuerpo, a la manera del ascetismo. 

Pero, evitaremos desviarnos del tema principal de este artículo, y en lo que sigue formularemos la pregunta actual por antonomasia.

¿Piensa realmente la IA?

El espacio en Occidente es vacío, signo, ciudad y automatización. Y cada uno de estos fenómenos prefiguraron durante siglos el ascenso del paradigma virtual, de la que la IA es una manifestación.

Teniendo en cuenta todo lo que venimos mencionando, podemos hipotetizar una respuesta afirmativa (y apocalíptica) a la pregunta por la posibilidad del pensamiento y autoconsciencia de las máquinas: la IA va a pensar realmente, va a tomar autoconsciencia, el día en que el signo se independice absolutamente del referente, en el momento en que ya no haya extensión ni cuerpo, ni otro, ni transformación, ni muerte posible. El día en que todo colapse en un estado de virtualidad más pura. Así, una vez muerto el referente el mundo se rendirá ante la vacuidad del signo. 

Cerrada sobre sí misma en una existencia de la más plena recursividad, la IA ya no deberá demostrar que piensa; el pensamiento será un concepto del pasado, demasiado asociado a la experiencia, al recuerdo, a procesos inconscientes, en pocas palabras, a lo corpóreo. Colapsarán a la vez, las nociones de verdad, sentido y realidad tal cual las conocemos, y no habrá claustrofobia más desesperante que la del espacio vacío, o la del vacío virtual una vez anulado el espacio.

Sin embargo, no todo está definido aún: la anterior respuesta afirmativa sobre la posibilidad de pensamiento y autoconsciencia de la IA (y sus posibles consecuencias apocalípticas) no es categórica sino condicional. 

En pocas palabras, es necesario torcer la pregunta, quitársela a la máquina, devolverla a la humanidad; e indagar si estamos preparados para afrontar tanta pérdida, si podemos permitirlo y responsabilizarnos por ello. Y en este punto la pregunta deviene esfíngea; ya que, como en toda encrucijada, lo más fundamental no consiste en qué camino elegir, sino en saber qué parte de nosotros, como individuos y como colectivo, llevará a cabo la elección.

Bibliografía

Adorno, Theodor. (2007). Obras completas, Madrid: Akal.

Chomsky, Noam. (2023). https://www.sinpermiso.info/textos/noam-chomsky-habla-sobre-chatgpt-para-que-sirve-y-por-que-no-es-capaz-de-replicar-el-pensamiento.

Heidegger, M. (2021). La pregunta por la técnica, Barcelona: Herder.

Puente, G. (2020). https://revistacolofon.com.ar/la-nube-y-el-continuum-virtual

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

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