La zona

La autora explora el concepto de zona como espacio de exclusión que se resiste y esquiva cualquier intento de definición. La pregunta por la supervivencia de la vida en la tierra y la construcción de nuevas alianzas con el territorio que habitamos. Con sus límites indefinidos y su monstruosa proliferación vital, la zona es también un caldo de cultivo para la creación literaria. Escribe Gabriela Puente, ilustra Mariano Lucano.

La zona, sus múltiples orígenes

El 26 de abril del año 1986, en la ex URSS, más específicamente en la central nuclear de Chernobil, ubicada a unos 100 kilómetros de la actual Kiev, la explosión de uno de sus reactores desencadenó el peor accidente nuclear de la Historia. El daño ambiental fue de dimensiones titánicas, la contaminación se extendió rápidamente a casi unos 200.000 kilómetros cuadrados y las personas encargadas de contener el accidente absorbieron en escasos segundos la dosis de radiación que hubieran recibido a lo largo de toda su vida.

El gobierno soviético declaró “zona de exclusión” los 30 kilómetros lindantes al punto cero del accidente.

En 1979 el cineasta ruso Andrei Tarkovki crea un mundo distópico, donde existe un lugar en que los deseos más inconscientes se concretan. Ese punto del espacio se encuentra en “la zona”, de la cual sólo se sabe que en ella ha sucedido un acontecimiento de destrucción masiva, quizás la caída de un meteorito o un ovni, y que por ello debió ser abandonada. Ésta debe atravesarse con precaución, dado que los límites del lugar no son identificables y un peligro secreto acecha a cada paso, sólo un stalker, un guía conocedor de la zona, puede transitarla. En el filme la desolación de la experiencia humana se entrama con la exuberancia vital del paisaje.

En 1940 Adolfo Bioy Casares escribe La invención de Morel, donde narra la historia de un hombre que llega a una isla supuestamente desierta y comienza a percibir en ella cambios inquietantes, como la duplicación e incluso multiplicación de la realidad natural, también encuentra una mujer, o su fantasma, y se enamora perdidamente de ella; el amor frustrado lo conduce a ejecutar diversos simulacros.

Pero el concepto de zona como lo diferente del espacio conocido y controlado es más antiguo, ya que, desde la noche de los tiempos, brujos y chamanes tuvieron un vínculo de alianza con un territorio indómito para el común de la gente.

Esto es así porque un territorio es distinto del espacio, no es sino una mutabilidad constante, unos límites que se mueven como el horizonte inalcanzable, pero que a la vez permanecen cercanos y nos rodean por todos lados. Es por esto que la referencia a la brujería no es casual ni muy novedosa, ya Deleuze y Guattari explican en su obra Mil mesetas, que “los brujos siempre han ocupado la posición (…) en la frontera de los campos o los bosques. Habitan los lindes. Están en los bordes (…).” (2002: 251).

Quizás, si nos preguntaran cuál es el territorio que habitamos, aquel que consideramos nuestro, responderíamos haciendo referencia a las conocidas cuestiones geográficas, materiales e históricas; pero, también incluiríamos ideas mitológicas, más o menos fantásticas, o incluso referidas al pasado “originario” de nuestra infancia. El territorio que habitamos es una zona que no se reduce al concepto de extensión.

La zona y el espacio

Durante la modernidad, en la era del genocidio de los pueblos originarios de América y posterior expansión del capitalismo, el espacio/extensión se volvió la noción más fundamental del pensamiento occidental. El espacio debió ser entendido, categorizado, conceptualizado y refundado a partir del novel conocimiento científico. En la década de 1780, el filósofo alemán Immanuel Kant instaura la intuición del espacio, junto con el tiempo, en el origen mismo de la percepción, en pocas palabras, todo lo que percibimos, lo hacemos como ocupando un lugar en el espacio y un momento en el tiempo, mientras que el primero es la forma de lo exterior, el segundo lo es de lo interno.

Esta característica de exterioridad es clave, y fundamenta el concepto científico de espacio como objeto que se opone al sujeto, y que puede ser conocido, para luego ser controlado.

