´Org´ de Birri y la violencia estética

Durante la primera semana de agosto, el Cine Municipal Select [Centro Cultural Dardo Rocha, La Plata] homenajeó al reconocido director Fernando Birri, nacido en Santa Fe en 1925 y fallecido a fines de 2017, a los 92 años.

En esta ocasión, su enorme figura fue condensada a través de la exhibición de “Tire Dié” [1960], “Los inundados” [1961], “Org” [1978], “Mi hijo el Che” [1985], “Un señor muy viejo con alas enormes” [1988], “El Fausto Criollo” [2011], además de la proyección de la película de Carmen Guarini, “Ata tu arado a una estrella” [2017].

Incrustada en esa abigarrada selección fílmica, la joya o rareza o vómito o cataclismo o monstruosidad o delirio o cachetada o patada directa al sistema nervioso central es la que ostentaba, en tercer turno, el sucinto título de “Org”.

Birri la concibió a lo largo de sus años de exilio en Italia, hasta acabarla en 1978 y estrenarla en 1979 en el Festival de Venecia. A partir de ese momento, el soberbio e inaudito engendro audiovisual fue muy pocas veces exhibido y estuvo al límite de la desaparición. Su rescate de cara al público le correspondió a la edición de la Berlinale de comienzos del año 2017.

El collage de infinitas imágenes contenidas en 26.000 cortes y el constante sampleo de 700 tracks de sonido, según los datos que ofrecen las reseñas publicitarias, convierten a sus casi tres horas en una placentera sesión de tortura sensitiva que provoca admiración, irritación, pasmo, inquietud, ansiedad, lo que sea, menos indiferencia.

Con sus raíces en el cine político de los años sesenta, “Org” pasa de sugerir y/o contar la historia futurista de un poliamor queer (basada aparentemente en un texto de Thomas Mann) a la exposición de las posturas estético-ideológicas de Jean-Luc Godard, Roberto Rossellini, Jonas Mekas, Glauber Rocha, Osvaldo Getino, Pino Solanas, Herbert Marcuse, Fidel, el Che, Mao, los propios actores, algunos ancianos tomando sol en una plaza de Roma, mezclada con la mirada de un prestidigitador de feria, cartas de tarot, largas secuencias de fundido a negro, sobreexposición al límite del blanco, repetición de escenas atómicas, insistencia en paisajes de playas y acantilados, referencias al viaje a la luna de George Meliés, indicaciones concretas al mundo de la historieta (viñetas, onomatopeyas escritas, un traje por lo menos de Batman), alcanzando por momentos ecos y tonos del cine porno y gore.

“Org” es una pesadilla no narrativa, es una provocación al espectador al que explícitamente interpela como ´traidor´ o como ´cobarde´, un panfleto virtuoso y egocéntrico que no duda en bajar línea sobre lo que debe ser hecho (Birri incrusta un par de instrucciones o decálogos) ni en dejar por minutos un plano fijo con páginas de libros cuyos párrafos destacados sugieren que el espectador tiene que ser instruido política, ideológica y estéticamente. Es una propuesta que desea incomodar y violentar a quien decide permanecer frente a la pantalla, por interés artístico, económico (en este caso, la entrada era libre) o por no tener otra cosa que hacer más que experimentar el absurdo.

La apelación a la violencia está en la base de la propuesta de la propia película. La catarata de imágenes y de sonidos chirriantes quiere efectivamente abrumar como si la maquinaria narrativa exacerbara el aluvión de miasmas perceptivos a los que sin cesar estamos expuestos y lo hace con conciencia –llamémosle- revolucionaria.

En ese contexto, allá por las dos horas de proyección, el fragmento de un texto político (escrito en italiano) comunica en primer plano que el uso revolucionario de la violencia está justificado por la necesidad de enfrentar al sistema capitalista que no es otra cosa que pura violencia. Entre los ejemplos y argumentos son mencionados los obreros oprimidos y apaleados y también se subraya la situación de la mujer en India y en América del Sur. Por todo esto -indica el texto- es necesario “legalizar la violencia”.

Legalizar la violencia política, legalizar la violencia estética, el film de Birri representa anhelos ya desvanecidos en los que, acaso, anide el incierto y cíclico futuro.

Violencia en la pantalla, en el cerebro del espectador y entre los espectadores. La función estreno del sábado 04 de agosto comenzó pasadas las 21.30 hs. con una veintena de asistentes y terminó cerca de la una de la mañana del domingo platense con no más de cinco butacas ocupadas. Poco a poco la mayor parte de la concurrencia se había deslizado hacia el gélido exterior, escapando de Birri o de sí mismos, incluyendo en esta cobarde deserción a un par de jóvenes que a carcajadas comentaron repetidas veces el sin sentido fílmico alentando el progresivo odio de algunos cincuentones que pidieron silencio cada vez más enconados hasta rozar la querella anónima. Así, y en definitiva, ningún asistente logró ponerse a salvo del error –irse, quedarse, dormitar, espiar el celular- una vez alcanzadas sus retinas por los destellos del desquiciado, revulsivo y sin par film.

En un mundo de experiencias absolutamente devaluadas, ir a guapearle la parada a la monumental “Org” es una aventura estética y política difícil de olvidar.

Escribe Roberto Lépori

Roberto Lépori [Córdoba, 1976]

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