El fantasma verde 3

Un flaco fumeta, vecino de Villa Urquiza cultiva unas plantitas en la terraza del PH (al fondo, claro). Tiene una vecina con vocación de madraza que cada tanto sube a charlar y tomar unos mates. Un buen día se mezclan unas flores del flaco con la manteca de Doña Lola y de pronto, el barrio entero enloquece y quiere probar los bizcochos que empiezan a vender con la marca «Todo Hecho Casero». Y… un fantasma se larga a recorrer el barrio: El fantasma verde, un policial negro y divertido. Colofón entrega los capítulos 5 y 6 para que le des una calada (a la novela, claro). Escribe Orlando Espósito e ilustra de José Bejarano – Los capítulos anteriores en este link.

Capítulo 5

Con probar no se pierde nada, dijo Lena mientras desayunábamos. Le había pedido que no tocáramos el tema durante la cena la noche anterior pero no aguantaba más. Se salía de la vaina.

No es fácil conseguir un buen trabajo y con esto podemos ganar buen dinero. Lena, es delito. Delito es robar. No me vengas con que hacer unas galletas es delito. Lena, Doña Tota está del tomate, totalmente alucinada ¿no te das cuenta de que se la pasa comiendo THC?

Vos sabés que no le hace mal a nadie… Sí. Yo lo sé, vos lo sabés, todos lo saben, pero los rati no. Hoy la Tota le dio a Don Enzo, el viejo del “A” y me la crucé a la Piru que andaba pedaleando en el aire. Hasta al perro le dieron. Están locas… Una cosa es si los salimos a vender pero si la gente viene a comprar a casa es distinto. ¿Distinto? Lena, ¿no hay forma de parar esta locura?

Y no. Lo sabía. ¿Qué podíamos hacer? Me tuvo ahí toda la mañana, después durante el almuerzo y siguió en la sobremesa. Hecha una seda, sí, pero de roca. Yo iba cediendo, claro, tengo el sí medio salido del bolsillo. Hablaba tranquila, en voz baja, seductora, me tomaba la mano y rozaba mi pierna con las uñas. Me trabajó finito.

Vení, dijo una vez que supo que me tenía muerto, vamos a hablar con Doña Tota. Colita nos esperaba echado. En cuanto abrimos se largó a hacer cabriolas. Yo sabía que entrar en la casa de la vecina era entregar el rosquete pero ¿qué remedio?

¡Hola chicos! Llegan justo para el mate. ¿Qué dice mi pechocho? Eso fue para el Colita que entró como bala y empezó a ladrarle a la fuente ubicada sobre la mesada. ¡Medio! ¿Eh?  ¡Medio y basta! ¿Entendiste? Con tal de ligar un bizcocho, el Colita podía entender aunque le hablaran en chino.

Nos sentamos. Mirá, dice dirigiéndose a mí, estos son unos triangulitos con canela y nuez. Probá a ver si me salieron bien. ¿Qué pasa? ¿No los vas a probar? Nena, dale un mate a ver si se le abre el apetito a este muchacho.

Estaban ricos de verdad. Me di cuenta de que la pasta tenía mucha manteca. Se deshacían en mi boca. ¡Vamos nene, dejate de joder con tanto remilgo! Hagamos una prueba ¿sí? Con esta ya tengo cinco recetas distintas. Tota, si te pasás de rosca a alguien le pueden caer mal. Tené cuidado. ¿Te gustan? ¡Son una bomba!

Al rato llegó la Piru y se zampó dos como para tomarle el gustito. La verdad, yo no sabía cómo pararla. Fui hasta la pileta como si quisiera tomar agua. A sus espaldas, le hice señas a Tota para que sacara la fuente. Aliviado, oí que decía que le iba a agregar un poco de canela y la quitó de la mesa mientras Lena –prendiéndose en la jugada- le daba charla y mates a la Piru para ganar tiempo hasta que le hicieran efecto los que ya se había mandado.

Al rato el Colita cayó y empezó a bambolearse sobre el lomo. Si antes entendía el chino en ese momento era capaz de hablarlo. La Piru reía a lo loco. Golpearon.

