Ilustración: Cindel García

El Testamento

Compartimos un cuento de época escrito por Marta Ledri e ilustrado por Cindel García.

Lo primero que vio la peonada fue un fino tobillo que asomaba entre los encajes del vestido. El sombrero con largas plumas maravilló a las sirvientas que alguna vez lo habían visto en los figurines de moda de la antigua ama.

El patrón joven se había casado en Buenos Aires y ahora, después de un largo viaje por Europa, regresaba a la estancia para hacerse cargo del establecimiento.

Afable, les presentó a su esposa  mientras reconocía a viejos trabajadores de manos ásperas e interrogaba a los nuevos que se habían incorporado a la estancia mientras él se dedicaba a frecuentar la alta sociedad capitalina. Allí había conocido a Laura de Montesinos. La belleza, los modales controlados por las buenas costumbres y su apellido ligado a las familias patricias más antiguas lo decidieron a abandonar su vida de dandy. Sus padres habían muerto y él confiaba en su administrador que con honestidad lo mantenía al tanto de las ganancias y le giraba el dinero que le permitía demostrar, no sin ufanía, su sólida posición de terrateniente.

― El amito se casó. Pronto tendremos una patrona que viene de los buenos aires.

Se ventiló el salón, se lustraron los bronces, se sacudieron las alfombras y se buscó en el pueblo más cercano, un afinador de piano.

Laura  de Montesinos resultó una revelación inesperada para Manuel de Urquiaga. Durante la travesía a París, en el viaje de bodas, pocas veces salieron del camarote nupcial. La joven quiso fingir un pudor de doncella pero la indómita sangre sujeta por las beatas de la oligarquía se desbocó en una pasión que dejaba satisfecho y exhausto al esposo.

En poco tiempo habría un heredero en camino. La pasión no alcanzó. Los meses pasaron y en cada entrega estaba la esperanza. París fue convirtiéndose en una desilusión. Laura consultó a un especialista que comprobó que su útero no se había desarrollado. No podría ser madre. Solo ella conocía el diagnóstico cruel que le borró la sonrisa y fue entonces que le pidió a Manuel, regresar. La estancia sería la reclusión de su fracaso y su territorio para la amargura que se iba adueñando de su cortesía innata.

Los trabajadores, desde el preciso momento en que la vieron bajar del coche, la rechazaron. Intuyeron que la amita nueva no los trataría con la bonachona familiaridad con que lo había hecho la madre del señorito. Que Dios la tenga en la gloria. Linda época esa pensaba Donatella que había crecido con el niño Manuel y a la siesta, sin distinción de roles, habían apedreado lagartos, trepado árboles y disparado la honda contra un camoatí que explotó en negros aguijones y concluyó con dos chiquilines con las caras deformadas por la inflamación.

Donatella era la empleada más antigua aunque no la más vieja. Nacida en la estancia  fue la que asistió en la muerte a sus amos. Existía entre Manuel y ella cierta complicidad de infancia compartida.

Laura sentía rechazo por los hijos de los peones. Le desagradaban sus uñas sucias, los mocos secos y la rudeza de sus movimientos. Había dado la orden de que durante la siesta se los encerrara. No soportaba la algarabía. El fuego de sábanas se enfrió. La correspondencia que mantenía con sus familiares se espació y luego fue el reclutamiento. A veces, Manuel entraba al salón y la descubría absorta en una puesta de sol. El rictus reflejaba una frustración ¿o será la nostalgia de los salones de Buenos Aires? Sentados cada uno en las cabeceras de la mesa, apenas cruzaban palabra.

“La Donatella está preñada y se niega a dar el nombre del padre” El rumor de la cocina  y de los galpones llegó al salón. “La señora Laura está encinta”. Dos preñeces. Una, entre latones y ropa puesta a blanquear sobre una chapa; otra, entre mantas bordadas y candelabros de plata. Dos preñeces. Pronto habría dos llantos…

La Donatella sintió los primeros dolores mientras llevaba el tacho de leche recién ordeñada hasta la cocina. La señora Laura cuando vio que Juana entraba al aposento con la bandeja del desayuno lo supo y pocos minutos después se retorció de dolor mientras hacía un cuenco con las manos abrazándose el vientre.

La comadrona vino tan pronto pudo.  Se quedó sola con la Donatella, le dio un brebaje para adormecerla.  A algunos les pareció escuchar un llanto y prontamente el silencio. La mujer salió con un envoltorio ensangrentado y negó con la cabeza. “Tengo que mostrárselo al Señor, él sabrá qué hacer”.

En el cuarto principal, la señora Laura paría sin contratiempo, una niña saludable.

