La Pandemia es el Minotauro

La peste es otra y no solo la pandemia de hoy. Anahí Almasia propone atravesar ciertos laberintos actuales y, en el camino, pensar la historia del Minotauro como metáfora de algunos encierros. No todos son iguales y no todos conducen a escenarios truculentos. Ilustración de Mariano Lucano.

 

No aguardes la embestida
del toro que es un hombre y cuya extraña
forma plural da horror a la maraña
de interminable piedra entretejida.

Laberinto, poema de Jorge Luis Borges

Vivimos en un laberinto desde el principio. A la irrefrenable fuerza que nos impulsa a nacer le siguen los desesperantes y a veces tiernos o encantadores momentos de aprender a vivir. A veces lo logramos, con mayor o menor esfuerzo, y después creemos que ya aprendimos y vamos por ahí usando nuestros recursos como quien entendió algo. Hasta que llega una situación inédita, una pandemia, por ejemplo, que tira por la borda nuestras certezas acuñadas con tanto esmero. Buscamos en los más recónditos espacios de nuestra memoria lo que podría salvarnos y nos aferramos a cualquier esperanza. Apelamos a ideas, cualquiera sea, que nos calmen y nos den la confianza para seguir pensando y no caer en desesperación.

Una pandemia no es más que la profundización en un tiempo determinado de las condiciones de lucha por la existencia. ¿Acaso no sostenemos diariamente la tensión entre las tendencias de muerte y de vida que llevamos dentro? Cuando cruzamos temerariamente una calle, cuando comemos más de lo necesario, cuando alguien enciende un cigarrillo o actúa agresivamente contra quien más quiere, ¿acaso no está dejando de lado por un instante su tendencia a privilegiar lo vital? Nuestra pandemia de hoy nos tomó desprevenidos, como suele suceder, y nos enfrentó directamente con la pregunta: de qué lado quedaremos respecto de la dialéctica entre los imperios de vida y de muerte.

Seguimos entonces en el laberinto. El primer impulso fue no dar crédito, por rarísimo e imposible de concebir. Dijimos que después de los catorce días de cuarentena nos juntaríamos. Y no fue tan así, porque a cada modalidad de regulación del virus y de los movimientos humanos le siguieron otras y también empezaron las nuevas estadísticas de fallecidos hasta que un día se nos murió alguien querido, con suerte sólo uno. Y todavía contando. Más vueltas en el laberinto. Así, lo que parecía una visita al interior de una película de ciencia ficción se volvió una pesadilla diurna y apretamos los dientes, y tuvimos contracturas de músculos, pesadillas nocturnas y nuestros males de costumbre se agudizaron o mejoraron, porque, ya se sabe, a veces los cambios no siempre son negativos. El intrincado camino sin salida a la vista se hizo carne, muestras de una preocupación que acontece subliminalmente mientras hacemos otras cosas y, al despertar, nos preguntamos si esto que pasa es verdad o estamos metidos en una película distópica repleta de lugares comunes: un virus ataca a la humanidad, el individualismo del sálvese quien pueda, la solidaridad a pesar de todo, el ejército de héroes sanitarios e investigadores que salvan a la especie y la esperanza de regresar a la vida lo más parecido a como la conocimos antes, una utopía de los personajes, por supuesto. La dirección del film está a cargo de alguien sádico que extiende la duración de la película a varios meses como forma de hacer sentir al espectador lo que sienten los personajes: nadie les tiende un hilo. 

