Por Joaquín Lucuix
Mucho se ha escrito ya sobre Mario Levrero. Autor de culto rioplatense, de su obra –reeditada oportunamente por Penguin Random House –y de su poética se han dado a conocer ensayos y reseñas a montón. De su vida –tan secreta y reservada como ascética –circulan artículos y anécdotas de aquellos que lo conocieron y, en mayor número aún, de quienes hubieran querido hacerlo.
Entre sus producciones más extensas y ambiciosas –La novela Luminosa, por ejemplo; o la trilogía involuntaria compuesta por La ciudad, El lugar y París – se encuentra una nouvelle que reúne en gran medida todas las características de aquello que bien podría denominarse “lo levreriano”. No sería, incluso, desacertado calificarla como una obra iniciática del universo Levrero; una buena primera cita con el autor Uruguayo.
Dejen todo en mis manos tiene como protagonista a un escritor de mediana edad poco exitoso quien, por encargo de su editor, deberá localizar a otro escritor ignoto que hace tiempo hizo llegar a la editorial un manuscrito desde Penurias, pueblo del interior del Uruguay. De este último escritor sólo se conoce su pseudónimo: Juan Pérez. Es en el pueblo de Penurias en donde transcurre todo el argumento.
Con un lenguaje despojado aunque no liviano, Levrero echa mano a una serie de recursos que hacen que esta novelita brille con luz propia. Por un lado está el personaje sobre quien recae el punto de vista de la historia. Si no fuera por sus precisos monólogos interiores, que acusan una pronunciada neurosis –kafkiana en ciertos pasajes y en otros más cercana a Woody Allen –desde lo externo sólo se percibiría un ser abúlico y parsimonioso, un tanto torpe y despistado. Esta dualidad, a veces puesta al servicio de la ironía y otras al servicio de la desesperación, siempre con humor, configura en toda la narración una voz que cumple con un doble cometido: divertir e interesar sobre el desenlace de los hechos.
Porque desde el planteamiento –y desde el propio protagonista quien, arrepentido tras aceptar el encargo, afirma: “Soy un escritor. No soy Philip Marlowe” –el autor coquetea con el género policial. Este escritor, devenido en detective, tiene entre manos la resolución de un misterio que, por su misma torpeza y por la digresión de los sucesos, se desdibuja hasta resolverse de manera casi inesperada sobre las últimas páginas.
Sin embargo, un buen lector de Levrero, no esperará un final sorpresivo, sino un desarrollo ameno, sin mecanismos narrativos evidentes. Una galería de personajes inmersos en ese “cotidiano enrarecido” que tan bien se le da por describir al uruguayo y que lo acerca más a un film de los hermanos Cohen que a un thriller de Alfred Hitchcock.
Algo curioso queda flotando una vez concluida la lectura. El escritor protagonista de esta historia se vale de la literatura –de la propia y de la ajena -como una excusa para (re)vivir, para experimentar todas esas sensaciones –sexo incluido –que consideraba perdidas. Por su parte, Levrero, a lo largo de su vida, hizo exactamente lo mismo, sólo que a la inversa.