Pero el espacio no fue siempre pasible de ser conocido racionalmente o dominado mediante la técnica. En el siglo V a.c., Zenón de Elea propone, mediante la paradoja de Aquiles y la tortuga, un espacio matemático/geométrico, muy cercano al concepto que estamos analizando. Este espacio inmaterial implica la imposibilidad del movimiento físico porque, dicho de manera muy esquemática, para moverse de un punto “A” a un punto “B” del espacio es necesario recorrer los puntos intermedios que se extienden hasta el infinito. Este espacio, aunque sea metafísicamente, es un espacio de la resistencia. Así, el concepto de zona aparece en la Historia del pensamiento una y otra vez.

Buenos Aires en la zona

A principios del siglo XVI, un rumor iniciado por los indios tupi guaraní del actual Brasil llegó hasta la corona española: atravesando la selva amazónica, se encontraba la “Sierra de la plata” cuya cumbre estaría plagada de aquel metal. La incontrolable avidez, único motor de acción de los conquistadores, los llevó a intentos de surcar la selva. Pero la selva resiste, y ante la imposibilidad de tamaña empresa, deciden tomar un camino acuático y circunvalar la costa hasta el estuario del Río de la Plata, donde supuestamente se encontraría una ruta hacia la Sierra.

La decisión de Carlos I de España no se hace esperar y envía a Pedro de Mendoza en la expedición a América más ambiciosa de la época. Llegan los conquistadores al Río de la Plata los primeros días de febrero del año 1536. Navegan el riachuelo desde La Boca hasta La Matanza, se encuentran con los querandíes, fuertes, pero también demasiado hospitalarios, por lo menos al principio. En algún paraje comienzan unas pequeñas construcciones: Buenos Aires ha sido fundada, pero como un simulacro que no alcanza el estatus de realidad a menos que sea repetido una y otra vez, es destruida, por los propios conquistadores, y refundada nuevamente en 1580 por Juan de Garay.

La fundación doble le otorgó a la ciudad la temida característica de la zona. La duplicidad le quitó peso ontológico. El peso que le había donado la tierra, la tradición, la mitología india y el cuerpo alto, robusto, originario del querandí.

Zona y territorio

El concepto de zona remite paradójicamente a una naturaleza que ha crecido profusamente por dentro y alrededor de un sitio de exclusión. Naturaleza que no deja de crecer, pero que, sin embargo, se tornó envenenada, radioactiva; por lo cual perdió la característica que adquiere en el sistema capitalista de penetrabilidad y posibilidad de ser apropiada, explotada. La zona es un punto del espacio que niega la categoría de espacio mismo, es, por tanto, paradojal.

El territorio, por su parte, es una red en que todo ser vivo, e incluso lo inorgánico como el agua o los minerales, quedan entramados en un vínculo de alianza. Y todo esto funciona como una especie de continuum cósmico, para decirlo en palabras de Deleuze.

Por último, como si se tratara de la Esfinge tebana, la zona nos enfrenta con diversas preguntas, una de ellas es su función en la actualidad, dicho de otra manera, ¿resistirá ésta a los intentos de la actual concepción posthumanista tendiente a superar, léase destruir, el espacio en favor de una experiencia virtual e incorpórea?  O, en clave más esperanzadora, ¿es más bien la zona, como resultado de la destrucción extractivista, una última posibilidad para un giro de consciencia que permitirá nuevas alianzas con el territorio que habitamos?

Las respuestas a estas cuestiones pueden ser orientativas, pero no definitivas; la noción de resistencia es intrínseca al concepto de zona, pero la resistencia no consiste en una estrategia anticipada a priori, sino que como la zona en sí misma va mutando, carece de fronteras estáticas y consta de distintas dimensiones que se permean e hibridan constantemente.

Bibliografía

Bioy Casares, Adolfo. (2005). La invención de Morel, Buenos Aires: Emecé.

Lecouteaux, Claude. (2004). Hadas, brujas y hombres lobos en la edad media, historia del doble, Palma de Mallorca: José. J. de Olañeta

Deleuze, Gilles, Guattari, Félix. (2002) Mil mesetas, capitalismo y esquizofrenia, Valencia: Pre-Textos.

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

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