En una época esencialmente atravesada por una ciencia y una tecnología cada vez más sofisticadas y opacas a sus usuarios, es necesario preguntarnos por su sentido y sus consecuencias; la ciencia ficción puede darnos algunas pautas de ello. Escribe Gabriela Puente, ilustra Tano Rios Coronelli.
La ciencia y la ficción
La técnica es contemporánea del hombre, existe desde el origen mismo de la humanidad.
Numerosos mitos intentan explicar ciertas técnicas que por su esplendor parecen rayanas a la magia; tal es el caso de los relatos que tienen como protagonistas a los llamados dioses civilizatorios como Prometeo, quien fue el responsable de otorgar el fuego a los hombres; Deméter, quien enseñó la técnica de la agricultura; o Dionisos, quien hizo lo propio con el cultivo del vino, intrínsecamente vinculado al misticismo a lo largo de todo el antiguo Levante mediterráneo.
Estas y otras deidades acercan un conocimiento práctico a los mortales que impacta profundamente sobre la vida en su cotidianeidad; sin embargo, dicha técnica es presentada de manera ambigua y no exenta de una cierta peligrosidad. El dios o semidiós civilizatorio muchas veces introduce el don en el contexto de un robo, por lo cual termina siendo castigado; por su parte, la humanidad debe ser sumamente responsable con el nuevo conocimiento ya que el preciado regalo puede tornarse súbitamente en una calamidad.
En nuestros días el género de ciencia ficción especula sobre estos tópicos en los que versaban los mitos; y no es casual que hacia 1818 Mary Shelley haya titulado su primera novela, quizás la obra inaugural del género, Frankenstein o el moderno Prometeo haciendo referencia al mencionado héroe civilizatorio griego.
Se han señalado, incluso, antiquísimos antecedentes de la ciencia ficción en el Critias, uno de los últimos diálogos escritos por Platón, donde lleva a cabo una narración pormenorizada de la ciencia de los atlantes, habitantes de Atlántida, el mítico continente sumergido in illo tempore en el océano que lleva su nombre.
Sin embargo, no basta con se introduzca la ciencia/técnica como variable dentro de una narración para ser considerado ciencia ficción, sino que es necesaria además, sobre todo, una explicación tecnocientífica del mundo.
En el caso de Frankestein, Mary Shelley hace un uso poético de ciertas teorías que definieron el espíritu de la época. Dos sucesos científicos son claves para la construcción de dicha novela. Uno de ellos ocurre cuando, en el año 1752, Benjamin Franklin, al encontrarse en medio de una profusa tormenta, lleva a cabo el célebre experimento de la cometa alcanzada por un rayo, que concluye demostrando, de manera cuasi mítica, la teoría de la electricidad. El otro momento científico bisagra que influyó en la novela fue el descubrimiento de la electricidad animal, llevado a cabo en las décadas de 1780 y 1790 por el médico italiano Luigi Galvani, quien explicó el fenómeno eléctrico producido en el cerebro de los animales, luego transferido por los nervios a todo el cuerpo. Inmediatamente se incorpora a la ciencia la fatua tarea de «recargar» eléctricamente los miembros de personas fallecidas para así reanimarlos y devolverles la vida.
Un género en la encrucijada
La ciencia ficción o ficción científica, es un género que se halla entramado con otros, como los géneros fantástico y maravilloso. Aunque con evidentes diferencias; ya que, por ejemplo, en el caso del género maravilloso, dentro del cual podemos incluir a los relatos míticos, las leyes de la naturaleza son quebradas y la narración se estructura en referencia a algún fenómeno mágico y un mundo inexplicado. Por el contrario, en la ciencia ficción se impele a buscar la verosimilitud en los relatos y la rigurosidad del método científico.
Pero tampoco es lineal y traslucida la relación entre la ciencia ficción y la tecnociencia de la época. Ya que, a pesar de mantenerse dentro de los límites de la explicación científica de lo fenoménico, la ciencia ficción expande algunas de las fronteras de la ciencia, llevándola a límites a veces sorprendentes. Y es este factor de sorpresa y de extrañamiento el que permite a la ciencia ficción incluso a veces predecir descubrimientos futuros, como ejemplo podemos recurrir a la eficaz pieza de relojería creada por el autor argentino Adolfo Bioy Casares, La invenvión de Morel, que en 1940pudo vislumbrar un mundo en el cual existían experiencias que hoy podríamos calificar de virtuales.
Quizás, para comprender el fenómeno de la ciencia ficción y su tensión con la ciencia actual, deberíamos ir un paso más atrás y preguntarnos por los fundamentos de ésta última.
¿Qué es eso que llamamos ciencia?
