Sobre Flann O´Brien (seudónimo de Brian O´Nolan), escritor irlandés de principios de siglo XX, y su novela El tercer policía.
Existe una figura en el campo de lo académico llamada de Selby, un excéntrico que ha planteado cuestionamientos esenciales sobre cada una de las ramas de la investigación científica. Este hombre de ciencia ha abordado interrogantes tan fantásticos y tan teoricamente posibles, que él, como hombre en cuestión, ni siquiera existe. O, mejor dicho, su existencia ha sido marginada al campo de la hipótesis. Existe por fuera de la experiencia, introducido y referenciado en el libro El tercer policía de Flann O´Brien. Lo importante de los cuestionamientos de de Selby es que han logrado aportarle el bagaje teórico a un hombre sin nombre para que investigue todas las formas de su arbitraria realidad y pueda, al menos por momentos, comprender algo de lo que le toca vivir. Lo que no es poco para un hombre de ciencias, aunque éste sea ficticio.
El nombre del autor del libro es Flann O’ Brien, seudónimo de Brian O’Nolan. Un irlandés de principio de siglo, de quien Joyce alguna vez dijo «Un escritor auténtico, dotado de un verdadero espíritu cómico». Cuando pienso en Irlanda, sólo puedo remitirme a Joyce pero porque hay tanto que remite a él. Leemos El tercer policía y en las primeras páginas nos encontramos con la figura de Parnell, un hombre fundamental para comprender la política nacional de Irlanda a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, entonces nos encontramos con que en la casa del protagonista del libro como en la casa de Joyce se discutía sobre este político, por otro lado, también se cantaban antiguas canciones. ¿Estaremos hablando de la misma persona? No. Estamos hablando de alguien, todavía no sabemos de quién. Definitivamente no estamos hablando de Joyce. Quizás en las ganas de encarar la mente como objeto de juego, el bueno de Brian haya terminado siendo más joyceano que Joyce. ¿El bueno de Brian dije? Quise decir el bueno de Flann. Respetemosle las ganas de ser quien no es al fenecido, usemos su seudónimo y quizás nos encontremos a quien pudo llegar a haber sido.
Segunda ilusión óptica (la primera fue el seudónimo) lo que se cuenta, la historia que se cuenta, no tiene nada que ver con lo que pensamos que se cuenta. Puede que por el título le entremos a este libro como si fuera un policial y la violenta escena inicial nos arrime al género. Se huele mentira y sospecha. Fragancias que describen un conflicto con lo real: Aparece, en cursiva, la voz de la conciencia del protagonista, una conciencia llamada Joe.
Joe comenta la vida del protagonista tratando de darle una mano, marcándole cosas, incluso discutiendo con él. Tiene la voz de un compañero y el carácter susceptible de alguien que, por convivir, está un poco harto de la imaginación del escritor. ¿Escribe el protagonista? Asumimos que si. ¿Es auto-consciente? No del todo, para eso tiene a Joe.
Los caminos de una lógica inexorable pueden no ser racionales. Mejor aún, la medida de la razón está dada por una racionalidad, si racionamos la totalidad de las cosas, si las separamos de un contexto, si las enajenamos del entramado social, nos encontramos con una narrativa que nos conduce por sus propios caminos, su propia razón de ser y su propia forma de escuchar lo imposible también. Si tratás de escuchar y no oís nada, un personaje puede contestar:
-Eso no me sorprende intuitivamente (…) porque es una patente indígena mía. Las vibraciones de las auténticas notas son tan altas en sus delicadas frecuencias que el oído humano no puede apreciarlas. Solo yo poseo el secreto del instrumento y su intimidad, solo yo tengo el don confidencial para circunscribirlo. ¿Qué opina ahora al respecto?
Si de un punto a otro se traza una línea recta y subdividimos ese recorrido en cuantas partes sea posible, en algún momento vamos a pasar de tener una recta dividida en cuatro partes a tener una recta dividida en ochenta, a una recta dividida en infinitas partes y al tratar de recorrer todos esos puntos llegaremos a la conclusión que el recorrido es imposible porque debemos recorrer infinitos tramos. Algo así expone La dicotomía de Zenon. (Perdón quien sepa del tema)
Esta idea matemática llevada a la literatura puede sonar delirante y aún así obedece a una racionalidad extrema. Tan extrema que es imposible. Solo la mente puede comprender estas distancias, aprender estas abstracciones, buscar la forma de estos dibujos inasibles. La literatura trabaja en la mente, se repantiga en los espacios imposibles y logra, de vez en cuando, voces concretas que parecen más humanas, bellas y entendibles que lo empírico que nos toca vivir.
De todas las ideas imposibles que se gestionan a través de una burocracia hiperbólica, la comisaría como espacio de reflexiones sobre las mutaciones fetichistas de la que es objeto el barrio, trabaja con un par de asociaciones llamativas en lo que se refiere al sentido de la ley. La preocupación más grande de los oficiales está vinculada con las bicicletas y sus respectivas propiedades. Adjudican a cada individualidad una bicicleta y se dedican a la investigación concienzuda de los robos de bicicleta. Las teorías involucradas incluyen una muy curiosa de redistribución de átomos: Cuando el hombre se vuelve bicicleta. A partir de allí, nuestro protagonista y Joe, la voz que lo conduce, trataran de recuperar un par de objetos perdidos en la trama que parecía salida de un policial negro con la que comienza la novela.
Esta forma de ingresar a otro mundo a partir de las reglas claras de un género sirven para comprender qué es lo que es lo que el protagonista busca y seguir buscándolo a pesar de todas las malformaciones, de todas las distorsiones espacio-temporales. Mientras la búsqueda persiste, entramos en cada razonamiento, víctimas de la curiosidad que despierta una imaginación ilimitada.