Odiseo – Episodio VI

¿Un léxico puede ser elegido? ¿o él nos elige ? El intérprete es del sur de nuestro territorio, de los confines. El texto que propone viene influido por sus célebres obsesiones. ¿Es posible torducir el Ulises de Joyce con signos inexistentes? Si quieren leer, les ofrecemos este nuevo y oportuno texto. Los previos, en este link. Dibujos de Mariano Lucano.

 

 

Mertin Cunninghem, el primero, metió su sombrerudo tiesto en el crujiente coche, e introduciéndose, flexible como un mimbre se sentó. Mr. Power entró después de él, encogiéndose un poco con movimientos escrupulosos.

–Entre, Simon.

–Después de usted –dijo Mr. Bloom.

Mr. Dedelus se cubrió presto y entró, diciendo:

– Sí, sí.

–¿Subimos todos?  –preguntó Mertin Cunninghem–. Entre, Bloom.

Mr. Bloom subió y se sentó en el sitio que quedó libre. Tiró del portillo en su dirección y dio un golpe y otro golpe y por fin con un golpe bien fuerte el portillo se cerró. Se sujetó de un cinto de cuero pendiendo del borde del techo y por los postigos del coche miró con gesto serio los visillos ciegos en los edificios de enfrente. Uno se movió: un vejestorio espión. El lívido rostro oprimiendo el vidrio. Reconociendo su buen lucero por no ser éste su turno. Increíble el interés que les produce un muerto. Felices de despedirnos: por lo mucho que sufren recibiéndonos en este mundo.

Oficio que por lo visto ejercen con gusto. Yendo de rincón en rincón con sus secretos. Moviéndose con sigilo por temor de que se despierte. Después ungirlo. Extenderlo. Molly y Mrs. Flemming tendiendo el lecho. Tire un poco de ese extremo. Nuestro envoltorio. No conoces quién puede mover tu cuerpo muerto. Remojo y detergente. Puede ser que les recorten el pelo y los pesuños. Metiendo un poco en un sobre. De todos modos, siguen creciendo. Menesteres sucios.

Todos pendientes. En silencio. Posiblemente estén subiendo los redondeles de flores. Me senté sobre un toco duro. Oh, el detergente sólido: en el bolsillo izquierdo. Mejor me lo pongo en otro bolsillo. Esperemos el momento.

Todos pendientes. Después percibió los movimientos, primero desde el frente, que giró; después rodó el tren posterior; el clipiclop de los equinos siguió después. Un tirón. El coche se puso en movimiento, crujiendo y meciéndose.  Otros clipiclops y otros giros crujientes los siguieron. Los postigos de los frentes se fueron sucediendo y en el número nueve, con un crespón en el pomo, el portón se entornó. Nos movemos con lentitud.

Siguieron todos pendientes, con los hinojos meciéndose, yendo por los bordes y después en el cruce de los rieles del trolebús. Tritonville Rd. Trote. El coche rodó gruñendo sobre el suelo rocoso y los vidrios conmovidos se movieron triquitroc en los intersticios de los portillos.

–¿Por dónde tomó? –preguntó Mr. Power, dirigiendo su cuestión en uno y otro sentido.

–Irishtown –dijo Mertin Cunninghem–. Ringsend. Brunswick Street.

Mr. Dedelus lo comprobó y luego confirmó.

–Es un buen gesto –dijo–. Qué bueno que no se olvide.

Todos vieron por los vidrios en un segundo los birretes removidos por sus dueños. Respeto. Yendo por Wotery Ln, el coche se desvió de los rieles del trolebús y tomó por un sendero poco menos que liso. Mr. Bloom vio de repente el esbelto perfil de un hombre joven vistiendo luto, con un sombrero de borde.

–Termino de ver un conocido suyo, Dedelus –dijo.

–¿Quién es?

–Su hijo y heredero.

–¿Dónde? –preguntó Mr. Dedelus, moviéndose con el propósito de verlo.

El coche circuló por los vertederos descubiertos y los montículos de cemento roto enfrente de los conventillos, se estremeció en el giro y, de nuevo sobre los rieles del trolebús, rodó con el estrépito de sus ruedones truculentos. Mr. Dedelus se sentó de nuevo en su sitio, diciendo:

–¿Supongo que lo vio con ese bribón de Mulligen? ¡Su fidus Echetes![1]

–No –dijo Mr. Bloom– Lo vi solo.

–En dirección de lo de sus tíos, supongo –dijo Mr. Dedelus–, el club Goulding, el pequeño escribiente ebrio y Crissie, el pequeño pimpollo femenino de su viejo, pequeñez inteligente que conoce muy bien quién es su propio progenitor.

Mr. Bloom sonrió sin convicción en Ringsend Rd. Wolloce Bros: botelleros. El puente Dodder.

Richie Goulding y su bolso de contenciosos. Goulding, Collis y Werd dice que es el nombre del estudio. Sus chistes envejecen. Supo ser uno de los mejores. Los giros vieneses que dieron en Steimer Street con Ignetius Gelleher un domingo con el despunte del sol, con los dos sombreros del vejestorio de su huésped metidos uno dentro del otro sobre su tiesto. Noche de puro jolgorio. Después se sienten los efectos; ese dolor de riñones, me temo. Su mujer poniéndole un hierro hirviendo en el lomo. Tiene fe en los remedios. Son cuentos en comprimidos. Seiscientos por ciento de beneficio.

–Se rodeó de un grupo de bribones –gruñó Mr. Dedelus–. Ese imbécil de Mulligen es un podrido bribón infecto hecho y derecho. Su nombre hiede en todo Dublín. Pero con el socorro de Dios y Su divino Hijo ni bien me desocupe un poco escribiré un correo y me juego que sus tíos o lo que fueren  lo leen con los ojos como el dos de oro. Juro que lo tiro desde un precipicio, puede creerme. Gritó por sobre el estruendo del coche:

–No permitiré que el roñoso de su sobrino estropee el porvenir de mi hijo. El hijo de un pinche de mercero. Vendiendo moños en lo de mi primo, Peter P. M’Swiney. No lo permitiré.

Hizo silencio. Los ojos de Mr. Bloom recorrieron su bigote furioso, el rostro sereno de Mr. Power y los ojos y los pelos del rostro de Mertin Cunninghem, meciéndose circunspectos. Hombre bullicioso y terco. Orgulloso de su hijo. Tiene motivos. Su futuro heredero. Si el pequeño Rudy hubiese vivido. Verlo crecer. Oír su voz por los rincones. Yendo con Molly en terno de Eton. Mi hijo. Yo en sus ojos. Sentimiento confuso. Surgido de mí. Solo un golpe de suerte. Tuvo que suceder en ese despunte del sol en Reymond Tce, vio por los visillos los dos perros unidos enfrente del muro del vivid en el bien[2]. Y el teniente que subió los ojos y nos miró sonriendo. Se puso ese beibidol[3] color beige con el jirón ese que no remendó. Echémonos un polvo, Poldy. Dios, me muero de deseo. El comienzo de un ser.

Entonces se consumó su preñez. Tuvo que perderse el concierto en Greystones. Mi hijo en su vientre. Hubiese podido ofrecerle un futuro digno. Hubiese. Que fuese independiente. Que estudie en Berlín, por ejemplo.

–¿No venimos muy justos de tiempo?  –preguntó Mr. Power.

Mertin Cunninghem miró su reloj y respondió.

–Perdimos diez minutos.

Molly. Milly. El mismo ser, un poco desleído. Sus insultos de jovencito. ¡Oh,  jodido Júpiter! ¡Jesusmioyjosé! Pero es un sol. Volviéndose mujer. Mullinger. Queridísimo Popli. Joven discípulo. Sí, sí; mujer y punto. Vivir. Vivir.

El coche dio unos brincos repentinos, todos los torsos se mecieron.

–Corny hubiese podido meternos en un esperpento menos incómodo –dijo Mr. Power.

–Hubiese podido –dijo Mr. Dedelus–, si no fuese por ese roñoso que lo vuelve loco. ¿Me entiende?

Guiñó el ojo izquierdo. Mertin Cunninghem removió unos restos de biscocho que encontró entre sus muslos.

–¿Qué es esto, por Dios? ¿Biscochos?

–Por lo visto, recién estuvieron de picnic en este coche –dijo Mr. Power.

Todos movieron los muslos y recorrieron con recelo el cuero mohoso y sin botones de los sillones. Mr. Dedelus, oliendo, frunció el ceño con los ojos en el piso y dijo:

–Si no estoy terriblemente confundido… ¿Qué cree usted, Mertin?

–Sorprendido como usted –dijo Mertin Cunninghem.

Mr. Bloom posó de nuevo el muslo. El remojón me vino perfecto. Siento los pies bien limpios. Pero Mrs. Flemming debió zurcir mejor estos soquetes[4].

Mr. Dedelus suspiró sumiso.

–Después de todo –dijo–, es lógico.

–¿Vino Tom Kernen? –preguntó Mertin Cunninghem, revolviéndose con decoro un rulo del mentón.

–Sí –respondió Mr. Bloom–. Viene en el otro coche con Ned Lumbert y Hynes.

