El mundo en una metáfora

Reseña del poemario Altar de Luz y Luna de Antonio Agudelo (Editorial Iruya, Córdoba, España, 2021) por Janeth Lanceros. Ilustración de Mariano Lucano.

Fue hace mucho tiempo que el poeta francés Jean Cocteau escribió que <<la poesía es indispensable>>, solo para agregar <<pero me gustaría saber para qué>>. Desde entonces muchos poetas han repetido la pregunta, intentando conseguir una respuesta que satisfaga sus aproximaciones al fenómeno poético y al de su necesidad. Antonio Gamoneda, por ejemplo, ha dicho al respecto que: <<la poesía no proporciona ningún servicio práctico, incluso no proporciona nada que pueda modificar la realidad social, ni siquiera la individual. La poesía, esto sí, intensifica la conciencia. Y esta es quizá su única utilidad>> y más recientemente, Federico Arriero Ruiz señaló en el prólogo de Altar de Luz y Luna, que para el poeta español Antonio Agudelo, <<la poesía es una metáfora que contiene el mundo>>.

Este nuevo libro de Agudelo se detiene en la premisa de la poesía como necesidad y como lenguaje de cambio. Sus casi 300 páginas respiran una multitud de imágenes que prometen el cambio social y la reivindicación de los derechos humanos como un patrimonio de todos los pueblos de la tierra. La indagación por la belleza es una constante que también apela a la existencia y a la vida. Por eso la obra se pretende una galería de pinturas y óleos, de canciones y salmos, de biografías poéticas y espionaje metafísico. En resumidas cuentas, Altar de Luz y Luna, publicado por la editorial artesanal Iruya, estudia el motivo de estar en el mundo a partir de un examen de la belleza. 

La obra está dividida en cuatro espacios, como cuartos en una casa, en los que viven las ideas y los pensamientos del poeta en relación con su presente. La pandemia del covid-19 aparece ahí como un espectro al que le hace frente la razón y la devoción por la humanidad, del mismo modo que el amor; personificado en un torrente de sutiles espejos psicológicos de la mente del poeta, aparece glorificado y expuesto a la luz de una luna esencial que es el lenguaje. Ningún lector podrá estar indiferente a los personajes que van apareciendo de página en página. Kafka, Joyce, Byron, Keats, San Juan de la Cruz, todos están laborando en los versos de Agudelo a favor de la claridad y de la música. Por eso resuena su palabra como un eco: porque es un eco de la poesía.

El lector podrá encontrar en esta obra toda la cálida humanidad que transpira la vocación de un poeta que se ha venido haciendo con los años en el fragor de la palabra. Son muchos los aspectos poco convencionales de la poesía que canta en Altar de Luz y Luna como la interpretación de los sueños y las vivencias a partir de las sensaciones de su autor. Por momentos se agolpa a la ventana de su imaginación para ver el ruiseñor de Keats o las calles de su España personal, mientras que otras ocasiones, se satisface al resguardarse en sus confesiones acerca de la luz, el color y la sombra.

Antonio Agudelo es un poeta marcado de su generación. Su obra, aunque independiente, ejemplifica los recursos que algunos grandes exponentes de la poesía actual, como Juan Carlos Mestre o Salvador Negro, utilizan en sus composiciones literarias. Altar de Luz y Luna recorre un amplísimo camino entre la luz de la noche y la soledad del día para regalarnos una sabiduría vital, una que nunca elude la felicidad sino que la convierte en futuro para sus lectores. 

El libro concluye con una de las más bellas y acertadas reflexiones sobre la escritura poética y sus potencias: hablo del epílogo del maestro Arturo Hernández González, que recopila con gran sensualidad todos los mecanismos de la escritura de Agudelo. A la par de otros grandes exponentes del ensayo poético como Francisco Yvars o Dámaso Alonso, Hernández se involucra en la lectura del poemario a nivel sentimental. Nos convence no solo de leer el libro sino de perseguir cada palabra hasta el instante de su nacimiento para sentir su significado y su relación con el mapa mental que es Altar de Luz y Luna. En un buen lugar de su epílogo, Hernández no falla al decirnos que: << [Agudelo] gana para sí la luz de la esperanza, mientras la inaugura en el lector, para demoler la soledad que el aislamiento y la muerte han agravado para nuestra condición>> y que <<lo que Agudelo intenta señalarlos es la acritud del momento presente y la felicidad futura que tenemos pendiente>>.

Escribe Janeth Lanceros

Licenciada en filología hispánica de la Universidad de Zaragoza (España). Amante de la literatura y la pintura femenina de los Siglos XVII y XVIII. Algunas de sus artículos y reseñas literarias han aparecido en portales web de España y Sur América.

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