Damian Jarpa escribe esta crónica de un viaje musical de Los Angeles a Seattle, pasando por Portland, antes del advenimiento de las hordas racistas.
Segundo día de clases y ya había faltado. Mis viejos dejaron prendida la radio por accidente, no sabía qué hacer y empecé a boludear con el equipo hasta que la disonancia de una canción me descolocó. Para cuando la anunciaron, no entendí nada. En ese entonces mis conocimientos en inglés eran pobres. Quería averiguar el nombre pero no sabía qué hacer. Mucho más tarde descubrí que era “Leavin’ Here” de Pearl Jam que ni siquiera es de ellos sino que es un tema de Eddie Holland, un tema de la década del ’60. La canción en su totalidad la pude escuchar recién varios años después, “Leavin’ Here” no está en ninguno de sus discos está en un compilado llamado “Home Alive”. Internet no era lo que es.
Los fines de semana de 1996 me los pasaba religiosamente frente a la radio y con el flamante equipo de música con cassetera grababa, hacía mis primeros compilados. Mi rutina comenzaba los sábados, me levantaba a las 7 de la mañana para escuchar la radio. Así fue como conocí las bandas del “nuevo rock argentino” y el rock alternativo norteamericano que en ese momento estaban en pleno apogeo. También tenía un walkman que terminé rompiendo de tanto usarlo.
Nirvana me acompañó mientras veía las Olimpiadas de Atlanta 1996. Después empecé a averiguar de dónde eran, desarrollé una obsesión. Para el final de los 90’s mi cuarto era una pila de CD’s, cassettes de bandas oscuras como Mudhoney y Love Battery. No sé si fue en ese momento, pero lo tenía decidido: algún día iba a ir a Seattle.
Tras algunos intentos fallidos en el pasado, finalmente estaba ahí, mi primera parada, Los Angeles, luego de un vuelo extenuante que incluyó escalas en Santiago de Chile y Panamá. Finalmente estaba en suelo norteamericano.
Una interminable fila me aguardaba en “Migraciones” cuyo paisaje se componía de mucha policía (un capítulo de CSI cómo para que se den una idea) y una gran cantidad de perros ubicados en fila deseosos de detectar sustancias ilegales.
La Policía Internacional, me hizo unas preguntas, tal vez un poco invasivas pero normales para lo que es un control policial de frontera, especialmente cuando venís de Argentina: «¿Cúanto ganás en dólares”, “¿Por qué te querés quedar en Seattle?” esa pregunta debo reconocer que me descolocó.
Se sorprendió del hecho de que yo haya elegido Seattle cómo lugar de vacaciones. «Lluvias y mal clima, nada agradable» dijo el oficial. Descreído de lo que estaba escuchando, le dije que me gusta la naturaleza y que uno de mis objetivos era visitar y ver de cerca el Monte Rainier y la Cordillera de Las Cascadas, también hay una gran escena cultural. A lo cual el agente rápidamente continuó con sus apreciaciones: «¿Cultura?, ¿música?» obviamente asentí e inmediatamente siguió está pregunta: «¿Drogas?» lo primero que hice fue reírme ya que nunca en mi vida me preguntaron de manera tan desfachatada si consumo. Casi le dije: «Algunas veces pueden ser divertidas», pero no fue el caso. Siguió con más preguntas: “Qué es lo qué tenés en la mochila. Contesté que sólo tenía una cámara, mi laptop y una camisa por las dudas (nunca se sabe la temperatura ambiente en el avión). Eso no bastó, me preguntó si conocía a alguien en EEUU, honestamente no conozco a nadie (mentira). Este truco ya lo sabía, siempre hay que contestar que no, porque si contestás que si probablemente termines en “El Cuartito del aeropuerto” de cara al suelo mientras un agente de narcóticos te pisotea y te revienta a preguntas. Sin perder la calma me hice el desentendido y a partir de ahí contesté con seriedad de canciller, qué sólo me interesa gastar mi dinero y sentirme todo un «turista», no sé porqué pero a los estadounidenses les encanta cuando decís turista, Finalmente, muy a regañadientes, el agente, aprobó mi visita sin antes decirme: «Welcome to America».