–¿Y Corny Kelleher? –preguntó Mr. Power.

–En el cementerio –respondió Mertin Cunninghem.

–Hoy me encontré con M’Coy –dijo Mr. Bloom–. Dijo que si puede venir, viene.

El coche se detuvo de golpe.

–¿Qué sucede?

–Nos detuvimos.

–¿Por dónde venimos?

Mr. Bloom se estiró y miró en derredor.

–El regio ducto –dijo.

Los cilindros donde comprimen el coque. Dicen que esos efluvios son un remedio eficiente. Tos con convulsiones. Qué bueno que Milly no lo sufrió. ¡Pobres niños! Los destruye, verdinegros de convulsiones. Es muy injusto. Tuvo suerte que no se enfermó. Sólo el morvilivirus. Poción de brotes de lino. Estreptococos, brotes de gripe. Conscripción de muertos. No se lo puede perder. Refugio de perros en ese terreno. ¡Pobre viejo Ethos[5]! Sé bueno con Ethos, Leopold, es mi último deseo. Tus deseos son órdenes, Señor. Los obedecemos en el sepulcro. Un jeroglífico de moribundo. No se pudo, lo consumió el dolor. Un bruto dócil. Los perros de los viejos por lo común lo son.

Un globito líquido llovió escupiéndole el sombrero. Retrocedió y vio un segundo del remedo de diluvio poniendo puntos sobre el cemento gris. Dispersos. Es curioso. Como por un cernedor. Me lo figuré. Recuerdo que me crujieron los botines.

–Se descompuso el tiempo –murmuró.

–Qué poco duró el buen tiempo –dijo Mertin Cunninghem.

–Los predios tienen sed –dijo Mr. Power–. Veo que vuelve el sol.

Mr. Dedelus miró el cielo por entre sus lentes en dirección de un sol semioculto y lo fulminó con un insulto mudo.

–Imprevisible como el culo de un chiquilín –dijo.

–Nos movemos de nuevo.

El coche renovó los chirridos del giro de sus vetustos ruedones[6], y los torsos de los deudos se mecieron gentilmente. Mr. Cunninghem se rizó con inquietud los pelos del mentón.

–Tom Kernen estuvo inmenso en ese evento nocturno –dijo–. Y Peddy Leonerd riéndose de él.

–Bueno, cuéntenos un poco, Mertin –dijo Mr. Power, impetuoso–. Espere que lo escuche, Simon, lo que dice sobre Ben Dollerd en The Croppy Boy.

–Inmenso –dijo Mertin Cunninghem en tono pomposo–. El modo en que entonó esos sencillos versos, Mertin, es el sumun de lo incisivo de todo lo que he oído en mi extenso recorrido.

–Incisivo –dijo riendo Mr. Power–. Lo repite como un loro. Y lo del convenio retrospectivo.

–¿Leyó el discurso de Dick Dowson? –preguntó Mertin Cunninghem.

–No, por cierto –dijo Mr. Dedelus–. ¿Dónde se publicó?

–En el periódico de hoy.

Mr. Bloom extendió el periódico que produjo de su bolsillo interior. Ese libro que me pidió.

–No, no –dijo presto Mr. Dedelus–. En otro momento, se lo ruego.

Los ojos de Mr. Bloom siguieron por los bordes del periódico, recorriendo los reportes necrológicos: Cullen, Colemon, Dignem, Fewcett, Lowry, Neumenn, Peeke, ¿qué Peeke es este? ¿Es el tipo que estuvo en lo de Crosbie y Elleyne? No, Sexton, Urbright. Los signos de molde se convirtieron pronto en borrones en el curtido pliego crujiente. Réquiem por nuestro Pequeño Pimpollo. Perdido sin remedio. El enorme dolor de los suyos.  Con sus 88 recién cumplidos, luego de un proceso extenso y doloroso. Efemérides del mes: Quinlon. Que el Dulce Jesús se ocupe de tu espíritu.

 

Un mes, querido Henry, que emprendiste el vuelo

Por vivir en tu refugio de otro mundo

Y los tuyos prisioneros del dolor viviendo en duelo

Con el sueño de  reunirnos contigo en pleno cielo.[7]

 

 

¿Estoy seguro de que rompí el sobre? Sí. ¿Dónde puse el correo después de leerlo en el retrete? Se tocó el bolsillo del jubón. Eso es, en su sitio. El querido Henry voló. No quiero perder los equilibrios[8].

El colegio de los escoceses. El depósito de Meede. El refugio[9]. Hoy sólo tienen dos. Somnolientos.  Gordos como chinches. Mucho hueso y poco cerebro. El otro en pleno trote con un cliente. Estuve justo en este sitio hoy mismo. Los cocheros se pusieron dos dedos en sus respectivos sombreros.

El dorso de un obrero de los rieles se enderezó de repente sosteniéndose en un poste de trolebús no lejos del postigo Mr. Bloom. ¿No pueden sustituirlo por un dispositivo que funcione solo, de modo que el mismo boogie[10], un poco menos incómodo?  ¿Bueno, pero entonces ese tipo pierde su empleo? ¿Bueno, pero no es cierto que otro consigue un empleo si el nuevo invento lo producen en serie?

El edificio de conciertos Old Times. Desierto. Un hombre de terno beige con un crespón. No se ve muy triste. Medio semiduelo. Un deudo político posiblemente.

El coche circuló por el lúgubre púlpito de St Murk, so el puente del tren, después del circo Regio[11]: en silencio. Posters: Eugene Stretton, Mrs. Bendmenn Pelmer. Podré ver Leoh hoy en función noche, me pregunto. Dije que me. ¿O el Lirio de Killerney? Conjunto operístico Elster Grimes. Increíble estreno. Posters relucientes de los próximos estrenos Diversión en el Bristol. Mertin Cunninghem puede conseguirme un ticket libre en el Quietly[12]. Puedo ofrecerle dos whiskies. Lo que no se pierde en sollozos se pierde en suspiros.

Él viene después de comer. Con su repertorio.

Lo de Plesto. El reservorio con el busto en recuerdo de Sir Philip Crompton. ¿Quién fue?

–¿Qué dice? –dijo Mertin Cunninghem, subiendo los dedos y moviéndolos en un gesto cortés.

–No puede vernos –dijo Mr. Power–. Sí, nos ve. ¿Todo bien?

–¿Quién? –preguntó Mr. Dedelus.

–Bleizes Boylen –dijo Mr. Power–. Lo veo, en su rol de seductor.

Justo en el momento que pensé.

Mr. Dedelus se inclinó reverente. Desde el frente del restó de Bindon el níveo disco de un fresco sombrero respondió con un destello; perfil esbelto. Ido.

Mr. Bloom se observó los extremos pulidos de los dedos derechos, luego los de los dedos izquierdos. Pesuños, sí. ¿Qué tiene él que les le[13] ven? Hipnosis. Lo peor de Dublín. Por eso sigue vivo. Existen mujeres que perciben lo que un hombre es. Instinto. Pero un tipo como ese. Mis pesuños. Me los miro: bien pulidos. Y después: reflexiono solo. Su cuerpo se vuelve menos firme. Lo recuerdo y lo veo nítido. Qué es lo que produce eso supongo que los tejidos no se reducen lo suficiente en el momento que los músculos pierden tensión. Pero el molde es el mismo. Hombros. Pelvis. Redondeces. Vistiéndose por el minué nocturno. El blusón metido entre los glúteos.

Cruzó los dedos entre los hinojos y, conforme, posó unos ojos desiertos sobre los rostros del grupo.

Mr. Power preguntó:

–¿Qué me dice de ese tour de conciertos, Bloom?

–Oh, muy bien –dijo Mr. Bloom–. Escucho buenos informes. Es un buen proyecto, mire…

–¿Usted lo sigue?

–Bueno, no –dijo Mr. Bloom–. Es que tengo un compromiso en Ennis que no puedo posponer. El concepto es recorrer urbes de cierto nivel, ¿comprende? Lo que se pierde en un sitio puede que se recupere en otro.

–Eso es cierto –dijo Mertin Cunninghem–. Merie Henderson recorre ese territorio en estos momentos.

–¿Tienen buenos intérpretes?

–Louis Werner es el director –dijo Mr. Bloom–. Oh, sí, tendremos todos intérpretes de primer nivel. J. C. Doyle y John McCormeck espero y. Los mejores, por cierto.

–Y Mme. –dijo Mr.  Power, sonriendo–. Como si fuese poco.

Mr. Bloom expuso los dedos en un gesto de sutil decoro y los unió de nuevo. Smith O’Brien. Un desconocido le puso flores. Mujer. Debió morir un dieciséis de junio. Por muchos y muy felices retornos. En el momento en que el coche giró enfrente del monumento de Ferrell sus hinojos sin oposición se unieron en silencio.

Ooones; un viejo de negro ofreciendo sus productos desde el cordón, con todo el poder de su voz.

–Oooones.

–Seis cordones por un penique.