Cuando abrí quedé tieso. Era Don Enzo. Cagamos, pensé, en cuanto vea el pedo que tiene el Colita se arma. Pero me equivoqué. Aquella fue una época de muchas equivocaciones.

Entró y saludó muy sonriente, como quien llega con ganas de quedarse. Doña Tota señaló una silla, Lena le dio un beso y la Piru dijo: ¡Enzo, querido Enzo! ¿Cómo andás? El tano la miró medio sorprendido por tanta demostración de confianza y alegría, pero no vaciló en tomar asiento. ¡Hace como medio día que no nos vemos Enzo, ja, ja!

¿Gusta un mate don? Bueno… no puedo decir que no. Tantos años vecinos y nunca tomamos mate juntos. ¡Qué viejo cabrón este Enzo! ¡Ja, ja, ja! No se enoje, Don Enzo, está de chacota la Pirucha.

¡Qué rico olor! ¿Estuvo haciendo tortitas? Si ¿quiere probar? Y… bueno, una solita. Sírvase a gusto. Dame una Tota, salta la Piru. Piru, te va a hacer mal ¿y la diabetes? ¡A la mierda con la diabetis! Doña Tota, están muy buenas, muy buenas. Coma, coma, don Enzo. Están recién hechitas.

El Colita se paró y sacudió la cabeza presa de un pedo descomunal. Debía soñar que orbitaba alrededor de Ganímedes. La Piru trató de agarrarlo, se cayó y arrancó con un ataque de risa. Otra rumbo a Saturno. A mí ya no me importaba un jocara. Lena sonreía en estado de trance. La única que parecía entera era Tota que al escuchar que llamaban fue a atender la puerta.

Era Juana, la paraguaya del “B”. ¡Hola! Pasá Juana. ¿Molesto? ¡Para nada, pasá, pasá! Vení que quiero que pruebes mis polvorones de canela. ¿Come stay, Cuanita, bene? Bien Don Enzo ¿y usted? ¿Un mate Juana? Bene, bene, abbastanza bene. ¡Ja, ja, ja! ¡Por fin lo veo contento don Enzo! ¡Enzo, viejo cabrón, te hiciste amigo después de todo! ¡Qué sabroso, Doña Tota, te pasaste, che! Decime, ¿en qué me habla este viejo?

Se había iniciado la cuenta regresiva. Todavía estaba en mis cabales como para ver que la dueña de casa se deshacía en atenciones con el gringo. Y el gringo ¡quién diría! se hacía el langa con ella. Esto, cuando la Piru le daba un respiro. Pero mi nave partió.

Desde la nube alcancé a ver que se vaciaba la fuente y sentí que descendía la paz sobre mí. Flotaba en un prado de alfalfa florecida, el aire entraba a chorros hasta mis pulmones y tenía ganas de reír. Tal vez estuviera riendo como los que me rodeaban. Lo único molesto era una luz azul de neón que daba vueltas en algún lugar.

Capítulo 6

Cuando logré desenroscarme del lío de sábanas fui hasta la cocina en busca de agua. Lena había salido. Tanto mejor. Ese era un buen día para dar el primer paso de mi oficio de escritor. La casa en silencio y el sol que se filtraba por encima del muro medianero creaban un clima propicio.

El desayuno para mí siempre fue un proceso de calentamiento de turbinas. Una forma de entrar en régimen saliendo de a poco del mundo de los sueños e ir preparando el paladar para saborear el gusto a mierda de la realidad.

Me picaba el cuero cabelludo. Le pegué una olfateada a los sobacos y fui corriendo a darme una ducha. Mientras llegaba al baño sentí la llamada de las tripas. Ocupé mi sitial en el trono y disfruté de un garco de esos que limpian la mente y el alma por su consistencia ideal.   

Impoluto por dentro y por fuera, peinado, perfumado y con ropa reluciente me dirigí a la piecita donde iba a arrancar con mi obra. El escritorio estaba vacío. Un cuadradito sin capa de polvo mostraba el lugar que había ocupado la notebook enmarcando la nota dejada por Lena: “Estoy al lado”.