La ciencia moderna se diferencia de la episteme antigua y medieval por su matematización inherente, que le permite encontrar leyes desde las cuales los fenómenos pueden ser reproducidos en laboratorios y por tanto dominables, por medio del cálculo. Así, el control de la naturaleza, como objeto de estudio, se vuelve fundamental para la ciencia.
El filósofo alemán Martin Heidegger explica este fenómeno en su libro La época de la imagen del mundo, donde afirma que mientras que el mundo ha devenido imagen/representación, la posición fundamental del hombre frente a la totalidad del mundo ha devenido visión del mundo. Pero esta visión no es pasiva, sino que implica necesariamente una dominación técnica del mundo; de manera tal que la experiencia total de hombre está predeterminada por la tecnociencia.
Por el contrario, en la concepción griega, más cercana al Mythos, el hombre se relacionaba con el Ser o el mundo de otra manera muy distinta, ya que éste tenía el poder de develarlo. En este sentido, los griegos tenían una poética palabra para nombrar a la verdad: aletheia, o desvelamiento; entendiendo a la verdad como la acción de quitar el velo que cubre el mundo, mientras que, por el contrario, el engaño, la ignorancia o la mentira no es otra cosa que un acto de ocultamiento del Ser. Como expresa Heidegger en la mencionada obra: «el hombre (griego) tenía que reunir eso que se abre a sí mismo en su espacio abierto, salvarlo, mantenerlo atrapado y preservarlo y permanecer expuesto a todas las disensiones de la confusión.» (1996).
Conocer una verdad para el griego antiguo no era de ninguna manera sinónimo de dominar mediante el conocimiento alguna porción de Ser, sino que implicaba antes bien, una especie de heroicidad: la de salvar al mundo de la feroz e indiferenciada absorción del Ser. Un nuevo conocimiento implicaba sacar a la luz algo, recortándolo del ámbito absoluto y opaco en el que existía en confusión. Esta titánica tarea de dar luz a las cosas que asumió con valentía el griego, se replica no sólo en la técnica y episteme de la época, sino también en el arte, recordemos que la tragedia ática estaba atravesada por la omnipresente dicotomía luz/oscuridad, tal como podemos observar cabalmente en una de sus obras cúlmines, como es el caso de Edipo rey; si algo nos transmite la tragedia es que la verdad debe ser develada aun a costa del propio bienestar o, incluso, de la propia vida.
La diferencia en la actitud acerca del conocimiento entre un antiguo y un contemporáneo es, por tanto, inconmensurable.
La ficción y la ciencia problematizada
La ciencia ficción se entrecruza con la ciencia a partir de la explicación técnica del mundo, pero se aleja de ella, y quizás la supera, en tanto que problematiza el progreso tecnocientífico y su incidencia en lo social.
Y el hecho de que la ciencia ficción sea un género híbrido; le permite, a partir de dicha problematización, incluir un rodeo por el pensar mítico del mundo. Pudiendo llegar a reelaborar un discurso del origen y de una edad de oro a la usanza mítica, pero, y esta es la gran novedad, instaurado no ya como un pasado originario sino desplazado hacia un in illo tempore futuro, sea este utópico o distópico.
Nadie escapa a su época histórica, en nuestro caso, al “espíritu” tecnocientífico. En palabras de Heidegger: «ninguna época se deja relegar por el poder de una negación. La negación sólo elimina al negador» (1996). No podemos simplemente rechazar nuestra época, recurriendo a románticos pasados originarios; sino que es menester, siguiendo el análisis heideggeriano, una meditación acerca del Ser; un cuestionamiento y una nueva apertura de la pregunta originaria por el sentido, que nos permita entender y preconcebir hacia donde se están abriendo las diversas posibilidades del futuro en el que habitaremos. Diversos fenómenos actuales; como por ejemplo, el sentido y consecuencias de la inteligencia artificial en su aplicación para el control de la población, nos impelen a dichos cuestionamientos. Por poner sólo un ejemplo, en Argentina por estos días hemos presenciado cómo una tecnología de punta es usada para escanear el iris de diversas personas; quienes, inducidas por la acuciante situación económica, acceden a permutar sus datos biométricos por una suma de criptomonedas intercambiables por la moneda local. La distópica escena parece sacada de un filme de ciencia ficción.
Por último, no debemos entender esta imposibilidad de escapar a nuestra época como una debilidad sino como un desafío. Y yace allí la gran potencia de la ciencia ficción, abriendo nuevos sentidos, algunos verosímiles, otros insospechados incluso para la ciencia, que permiten cuestionarla, a la vez que alertarnos de algunas probables fatídicas consecuencias.
Bibliografía
Heidegger, M., (1996). «La época de la imagen del mundo» en Caminos de bosque, Madrid:Alianza.
Varo Zafra, J. (2022). «Mitología y ciencia ficción, el caso de Myths of the near future, de James, G. Ballard» en Revista Signa 31, pp. 793-815 Madrid: UNED.