Cadáver Exquisito de Agustina Bazterrica fue la novela ganadora de la edición 2017 del premio novela de Clarín. Su línea argumental construye un futuro en el cual la carne humana forma parte del menú de los propios hombres. Una excusa para recorrer antropofagias tanto literales como simbólicas.
Whereof their mother daintily hath fed,
Eating the flesh that she herself hath bred.
Titus Andronicus, William Shakespeare
En el mundo que esta novela plantea si bien faenan humanos, nadie los llama así, no se los llama «humanos». En el ciclo de la carne, los cuerpos no tienen ni voz ni nombre, la cosificación impera. El protagonista, Marcos Tejo, es personal jerárquico y su trabajo es mejorar el funcionamiento de un sistema asesino. No es ajeno al efecto piramidal, él tiene un jefe y su vida está condicionada. En lo que respecta a su profesión, desea alejarse de sus sentimientos, hacerse uno con las cuestiones numéricas y entenderlas sin un peso específico. Tejo, con una voz interna tan seca como la del extranjero, saca sus propias conclusiones. Él ve en el virus mortal que tienen los animales, virus que hace imposible su consumo, una creación de las estructuras de poder para controlar la superpoblación. Mientras Tejo es crítico, Bazterrica, la autora, entiende el pasado de su novela como un modelo aproximado a nuestro presente. Va hilando el territorio conocido del lector: estudios universitarios y resultados concretos validan la solución caníbal.
La antropofagia existe, la podemos encontrar como parte de una perversión individual, como tradición si se trata de una tribu caníbal y, claro, en aquellos escenarios en los cuales la supervivencia no permite otro menú. Lejos del espectro de la supervivencia está la obra Titus Andronicus de Shakespeare. Recuerdo una representación de La fura dels Baus, en donde se prometía un menú acorde a cargo, en su versión local, del restaurante Café San Juan. La representación hizo uso de olores, los actores repartían comida, mientras arrollaban al público con escenas de una violencia absoluta. La sangre y el branding, de la mano.
Para mí la violencia estilizada se define como la capacidad metafórica que tienen las escenas para introducir conceptos en un nervio vivo. En la obra del bardo inglés una mujer es violada por dos hermanos y, para que la fechoría no se descubra, los violadores le cortan la lengua y los brazos. Tito Andrónico, padre de la muchacha, se entera y pergeña un plan en el que los violadores son servidos como banquete final a su propia madre.
Cuando vi esa representación salía con alguien tan caníbal como yo, fanáticos ambos de la carne del otro, nos mordíamos hasta dejar marcas inquietantes en la piel. Mordíamos fuerte, como para no permitir que el otro se distancie. Como para hacerlo parte de nosotros mismos.
-¿Comió algo vivo alguna vez? (…) Hay una vibración, un calor pequeño y frágil que lo hace particularmente delicioso. Arrancar una vida a bocados. Es el placer de saber que, gracias a tu intención, a tu accionar ese ser dejó de existir. Es sentir como ese organismo complejo y precioso expira poco a poco, pero que, al mismo tiempo, comienza a formar parte de uno. Para siempre. Ese milagro me fascina. Esa posibilidad de unión indisoluble.
Cadáver Exquisito, Agustina Bazterrica
Esa relación terminó y mi vínculo con la acción cambió. Pocas veces mordía, por lo general me dejaba morder. No era algo mutuo y feroz. Alguna vez, moví las articulaciones de mi mano y sentí dolor, cómo si se trabaran, le pregunté a la chica con la que acababa de tener relaciones porqué me mordió de esa manera la mano, “para que no acabes” me dijo. Morder se había vuelto funcional.
