Aproximación a las palabras de los poetas, entre lodazales y paraísos, ¿Cuánto pueden expresar las palabras? ¿Cuánto pueden decir los poetas?
Allen Ginsberg decía que en el momento en que se intenta explicar la poesía ésta se transforma en prosa[1]. Y en el momento en que se transforma en prosa (esto lo digo yo, no Ginsberg) la poesía muere.
A lo largo de la historia muchos poetas han sido perseguidos y fusilados. Es curioso si se tiene en cuenta que siete de cada diez personas aseguran no entender la poesía. ¿Por qué necesitaría alguien matar a quien anda en la suya? Sin embargo, ahí están, engrosando las estadísticas.
El poeta perseguido y fusilado por excelencia es Federico García Lorca. A Lorca lo mataron, por rojo, poeta y maricón. De esa manera sus asesinos creían asegurarse el silencio. Muerto Lorca se acaban las palabras, habrán pensado. Pero, ¿cómo callar a un poeta si por cada bala recibida ya lanzó mil palabras al aire? ¿Cómo callar lo que ya fue gritado?
La poesía no está en el poeta. La poesía está en el aire, en los objetos. Una mesa puede contener más poesía que un poeta, un pájaro cantando sobre un cable tiene más poesía que mil poetas. El poeta sólo es un agrupador de palabras, que las atrapa como quien atrapa una mariposa con la yema de los dedos y las va volcando sobre el papel con el mismo cuidado y requerimiento que poseen los disecadores de mariposas. Por eso no hay poesía en los poetas. Por eso es inútil dispararles.
Pueden perseguir y disparar contra todos los poetas del mundo, si quieren, pero eso no impedirá que la poesía florezca. Sin la muerte de Lorca no existirían poemas a Lorca. Sin la persecución a Rafael Alberti no existiría “Canciones y Baladas del Paraná”. Sin el encierro de Miguel Hernández no existiría “Nanas de la cebolla”. Sin el exilio de Gelman no existiría Gelman.
Ahí está la paradoja: Los asesinos de la poesía son, a la vez, el motor de la poesía. Sin verdugos no existirían poemas para señalarlos.
La poesía es un gran dedo que señala. A veces para advertir, otras simplemente para apuntar. Pero siempre está señalando. Y mientras siga señalando existe la posibilidad de que lo señalado sea visto, y lo visto interpretado. Aunque sea por uno, medio dormido, con resaca, no sé, pero aún así supongo que algo llega. Como el teléfono descompuesto. Siempre algo te queda.
La poesía no es sólo un dedo que señala, sino que, además, es un gran teléfono descompuesto. Por ejemplo, el poeta escribe “mierda” y el lector que recitará el poema en la sobremesa del domingo decide que “mierda” queda medio feo, entonces decide cambiarla por otra menos fea, como podría ser “caca”, porque supone que “caca” queda menos chocante[2]. Los niños dicen “caca” y peor aún, dicen: “quiero caca”. Nadie los corrige y nadie anda vomitando por esa frase. Yo cada vez que escucho a un nene decir “quiero caca” no puedo más que imaginármelo sentado frente a un suculento plato de mierda. Sin embargo, es natural que los niños se expresen así y que los lectores se tomen licencias.
Caso aparte el de las traducciones que funcionan como un teléfono bajo el agua; si algo se puede sacar en limpio de las traducciones (no todas, por supuesto) es ese insoportable “glup, glup” entre palabra y palabra. Cuántas veces hemos contemplado decir a Baudelaire “ostias” “cabrón” y cuanto regionalismo le hayan podido poner en la boca al pobre finadito francés. Si contara con la posibilidad de encontrarme a un francés en la calle me parecería natural que diga “joder, tío”, tan natural como que un niño diga “quiero caca”. Y ahí tienen: el teléfono descompuesto. El teléfono descompuesto también se aplica al momento en que el poeta se sienta frente a la hoja en blanco y se dispone a escribir.
De niño soñé que un dragón me seguía, desperté y me apuré a decirle a mi madre que había soñado que un dragón me corría. Listo, y aquel sueño era más profundo que ese balbuceo. Tenía colores, sonidos, estados de ánimo, miedos, angustia y yo: “soñé que un dragón me corría”. Si yo hubiera sido poeta (no lo soy) posiblemente hubiese comenzado mi poema con esa frase, dejando de lado todo lo otro que, por torpeza o haraganería, no pude decir; y es ahí donde se produce el teléfono descompuesto, porque el lector no sólo captará mi frase decantada del sueño sino que, además, se buscará entre todos los quilombos que tiene en la cabeza un dragón acorde a su estereotipo de dragones. Y ahí, otra vez, el teléfono bajo el agua. Porque ¿quién me puede asegurar a mí que aquello haya sido realmente un dragón? Bien podría haber sido un bicho igual de feo, un bicho inexistente… quiero decir, un bicho nunca antes visto que, por una necesidad de apego, yo llamé dragón. ¡Ah, porque tengo imaginación pero tampoco la pavada! Una cosa es soñar con algo extraño y otra muy distinta ponerle un nombre.
Si alguna vez la ciencia logra entrar al mundo de los sueños, a mí me gustaría que los primeros sueñonautas sean poetas. Los pienso capaces de traernos alguna información aproximada de aquel mundo. No creo que la ciencia tenga mucho para hacer; fueron a la luna, trajeron un puñado de números, decibeles, datos gravitacionales, pero no dijeron nada del olor de la luna, de la soledad, nadie le escribió un poema al cráter[3]; pura información útil para los hombres de ciencia pero inútiles para quienes quieren saber si es posible tener una erección en la luna. Por eso pienso que si en lugar de hombres de ciencia hubiesen ido poetas, hoy tendríamos una aproximación más real a esa pelota volcánica que orbita junto a la tierra. Y lo más probable es que en lugar de una bandera estos poetas hubiesen dejado un puñado de sus libros desperdigados por el suelo lunar. Porque si bien es cierto que los poetas son almas sensibles, también es verdad que necesitan difusión.
[1] La fuente es la película Howl
[2] “Si a Borges le leían Fogwill sin las partes más picantes…”.
[3] Hablando de astronautas poetas siempre.
Revista Colofón Lo que pasa cuando ya pasó todo.


En mi cotidiana caminata por consejos medicos, al pasar por un pequeño grupo de personas, logré escuchar porciones de diálogos de inmediato penetro hasta cierta cavida de mi alma lo siguiente :» Estan esperando». El tema central de conversación era de un humano, que no habia nada que hacer por su existencia, solo quedaba esperar la muerte… Alguien puede hacer un poema, un ensayo, una narrativa , ect ect… «si un pájaro que trina sobre un cable es poesía «. «Si los pétalos de las flores son poemas «.