Muchos estereotipos se reafirman una vez que pisas Los Angeles, el tráfico, pese a ser un domingo a la noche, es atroz. Demoré casi una hora y media desde el Aeropuerto hasta Hollywood. Me tomé el micro, Fly Away (una especie de 86 repleto más que nada de turistas australianos).
Cúando iba llegando a Hollywood, veía a los carteles y todo tenía un aspecto familiar, muchas películas que me gustan fueron filmadas en está autopista, en especial Repo man. Probablemente la única película buena de Emilio Estevez. Había visto un documental que trata el tema de los homeless en EEUU, así que sin mucho preámbulo me adentré en las decadentes calles de Hollywood, ahí estaba solo con mi valija, inmiscuido dentro de esa locura. Es inevitable sentir una bocanada de descontrol ante el abandono estatal. Ronald Reagan en los 80 recortó el subsidio estatal a las personas con discapacidades mentales, las personas que acarrean algún problema psiquiátrico y no cuentan con un seguro médico que los respalden, deambulan como zombies las distintas partes de Hollywood Highland y Downtown LA, confirmando que el servicio de la salud en EEUU es más un lujo que un derecho adquirido.
Usé el tren para ir a Portland y pude percibir la verdadera vida de los suburbios, todas casas con dos coches, mucho verde, un paisaje compuesto de fábricas y chimeneas en pleno funcionamiento. El trayecto incluye un breve paso por el gigantesco puerto de Tacoma cuyo tamaño deja en claro que la industria pesquera es el motor económico de la región. Una parada mágica del tren camino a Portland es una ciudad llamada Olympia, casa de Yume Bitsu y el anti-héroe del “pop underground”, Calvin Johnson.
Apenas descendí del tren, la estación semi-vacia me dió la bienvenida, eran las 8 de la noche a esa hora por esos lares ya están cenando, o embriagándose en algún bar. A diferencia de Los Angeles, Portland si tiene un casco histórico, museos, librerías y una vibrante escena musical que supo destacarse en la década de los 90s. Pero aún así pudo mantenerse en el tiempo.
Mi objetivo era ir a un festival que se hacía en el Crystal Ballroom cuyo nombre es Sabertooth si bien la palabra “festival” le quedaba grande, sólo 3 bandas se presentaban por día. Earth, banda del misterioso, Dylan Carlson, el mejor amigo de Cobain y quién, según cuenta la historia, es quién compró el arma suicida del frágil ícono de la Generación X. La cereza del postre esa noche eran los alocados galeses, Super Furry Animals.
El set de Earth duró alrededor de 1 hora y se focalizaron más que nada en su último disco “Primitive and Deadly” el cual tocaron en su totalidad más un clásico de 1996 “High Command”. Su sonido denso realmente hizo temblar las paredes del lugar para los afortunados que estuvimos ahí. Heroína pura.
En la Ciudad Esmeralda el frío se hizo notar. Al descender del “Light Rail” en la Estación del Mercado de Pike, el centro de la ciudad, observé una gran cantidad de personas en bici pese a las bajas temperatura. El hostel se ubicaba a solamente 10 cuadrás de la estación. Pero era tal mi euforia que me pasé de largo unas 15 cuadras. Una docena de recitales me esperaban, Godspeed you black emperor!, Ty Segall, Godheadsilo, Brothers of The Sonic Cloth, Built to Spill.
No tenía más de una hora en Seattle y lo primero que hice fue dejar mis valijas y dirigirme hasta el barrio de Ballard para asistir al show de Brothers of The Sonic Cloth, liderados por el legendario Tad Doyle. Su set compuesto más que nada de su disco debut que salió el año pasado. Su sonido en vivo es comparable a un brontosuario, literalmente no sé podía estar al lado de los amplis, fue increíble. Me dejó la cara de costadito y con tinnitus que duró 2 días.