Me pregunto por qué lo destituyeron como jurisconsulto. Tuvo un estudio jurídico en Hume Street. El mismo domicilio que el homónimo de Molly. Tweedy, defensor del reino por Woterford. Desde entonces se pone ese sombrero. Recuerdo de tiempos gloriosos. De duelo por si fuese poco. Derrumbe terrible, ¡pobre tipo! Repelido por doquier como perro infecto. O’Colloghon en su último estertor.

Y Mme. Once y veinte. Terminó el remoloneo. Mrs. Flemming con el plumero. El cepillo recorriendo su pelo. Repitiendo. Voglio e non vorrei. No. Vorrei e non. Con los pelos entre los dedos descubriendo extremos florecidos. Il mio cuore.[14] Su voz se luce en ese tre; tristísimo. Un tordo. Un jilguero. Ese término jilguero lo dice muy bien.

Sus ojos recorrieron por un segundo el fino rostro de Mr. Power. Nieve en sus sienes. Mme: sonriendo. Le devolví el gesto. Un rostro sonriente lo puede todo. Pudo querer ser cortés. Muy buen tipo. Quién puede decir si es cierto o no que tiene dos mujeres. Su cónyuge tiene que sufrirlo. Pero de todos modos dicen, ¿quién me lo dijo?, que no tienen rel. Se supone que eso tiene que ser de vuelo corto. Sí, fue Crofton quien se lo encontró de noche con un bolso de provisiones. ¿Qué empleo tiene? ¿Sirve en lo de Jury? ¿O en el Moire?

El coche bordeó el monumento de O’Connell con el sobretodo desprendido.

Mertin Cunninghem hundió un codo en el vientre de Mr. Power.

–Del club de Reuben –dijo.

Un perfil longilíneo con el rostro pelinegro, rengo  y sosteniéndose con un bordón en el cruce de lo de Elvery, el comercio del probóscide[15] en el techo, los reconoció poniendo sus cinco dedos sobre los riñones.

–En todo su prístino esplendor –dijo Mr. Power.

Mr. Dedelus miró el perfil rengo y dijo en tono sereno:

–¡Que el demonio te quiebre un leño en medio del lomo!

Mr. Power, riendo como un loco, retiró el rostro del postigo en el momento que el coche superó el monolito de Grey.

–Todos lo vimos –dijo un rotundo Mertin Cunninghem.

Sus ojos coincidieron con los de Bloom. Se tocó los pelos del mentón, y siguió diciendo:

–Bueno, no todos.

Mr. Bloom enfrentó sus rostros con un vehemente y repentino discurso.

–Se viene oyendo un cuento increíble sobre Reuben J. y su hijo.

–¿Lo del botero? –preguntó Mr. Power.

–Sí, ¿no es excelente?

–¿Cómo es el cuento?  –preguntó Mr. Dedelus–. No me enteré.

–El joven se le hizo mujeriego –comenzó Mr. Bloom–, y decidió recluirlo en Port Erin, libre de todo peligro, pero en el momento en que los dos…

–¿Qué? –preguntó Mr. Dedelus–. Ese mocoso insufrible.

–Sí –dijo Mr. Bloom–. Ni bien se metieron en el ferry el hijo decidió hundirse…

–¡Hundirse, Belcebú! –gritó Mr. Dedelus–. ¡Supongo, en nombre de Cristo, que lo consiguió!

Mr. Power risoteó escondiendo el morro entre los dedos.

–No –dijo Mr. Bloom–, el hijo mismo…

Mertin Cunninghem interrumpió su cuento de modo descortés:

–Reuben J. y su hijo fueron por el muelle en dirección del ferry de Port Erin, y el joven rebelde se liberó de repente y brincó sobre el muro sumergiéndose en el Liffey.

–¡En el divino nombre de Dios! –profirió con horror Mr. Dedelus–. ¿Se murió?

–¿Morirse? –gritó Mertin Cunninghem–. ¡De ningún modo! Un botero tomó un pincho, lo pescó del fondillo y lo depositó en el muelle donde el viejo lo recibió. Menos vivo que muerto. Medio Dublín lo vio.

–Sí  –dijo Mr. Bloom–. Pero lo cómico es que…

–Y Reuben J. –dijo Mertin Cunninghem– le ofreció un florín por el socorro de su hijo.

Se escuchó un suspiro contenido por el puño de Mr. Power.

–Oh, por cierto –concedió Mertin Cunninghem–. Por su hecho heroico. Un florín lustroso.

–Muy bueno, por cierto –dijo Mr. Bloom en tono vehemente.

–Un exceso de veintinueve peniques  –dijo Mr. Dedelus muy serio.

El risoteo contenido de Mr. Power explotó en medio del coche.

El obelisco de Nelson.

–¡Ocho orejones por un penique! ¡Ocho por un penique![16]

–Mejor que dejemos de reírnos –dijo Mertin Cunninghem.

Mr. Dedelus suspiró.

–El pobre Peddy no se hubiese ofendido por nuestros chistes. Él contó los suyos, y por cierto que fueron muy buenos.

–¡Dios me perdone! –dijo Mr. Power, escurriéndose los ojos con los dedos–. ¡Pobre Peddy! Quién hubiese creído el otro jueves, en nuestro último encuentro donde lo vi muy bien, que hoy lo siguiésemos como lo seguimos.  Se nos fue.

–Un hombre excelente, de esos que no se ven  mucho en estos tiempos –dijo Mr. Dedelus–. Se nos fue de repente.

–Un síncope –dijo Mertin Cunninghem–. Le rompió el pecho.

Se tocó el pecho conmovido.

Rostro henchido: rojo vivo. Mucho Johnny el Peregrino[17]. Remedio del hocico rojo. Beber como un demonio y ponerse gris. Derrochó un montón de dinero por obtener ese color.

Mr. Power miró con ojos tristes el desfile de los frentes.

–Murió de repente, pobre hombre –dijo.

–El mejor modo de morir –comentó Mr. Bloom.

Un grupo de ojos sorprendidos lo escudriñó.

–Sin sufrir –dijo–. Un segundo y todo terminó. Como morir en medio del sueño.

Ninguno se pronunció.

Este es un distrito muerto. Negocios ociosos, bienes inmuebles, hotel de sobrios forzosos, servicios de trenes Felconer, colegio del servicio civil, lo de Gill, el club de los creyentes, el  instituto de ciegos. ¿Por qué? Debe existir un motivo. El sol o el viento. Lo mismo de noche. Niños negros de hollín y mujeres pinches de pensión. Protegidos por el instituto del difunto Reverendo Methew. Primer bloque del monumento de Pornell[18]. Síncope. El pecho.

Un equipo de níveos corceles con  níveos copetes en el testuz dobló en trote veloz por Prince Street North. Un pequeño féretro se vio de refilón. El entierro expreso. Un coche fúnebre. Soltero. Esposo, negro. Soltero, pinto. Mujer del clero, overo.

–Triste –dijo Mertin Cunninghem–. Un bebé.

Un rostro de pigmeo, rojinegro y fruncido como el del pequeño Rudy. Cuerpo de pigmeo, flojo como un bollo crudo, en un níveo féretro de pino. El gremio contribuyó con el entierro. Tres peniques y medio por mes el metro de césped. Nuestro. Pobre. Bebito. No existió. Un error del mundo. Si es fuerte fue el vientre que lo crio. Si no, fue el hombre.  Mejor suerte con el siguiente.

–Pobrecito –dijo Mr. Dedelus–. Se libró de todo esto.

El coche trepó con cierto esfuerzo el repecho de Rutlend Sq. Entrechoque de huesos. Sobre el cemento. Sólo un pobre. Que no tiene quien lo llore[19].

–En su esplendor –dijo Mertin Cunninghem.

–Pero lo peor de todo –dijo Mr.  Power– es el hombre que comete suicidio.

Mertin Cunninghem miró presto el reloj, tosió y se lo metió de nuevo en el bolsillo.

–Es lo peor que pueden sufrir los suyos  –comentó Mr. Power.

–Interrupción del juicio, por supuesto –dijo Mertin Cunninghem decidido–. Debemos verlo con espíritu generoso.

–Dicen que el que comete suicidio es un flojo –dijo Mr. Dedelus.

–No nos corresponde convertirnos en jueces –dijo Mertin Cunninghem.

Mr. Bloom, que estuvo por intervenir, se contuvo de nuevo. Los ojos de Mertin Cunninghem, bien despiertos. No quiere ver mi expresión. Es un hombre gentil y bueno. Inteligente. El perfil de Willium Shekspierre[20]. Siempre con expresiones gentiles. Estos son inclementes con eso y con el homicidio de niños. No permiten que los entierren en cementerios con cruces. En el foso, hundiéndoles un hierro puntudo en el pecho. Como si no estuviese suficientemente roto. Pero existen los que quieren retroceder y no pueden. Descubierto en el lecho del río con los dedos ciñendo unos juncos. Me miró. Y su horrible mujer que vive en pedo. Lo que debe ser vivir moviéndose de domicilio en domicilio y vendiendo los juegos de muebles en un negocio de empeños viernes por medio. Convirtiéndolo en su prisionero. Eso debe ser mortífero incluso en el ser menos sensible. El próximo lunes ni bien despunte el sol. Empecemos de nuevo. Impulso de hombro. Dios mío, debió ser como ver un cuco de noche. Me lo contó Dedelus, que fue testigo. En pedo y perdiendo el equilibrio con el cubretiesto[21] del pobre Mertin:

 

Y me dicen el dije nipón,

            nipón,

            soy un minón.[22]

 

Miró en derredor. Se enteró. Entrechoque de huesos.

