Mejor que las cosas no queden en la mente

Agustina Tullio escribe sobre Los Límites del Control, de Yamila Bêgné mientras Agustina Aranguren, dibuja entre la imperfección y lo circular, lectura e ideas que se entrelazan.

 

…el juego nunca acaba y el dragón

celoso de una sola pata logra //

pronunciar sin embargo su dolida

sentencia al envidiado ciempiés //

«si apenas puedo yo con mi pata única

¿cómo hacés para controlar tus cien?» //

pero el ciempiés contesta: «no controlo

nada».

 

Fragmento de “La lección”, de Diana Bellesi

 

Los límites del control (Alto Pogo, 2017) es el tercer libro publicado de Yamila Bêgné. En él persisten intereses temáticos y formales que habían aparecido en Protocolos naturales (Metalúcida, 2014) y en El sistema del invierno (Outsider, 2015): naturaleza, control y variación, y sus opuestos: artificio, descontrol, fijeza. La actividad de la escritura es continua. Bêgné escribe, reescribe, corrige y vuelve a corregir minuciosamente. En la lectura se percibe tanto el trabajo que demandó la escritura de los nueve relatos del libro como el placer que acompañó y sostuvo ese trabajo (que se continúa en una edición cuidadosa y bellamente diseñada).

Las historias tienen lugar entre los albores del siglo XVIII y el siglo XXI. Los personajes, algunos con nombres tan infrecuentes como Marlo y Elma, comparten cierto carácter solitario y en algunos casos vemos cómo su alejamiento del trato con los demás se intensifica. Sus biografías, objetivos y esperanzas están atravesadas —cómo no— por la falla, por algún tipo de malestar o de fracaso (lo que no puede controlarse no genera alivio, sino malestar). Así se despliega, entonces, de manera singular en cada cuento, la tensión entre las fuerzas del orden y las fuerzas del caos.

En todos los cuentos se repite otra serie de elementos: los sueños, los colores (sobre todo el blanco), las medidas y los números, la geometría, las plantas y las imágenes del universo (“El espacio quedó recortado, como si hubieran sacado un planeta importante del sistema solar”: un hallazgo para dar cuenta de la ausencia de un hombre amado). De ese modo, a la vez que en cada cuento se construye de manera efectiva, ya desde los primeros renglones, una atmósfera particular, hay también una atmósfera del libro entero gracias a la repetición de palabras, motivos y temas a los que se da distinto tratamiento. <<La luna, pensás, nunca fue del todo blanca>>: así concluye “Moonlancholia”. Y a la vuelta de hoja, el principio de “Un hombre con un proyecto”: <<Las noches del Beagle son blancas>>. La repetición del blanco es solo aparente. Tampoco las plantas ni la luna son iguales.

En los cuentos son fundamentales los detalles, las partículas, lo <<invisible pero muy existente>> y su revés, lo evidente que se pasa por alto. Los personajes ejercitan una forma de percibir que recorta el mundo de una manera nueva. Algunos se jactan de su capacidad perceptiva, aunque sea absurda o sea una pose, aunque no pueda afirmarse que sea más verdadera que otra, aunque no dé lugar a formas de vida más felices.

Se pueden trazar series entre los cuentos, ir de uno a otro en un orden diferente al que propone el libro. “Cajas de humo” y “Un hombre con un proyecto”, que abren y cierran el libro, respectivamente, tratan sobre la confluencia entre la ciencia y los sueños (que en “Cajas de humo” se recuerdan de una manera tan exacta que habría que considerarla fantástica). Además, el hombre con un proyecto, que vive <<nada más adentro de mi cerebro>>, comparte el rasgo del ensimismamiento con Ladio, el protagonista de “Om mirín namás”, para quien <<las cosas siempre están mejor mientras se quedan en su mente>>. Pero son dos formas distintas de alejarse de la vida, bien por amplificación extrema de la pasión, bien por abandono de ella.

