Lectura de El estereoscopio de los solitarios de J. Rodolfo Wilcock, ilustración de Mariano Lucano.
Juan Rodolfo Wilcock (W) nació en Buenos Aires el 17 de abril de 1919. A partir de 1957 se estableció en Italia y renunció a escribir en español. Entre sus obras más importantes se destacan: La sinagoga de los iconoclastas, (1972), El templo etrusco (1973), El caos (1974) y El libro de los monstruos (1978). Además de escritor fue un excelso traductor, por ejemplo tradujo obras al italiano de Samuel Beckett (1906-1990), Jean Genet (1910-1986), Gustave Flaubert (1821-1880), Jorge Luis Borges (1899-1986) y James Joyce (1882-1941).
La Bestia Equilátera en 2016 elaboró una nueva y llamativa reedición sobre, El Estereoscopio de los solitarios, publicado inicialmente en 1972 y presentado por el autor como una novela con setenta personajes principales que no se encuentran jamás.
El prólogo estuvo a cargo del escritor, ensayista, profesor y crítico literario, Luis Chitarroni, que para esta reseña, fiel a su esencia novelesca y lúdica respondió con una epístola pícara para opinar sobre los minicuentos de W.
La peripecia de los anacoretas
Chitarroni indica que Wilcock (W) en los relatos de El estereoscopio de los solitarios utilizó a la insinuación como argucia, influenciado por la ficción borgeana. Los personajes nunca se encuentran, parece un sabotaje al lector o un laberinto instalado. W propone una trampa con designio para que estas historias puedan ser tomadas tanto como cuentos breves como por novela fragmentada.
Además de denominar a W como un narrador fragmentario, según el editor de La Bestia Equilátera, el escritor ítalo argentino también utilizó en sus relatos una especie de máscara como artificio para proyectar una trama con transformaciones fugaces y con altos cambios de ritmo. Los figurantes de esta compilación de cuentos se caracterizan por circular al mismo tiempo entre el ayer y el hoy, su existencia está hecha por la antítesis porque tienden a las dos caras, por el impacto a la consecuencia, por la cruza del realismo con lo fantástico, por la aventura, por la sátira y por el humor.
Por ejemplo: en el cuento Los Carunzi, W inventa ángeles que son inmortales como el tiempo pero que no contribuyen en el presente sino con el pasado, estos seres alados, tal vez, sean una especie de metáfora de la nostalgia: su prestigio solo sirve para el tiempo ya remoto y como los hombres se ocupan ante todo del presente y del porvenir, dejan a los Carunzi la tarea de retocar, y a veces de destruir, el pasado inútil.
la idea de nostalgia reflexiva, contrapuesta a la nostalgia más tradicional, en el sentido de que mediante la primera el sujeto que reflexiona mira atrás y saca conclusiones, entiende mejor su situación presente; mientras que la nostalgia tradicional no es más que un lamento, una emoción irrecuperable que no volverá a repetirse”
La metáfora de la niñez como recurso literario: de la cuentística decimonónica a la narrativa del siglo XX, de Carmen Pérez Muñoz
Los Carunzi que han sido inventados para retocar o destruir el pasado, según su creador, viven volando por todas partes y su hogar se localiza en los altos picos del Himalaya, flotando en soledad, sólo aparecen cuando son llamados por un grito, ahí es cuando vuelan rápidamente para robar memorias, recuerdos y archivos. Algunos de ellos caben en el concepto de la nostalgia tradicional que propone Peréz Muñoz, aniquilan emociones, destruyen añoranzas y registros terrestres. Pero su inventor también indica que esta especie eterna a veces intenta restaurar al pasado. Ahí encaja en la categoría de la nostalgia reflexiva, esa que analiza y agarra lo mejor del ayer.
Para Chitarroni, los personajes de El estereoscopio de los solitarios forman una asimetría binocular a través de la soledad y la nostalgia. La ambigüedad y la poesía construyen golpes de efecto memorables como lo demuestra el cuento: Los Espejos.
W inventa un personaje (Lorbio) que sufre de lepra y que está internado en un hospital y obligado a guardar reposo; ante esa situación él solicita que en su recamara se coloquen dos espejos encontrados, la intención del enfermo es dividir su ser en dos partes para poder soportar la soledad y el desamparo. A la parte diestra la denomina Derechito y a la otra Izquierdito, ambas dialogan y cuentan anécdotas, así él toma la posición de un observador que atisba, al mismo tiempo, dos cosmos diferentes. W en este relato juega con esa representación de dos en uno, su personaje se despliega y se multiplica:
“Cuando Lorbio se incorpora para mostrar a Izquierdito la nueva novelita de Tarzán que le trajo su prima, y la extiende para compararla con la que poco antes su amigo también recibió el regalo de su prima, Derechito se incorpora discretamente y dándoles la espalda a los dos muestra también su novelita de Tarzán al otro vecino de su cama. Y no es el único, porque en la vasta sala, hasta donde se pierde la vista todos los enfermos se incorporaron de la cama al mismo tiempo para comparar sus novelitas de Tarzán”.
Los Espejos.(Pág:29)
La cruza entre el realismo y lo fantástico es otra peculiaridad de estos minicuentos del escritor ítalo-argentino. En Las valquirias, W humaniza a estas entidades de la mitología nórdica, o mejor dicho, las transforma en bestias domesticadas que mantienen una relación estrecha con un relojero llamado Baruch, que podría también ser visto por el narrador como una metáfora del tiempo y ellas como criaturas que representan el mito que se encuentra atrapado dentro de él y que sale de vez en cuando a través de los relatos, en el desarrollo de la trama, ellas salen para visitar a su amigo que siempre les tiene alguna migaja de existencia:
“Sea como fuere, las valquirias no parecen tener demasiadas ocupaciones, además de visitar a los amigos. Son siete, todas solteras, y solo comen pan, incluso pan rancio. Por eso Baruch, cuando las oye llegar, toma la bolsa del pan viejo y se la echa al hombro”.