El detective recorriendo el dormitorio. El botellón con rótulo rojo sobre el escritorio. El dormitorio de hotel con dibujos de equinos persiguiendo un zorro. Me sofocó el encierro. Los ríos de luz del sol por los intersticios de los postigos. Los lóbulos del coronel, gruesos y peludos. El botones diciendo su testimonio. Primero lo creyó dormido. Luego vio como unos surcos verdosos en su rostro. Se deslizó del lecho. Veredicto: sobredosis. Muerte por descuido. Lo que escribió. Leopold, hijo mío.

No tolero este dolor. Seguir durmiendo. Que no tiene deudos.

El coche crujió estridente por Blessington Street. Sobre los bloques de cemento.

–Se despertó el cochero, supongo –dijo Mertin Cunninghem.

–Roguemos que no nos deje en el medio del recorrido –dijo Mr. Power.

–Espero que no –dijo Mertin Cunninghem–. El viernes se corre un super premio en Berlín. El Gordon Bennett.

–Sí, por Dios –dijo Mr.  Dedelus–. Digno de verse, estoy seguro.

Luego del giro en Berkeley Street, no lejos del dique, un musiquero envió por sobre ellos y como persiguiéndolos un tono risueño y movedizo de piringundín. ¿Qué pueden decirme de Kelly? Ke e doble ele ye. El Himno Fúnebre de Soul. Jodido como el viejo Tonio. Que me dejó solonio. Pirouette! El Misericorde[23]. Eccles Street. Mi domicilio. Ese edificio. Ese es el sector de los moribundos. Muy positivo. El hospicio de Nuestro Señor de los moribundos. Morgue en el piso inferior, buen sitio. Donde murió el vejestorio de Mrs. Riorden.  Terribles rostros femeninos. Su pote y el tenedor por el mentón. Luego el biombo en torno del lecho que le permite un buen morir. Buen tipo el discípulo que me curó del picotón de ese insecto melifluo. Lo pusieron en el sector del nosocomio donde reciben los bebés, me dijeron. En los dos extremos.

El coche dobló el codo en un trote extendido; se detuvo.

–¿Qué sucede?

Un tropel con cruces en los lomos desfiló dividido por el borde izquierdo y derecho de los postigos, mugiendo sumiso sobre pesuños mullidos, moviendo unos hopos perezosos sobre los lomos huesudos y mugrientos. En un extremo y en medio del entrevero, un grupo de ovinos con los lomos teñidos emitiendo beeelidos[24] de terror.

–En pleno exilio –dijo Mr. Power.

–¡Hooopo! –gritó el vocejón del resero, esgrimiendo un cordel de tientos que cimbró en seco sobre los lomos–. ¡Hooopo! ¡Hooopo!

Jueves por supuesto. El viernes es el degüello. Novillos. Cuffe los vendió en unos veintisiete florines por res. Destino Liverpool posiblemente. Rosbif del viejo inglés.  Quieren los bien suculentos. Y entonces el quinto trozo se pierde: todos los subproductos, el cuero, el pelo, los cuernos. Se convierte en un monto de peso en doce meses. El negocio de los residuos. Curtiembres que reciben los desechos de los frigoríficos, detergente sólido, unto. Me pregunto si siguen con ese truco de obtener cortes hediondos del tren del oeste en Clonsille[25].

El coche circuló por el medio del tropel.

–No puedo entender por qué el municipio no tiende nuevos rieles entre el frigorífico y los muelles –dijo Mr. Bloom–. Hubiesen podido poner los trenes con reses en el puerto mismo y subirlos en los buques.

–En vez de obstruir el flujo de vehículos –dijo Mertin Cunninghem–. Muy cierto. Espero que se concrete.

–Sí –concedió Mr. Bloom–, y otro emprendimiento en el que pienso seguido es que circulen trolebuses fúnebres puestos por el municipio como los que tienen en Turín[26], entiende. Rieles que empiecen en el portón del cementerio y poner los trolebuses según se los necesite, coche fúnebre, furgón de flores y todo. ¿Entiende lo que quiero decir?

–Oh, ese sí que puede ser un cuento excelente –dijo Mr. Dedelus–. Coche de lujo y un coche comedor.

–El fin del negocio de Corny –comentó Mr. Power.

–¿Por qué? –preguntó Mr. Bloom, en dirección de Mr. Dedelus–. ¿No es menos indecente que sufrir este trote lento de dos en dos?

–Bueno, eso puede tener un toque lógico –concedió Mr. Dedelus.

–Y no corremos el riesgo –dijo Mertin Cunninghem– de repetir horrores como el de ese coche que volcó enfrente de lo de Dunphy que terminó con el féretro en el piso.

–Fue terrible –dijo el rostro lleno de terror de Mr. Power–, y el cuerpo que rodó por el cemento.  ¡Terrible!

–El primer sorbo en lo de Dunphy –dijo Mr. Dedelus, diciendo que sí–. El premio Gordon Bennett.

–¡Bendito es el Señor! –dijo Mertin Cunninghem lleno de fe.

¡Bum! Vuelco. Féretro por el suelo y rebote sobre el cemento. Se rompe con estrépito. Peddy Dignem despedido y describiendo giros, rígido en el polvo envuelto en un lienzo bruno y desmedido. Rostro enrojecido; en este momento gris. Los dientes expuestos. Sorprendido. Es comprensible que les cierren los morros. De otro modo se ven horribles.  Después los intestinos se descomponen en poco tiempo. Es mucho mejor que les sellen todos los orificios. Sí, incluso ese. Con cerote. Esfínter flojo. Séllenle todo.

–Lo de Dunphy –indicó Mr. Power con el envión dextrógiro del coche.

El rincón de lo de Dunphy. Coches fúnebres ociosos, sumergiendo su dolor en un ponto de licores. Un poco de reposo en el recorrido. Pub en el sitio justo. Supongo que de regreso nos detendremos en este por un brindis en su recuerdo. Un círculo de consuelo.  Elixir de los vivos.

Pero suponte que sucede. ¿Y entonces si un hierro le produjese un corte hubiese vertido humor venoso? Sí y no, supongo. Depende de dónde. El flujo se detiene. Pero de todos modos puede surgir un chorro de un conducto. Mejor envolverlos en un lienzo rojo, rojo oscuro.

Siguieron en silencio por Phibsborough Rd. Un coche sin féretro los cruzó en pleno trote, de regreso del cementerio, un respiro.

El puente Crossguns: el regio ducto.

El torrente se precipitó rugiendo por los diques. Un hombre de pie entre bloques de coque en su bote que desciende. En el sendero de remolque por los bordes del ducto, un potro con un extenso cinchón. El piloto del Bugobu.[27]

Lo siguieron con los ojos. En un flujo lento lleno de líquenes descendió en su bote siguiendo el borde costero de Erín prendido de un cinchón de remolque, hendiendo bloques de juncos, sobre el limo, botellones semihundidos en el cieno y restos de perros. Ethlone[28]. Mullinger[29]. Moyvolley[30]. Puedo reunirme con Milly si voy por el borde del ducto. O en bici. Mejor rento un biciclo viejo, son seguros. Wren me ofreció uno en el negocio de empeños, pero es de mujer. Promoción del uso de los diques. Diversión de Jim M’Cunn que me cruzó en bote y me dejó en el otro extremo. Menos costoso. Por trechos. Refugios de botes. Toldos. Coches fúnebres incluso. Destino celeste por medios líquidos. Puedo ir sin escribirle. Huésped imprevisto. Leixlip, Clonsille. Descendiendo dique por dique, con destino Dublín. Sucio con el lodo de los esteros del interior. Gesto de respeto. Se quitó el sombrero de cogollo despidiéndose de Peddy Dignem.

El coche trotó por el frente del domicilio de Brien Boroimhe. No es lejos.

–Me pregunto por nuestro querido Fogerty –dijo Mr. Power.

–Tom Kernen puede decírselo mejor –dijo Mr. Dedelus.

–¿Cómo es eso? –dijo Mertin Cunninghem–, lo dejó herido, supongo.

–Difunto, pero por siempre en nuestros pechos –dijo Mr. Dedelus.

El coche dobló por Fingles Rd.

El depósito del escultor [31] en el sector derecho. Último giro. Como un bloque sobre un sector de terreno surgieron silenciosos perfiles, níveos, compungidos, fervientes, genuflexos de dolor, esgrimiendo un índice. Trozos de perfiles esculpidos. En níveo silencio, pidiendo. Los mejores que se pueden conseguir. Thos. H. Denneny, constructor de monumentos fúnebres y escultor.

Idos.