Pasá, nene, estamos trabajando, dijo Doña Tota. Lena trabajaba con la computadora. ¿Qué estará haciendo? ¿Querés unos mates? No, gracias, Tota. Apliqué un beso sobre la mejilla de mi compañera y aproveché para pispear la pantalla. ¿Qué hacés, cielito? Demoró un instante en contestar mientras daba un Entrar.

Pensamos que teníamos que hacer un cálculo exacto de los costos. Pensé: Pensamos, pensamos. ¿Quiénes pensamos? ¿Ella y Tota? Pregunté: ¿Y para qué están haciendo eso? Bueno, si vamos a empezar a vender tenemos que saber cuánto nos cuestan ¿no?

El tono que usó fue el apropiado para la Presidente de Todo Hecho Casero S.A. Comprendí que estábamos entrando en la era industrial. Planificación y desarrollo. Carraspeé como sabía hacer el Capo. ¡Humm…! Primero tendríamos que arreglar algunas cosas. Esos con canela y nuez eran terribles petardos. Demasiada manteca.

Pero estaban re buenos, dijo Lena. Sí, pero hay que bajar la cantidad de THC. Si alguien se llega a mandar una media docena de esos, queda colgado de la palmera hasta que se muera. ¡Ay, nene! ¡Qué exagerado que sos! Tota, eran una bomba. Bien que se los comieron todos. Y menos mal que se terminaron, agregué.

Mirá, amor, te la pasás poniendo palos en la rueda. Si no querés, abrite. Pero no vengas a bardear. No estoy bardeando. Hagamos las cosas bien. Hay que estirar lo que tenemos hasta la próxima cosecha. Si los cargamos mucho no va a alcanzar.

Eso es precisamente lo que estamos calculando, dijo la Presidente. Me parece, no vayan a tomar a mal lo que digo, que lo primero sería definir la cantidad de flores que vamos a poner en un pan de manteca. Después ver cuántos panes podemos hacer y cuántos bizcochos salen por cada uno.

¡Ahora estoy haciendo churros! dijo Doña Tota, que no parecía muy entusiasmada con los cálculos. Tota, dije, todo lo que vos hacés es riquísimo. De eso no hay duda. Pero tenemos que empezar por poner lo mínimo posible. Que no resulte que le cae mal a alguien y nos metamos en un quilombo. Y ¿a quién le puede caer mal la plantita, nene? A mí se me fueron los dolores y eso que tengo reuma desde hace muchos años.

Don Enzo anduvo diciendo que ya no le duelen las cervicales, apuntó Lena. Y la Piru dijo que va mejor de cuerpo, agregó Doña Tota. Conté hasta cuarenta y siete, inspiré hondo y traté de pensar un argumento que sonara consistente.

Que yo sepa, mandé, ninguno de nosotros es médico. ¿Y si se nos muere alguno camino a Marte? ¿Marte? ¿Qué decís, nene? Tota es un decir. Mirá si se nos muere uno al que le cae mal porque se come diez bizcochos.

Pongamos una etiqueta que diga que no se coman más de dos por día. ¡Claro! Pongamos eso: No consumir más de dos por día porque contienen marihuana. Lena, por favor, pensá un poco. De pronto comprendí. Salté: Díganme ¿comieron algún bizcocho hoy?

 Es cierto que en el silencio, a veces, se encuentran respuestas que las palabras esconden.

Escribe Orlando Espósito

Orlando Espósito nació en Banfield, provincia de Buenos Aires, en 1946. Es padre de cuatro hijos. Fue fotógrafo, librero, distribuidor de maquinaria para la industria gráfica y gerente comercial en empresas de desarrollo de software desde que esta industria dio los primeros pasos. Durante años se ocupó de la explotación de una granja ganadera situada cerca de Fuerte San Javier, en la Patagonia Norte. Viajero, apasionado por las letras desde su adolescencia, hoy vive en Buenos Aires y se dedica de lleno a escribir.

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La última sesión.

El relato La última sesión de Gustavo Abrevaya (libro MM de Ediciones Vencejo, España) sobrevuela la última sesión de fotos de la diva máxima de Hollywood, Marilyn Monroe, un llamado sin respuesta, el amor de un fotógrafo, una sesión que poco a poco se transforma en un crudo retrato forense. Ilustra José Bejarano.

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