“Al angelito de la Donatella lo llevó el señor al Panteón de su familia”. La señora Laura no cambió su humor después del parto. La falta de leche la proporcionó Donatella que rebosaba generosamente y sentía endurecerse las mamas si no le traían a la hija del patrón.

La criatura creció en la cocina donde Donatella le contaba sobre la luz mala, la aparición de los crotos y de que tenía un angelito en el cielo.

Manuela nunca se apegó a Laura. Sentía devoción por su padre que la llevaba a caballo y le mostraba la cañada donde los pájaros hacían remolinos para beber. Otras, llegaban hasta el pueblo y siempre traía un par de zapatos nuevos y libros para colorear.

Donatella, murió de unas fiebres. Cayó entre las ollas. La sepultaron entre cardales. Laura le exigió a su hija que le sirviera el desayuno, que le mantuviera el guardarropas arreglado y pusiera alcanfor después de cada cambio de estación. No experimentó ningún sentimiento cuando la vio llorar por su ama de leche.

La casa se fue deteriorando. Los metales perdieron el brillo, las alfombras se cubrieron de polvo y los vidrios que dejaban entrar la llanura se opacaron de tierra y lluvia. Manuel miraba a Laura con rencor. Cuando quiso intervenir en favor de su hija fue como si encendiera una mecha a una dinamita de ira. Ese mismo día llamó a su abogado.

Manuela se fue marchitando en una soledad de puestas de sol que llenaban de luz sanguinolenta el rincón donde se mecía. Su padre la miraba con una pena sin palabras. Tres personas y un silencio tangible. Los alambrados empezaron a caerse y las puntillas almidonadas se apolillaron.

Lo trajeron los peones. La apoplejía lo había tumbado entre el maizal. Manuela no se movió de su lado y fue la que le cerró los ojos. Laura, apoyada en la puerta miraba desde su orgullo de sobreviviente.

Tres días después apareció el letrado con su traje marrón. Dio las condolencias y abrió su cartera de cuero plegado por el uso. El testamento de Manuel estaba fechado cinco años atrás y no había modificaciones. Laura desconocía su existencia.

“Lego todos mis bienes, a Manuela Urquiaga, hija de Donatella Marín y de quien declara, Manuel de Urquiaga que se encuentra dueño de todas sus facultades  mentales.

Deseo reparar el daño que le hicimos a la difunta al apropiarnos de su hija. Fue mi amante desde que llegué como dueño a la estancia y la mujer que amé en silencio desde mi infancia. A la Sra. de Montesinos le asigno una mensualidad con la que podrá mantenerse en su ciudad de origen. Supe de su problema congénito en París pero su falta de confianza en un matrimonio que recién comenzaba me inclinó a buscar consuelo en el cuartito de Donatella donde con el tiempo descubrí que la amaba. Nunca se lo dije”

Con sus finos tobillos, Laura escapó del salón. La oscuridad de la pampa la amparaba. La encontraron en el cañadón con los ojos comidos por los pájaros y su delgado tobillo salpicado de barro.

 

Escribe Marta Ledri

Marta Ledri. Nacida en Guleguaychú. Lic. en Letras por la USAL. Se desempeñó como docente en los niveles secunadrio, terciario y universitario (UADER). Colabora con reseñas literarias en Revista OZ ( Argentina) y en El coloquio de los perros (Cartagena, Colombia). Su poesía ha sido premiada en numerosas ocasiones y se encuentra dispersa en antologías. Fue actriz, directora y dramaturga del elenco Ordo Vagorum del Profesorado de Letras del Instituto Sedes Sapientiae. Entrevistó a Jorge Luis Borges en marzo de 1985. Actualmente lleva un ciclo de charlas literarias en la Sociedad española de Gualeguaychú. Publicó dos novelas: Jardines para dos almas (2017) de la cual se realizaron 5 reimpresiones y Agus ( novela juvenil) 2018. Libro de lectura obligatorio en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). Realiza talleres de escritura con Ana Guillot y en su ciudad con la Prof. Susana Lizzi. Es hija, esposa y madre

Para continuar...

El fantasma verde 5

Todos contentos: Lena la llamaba «le pâtisserie», el Flaco «la confi» y los ministros de la iglesia mormona «the bakery», la cuestión era que el barrio entero desfilaba para comprar los productos que salían del horno de Doña Tota

2 Comentarios

  1. El testamento tiene cierta justicia poética, aunque, es cierto que Laura entró en una trampa el día en que se casó. Toda una novela en pocos párrafos. Agradezco por el momento de disfrute al leer esta historia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *