“Men”, la última película de Alex Gardner, se introduce en algunas nociones del paganismo antiguo como el sacrificio, la temporalidad cíclica y el lugar de la masculinidad y la feminidad en el mundo. Algunas de ellas son resignificadas por los nuevos feminismos de la actualidad. En esta nota recorremos algunos momentos importantes de la película y la relación con dichas nociones. Escribe Gabriela Puente, ilustra Tano Rios Coronelli.
El jueves 18 de agosto se estrenó en Argentina la película “Men” dirigida por Alex Gardner, quien incursionó en la ciencia ficción con “Ex Machina” y “Aniquilación”, sin embargo, el género de su última película es un tanto inclasificable ya que cuenta con pinceladas de terror, thriller y fantasía.
Sin introducirnos en detalles acerca de los pormenores del filme, analizaremos su simbolismo. La acción comienza a desarrollarse cuando Harper, la protagonista, luego del suicidio de su ex marido, en un desesperado intento de superar el trauma, decide retirarse por unas semanas a una bucólica casa ubicada en un pequeño pueblo inglés. Ya el primer día, se cruzan en su camino personajes masculinos tan deplorables como estereotipados. Sin embargo, un estereotipo puede ser sondeado hasta visibilizar el símbolo que se oculta en su interior. Simbolismo que remite a una sociedad atravesada por una noción de masculinidad dañina.
El hombre (todos los hombres) de “Men” es estéril, amenazante y virulento. Es por esto que, conforme avanza la película entendemos que existe una única salida, una única posibilidad: lo masculino destructor debe ser, a su vez, destruido.
Los nuevos feminismos nos proporcionan una matriz teórica que permite interpretar el temor y la negación de las masculinidades hegemónicas a perder ancestrales privilegios; también nos ayuda a entender el vínculo intrínseco entre dichas masculinidades y el capitalismo. Si bien “Men” hace eco de estos feminismos, también introduce una visión pagana acerca del mundo y habla de la urgente necesidad de la vuelta al vientre femenino, entendido como la reactualización del ciclo de vida-muerte-renacimiento.
La destrucción del cuerpo masculino va tomando relevancia conforme avanza la trama. Recordemos que muchas culturas paganas europeas recurrieron a rituales sacrificiales y que, en estas cosmovisiones, el descuartizamiento es un motivo preferido por la diosa madre para asesinar al hijo-amante, condición necesaria para que tenga lugar el renacimiento.
Debemos mencionar que la temática del sacrificio de la masculinidad fue desplegada en el cine en algunas ocasiones, una de las últimas películas en las que se incursionó en la misma fue “Midsommar” del director Ari Aster. Pero, la primera quizás y la más paradigmática de todas fue “El Hombre de mimbre”, de 1973.
La acción de esta última se desarrolla en Summerisle, una de las islas Hébridas, ubicada en la costa oeste de Escocia, dominada en la antigüedad por la cultura celta, ésta celebraba el 1ro de mayo, el sacrificio del dios del roble y de la luz, con objetivo de la fertilización de la diosa madre. La película comienza cuando un oficial de policía inglés es noticiado de la desaparición de una niña en la mencionada isla. El oficial decide viajar y, al llegar a Summerisle, se encuentra con una comunidad de tipo agraria que tiene un marcado vínculo con la tierra y profesa una concepción pagana acerca del mundo, que a los ojos del policía no es más que un despliegue de superchería hereje. Esencial es destacar que el protagonista arriba a la isla en la víspera del 1ro de mayo.
El dios Cernunnos
También en el caso de “Men” la concepción pagana desarrollada se basa en algunas creencias de antiguos pueblos celtas, quienes consideraban que la noción de lo masculino tiene dos facetas: una luminosa, representada por el dios del roble del año creciente. Y otra oscura, representada por el dios del acebo, la deidad del año menguante. Esta última faceta ctónica e inframundana, a la vez que fecundizante, es asociada con el dios Cernunnos, dios cornudo, similar al Dionisos griego, luego sincretizado por el cristianismo en la figura del satanás bíblico.
Cernunnos es sobre todo un dios de la naturaleza y de la fertilidad, cuyo destino es ser sacrificado a la diosa madre con el fin de fecundar los campos con su sangre. Por lo tanto, nace, muere y renace cíclicamente. Todo esto tiene una injerencia en la praxis de raíz agraria, y así, el ciclo estacional del año celta se personificaba en la relación entre el dios cornudo y la diosa.
