Donde nace la risa

Cuento corto de Sebastián Trujillo ilustrado por Tano Rios Coronelli.

Mientras llovía, flotaba, encima de las cabezas, el tipo de Rock estimulándome a arrasar, con letras, piano y guitarra: aquella basura impidiendo asimilar la esencia de la vida. Estábamos en una cantina. Las pelotas de billar giraban en la mesa, rebotaban y descendían en los huecos. Descendían a causa del viento, el golpe de la esfera blanca. A causa de ademanes de fotografía y perfección emanando de los apostadores. 

Vincent ubicaba el cuerpo y la mirada en la ventana rota. Observaba con ojos de bestia desesperada a través del vidrio agujereado. El diluvio salpicaba el pavimento de la calle. La tempestad, cayendo en la superficie, resplandecía en las luces de neón proyectadas en la arquitectura contigua. Las burbujas, penetrando el interior, le humedecieron el rostro de gotas frías, de la noche. Delirando en mis espirales, distinguí, en él, semblantes coloreados con los maquillajes del bufón de la baraja. 

Agachó la mirada, se dobló en la silla y, bebiendo largo, contó haber pasado el día gris hablando de arte, mujeres, anhedonia, estupideces, cocaína y, especialmente, la jaula de un metal precioso capaz de simbolizar, aproximadamente, su estilo para boxear la senda de la existencia: 

“El estilo ermitaño”.El del Bautista”. “El del lince”. “El del hombre hundido en las profundidades del colchón”. 

Reía meditando en lo que habita al otro lado del horizonte. Se burlaba de ser Vincent. De la multitud. Una lagrima le resbaló grotescamente. Entonces pestañeó una sobriedad fugaz. Y dijo que: “Iba a crear obra de genio, la mejor versión de él”. Porque el rayo azul de un sueño le atravesó el alma. Despertó con el suelo de la habitación regado de pétalos y escombros. Al centelleo de una estrella de la madrugada.

Una de las chicas del grupo dibujó argollas de nicotina en mi cara. Harta de Vincent. Se burló de la ingenuidad, de los idiotas e hipócritas. Confesó, considerarse a sí misma: “real”, puesto que podía escuchar los sonidos del cosmos dominando su honestidad. 

Le expresé con la lengua aplastada: “Estoy ebrio”.  Me hubiera gustado besarla. Pero yacía extraviado en el infinito de la soledad. No dudé en tambalearme en la cantina, pagar y largarme sin explicar una mierda. Empapado, en el sereno fantástico, aleteé los brazos grotescamente: a modo de pájaro, de cuervo. Mi corazón, chorreando lluvia melancólica, gritó:” ¡No lo entenderían, colegas!”.

***

Rozando el amanecer, posterior a las escenas de medianoche en la cantina, Vincent estuvo ejecutando los últimos preparativos de su obra plástica. O lo que sea que hubiera sido. Una jaula emulando las utilizadas en cacerías de Leones del Atlas. En el encierro de Un artista del Hambre, de la pantera fiera de sus entrañas. Era una jaula grande, nostálgica.  

Al culminar la obra, Vincent bebió tanto vino que, si el absurdo destino le hubiera apuñalado por enésima ocasión, de la herida habría brotado manantiales tintos. Dejó notas en el piso. Comunicaban la importancia de cuidar el espíritu, la antorcha. Algunos papeles manchados de ceniza anunciaron, rebeldes, plagiarios, que: “Todo era mentira”. “Solo confío en una verdad superior a cualquiera de las verdades perecederas”. Una carta arrugada y teñida de sangre: “No encarceléis aves plateadas”. Luego vomitó en los barrotes, se sintió mejor y se tumbó en el centro de su locura, de la jaula del metal precioso.  

***

Salgo poco. Gasto mis trivialidades en bebida, cigarrillos, libros, escribir, trabajar. Tuve esposa. Levito en su ausencia, sin ofender. Al amanecer escarlata cargado de: sueños, demonios, veleros gigantes, ángeles, pequeñas bailarinas, el más allá.

Paré en el balcón. Traté de interpretar señales del Alfa y el Omega, del Genesis. Bruscas, violentas, oscuras, las señales ingresaron en mis anillos oxidados. Entre mis cejas. Transpiraron en mis yemas, las uñas. Las líneas de las palmas. Mi viejo amigo Vicent, suspirando de soledad, me llamó artista del sueño. Antes de irnos a los golpes. Previo a considerarnos amigos. Años pasados, de lunas sepias, de lunas llenas. 

Evoco a mi exmujer, sus pupilas de azul invernal. Deseo que deambule bien en el metro subterráneo de Berlín, en el puente, en las paredes de grafitis que solía mearme en la ciudad de navajas. Le deseo resistencia cuando los clavos del infierno perforan las sienes a las dos, tres, cuatro de la madrugada. 

***

Cerca de la aurora salí del balcón. Decidí visitar a Vincent. Escuchar Iggy Pop, fumar hierba, imaginar sitios de donde proviene la risa, si Cristo o Satán carcajean por sandeces, de lo burdo y jocosos que somos en calzoncillos, apretando cigarrillos con gafas polarizadas. Atrapados en las botellas de Baco. Quise destruir el mundo y su configuración. Quise conversar de chicas de cristal incrustadas en mis huesos hasta el final de este tren.

Pero al llegar, pasadas las cuatro, la escena daba la impresión de ser magia. Un truco. El tronar de los dedos de un pianista. Todo había desaparecido. Alguien explicó que en una jaula hallaron huesos, una calavera, un muerto. Velas, abundantes, todavía encendidas. 

Ese alguien insistió en las rotaciones súbitas de las pelotas de billar. De carambolas, de la tómbola, payasos, naipes. Lloré como si tuviera tres o cuatro años. Continúo, insistiendo, hurgando en la verdad. Con una sombra espantosa formándose detrás de él. Expuso opiniones sobre un disco, una rueda de circo. Del día y la noche. 

Era vagabundo. A tientas agarraba un árbol de hojas purpuras. El amanecer estriaba el firmamento.  Sentí hallarme en terrenos baldíos, extinguiéndome como cosa minúscula, el olvido, el artista de la jaula. Pensé en relojes, en las dos, tres o cuatro de la madrugada. Vibré de miedo. Temblé analizando mis mentiras, los personajes que he sido. Temblé de muerte. Regresé por el bulevar, fingiendo, porque soy mal perdedor: migajas de orgullo al caminar. Desaparecí yendo al sur. Pisando charcos. Encorvado y apestoso. Vivo y muerto un día más.

Escribe Sebastian Trujillo

Sebastián Trujillo. Periodista nacido en el Caribe colombiano. 27 años. Ha escrito para la Revista Cinosargo, Chile. Revista Desbandada, Alemania. Revista Monolito, México. Revista Elipsis, Colombia.

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