Las Valquirias.(Pág:37)
En esta compilación de cuentos se mezcla el realismo con lo fantástico, dos vertientes que siempre estuvieron presente en el canon literario argentino. La primera precedida por Roberto Arlt (1900-1942) una literatura de denuncia basada en la situación política del país del sur y la otra que además del cuidado formidable del lenguaje su preocupación recae en el misterio, en la imaginación, los abanderados de esa corriente fueron: Macedonio Fernández y Jorge Luis Borges.
W que fue contemporáneo de ambos, pero tuvo mayor influencia de Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, en ese círculo Wilcock comenzó a crear su legado. El grupo Sur le sirvió además para interesarse por los consagrados: Shakespeare, Quevedo, o Petrarca, para descubrir a escritores escondidos u olvidados como el conde de Villamedina, o Marlowe, como también al innovador Joyce y el realismo de Graham Green, de quien llegaría a traducir su obra al italiano.
Por eso, su prosa puede saltar de las imágenes extremadamente descriptivas a la alegoría lúdica:
“Mientras las valquirias aúllan alrededor de él, con las cabelleras blancas al viento Baruch despedaza el pan y lo arroja a unos metros de distancia, como si diera de comer a las gallinas, ellas recogen los trozos con las puntas de sus lanzas. Así sacian las valquirias su antigua hambre, del modo más apropiado a su condición casi divina”.
Estos cuentos también son tapizados por el cosmos de la aventura, como es el caso de la niña Lerana que tiene un carácter extremista. Lerana tomó un camino intenso: decidió no salir nunca más de su casa al mundo exterior, o sea vuelve otro personaje a colocarse una máscara simbólica. Su madre una vez se encontró con un espectro y eso la asustó lo suficiente como para definir su entorno:
“Ahora vive sola; su hermana pasa todos los días en el carro y le deja una bandeja de comida frente a la puerta. Lerana tiene un viejo fonógrafo, a manivela, chirriante a causa de la herrumbre a veces escucha viejos discos disfrazada. No teme a la oscuridad, pero el mundo exterior es un abismo para ella; basta con abrir una puerta para precipitarse en él”.
En La Isla, W juega con el tiempo y el espacio. Se trata de Gromibo y Crabua, marido y mujer. A Gromibo después de haber leído la novela Robinson Crusoe de Daniel Defoe, se le ocurrió transformar su apartamento en una isla, a su mujer no le disgustó la idea. Desde ese instante arranca la aventura de convertirse en náufragos, Gromibo es Crusoe y Crabua viernes:
“Viernes enciende la lámpara de aceite de tiburón, y en esa luz de ensueño ensaya ya pasos de baile gregoriano para deleite del marido; luego se acuestan en el suelo amorosamente enlazados junto a las últimas brasas del hogar del ladrillo de cemento refractario y escuchan el silencio grandioso de la noche, solo interrumpido por los gritos escalofriantes de los televisores, por los aullidos cadenciosos de las hienas lejanas”.
La sátira y el humor son otros componentes sólidos de los personajes de W, por ejemplo, en el cuento: El Arúspice (adivino o sacerdote que en la antigua Roma predecía el futuro por medio de la observación del aspecto de las entrañas de los animales sacrificados), se llama Malné, que además de ejercer ese oficio es empleado público y está preocupado por los altos costos que rigen el mercado ya que sus insumos se encuentran dentro de él.
W con este personaje despedaza al tiempo para ironizar y burlarse sobre la condición humana y enfatiza que su existencia a través de la historia ha sido cimentada por el inconformismo:
“Apoltronado en la costumbre, Malné no deja de rasgar el futuro, de escrutar el presente, por más que el futuro y el presente le inspiren, la más de las veces, un interés más teórico que práctico. Como esos hombres que cada mañana leen el diario, aunque nada de lo que informan los diarios le conciernen siquiera remotamente”
Para Chitarroni, W utiliza la parodia y la ironía como artificios para sus relatos así como lo hizo Borges, para señalar hábitos culturales que existen y así desenmascarar la insuficiencia o la imbecilidad de la realidad. Porque Pierre Menard, enfatiza, el escritor de Peripecias del no: Diario de una novela inconclusa, “no es un chiste ni una parodia: es el mejor tratado que se ha escrito en el siglo veinte sobre las maneras de leer”.
La ironía y la sátira en W viene de la excentricidad como una condición permanente de la vida humana. Chitarroni indica que el escritor de El Estereoscopio de los solitarios posee una ironía menos impersonal, ingenua, directa y también, por eso, ligeramente más ofensiva.
Veloces, precisos, palpables, plurales y sólidos: así son los sesenta y seis relatos de la compilación de cuentos que van de la sátira a la epopeya, de lo divino a lo escatológico, recrean lugares desde la mística, la metafísica y la mitología. Además los personajes de estos cuentos están cargados de emociones porque son producto de una andanza trepidante que no busca un final sino afianzarse dentro de un espacio de tiempo sucinto:
“Hansel y Gretel son estridentes y robustos, están bien maquillados, llevan puestos trajes tiroleses, tiene al menos cincuenta años cada uno y bajo la potente luz de los reflectores saltan con germánica alegría de vivir alrededor de una casita que debería ser de azúcar, pero en cambio es de sólido cartón piedra. El padre canta: “ ¡Tra, lalala; tra, lalala!” es más joven que ellos, pero también más gordo, o tal vez parece más joven porque es más gordo”.
Ópera II, (Pág: 169)