La deidad cornuda es omnipresente en “Men” y aquella que orienta al protagonista hacia su destino final.
El sacrificio sagrado de la masculinidad
También los griegos representaron, aun antes que los celtas del norte, la trágica pasión del dios cornudo, en este caso asimilado en la figura de Dionisos. Pero fue recién en el siglo VI de nuestra era que Nonno de Panópolis, filósofo adepto a la corriente órfica, sintetiza el mito de Dionisos Zagreo.
Dionisos nace del incesto, cuando Perséfone, la diosa del Inframundo, se une carnalmente a su padre Zeus. Transfigurado en serpiente y enroscado indisociablemente al cuerpo de Perséfone, el padre/amante escupe en la boca de la doncella y la fecunda, un tiempo después nace el tremendo Dionisos. Cuando éste era muy niño aun, los Titanes, símbolo del caos y la disgregación del mundo, le regalan un espejo, el dios niño se regodea y ensimisma en su reflejo; los Titanes, aprovechando el descuido, lo atacan, lo despedazan y lo asan con el fin de alimentarse de su carne. Zeus, abatido y furibundo expulsa a los Titanes al Tártaro, la zona más recóndita y funesta del Inframundo griego. Luego, con paciencia reúne los trozos del niño. Una vez restituido el cuerpo, lo acoge en su muslo por un tiempo, al cabo del cual lo da a Semelé, la bella princesa tebana, que completará el período de incubación en su propio cuerpo. Finalmente, el divino Dionisos, el Disotokos (dos veces nacido), resurge triunfal del vientre de Semelé.
El mito dionisíaco tiene una función escatológica: “el nacimiento del segundo Dionisos (…) está requerido por las súplicas de Eón (…) —de aion «tiempo», «ciclo temporal», «era»— [y] representa la reinstauración cíclica de Eras sucesivas en el orden del universo. Por lo tanto, la nueva Era tendrá el sello del dios Dionisos.” (Sergio Daniel Manterola et. alt., 1995:17).
Lo masculino y la temporalidad
Pero volvamos a “Men” y volvamos a la actualidad, desde el feminismo podemos concebir la llamada masculinidad hegemónica como sinónimo de la posesión ultrajante del cuerpo feminizado, lo cual redunda en la posesión del “cuerpo” de la tierra a partir de prácticas expoliadoras tales como la megaminería, el extractivismo y la agroindustria intensiva y destructiva, entre otras.
Desde una concepción pagana podemos entender que con el alzamiento de una masculinidad disociada que intenta dominar (léase destruir la naturaleza) todo ocurre, por citar una célebre frase, como si el tiempo “saliera de sus goznes”. Este tipo de masculinidad allende lo femenino representa un tiempo fuera de lo cíclico/natural.
Es así que la concepción capitalista de la temporalidad sucesiva tendiente a la nada no tiene ligazón con los ciclos de la naturaleza. Por el contrario, concibe a la misma como un depósito invariablemente disponible de materias primas que puede ser saqueado al ritmo mecánico de la producción.
Es este tiempo, hipostasiado en la figura contemporánea de la masculinidad, el que debe ser anulado, es decir reabsorbido en lo cíclico, o, de lo contario, destruirá todo.
Finalmente, como mencionamos más arriba, la destrucción de lo masculino hostil es un momento esencial en “Men”, (advertimos aquí a los lectores que no han visto la película que lo siguiente puede ser considerado spoiler) la sobreexposición del cuerpo masculino sufriente y su despedazamiento son elementos necesarios pero no suficientes, por lo cual quizás no sea azarosa la aparición de la figura cuasi redentora de la mujer embarazada, la amiga omnipresente de la protagonista, de cuyo vientre, conjeturamos, podría renacer una nueva era.
Bibliografía
Eliade, Mircea. (1991). Mito y realidad, Barcelona: Editorial Labor, Barcelona.
Nono de Panópolis, (1995). Dionisíacas, Madrid: Gredos.
Nuñez, Amanda (2007). “Los pliegues del tiempo: Kronos, Aión y Kairós”. En paperback nº 4. ISSN 1885-8007. Recuperado 7/3/2021 de pág. Web: http://www.artediez.com/paperback/articulos/nunhez/tiempo.pdf.
Otto, Walter, F. (2001). Dioniso, mito y culto, Madrid: Siruela.