“Corrimiento al rojo” es la expansión y la rectificación de un fragmento de “El sistema del invierno”, en el que Víctor Mann dice: <<Había dejado la casa más o menos ordenada. Desde el sillón veía todo: era mi misma casa, la de siempre, sin ningún cambio. Mi viaje, para ese espacio, no había significado nada. Tampoco para mi forma de mirarlo o de estar ahí>>. Pablo, el protagonista de “Corrimiento al rojo”, le respondería al distraído de Víctor que sí hubo modificaciones, que el caos es mayor y que puede demostrarlo empíricamente: <<Vos querés ordenar la cama y yo te explico que no vale la pena, pero no te convenzo>>. Habría que decirle a Pablo que la vida rebasa sus medidas, sus ecuaciones, sus logaritmos. Víctor se halla en una situación parecida: busca (quiere encontrar, más bien) relaciones entre dos textos que tal vez no tengan nada en común salvo el autor. Necesita que el sistema <<cierre por completo>>, aunque la realidad se resista porque ni en los papeles ni en la experiencia puede hallarse una explicación sin hilos sueltos. Es decir, nos gusta menos Edgar Allan Poe con su “Filosofía de la composición” que Felisberto Hernández, cuya tierna “Explicación falsa de mis cuentos” es incluso más afín al imaginario de Begné: <<En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podría tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento: sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos>>.

Excurso: «El corrimiento hacia el rojo», nombre de uno de los cuentos de Los límites del control es también el nombre de un libro sobre el socialismo cubano. ¿Movimiento doble hacia la anarquía?.

De “Ex libris”, donde el personaje femenino inventa un procedimiento para estar de nuevo con su ex, que tal vez la amó y ya no la ama, me gusta especialmente que aparezca la relación entre una pareja y la biblioteca armada en conjunto, y qué pasa entonces con los libros cuando ocurre una separación. También en “Moonlancholia” se adivina un desencuentro amoroso, pero hay pocas acciones; predomina el pensamiento, que es también un pensar sobre colores, formas y astros.

Ya no el fin, sino el relato del siempre inesperado comienzo de una historia de amor es el objeto de “Vergel”.

Por último, “Problemas de botánica”. Mi cuento favorito no es blanco sino verde y tiene hermosas imágenes astrales y de la naturaleza. La narradora describe el drama de la protagonista con estas palabras: <<Las que más la conocen se imaginan cómo debe ser estar obligada a pensar todo el tiempo en la misma imagen para sobrevivir>>.

Además de la variedad de narradores y de la riqueza de la sintaxis y del sistema de puntuación, sobresale especialmente el lenguaje de Los límites del control, en un doble sentido. Por un lado, el uso de la lengua que hace Begné se vuelve sorprendente, como si hubiera elegido para relatar cada historia las únicas palabras posibles, es decir, las mejores y en su justa medida para lograr la máxima precisión sin perder elegancia: <<Estable, la nuca, repartiendo la atención de la cabeza entre los comandos y el horizonte luminoso, describe una leve oscilación entre una perfecta vertical y un destino de ángulo que baja>>.

Por otro lado, el lenguaje es importante en las tramas, pertenece a la órbita de cosas que los personajes quisieran controlar, como si para poder dominar la vida fuese necesario dominar el lenguaje, pero este se revela sistemáticamente como algo que se escurre, que no les pertenece del todo. Los personajes no saben cuáles son las palabras correctas, o las escriben y cada anotación acrecienta la desconexión respecto del mundo, o les salen a la fuerza en una repetición sin sentido, o las palabras se les van desarmando hasta vaciarse, toman la forma de conceptos y mantras que no tocan la sensibilidad de nadie.

El informe que prepara el personaje de “El sistema del invierno” se titula “La imposición de la perfección”. Se sigue que la perfección no es natural, que es una estructura que pretende disciplinar la vida naturalmente irregular. Solo en este sentido, Los límites del control no es perfecto y entonces puede ser otra cosa: una experiencia vital.

 

 

 

Escribe Agustina Tullio

Nacida en La Pampa en 1990. Profesora de Letras (UBA) y correctora. Mi género predilecto es la poesía donde sea que se encuentre. Tardo mucho en hacer todo, también en escribir, pero persisto.

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Con una narrativa lacrimógena Tomás Eloy Martínez supo contar como nadie el dolor de los comunes. Desde Hiroshima hasta New Jersey cargó con obsesiones tan argentinas como sus fantasmas y su pluma frenética soltó una de las obras más grandes de la literatura latinoamericana: Santa Evita. Ilustración de Tano Rios Coronelli.

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