Otro show, el 29 de enero, Godheadsilo, los sludge rockers con base en Olympia, esa ciudad por la que pasé camino a Portland, una localidad que se caracterizó por fomentar la cultura del “Hacelo Vos Mismo”. El libro “Our Band Could Be Your Life” documenta toda la escena independiente de los 80’s, un gran trabajo de investigación que realizó Michael Azerrad que profundiza en la historia musical de 13 bandas importantes del rock independiente y que obviamente menciona al estado de Washington.
Volviendo a Los Godheadsilo, un dúo ruidoso que consta de un bajo y una batería. Su cualidad más notable es la de generar una espesa pared de sonido gracias al bajo saturado de ¡8 cuerdas! del genio barbudo, Mike Kunka. El dúo se reunía después de 16 años y su dinámica demencial definitivamente supera la prueba del tiempo. En sólo 1 hora y quince minutos demostraron con muchos laureles lo que son capaces de hacer. Sólidos.
Se hacía tarde y un amigo que ofició de anfitrión me llevo a dar una vuelta por Fremont, un barrio de las afueras de Seattle compuesto por una población bien anglosajona, no vi negros ni latinos en ninguno de sus puntos neurálgicos. Mi amigo, jocoso, comentó: “¿Alguna vez viste tantos blancos estúpidos? Seguro que los que viven acá en su mayoría van a votar a Trump, qué asco”. Inmediatamente, entramos a un bar y era cómo sumergirse en el set de una película, era el día previo al Superbowl, la super final del fútbol americano y explotaba de gente, la gran mayoría jugaba al pool o a los dardos. Mi amigo me lo había advertido, antes de irme tenía que pasar por un lugar así. Escuchar un sinfín de “yeahs, allright man!” expresiones típicas de chicos universitarios que viven en “Fraternidades” y que representan el estereotipo.
En la mañana de mi último día en Seattle, miré el plano de la ciudad por enésima vez y pensé en ir a Lake Washington y visitar la casa de Kurt Cobain, supuestamente es algo que muchos turistas hacen, incluso el payaso inefable de Fred Durst la visitó, lo cúal me generaba más rechazo. Definitivamente lo ignoré por completo. Una mezcla de ansiedad y nostalgia me inundaban, se acercaba el fin de mi estadía en el noroeste, durante la tarde empezaron a llegar las personas que nos iban a acompañar al show. Éramos cinco más. No iba a ser un día cualquiera, esa misma noche, antes del recital no tuve mejor idea que darle un beso a las veredas de Seattle, lo único malo fue que para realizar dicha acción resbalé sobre las benditas rejillas que están sobre la vereda ocasionándome una obligada visita al médico. Hice lo posible para cortarme la palma de mi mano, por suerte la salud en Estados Unidos es privada y mis finanzas personales aún agradecen el hecho de haber gastado casi 200 dólares en la guardia para suturar la herida. Si le vemos el lado positivo, una parte mía quedó ahí para siempre y un dato que queda para las estadísticas; fue la segunda vez en mi vida que iba a un recital empapado en sangre.
Eso no impidió que disfrutara del extraordinario show de las leyendas del indie rock norteamericano de los 90’s, Built To Spill, cuyo show se focalizó en un gran repaso de su vasta discografía, tal vez el único punto flojo para indicarles fue la inexistente interacción con el público, que rabiaba de fervor, especialmente cuando tocaron los clásicos, “In the morning” o “Carry The Zero”.
Pasada la hecatombe y con mi mano, vendada, uno de mis amigos me dijo si por casualidad había visitado la casa de Kurt Cobain que queda en Lake Washington. Le dije que no, me parecía una pelotudez ir y mirar la casa de Cobain dónde ahora vive el CEO de Amazon. Me miro con cara de incrédulo y me dijo: “Tal vez no te resbalaste, por ahí el fantasma de Kurt te empujó”. En el comedor reímos ebriamente, aunque me quedé pensando, quizás.