Pensar e imaginar es sanador. Ya que estamos en un laberinto, pensemos en el Minotauro. El mito es así: la soberbia del rey Minos de Creta le hizo mentirle a Poseidón, quien, como todo dios, descubrió el engaño. El rey no sacrificó el toro más bello en honor de su dios y, en cambio, ofreció uno de menor valía (siempre es difícil desprenderse de ciertas cosas, aunque ya estén perdidas de antemano). Era una batalla desigual que Minos, ingenuamente, supuso que ganaría. Poseidón se enfureció: si tanto le gustaba el toro a Minos, haría que su mujer, Pasifae, se enamorase de él. Poco después, ella no podrá frenar su pasión prohibida de amar al animal y, víctima de sí misma, seduce al toro y queda embarazada. Nace el Minotauro, cuerpo de hombre y cabeza de toro. Minos, humillado y arrogante al mismo tiempo, decide encerrarlo en un laberinto proyectado por el arquitecto Dedalo, cuyo diseño es la muestra cabal del rechazo que se le tenía al monstruo. Pobre Minotauro, incomprendido y solo, queda a merced de sus instintos y devora siete hombres y siete mujeres que son ofrecidos en sacrificio en períodos de nueve años. El Minotauro despedazaba a sus víctimas y comía su carne vorazmente. Su humanidad está atrapada dentro de su condición de bestia sanguinaria y destructiva. El nacimiento de un monstruo va asociado a algún tipo de crimen, porque, ya se sabe, los monstruos son aquello que expulsamos y, de algún modo, está adentro. Pero Teseo, un joven valiente que decide vencerlo y salvar a los jóvenes atenienses de la amenaza periódica, recibe de Ariadna, su enamorada, el mejor regalo: un hilo para señalizar el camino al adentrarse en el laberinto. 

En el centro del laberinto está el virus-minotauro y los jóvenes, atrapados, dan vueltas por pasadizos tratando de evitar el centro desde donde gobierna el monstruo. Tantos antes que nosotros fueron devorados por la bestia condenada a mostrar sus dos facetas, la humana y la feroz, que es imperioso mantener la luz prendida porque lo oscuro surge cuando menos lo esperamos y, de verlo, depende nuestro destino. Además, ¿somos un poco Minotauros camuflados de personas totalmente humanas? Las pasiones ocultas tienen, como todo lo inconciente, sus motivos para estar escondidas. No por ocultos desconoceríamos los deseos pulsantes, por el contrario. El secreto es conseguir quien nos regale un hilo firme para sujetarlo y adentrarnos bien profundo en los laberintos de la mente sin perder el camino de regreso. 

Los monstruos, ya se sabe, son expulsados o encerrados, nadie los quiere cerca. Pero ellos tienen la cualidad de que, cuanto más invisibilizados se sienten, más intentan aparecer. Acechan con la fuerza de lo que por motivos poderosos se mantiene en las sombras. Por más que hagamos como el Rey Minos y encerremos a nuestro Minotauro, él nos vigilará desde las sombras y nos dará pesadillas terroríficas como si vinieran desde afuera. A no engañarse, provienen del centro del laberinto donde las encerramos y quieren ser vistas. Acaso esta peste de hoy sea proyección de nuestra pandemia interna. 

Ya tuvimos catástrofes naturales y genocidios, ya tenemos guerras y migraciones forzadas. ¿Y el laberinto de la pandemia de hoy cuál es? El de las pasiones humanas, como siempre. Ya no nos fue posible renunciar a ciertas fuerzas poderosas y, atrapados y atrapadas en la maraña de pasadizos oscuros, quedamos a merced de luchas internas de difícil solución. Mientras tanto, el Minotauro nos observa, ciego de furia por la libertad perdida pero seguro de sí mismo. Nuestra especie, perdida, se lanza con pasión a perseguir demonios propios como si fueran ajenos. Haríamos mejor en preguntarnos hacia donde vamos con nuestro modo consumista y extractivista de los recursos naturales, quizás allí habría una respuesta-salida-hilo de Ariadna o, por lo menos, un espejo donde mirarnos.

Lo advirtió Nietzche: “El propio ser es algo que a uno mismo se le oculta”. Mientras tanto, Freud construía su instrumento para mirar lo oculto. Debemos lidiar con lo que nos fue dado, con lo bueno y malo que eso traiga aparejado. Acaso seamos mayormente aquello en lo que nos convertimos después de atravesar las tensiones impuestas desde nuestro interior y la cultura. Pero cuidado, el malestar en la cultura que tan sabiamente observó el fundador del psicoanálisis, no es otra cosa que la tensión entre un montón de fuerzas ocultas que buscan expresarse y la ley a la que estamos sometidos y es también lo que queda después de dominar a nuestros monstruos feroces, como no pudo hacer Pasifae en su enamoramiento. ¿La cultura del cuidado de nuestra y de todas las especies formará parte de ese resto de lucha de pasiones?

Pasifae siente un irrefrenable deseo animal que la aleja de su parte “humana” y comete un acto aberrante al tener sexo con el toro. Los griegos tratan en la mitología su preocupación por el tabú de la zoofilia, para ellos como para nosotros, hay cosas que están prohibidas y les preocupaba tanto como para incluirlo en sus obras literarias. Minos perdió y los reinos que dependían de Creta entregaban a sus jóvenes en tributo para calmar a la bestia. En este caso, hay dos cosas a proscribir: la soberbia de Minos al no cumplir su palabra empeñada ante un dios y la consecuente falta de Pasifae al enamorarse de un toro y cometer zoofilia. La deformidad del niño es expresión de la deformidad de pensamiento, del torcimiento del camino correcto. 

Cada cultura debería preguntarse si está en el camino correcto. Hasta aquí nos mostramos incapaces de acatar las barreras lógicas del trato que se debe dar a los animales: la cría intensiva y el uso masivo de químicos debido al hacinamiento de las especies son, entre otras locuras, moneda corriente. Años atrás, la “vaca loca” estaba asociada a ciertas prácticas de cría como alimentar animales vegetarianos con harinas de restos animales. ¿Cómo sucedió que dieran ese alimento a los vacunos? ¿Quisimos violar las leyes con soberbia inaudita? Dicen que el Covid-19 saltó del animal al humano. Somos Minos, Pasifae y el Minotauro juntos. 

Borges también estuvo fascinado por los laberintos y sobre lo irreductible del destino que, pareciera no ser otra cosa que un enfrentamiento con nuestros demonios por fin cara a cara, como si del camino del héroe se tratara y fuésemos a terminar de aprender en esa batalla lo que nos quedó en el tintero después de tantas aventuras.

Dedalo, el gran arquitecto del laberinto de Minos se parece al Borges constructor de proezas literarias que tienden a lo infinito. No fue el único, el tiempo y el espacio sin fin es también el tiempo que Stephen Dedalus y Bloom mantienen en el Ulises de Joyce, dan vueltas, giran y se pierden entre pensamientos. El Dedalus de Joyce y el arquitecto Dedalo de Minos, personajes de la larga cadena de los laberintos literarios y los extendidos espacios narrativos de la repetición de las pasiones humanas a través de los tiempos. Somos distintos, pero somos aquellos también y ese es el infinito tiempo de la historia en su espiral ascendente. El poema de Borges Laberinto empieza así: “No habrá nunca una puerta. Estás adentro”. Y, por supuesto, enseguida se refiere al destino. Ese que construimos con nuestro accionar, “y el alcazar abarca el universo”, dice. Abarca el universo, repito.

Por un lado, pareciera por momentos que llegamos a una salida y ahí, descubrimos que era tan sólo otra vuelta del laberinto, un doblez oculto por las palabras. Lo bueno de todo es que estamos juntos y juntas en esto, quizás por primera vez, la totalidad de los humanos somos los jóvenes de Atenas ofrecidos en sacrificio y encerrados en el laberinto. Quisiéramos saber cual es la puerta para salir, sin dudas, pero también podemos tener alguna cercanía con la felicidad si tomamos este rulo como un aprendizaje para, algún día, saber a dónde vamos. Dedalo nos hizo este virus como arquitecto, es nuestra vergüenza ya no como padres de un Minotauro sino como padres de muchas de las calamidades climáticas que se avecinan. Fuimos ciegos y sordos ante los avisos de los dioses del Olimpo que derritieron hielos y elevaron temperaturas. Borges nos advirtió con paciente sabiduría: “No esperes la embestida del toro”.

También el Minotauro es mitad humano. Este mito representa la lucha entre la razón y la violencia, el orden y el caos. El enemigo de la razón, símbolo de los instintos animales, la parte indomable de la naturaleza que los griegos no podían contener. En todo caso, que la pesadilla no lo sea tanto depende en gran medida de la posibilidad de armar proyectos alternativos, de lo que el filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi llamaría “recombinación de los posibles”. Así estamos, barajando para dar de nuevo. La imaginación a prueba, haciendo realidades diferentes todos los días, buscando el hilo de Ariadna. 