En el cordón enfrente del domicilio de Jimmy Geery, el sepulturero, un viejo mendigo gruñón, quitó el polvo y el pedregullo del bostezo de su enorme botín polvocre. Luego del periplo de existir.

Fueron por los bordes de unos pensiles sombríos, uno después de otro; domicilios sombríos.

Mr. Power comentó:

–Ese es el sitio donde se cometió el crimen de Childs. El último domicilio.

–Eso es –dijo Mr. Dedelus–. Un crimen horrible. Seymour Bushe lo liberó. Por el homicidio de su mellizo. O eso dijeron.

–El fisco no consiguió ni un solo testimonio –dijo Mr. Power.

–Sólo presunciones –glosó Mertin Cunninghem–. Ese principio es el eje rector del concepto del derecho. Mejor que queden libres veinte delincuentes y no que por un error jurídico quede preso un inocente.

Los ojos recorrieron el sitio. El domicilio del sospechoso. Siniestro. Postigos ciegos, desierto, frente lleno de yuyos. Todo el sitio decrépito. Se lo condenó en un juicio injusto. Occiso. El rostro de quien lo liquidó en el ojo del occiso. El público quiere leer eso. Tiesto de hombre descubierto en un pensil. Femicidio, cómo sucedió. Qué vestido usó. Estupro reciente. Qué medio utilizó. El sospechoso sigue prófugo. Indicios. Un cordón de botín. Es posible que desentierren el cuerpo. Todo crimen se descubre.

Comprimidos en este coche como un bote de boquerones. Puede ser que no le guste que me presente de golpe sin decírselo primero. Siendo mujeres uno tiene que ser escrupuloso. Si se les sorprende un segundo con los culotes por los tobillos. Se ofenden por siempre. Quince.

Sus ojos vieron el ondeo de los rejones de Prospect[32]. Cedros oscuros, curiosos perfiles níveos. Bustos menos dispersos, contornos níveos superponiéndose entre los cipreses, contornos níveos y monolitos en un desfile mudo, sosteniendo estériles gestos en el éter.

El borde de hierro de un ruedón rozó estridente el cordón de cemento. Mertin Cunninghem corrió el pestillo con sus dedos desde el exterior y, con un giro del pomo, entornó el portillo y lo empujó con un pie. Descendió. Mr. Power y Mr. Dedelus lo siguieron.

Es el momento de poner en otro bolsillo este envoltorio. Los veloces dedos de Mr. Bloom desprendieron el bolsillo posterior de sus gregüescos y removieron el bloque cremoso con pegotes de tisú y lo pusieron en el bolsillo del moquero. Descendió del coche, poniendo de nuevo en su sitio el periódico sostenido en su otro puño.

Entierro mezquino: furgón y tres coches. Es lo mismo. Los que sostienen el féretro, sujeciones de bronce, servicio de réquiem, tiros de fusil sin munición. Muerte con pomposo protocolo. Siguiendo el último coche un vendedor con su remolque de biscochos y frutos. Esos son bloquecitos de higo, pegotes viscosos; los biscochos de los muertos. Biscochos de perro.[33] ¿Quién se los comió? Deudos que vuelven.

Fue con los otros. Mr. Kernen y Ned Lombert lo siguieron, Hynes el último. Corny Kelleher, de pie en un extremo del furgón, retiró los dos redondeles de flores. Extendió uno; el jovencito lo recibió y se lo puso en el pecho.

¿Dónde se metió el cortejo de ese niño?

Un equipo de percherones proveniente de Fingles[34] con un esfuerzo penoso tironeó, en medio del silencio fúnebre, un remolque crujiente conteniendo un bloque pétreo. El postillón les dirigió un gesto lleno de respeto.

Sigue el féretro. Nos precedió, muerto y todo.[35] Tordillo que se vuelve con el jopo torcido. Ojo sombrío: el collerón le oprime el pescuezo, ejerciendo presión sobre un conducto venoso o qué sé yo. ¿Tienen noción del número de fletes que cumplen? Deben ser veinte o veinticinco servicios fúnebres entre lunes y domingo. Y los seguidores de Lutero en Mount Jerome. Entierros por doquier en todo el mundo minuto por medio. Cubriéndolos con montículos de humus en tiempo récord. Cientos por segundo. Exceso de muertos en el mundo.

El egreso de los deudos se hizo por el pórtico: mujer y niño. Vejestorio de mentón puntudo, defiende su dinero con fervor, el sombrero torcido. El rostro del niño sucio de polvo y mocos, prendido del codo del vejestorio con los ojos dispuestos ni bien se le indique el comienzo de los sollozos.

Rostro de pez, sin humor venoso y lívido.

Los seudo deudos[36] se pusieron el féretro sobre los hombros y surgieron por el pórtico. Mucho peso muerto. Yo mismo me sentí menos ligero surgiendo de ese piletón. Primero el muerto, después los compinches del muerto. Corny Kelleher y el jovencito los siguieron con los redondeles de flores. ¿Quién es ese? Oh, el tío.

El resto los siguió.

Mertin Cunninghem susurró:

–Me hizo poner nervioso con su mención del suicidio en frente de Bloom.

–¿Cómo? –susurró Mr. Power–. ¿Por qué?

–Su viejo se envenenó –susurró Mertin Cunninghem–. Fue el dueño del hotel Queen’s en Ennis. Lo escuchó decir en un momento sobre un compromiso ineludible. Se cumple un lustro del suceso.

–¡Dios mío! –susurró Mr. Power–. No me enteré. ¿Se envenenó?

Giró el cuello y vio un rostro de oscuros ojos reflexivos puestos sobre el sepulcro del reverendo[37]. Coloquio.

–¿Lo cubre el seguro? –preguntó Mr. Bloom.

–Creo que sí –respondió Mr. Kernen–. Pero el instrumento tuvo muchos endosos. Mertin quiere que el menor de todos entre en Ertene.[38]

–¿Dejó muchos hijos?

–Cinco. Dos son mujeres. Ned Lombert quiere conseguirles por lo menos un puesto en lo de Todd.[39]

–Triste posición –susurró Mr. Bloom–. Cinco hijos.

–Su pobre mujer recibió un golpe terrible –comentó Mr. Kernen.

–Por supuesto –coincidió Mr. Bloom.

Es su turno de reírse de él.

Se miró los botines lustrosos de betún y cepillo. Sobrevivió, perdió el esposo. El muerto que yo veo es menos muerto que el suyo. Uno de los dos debe sobrevivir. Dicen los hombres inteligentes. Menos hombres que mujeres en el mundo. Tengo que decirle lo siento mucho. Su terrible deceso. Espero que usted pronto se junte con él. Sólo mujeres hindúes que pierden sus esposos.[40] Es posible que se busque un nuevo esposo. ¿Con él? No. De todos modos, ¿quién puede decirlo? El requisito de viudez quedó en el olvido desde que murió el vejestorio cónyuge del rey. El cuerpo sobre un remolque de proyectiles. Victorie[41] y Elbert. Servicio de réquiem en Frogmore. Pero en el último tiempo su mujer se puso flores en el sombrero. Engreimiento en lo profundo de su fuero íntimo. Todo por un espectro. Por su condición de consorte no fue rey. Su hijo se convirtió en el meollo[42]. Un nuevo motivo de fe en el futuro, no como el pretérito cuyo regreso esperó, con ilusión. No vuelve. Uno de los dos debe irse primero: solo, hundirse en el polvo; y despedirse de dormir con su mujer en su tibio lecho.

–¿Qué dice, Simon? –preguntó gentilmente Ned Lombert, extendiendo los cinco dedos–. Siglos sin verlo.

–Mejor imposible. ¿Qué me dice del bello pueblo de Cork?

–Estuve el lunes, después del domingo de Resurrección –dijo Ned Lombert–. Como siempre. Estuve con Dick Tivy.

–¿Y qué me dice del robusto Dick?

–Entre él y el cielo un desierto[43] –respondió Ned Lombert.

–¡Por el divino Pedro! –dijo Mr. Dedelus sorprendido, en un susurro–. ¿Dick Tivy sin pelo?

–Mertin quiere reunir un poco de dinero en beneficio de los niños –dijo Ned Lombert, con un signo en su dirección–. Unos chelines por sombrero. Como sustento provisorio previendo que el seguro se demore.

–Sí, sí –dudó Mr. Dedelus–. ¿Ese que se ubicó primero es el primogénito?

–Sí –dijo Ned Lombert–, con el tío. John Henry Menton viene después. Se puso con un florín.

–Me lo figuré –dijo Mr. Dedelus–. Siempre que discutí con Peddy le sugerí que cuide ese empleo. John Henry no es lo peor del mundo.

–¿Por qué lo perdió? –preguntó Ned Lombert–. Fue el licor, ¿no?

–El punto débil de no pocos hombres buenos –dijo Mr. Dedelus con un suspiro.

Se detuvieron en el ingreso del templo. Mr. Bloom se puso hombro con hombro del joven con el redondel de flores de modo que pudo ver su pelo bien prolijo y el fino pescuezo fruncido dentro del cuello impoluto de su blusón. ¡Pobre chico! ¿Presenció el momento en que su viejo? Los dos inconscientes. Ver el sol en el último segundo y el último reconocimiento. Todo lo que hubiese hecho. Debo los tres chelines que me prestó O’Greidy. ¿Lo hubiese entendido él? Los sepultureros metieron el féretro dentro del templo. ¿En qué extremo tiene el tiesto?

