Esto es parte de un diario íntimo dado a publicidad por el escritor Orlando Espósito (pueden encontrar otras partes en el link). Dibujo de Mariano Lucano.
ADVERTENCIA AL LECTOR: SIGUE ESCENA DE SEXO EXPLÍCITO.
Paso manos por debajo de remera y cubro pechos. No lleva sostén y siento los pezones como piedras. Mira y ofrece boca. La beso. La aplasto contra la mesada y apoyo a Narguile contra el vientre. Tiemblan, ella y Narguile.
Trata de desabrochar mi cinturón pero es demasiado para los dedos que no obedecen a causa de la cerveza. La ayudo. Irrumpe en escena Narguile. El bálano ya está humedecido y brilla.
Lo toma entre las manos. No puedo jugar; febrero es interminable. La doy vuelta y levanto pollera. Bajo bombacha. Tui mira hacia la heladera que hace muchos ruidos como siempre que arranca. Llamar al service. Narguile palpita. Lo pongo entre las piernas y froto.
— ¡Ah! –dice. Dice Tui.
Parece que ella también tiene su febrero interminabril. Levanta nalgas y abre piernas. Se echa sobre la mesada. Cubre con su cuerpo la fuente recién preparada. Una mariposa negra revolotea alrededor de la lámpara.
Pasa una mano por detrás y empuña a Narguile. La mano está emporcada con mayonesa y veo una arveja adherida sobre la base del pulgar. Me abre paso, siento el calor de su cueva. Cruza los brazos para apoyar la cabeza. Cae el frasco de mayonesa dentro de la pileta. Se vuelca la lata de aceite. NO COLESTEROL. Mientras, golpeo mi vientre contra el trasero cada vez más rápido y más fuerte.
— ¡Síiii! – repite.
— ¡Nooo! — grito tratando de hacer un último esfuerzo para no acabar.
— ¡Ahora, ahora!
Ya.
PRÓXIMA ESCENA DE SEXO EXPLÍCITO DESPUÉS DE 26 DE MARZO
38 de febrero:
el infierno es un febrero interminabril. Tui tampoco es Ella. El infierno es Malaire sin Ella en febrero. El asfalto es como lava. Las paredes despiden calor. Ulular de sirenas, música del Malaire.
Tengo sed de Ella. ¿Ella será mi madre? Esther me espetó una vez:
—Vení a buscarme cuando superes ese pedazo de Edipo gigante que tenés—. Eso dijo, sí. “Ese pedazo de Edipo gigante”. Eso dijo, pero fue después de una buena cogida. Después de un buen polvo todo el mundo se cree lúcido. Nadie puede pensar cuando está con la sed. Prefiero la sed a la no—sed. Prefiero que abran el lanzallamas en el momento en que boqueo para llenar de aire los pulmones y el fuego baje por mi esófago y por los bronquios quemándolo todo en febrero, a la des—sed.
¿Será mi madre Ausente con Aviso? No. Mi madre madre. La que metería su pezón chorreante de leche en mi boca y me alimentaría, no para calmar mi hambre sino para mantener la incalmabilidad.
Pero: ¿dónde está mi madre? Siempre fue como la sombra de un pájaro sobre la ramazón de un sauce agitada por el viento. Mi madre es el pájaro que sacia mi sed. Mi madre es una sombra sombra entre las hojas que se agitan desordenadas y que me hace desear la vida. No esta vida que se va por la alcantarilla flotando a la par de las heces de millones de otros como yo. Yo—yo. Subiré y bajaré por la cuerda sostenida por un dedo invisible hasta que algo, un desequilibrio sutil, rompa el juego y, entonces, quedaré girando sobre mí mismo allá, en el extremo de un hilo sostenido por otro desconocido dando vueltas y vueltas, acaso sin vida ya.
42 de febrero:
Logré arrastrarme hasta el ascensor y subir a mi departamento. Trato de no hacer ruido para que no venga a molestar Tui. Tui ya me trajo ventura, ahora viene lo demás.
NOTA:
Señor hay que comprar cera y detergente, trapo piso y bolsitas para basura. Agalo usted o deja la plata y compro yo. Le hise una pascualina que la gusta. Bueno, me voy, Rogelia.
Es bueno llegar a casa y encontrar una nota. Lástima que Rogelia cocina por la mañana y no queda olor a comida. Podrían vender olor a comida en espray. Olor a bizcochuelo a las cinco de la tarde a la vuelta del cole.