Hace tiempo escucho la voz de la razón de un grupo de jóvenes que nos conminan a pensar en lo irracional que es destruir nuestro hogar planeta a pasos más agigantados que su capacidad de recuperación. La admiración que me inspiran no es sólo por la verdad de sus consignas, sino por la capacidad de anticipación en un intento de prevenir la catástrofe. Minos se lanzó a provocar la catástrofe generando el monstruo que ocultó en el laberinto. Pero el Minotauro no dejó de existir por eso, todo lo contrario, se agigantó, exigió cuerpos que le fueran entregados para su satisfacción. ¿Son estos jóvenes los que, como Poseidón, nos indican el peso de la ley de la vida y marcan las dificultades de no obedecerla? Con qué claridad señalan lo que para otros es ciego hedonismo, disfrute del presente a costa del futuro, hipoteca que no nos pidieron y que sin embargo les otorgamos a los que vendrán: deberán pagar lo que hoy usufructuamos como si fueran los tomadores del crédito.

Escribe Anahí Almasia

Anahí Almasia nació en Buenos Aires, es argentina y española. Es psicóloga de la Universidad de Buenos Aires y Magister en Patologías del Desvalimiento de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales. Algunos de sus trabajos y tesis psicoanalíticos dan cuenta de una búsqueda artística alrededor de la obra de Borges, Gabriel García Márquez, Yves Klein y Frida Khalo. Sus libros de ficción son Matu Ketami. El tiempo de Troful, El Juego de Barbazul (junto a Valeria Castelló Joubert), el libro de cuentos Lo que el viento no se llevó (en coautoría con Luz Darriba). Trabaja actualmente en una película y en diversos proyectos culturales.

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31 Comentarios

  1. María Fernanda LORES

    Qué placer leerte Anahí. Sigamos buscando el hilo de Ariadna.

  2. Excelente texto para disfrutar y reflexionar sobre estos tiempos actuales. Impecablemente escrito.

  3. Daniela Maturano

    Gracias Anahí!!! Muy buena!!!

  4. Hermosas reflexiones! Gracias Anahi

  5. Cómo me gusta leer artículos que me hacen pensar!

  6. Muy lindas y laberinticas vueltas! Por suerte aferrada a mi soga pude seguirte y disfrutar de la lectura. Hermoso paseo, gracias Anahí!

  7. Muy buen texto. Sombrío aunque no tanto como el tiempo que atravesamos. Gracias por compartirlo.

  8. Guillermo Somoza

    Sin duda launiversalidad q maneja el tema se condice con la particularidad factica a la q arriba en todo momento.Mas alla del valor metaforico q demuestra sin lugar a dudas q nada de lo q nos sucede es culpa de la pandemia, sino q la misma se encargo de mostrar lo q tratabamos de ocultar, a veces hasta co vehemencia, otras tratando de jjstificar hasta filosoficamente la necesidad del laberinto como estadio donde ocultar y hasta entretener el problema lejos de la estructura a la q «tratamo de concebir como sana».El texto en cuestion no es mas q un cable a tierra, un semaforo q obliga a detenernos en el aqui y ahora para preguntarnos que hacer…no escapa a mi la imagen final de la pelicula the wall donde despues de destruir la pared estan los niños jugando y mientras uno elije la flor el otro acumula piedras… en fin asi somos pero es bueno q se ponga el debate con prioridad de inprescindible

  9. «En fin, así somos» decís. Desde ese mismo punto de conocimiento podemos partir. Los jóvenes saben más esta vez y están preocupados, con razón. Gracias por tus reflexiones.

  10. Hermoso texto Anahí, ¿será abandonar el hedonismo y encontrar mayor sentido en nuestras vida lo que nos permitira encontrar la salida del laberinto?

  11. Felicitaciones !! Viaje con tu relato y esperamos la salida del Laberinto .

  12. Terminé de leerte con los ojos vidriosos. Emoción y orgullo, Anahi querida.

  13. Benjamín Uzorskis

    Excelente reflexión acerca de las consecuencias de nuestras acciones. Y expresada con notable escritura.

    • Benjamín, algunas cosas inspiradas en tu libro De Layo a Ulises donde también trabajas las consecuencias de nuestras acciones en un terreno muy interesante como es el de las familias. Gracias!

  14. excelente comparación

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