Después de un momento entró con el resto, frunciendo los pliegues de los ojos en el relumbre sombrío. El féretro sobre un podio en el inicio del presbiterio con un velón ocre por esquinero. Siempre enfrente de nosotros. Corny Kelleher, disponiendo un redondel de flores en los dos extremos, con un solo gesto hizo que el hijo se hinque. El resto de los deudos se hincó en los distintos pupitres de rezo. Mr. Bloom se quedó en el fondo, en el sector del pilón de líquido bendito, y viendo que todos se pusieron de hinojos, desplegó escrupuloso el periódico que se quitó del bolsillo y puso sobre éste el hinojo derecho. Colocó en silencio el sombrero negro sobre el hinojo izquierdo y, sosteniéndolo por el borde, se inclinó como un devoto.

Un monecillo, sosteniendo un copón de cobre de contenido incierto, surgió por un portillo. El clérigo niveotúnico entró siguiéndolo, corrigiéndose con los dedos izquierdos el lienzo dispuesto sobre los hombros y sosteniendo, con los cinco dedos derechos, un librito sobre su vientre de escuerzo. ¿Quién lee este librito? Yo, dijo el burrito.

Se detuvieron enfrente del podio y el clérigo comenzó el oficio leyendo del libro con nítido tono de escuerzo.

Reverendo Coffey. Recuerdo que su nombre me sonó como un cofre. Dominenomine. Por el hocico digo que es toro. Dirige el show. Feligrés musculoso. Uy del que lo mire de reojo: monje. Tú eres Pedro. El peligro es que explote como cordero en trébol, como dice Dedelus. El vientre como perro muerto con veneno. Ese hombre siempre tiene dichos ocurrentes. Hummm: como cordero en trébol.

–Non intres in judicium cum servo tuo, Domine[44].

El rezo en posetrusco[45] le imprime cierto decoro. Servicio de réquiem. Crespones de luto. Escritos necrológicos con bordes negros. El nombre de uno escrito en el registro del templo. Sitio gélido este. Tienen que nutrirse bien por el tiempo que deben hundirse en sus sillones en este recinto oscuro con golpes de pie sobre el piso y recibir el siguiente svp. Incluso tiene ojos de escuerzo. ¿Por qué se ponen como globos? Molly siempre se hinchó después de comer repollo. Puede ser el éter del entorno. Como henchido de fluidos venenosos. Esto debe ser un infierno de fluidos tóxicos. Los choriceros, por ejemplo: se ponen como chorizos crudos. ¿Quién me lo dijo? Mervyn Browne. En los sepulcros de S. Werburgh hermoso instrumento de viento de siglo y medio de vez en vez tienen que hendir los féretros con berbiquí; el fluido surge y le prenden fuego. Se ve un chorro: índigo. Un soplo de eso y muerto eres.

Me duele el tope inferior del fémur. Uy. Eso es mejor.

El clérigo tomó del copón sostenido por el monecillo un pequeño rodrigón con un pomo en un extremo y lo removió sobre el féretro. Después se detuvo en el otro extremo y repitió el gesto. Luego regresó y lo puso de nuevo en el recipiente. Como fuiste en el tiempo que precedió tu reposo. Todo fue escrito; es su deber.

Et ne nos inducunt in tentetionem.[46]

El monecillo respondió con voz de pito. Siempre pensé que es mejor tener jovencitos en ese servicio. En torno de los quince. Después, es lógico…

Eso es líquido bendito, supongo. Le roció el sueño con eso. Debe ser un empleo tedioso, removiendo ese utensilio sobre todos los muertos que le remiten en trotes sucesivos. Mejor si pudiese ver sobre quién lo remueve. Un lote nuevo con un nuevo despunte del sol: hombres en su plenitud, vejestorios, bebés, mujeres con fetos muertos, hombres de rostros peludos, tenderos sin pelo, jóvenes mujeres con tísicos pechitos de gorrión. Entre enero y diciembre rezó lo mismo sobre todos ellos y los roció con líquido divino: duerme. Hoy es el turno de Dignem.

In edenis.

Dijo periplo por el edén o que reside en el edén. Todo el mundo recibe el mismo discurso. Empleo tedioso. Pero un discurso tiene que decir.

El clérigo cerró el libro y se retiró, seguido por el monecillo. Corny Kelleher entornó y empujó los portones posteriores y vinieron los sepultureros, subieron de nuevo el féretro sobre sus hombros, recorrieron unos metros por el vergel y de un empujón lo metieron dentro del furgón. Corny Kelleher distribuyó los dos redondeles de flores entre el primogénito y el tío. Todo el grupo se retiró por el portón del frente y un relumbre tibio y gris los recibió. Mr. Bloom se retiró último, plegó de nuevo el periódico y se lo metió en un bolsillo. Miró muy serio el piso en el momento que el furgón con el féretro dobló en sentido levógiro. Los zunchos de hierro molieron el pedregullo con un crujido filoso y un golpeteo de botines entristecidos siguió el furgón por el extenso corredor repleto de sepulcros.

El ri el ro el ri el ro el ru. Dios, no debo ponerme melodioso en este sitio.

–El sepulcro de O’Connell –dijo Mr. Dedelus no lejos de él.

Los gentiles ojos de Mr. Power subieron por el cono hirsuto.

–Reposo –dijo– en medio de su pueblo el viejo Den O’. Pero el cuore se le quedó en Turín[47]. ¡Qué enorme montón de pechos rotos esconden estos sepulcros, Simon!

–Ese es el sector del sepulcro de mi mujer, Jock –dijo Mr. Dedelus–. Pronto me tenderé en su lecho. Que Él me lleve en el momento que lo desee.

Vencido, emprendió un sollozo seco, perdiendo pie en su recorrido. Mr. Power lo tomó del codo.

–Duerme su mejor sueño –dijo dulcemente.

–Supongo que sí –profirió Mr. Dedelus con un sollozo débil–. Supongo que duerme en el cielo, si es que existe un cielo.

Corny Kelleher se movió de su sitio permitiendo el lento desfile de los deudos.

–Episodios dolorosos –comentó Mr. Kernen en tono gentil.

Mr. Bloom cerró los ojos e inclinó el tiesto compungido, dos veces.

–Los otros se ponen el sombrero –dijo Mr. Kernen–. Supongo que nosotros podemos cubrirnos. Somos los últimos. Este cementerio es un sitio pérfido.

Se cubrieron los tiestos.

–El reverendo señor leyó el servicio muy velozmente, ¿no creen? –dijo Mr. Kernen con disgusto.

Mr. Bloom coincidió muy serio con sus ojos fijos en los ojos enrojecidos. Ojos secretos, persiguiendo un secreto. Esotérico, creo; no estoy seguro. De nuevo juntos. Somos los últimos. En el mismo bote[48]. Espero que comente otro poco.

Mr. Kernen se extendió:

–El servicio del credo del Eire[49] que se ofrece en Mount Jerome es menos pomposo y no menos imponente, creo.

Mr. Bloom coincidió prudente. El léxico, por cierto, es muy distinto.

Mr. Kernen dijo solemne:

Soy resurrección y fuente del vivir. Mueve los sentimientos profundos del espíritu de un hombre.

–En efecto –dijo Mr. Bloom.

Tu pecho puede ser, pero ¿cómo puede sentir el pecho del pobre tipo cubierto por dos metros de humus viendo crecer los bulbos de los lirios? No lo conmueve.  Sede de los sentimientos efusivos. Cuore[50] roto. Un émbolo después de todo, impeliendo miles de litros de humor venoso por mes. En un momento se rompe: y listo. Montones de ellos tendidos por doquier: pulmones, riñones, intestinos. Viejos émbolos comidos por el óxido: un punto, eso es todo. Morir y revivir. El muerto, muerto es. Ese concepto del juicio póstumo. Ir sepulcro por sepulcro diciéndoles que despierten. ¡De pie, Lózoro! Pero despertó y se murió del susto. ¡De pie! ¡El último juicio! Entonces todo individuo revolviendo por sus riñones, sus bofes y el resto de sus enseres. Reunir todos sus podridos intestinos ni bien despunte el sol. Veintitrés escrúpulos de teneté en un occipucio. Trece grs con nueve es medio escrúpulo. Peso medido en Troy.

Corny Kelleher se les unió.

–Todo estuvo perfecto –dijo–. ¿No?

Los miró con ojos somnolientos. Hombros de teniente. Con tu tulirún tulirún.

–Como debe ser –dijo Mr. Kernen.

–¿Qué? ¿Eh? –dijo Corny Kelleher.

Mr. Kernen coincidió.

–¿Quién es ese tipo que nos sigue con Tom Kernen? –preguntó John Henry Menton-Es un rostro conocido.

Ned Lombert se volvió y miró.

–Bloom –dijo–. Mme. Merion Tweedy, que fue, que es, quiero decir, un prodigio lírico. Es su mujer.