Bazterrica aproxima el relato a mi cuerpo. A las ideas que hacen al conjunto de referencias que me compone como organismo vivo. El protagonista es consciente de cómo se manipulan las paranoias y trata de informar a sus seres queridos. Pero sus seres queridos, ya manipulados, no lo escuchan y él ya casi no los quiere. En el espacio íntimo Cadáver Exquisito construye su sentido. Para mí no es una distopía porque no tiene utopía de referencia. La utopía como ideal es necesariamente imposible pero tiene una búsqueda, arrimar al humano a un estado de plenitud, al aproximarse a la vida real, lo planteado se vuelve justo para pocos. Por ejemplo, la película Soylent Green, con su división de clases y la disposición de un plan alimenticio como forma de control de la superpoblación, se aproxima a lo que puede entenderse como una distopía a la hora de institucionalizar la antropofagia. Los ricos tienen acceso a carne y verdura, mientras los pobres solo tienen acceso a alimentos procesados. En esta disposición la utopía es terminar con el hambre en el mundo, la distopía es estar alimentando a la clase baja con la carne de sus propios cuerpos. En cambio, Cadáver Exquisito lleva la violencia al primer plano. Asquea a sus propios personajes. Arrima al lector a la realidad sensible del mundo descripto.
Los chicos son sus dos sobrinos. Él cree que a ella nunca le interesó la maternidad, que los tuvo porque tener hijos es uno de los proyectos que forman parte del desarrollo natural de la vida, de la misma manera que hacer la fiesta de quince, casarse, remodelar la casa y comer carne.
Cádaver Exquisito, Agustina Bazterrica
La civilización consume carne, vegetales, productos sintéticos, contenidos, momentos reflexivos e ideologías. La violencia no es ajena a la naturaleza humana y ese es un problema acorde a la intimidad de los personajes de Cadáver Exquisito. Las personas se transforman en productos y las relaciones prosiguen el mismo camino. Todo se sintetiza, se hace adecuado a los tiempos de un proceso industrial. El movimiento que hace Bazterrica con su personaje es detallista, lo hace, poco a poco, ir conformando. Su drama personal, el haber perdido un hijo, se va volcando en la trama, utiliza la forma del mundo, los caminos construidos a través de las burocracias. Sus vínculos se van quedando impregnados en mí como lector, las escenas tienen sentido. Hay nostalgia y sentido de pertenencia, están los resabios de un mundo que, si bien parece condenado a la extinción, subsiste. No pocos personajes están en desacuerdo con la administración de sufrimientos con la que deben comulgar. La construcción de empatía sobrepasa la estructura de un drama que se presenta como un drama social y resulta personal; el personaje respira por encima del dispositivo.
Creo que Bazterrica utiliza el canibalismo para dar cuenta no sólo de la violencia de nuestra industria alimenticia, sino de una idea más ultrajante: la necesidad de procrear y criar por encima de todo resabio de humanidad. Esta necesidad se impone al introducir la carne humana, literalmente, en una línea de producción. La autora logra presentar un problema profundo como si fuera una astilla y, en una herida superficial, perdemos el hilo de lo que está pasando. Estos no son los personajes sin identidad, en una línea de montaje, yendo a la picadora de carne. El protagonista es, a su vez, la picadora. A través de su mirada subjetiva, emparenta al lector con una primera persona absorbida por la necesidad de convocar a otros a esta faena.
A partir de la lectura, al comer carne me hago preguntas como ¿en qué andaba este animal cuando encontró su fin? Si bien hay algo de pena, hay aún más curiosidad y un retorcido sentido del deber, como si para disfrutar cada bocado tuviera que tomarme el trabajo de haber querido, haberme interesado aunque sea en la víctima que hoy puebla mi plato. Y es entonces cuando el contenido empieza a parecer una perversión gourmet y el amor, un condimento.
Una vez quise arrancarle un pedazo de carne a una persona. Sentí entre los dientes las fibras de carne diseccionadas por los filos, la tela separándose, había mordido por encima de todo, con la seguridad de resquebrajar. Un doloroso moretón multicolor fue la marca que dejé y de la cual me avergoncé durante años. Dicen que para algunos hombres es importante dejar su marca, en este caso la marca no sirvió más que para señalar el camino de un error. La venganza de Titus devuelve a los míseros, violadores y asesinos al vientre materno, un vientre que se presenta no como procreador sino como otro tipo de vientre, el vientre de un hombre cualquiera.