Enciendo horno y meto pascualina; caliente suelta olor y me cabe, aunque no sea bizcochuelo. Agua, pava, mate, radio.
Despego la ropa y me doy una ducha. Pantalón, remera, zapatillas. Salgo a caminar. Nunca veo la frontera cósmica del Sur; habría que andar mirando para arriba. Pero para caminar por Malaire hay que ir mirando hacia abajo y entonar el canto guerrero de los pisamierda que cantábamos de chicos en el barrio cuando veíamos un perro que estaba por cagar la vereda: “ñeque, ñeque, que el culo se te seque”.
Si hubiera un Oráculo en Malaire, yo iría. Iría a verlo y le preguntaría quién soy. Iría a verlo y le preguntaría por Ella. Preguntaría: ¿dónde puedo hallar la calma?
Estoy atrás de todo en la fila de los súper—pulman con el taloncito de las sin numerar en la mano. Noche de gala en el Gran Rex. La gente está recién lavada y con el desodorante todavía fresco en los sobacos. Si no tenés suficiente Odorono en la axila nunca vas a poder levantar la mano para decir: ¡aquí estoy!
¿Quién sigue? Va a gritar el Oráculo, y yo voy a levantar la mano y un vaho amarillo va a desprenderse de debajo de mis brazos y la gente abucheará mientras retrocede dejando todas las butacas vacías a mi alrededor. El teatro estará lleno. Cien pantallas en el escenario. Apagan las luces. Música pesada.
Los graves profundos sacuden el piso y retumban en mi pecho. Las linternas de los acomodadores indican el camino a los con—número, pero eso sucede allí abajo; acá, arriba, nos matamos los unos a los otros. Levanto mis brazos y brota el humo amarillo. Hacen lugar. Ocupo veinte asientos. Me abuchean. Suena la orquesta. Bocinas intermitentes, sirenas ululantes. La multitud delira.
El Oráculo apoya las manos sobre el teclado y estalla un acorde. Es un acorde que se mete dentro de los cuerpos. Tiene graves de tren chillidos de metal crujidos de hojalata graznidos de cuervos tronares de tormentas murmullos de hojarasca.
Unas gradas más abajo, uno se para sobre el asiento y abre los brazos al tiempo que emite un alarido. Veo la camisa pegada a la espalda. Los brazos muestran cuarenta y cuatro jeringas clavadas. Un haz de luz roja cae sobre él mientras grita: ¡Madre, madre!
— ¿Quién sigue, quién sigue? –corean los ayudantes del Oráculo.
Abro cancha, vocifero, empujo. Al fin, enfocan los reflectores y me siguen hasta el borde del proscenio. El Oráculo alza los brazos mostrando las palmas. Silencio en la sala.
— ¿Cómo te llamas?
—No lo sé.
Los ayudantes sacan cuatro fichas de mis bolsillos mientras el Oráculo piensa.
— ¡Cuatro! –grita uno de los ayudantes.
— ¿No sabes quién eres?
—No lo sé…
—As—pi—ri—no… ese es tu nombre. Aspirino. Plantaste un árbol, tuviste hijos y escribiste un libro, pero no te alcanza porque eres un aspirino.
—No es mi nombre lo que no sé; se trata de mi identidad…
— ¿Qué? ¿Estás cuestionando lo que digo? Tú eres Aspirino y vas a seguir siendo Aspirino hasta que mueras. ¿Queda claro?
La multitud bate palmas. Levanto la mano para hacer otra pregunta pero me rodean los ayudantes y muestran uno de los monitores donde parpadea:
INSERT COIN – INSERT COIN— INSERT COIN.
— ¿Quién sigue? –pregunta el Oráculo.
Cabizbajo, me retiro.
El autor nos sumerge esta vez, en el diario de un desquiciado personaje…Con sus contradicciones y delirios, en su odiado Febrero…
Transita situaciones y pensamientos, que van desde un coito desenfrenado en la cocina, “con aderezo de mayonesa”(que recuerda a la manteca de “El Último Tango en Paris”), mostrando su Edipo encubierto, (recordando el pezonera su madre chorreante dentro de su boca), y la insólita idea de vender en spray “el olor a la comida de Rogelia..”.
En su incesante búsqueda de identidad, llega a un teatro, donde se frustra al enterarse que su nombre es Aspirino, y que lo sera para siempre…
Orlando…Me atrapaste otra vez!!!
Espero la próxima!
Sí, Mirta, Aspirino es un desquiciado personaje. Gracias por tu comentario. Hoy tenés «el próximo» aquí mismo. Saludos!