–Oh, sí –dijo John Henry Menton–. En un tiempo nos vimos. Recuerdo su hermoso cuerpo. Me concedió un minué y desde entonces se sucedieron, un momento, tres lustrosos lustros, si no fueron tres y medio, como mínimo, en lo de Mike Dillon en Roundtown. Me colmó los miembros superiores.

Se volvió y miró entre los otros.

-–¿Y él, de qué vive? –preguntó–. ¿Qué oficio tiene? ¿No es vendedor de sobres? Recuerdo que discutí con él en un encuentro nocturno de bolos.

Ned Lombert sonrió.

–Es cierto –dijo–, fue vendedor en lo de Wisdom Hely. Corredor de folios sorbedores.

–Mi Dios –dijo John Henry Menton–, ¿cómo se metió con un inútil como ese? Por entonces supo tener muchos pretendientes.

–Los sigue teniendo –dijo Ned Lombert–. Él es promotor en un periódico.

Los ojos prominentes de John Henry Menton recorrieron un sector remoto.

El furgón tomó por un sendero estrecho. Un hombre robusto, semioculto entre los yuyos, se quitó reverente el sombrero. Los sepultureros pusieron los dedos sobre sus gorros.

–John O’Connell –dijo Mr. Power, conforme–. Riguroso en el recuerdo de sus seres queridos.

Mr. O’Connell chocó los cinco con todos ellos en silencio. Mr. Dedelus dijo:

–Hoy lo visito de nuevo.

–Mi querido Simon –respondió en un susurro el conserje–. No lo quiero de cliente, de ningún modo.

Cumpliendo con Ned Lombert y John Henry Menton se reunió con Mertin Cunninghem sosteniendo con los dedos en su dorso dos cerrojos juguetones.

–¿Oyeron ese cuento sobre Mulcohy de Coombe? –les preguntó.

–Yo no –dijo Mertin Cunninghem.

El conjunto de sombreros se inclinó de consuno y Hynes sumó su oído. El conserje colgó dos dedos gordos en el leontino[51]  de oro de su reloj y discurrió en tono discreto entre los gestos semi sonrientes.

–Dice el cuento –dijo– que dos beodos vinieron de noche cubiertos por un telón brumoso queriendo descubrir el sepulcro de un compinche. Pidieron por Mulcohy de Coombe y se les indicó el sitio del sepulcro. Después de perderse en el telón brumoso por fin descubrieron el túmulo. Uno de los beodos deletreó el nombre: Terence Mulcohy. El otro escudriñó el monumento de Nuestro Redentor, puesto por su mujer.

El conserje guiñó un ojo en dirección de uno de los sepulcros enfrente de los deudos en procesión. Y prosiguió:

–Y después de un guiño de ojo en dirección del divino perfil, dice: Similitud un corno. Ese no es Mulcohy, dice, por mucho que me lo jure el tuerto que lo esculpió.

Recompuesto por los rostros sonrientes se demoró un poco y conversó con Corny Kelleher recibiendo los documentos que este le dio, volviendo los folios y leyéndolos sin detenerse.

–Eso tiene un objetivo, Hynes –le explicó Mertin Cunninghem.

–Lo sé –dijo Hynes–. Lo noté.

–Subirles un poco el espíritu –dijo Mertin Cunnighem–. Es un hombre sensible, el resto son estupideces.

Mr. Bloom estimó el próspero volumen del conserje. Todos quieren seguir en buenos términos con él. Un tipo decente, John O’Connell, un buen tipo en serio. Cerrojos. Como el suelto de lo de Keyes[52]: no existe peligro de que se le fuguen. No tienen código de egreso. Quod corpus est scriptor.[53] Tengo que ver lo de ese suelto después del entierro. ¿Puse o no puse Bollsbridge en el sobre con el que lo cubrí en el momento que me sorprendió escribiéndome con Mertle? Espero que no termine entre los correos que se devuelven. Mejor que se depile. Pelos que vienen grises. Es el primer indicio, pelos que surgen grises y el humor que se vuelve colérico. Ribetes de níquel en medio del gris. Difícil ser su mujer. Me pregunto cómo tuvo el tupé de emprender el cortejo de jóvenes mujeres. Ven y vive conmigo en el cementerio. Decírselo sin rodeos. En un principio se deben conmover. Cortejo fúnebre. Sombríos perfiles en revoloteos nocturnos por doquier con todos los muertos en derredor. Senderos ensombrecidos por los sepulcros en pleno bostezo de los cementerios[54] y Mike O’Connell debe ser descendiente supongo quién fue el que dijo que es un toro excéntrico y buen seguidor de Cristo todo junto como un coloso de noche. Fuego presunto. El fluido de los túmulos. Es preciso que su mujer no piense en todo eso si quiere tener un hijo. El espíritu femenino es hipersensible. Inducirles el sueño con cuentos de espectros. ¿No tuviste el gusto de ver un espectro? Yo sí. Se hizo de noche y quedó todo oscuro. El reloj indicó doce menos tres. De todos modos, sus besos son muy dulces si uno procede con respeto. Mujeres que se prostituyen en los cementerios turcos[55]. Entienden todo si reciben instrucción precoz. Es posible que en estos sitios se conquisten jóvenes mujeres con esposos muertos. Los hombres sienten gusto por eso. El sexo en medio de los monumentos. Romeo.[56] El condimento del goce. En medio de todos estos muertos nos sentimos vivos. El roce de los extremos. Suplicio del hijo de Zeus y Pluto[57] que sufren los pobres muertos. Olor de bifes jugosos en el hocico de un desnutrido. Royendo sus intestinos. Deseo de someter con tormentos. Molly pidiéndomelo enfrente del postigo. De todos modos él tiene ocho hijos.

Tuvo que ver miles hundirse en el polvo en todo este tiempo, tendidos en derredor suyo de lote en lote. Benditos lotes. Mejor que los sepulten de pie y ocupen menos terreno. De hinojos o en su sillón no se puede. ¿De pie? Su tiesto puede surgir en medio de un derrumbe con un dedo en ristre. El terreno debe ser un colmenero: sucuchos oblongos. Y todo se ve en orden: el césped bien prolijo lo mismo que los bordes. El Jefe Gumble dice que Mount Jerome es su vergel. Y por cierto lo es.

Pudieron poner flores del sueño. Los cementerios chinos con cultivos de flores enormes producen el mejor opio, me lo dijo Mostionsky. Los Pensiles Públicos en el predio contiguo. Es el humor venoso en el suelo lo que produce nuevos brotes. El mismo concepto de esos judíos que dicen que hundieron un cuchillo en el pecho de un niño seguidor de Cristo[58]. Todo hombre tiene su precio. Cuerpo gordo bien nutrido de burgués, epicúreo, lo que su huerto de frutos requiere. Todo un chollo. Por el cuerpo de Willy Wilkinson, jurisconsulto y tenedor de libros recientemente dese perecido, tres florines con trece chelines y seis peniques. Con profundo reconocimiento.

Seguro que el suelo debe ser muy fértil con el compost de los cuerpos, los huesos, los músculos, los pesuños, oseros[59]. Horroroso. Poniéndose verde y rojo níveo según se descompone. El suelo húmedo los pudre en poco tiempo. Los viejos entecos son muy duros. Luego un unto oleoso como un queso. Después negros, un pus negro que fluye viscoso desde el interior. Después secos. Tineidos fúnebres[60]. Es cierto que los corpúsculos o lo que fuere siguen viviendo. Reconvirtiéndose. De hecho se vive por siempre. Sin nutrientes con que nutrirse, se nutren de sí mismos.

Pero producen un enorme número de lombrices. El suelo debe ser simplemente un hervidero de estos bichos. Te derriten el cerebro. Dulces mujeres tesoros ribereños [61]. Se lo ve muy contento. El hecho de ver los entierros de miles de otros primero que él le confiere un sentimiento de poder. Me pregunto en qué consiste su concepto de vivir. Conoce un buen número de chistes: recomponen el espíritu. Ese sobre el boletín. Spurgeon emprendió su periplo con rumbo del cielo hoy en los minutos previos del despunte del sol. Siendo en estos momentos 11 p.m. (cierre de pubs) no lo hemos recibido. Peter. Los mismos muertos hubiesen querido oír un buen chiste o, si son mujeres, conocer el último grito en vestidos de noche. El público femenino un fruto jugoso o un ponche, estuoso[62], fuerte y dulce. Protege del frío. En ciertos momentos uno tiene que reírse, entonces mejor reírse de ese modo. Los sepultureros de Hemlet[63] exhiben el hondo conocimiento del espíritu de mujeres y hombres. No dicen chistes sobre un muerto si no se cumplió por lo menos medio lustro de su muerte. De mortuis nil nisi prius.[64] Primero uno debe despedirse del duelo. Es difícil que uno se figure su propio entierro. Es como un chiste. Dicen que si uno lee su propio reporte necrológico se vuelve longevo. Un reseteo[65]. Renuevo mi derecho provisorio de vivir.

–¿Qué número de entierros tenemos el viernes? –preguntó el conserje.

–Dos –dijo Corny Kelleher–. Diez y veinte y once en punto.

El conserje se metió los documentos en el bolsillo. El furgón se detuvo. Los deudos se dividieron y se pusieron en los dos bordes del foso, con los pies medrosos en torno de los sepulcros. Los sepultureros sostuvieron el féretro y pusieron un extremo sobre el borde, sosteniéndolo con unos cinchos.

Enterrémoslo. Es el entierro del Céser.[66] Sus idus de fines de febrero o de junio.[67] No se enteró de quién vino ni tiene el menor interés.  ¿Y quién es ese esperpento longuilucho que veo en ese rincón con el mcintosh? Pero quién es me pregunto de nuevo. Pero no doy un pepino por descubrir quién es. Siempre surge uno de improviso. Un tipo puede vivir solo por siempre. Por supuesto que puede. Pero siempre se requiere uno que lo entierre después de muerto, incluso si se hizo su propio foso. Todos repetimos el mismo procedimiento. El entierro es sólo propio del hombre. No, los himenópteros[68] son los otros. Lo primero que se nos ocurre. Entierren bien sus muertos. Se dice que Robinson Crusoe fue consecuente con el ser. Bueno, entonces un Viernes lo enterró. Todo viernes es el entierro de un jueves si uno lo ve de ese modo.

 

            ¡Oh, pobre Robinson Crusoe!

            ¿Cómo coño se lo puso?[69]

 

¡Pobre Dignem! Sus restos en un féretro tendido en el suelo por unos pocos últimos segundos. Si lo pienso un poco, es cierto que es un derroche de pinos. Todo roído. Se puede construir un hermoso féretro con un fondo corredizo, y descenderlo de ese modo. Sí, pero posiblemente se cuestione que los entierren en uno que utilizó otro tipo. Son muy exclusivos. Entiérrenme en mi suelo de origen. Un poco de polvo del suelo bendito. Sólo mujeres con sus fetos muertos pueden ir en el mismo féretro. Entiendo lo que quiere decir. Entiendo. Con el fin de protegerlo todo lo posible, incluso luego del entierro. El nido de un erinés[70] es su féretro. Cuerpos resecos en los corredores llenos de sepulcros de los subsuelos, cuerpos que el egipcio momificó: el mismo principio.

Mr. Bloom se demoró, sosteniendo su sombrero entre los dedos y entretenido en un censo de tiestos desnudos. Doce. Soy el número trece. No. El tipo del mcintosh es el trece. El número fúnebre. ¿De dónde demonios surgió? No estuvo en el templo, estoy seguro. Superstición insostenible lo del trece.

Lindo tejido sedoso tiene el terno de Ned Lombert. Tono levemente purpúreo. Yo tuve uno como ese en Lomberd Street West[71]. En un tiempo supo vestirse muy bien. Un terno de uso diurno, uno vespertino y uno nocturno. Tengo que conseguir que Moisés me renueve ese terno gris. ¡Uy! Teñido. Su cónyuge –olvidé que son concubinos–, su mujer, debió coserle esos flecos.

El féretro se esfumó, descendido con lentitud por los hombres, jinetes sobre los soportes como equinos. Con tirones discretos; y todos se descubrieron. Veinte.

Detenimiento.

Si de repente fuésemos otro.

Rebuzno de burro remoto. Diluvio. No existe dicho burro. Es muy difícil ver uno muerto, dicen. Timidez de moribundo. Se esconden. Como se fue mi pobre viejo.

En derredor de los tiestos desnudos, un viento leve y dulce sopló como un susurro. Susurro. El jovencito en el extremo del sepulcro sostuvo el redondel de flores con los diez dedos poniendo sus ojos quietos en el pozo sombrío. Mr. Bloom se ubicó de modo que vio el dorso del corpulento y gentil conserje. Terno de buen corte.  Posiblemente quiere ver quién es el próximo. Bueno, es un reposo eterno. No sentir. Es en el momento mismo que uno siente. Debe ser muy horrible. Primero no se puede creer. Debe ser un error: tiene que ser otro. Pruebe en el domicilio de enfrente. Espere, quiero. No es el momento. Luego el oscuro recinto de los muertos. Es luz lo que quieren. Murmullos en el entorno. ¿Quieres que te confiese el reverendo? Luego el delirio y el discurso incoherente. Delirio, lo que siempre escondiste. Estertores de muerte. El suyo no es el sueño común. Presione el pliegue inferior del ojo. Observe si el hueso divisorio del rostro se puso puntudo, si el mentón se le hunde, si los tobillos se le ponen verdosos. Quítenle el cojín y déjenlo morir en el suelo, porque no tiene remedio. El demonio en ese dibujo del deceso del penitente exhibiéndole su mujer. El moribundo en blusón pretendiendo los últimos besos. Últimos minutos de Lucy. ¿Prodré tenerte de nuevo? ¡Bum! Expiró. Por fin se murió. Los otros repiten un poco tu nombre; después viene el olvido. No se olviden de él en sus rezos. Tenerlo presente en tus ruegos. Pornell incluso. El seis de octubre se extingue[72]. Después siguen ellos: dentro de un pozo, uno primero y después el otro.

En este momento el rezo por su eterno reposo. Esperemos que estés bien y no en el infierno. Por cierto, un entorno diferente. Huir del freidor del existir y meterse en el fuego del purgo todo.

¿Es posible que de vez en vez piense en el hoyo que él mismo tiene como destino? Dicen que sucede en el momento que sentimos temblores fríos en pleno sol. Uno que te pisoteó el sepulcro. El director te requiere. No lejos de ti. El mío en ese sector, en dirección de Fingles[73], el lote que compré. Mummy, pobre Mummy, y el pequeño Rudy.

Los sepultureros subieron sus implementos y vertieron gruesos terrones de gres sobre el féretro. Mr. Bloom volvió el rostro. ¿Y si estuviese vivo todo el tiempo? ¡Oh, por Dios, qué horrible! No, no; muerto, por supuesto. Por supuesto, muerto. Murió el lunes. Puede disponerse por ley que se les pinche el cuore[74] con un hierro y se cercioren de que murió o un timbre eléctrico o un teléfono en el féretro y un tubo preventivo con oxígeno. Pendón de socorro. Miércoles, jueves y viernes. Imposible que se conserven en pleno junio. Mejor disponer de ellos ni bien se comprobó que no tienen.

El humus sonó menos sólido. El comienzo del olvido. Ojos que no ven cuore [75]que no siente.

El conserje se retiró unos metros y se puso el sombrero. Es suficiente. Los deudos, como quien por fin se resignó, se fueron cubriendo los tiestos uno por uno, con sencillez. Mr. Bloom  se puso el sombrero y vio cómo el imponente perfil enfiló con pies ligeros por el nudo de senderos entre los sepulcros. Sereno, seguro de su recorrido, cruzó los lúgubres dominios.

Hynes escribió unos jeroglíficos en su bloc. Oh, los nombres. Pero son todos conocidos suyos. No; viene en mi dirección.

–Estoy justo escribiendo los nombres –dijo Hynes en un susurro–. ¿Cómo es su primer nombre? No estoy seguro.

–L –dijo Mr. Bloom–. Leopold. Y puede incluir el nombre de M’Coy. Me lo pidió.

–Chorley –dijo Hynes escribiendo–. Lo conozco. En un tiempo estuvo en el Freemen.

Entonces consiguió ese empleo después de ser pinche de morgue con Louis Byrne. Qué bueno si se hiciesen vivisecciones de médicos. Descubrir lo que creen que conocen. Murió un miércoles. Se fugó. Con el dinero de muchos clientes. Chorley, eres mi tesoro[76]. Es por eso que me pidió que. Oh, bueno, qué tiene que ver. Me ocupé de eso, M’Coy. Muy gentil, hombre; muy reconocido. Mejor que piense que me debe: no tiene costo.

–Y, le pregunto –dijo Hynes–, qué puede decirme de ese tipo con el, el tipo ese con el…

Miró en derredor suyo.

-–Mcintosh. Sí, lo vi –dijo Mr. Bloom–. ¿Dónde se metió?

–M’Intosh –dijo Hynes escribiendo–. No sé quién es. ¿Ese es su nombre?

Se retiró, recorriendo el sector con sus ojos.

–No –comenzó Mr. Bloom, volviéndose y deteniéndose de golpe–. ¡Pero no, Hynes!

No me escuchó. ¿Qué? ¿Dónde se fue? Ni signos. Bueno, de todos los. ¿Qué pueden decirme de? K e elle.  Se esfumó. ¿Dios mío, en qué se convirtió?

Un séptimo sepulturero se cruzó con Mr. Bloom pretendiendo recoger un implemento disponible.

–¡Oh, discúlpeme!

Se corrió del sendero con un movimiento diestro.

El humus, oscuro, húmedo, se hizo visible en el foso. Se elevó. Listo en un minuto. Un montículo de terrones húmedos siguió subiendo, creciendo, y los sepultureros pusieron sus implementos en reposo. Todos se descubrieron de nuevo por breves segundos. El jovencito dejó su redondel de flores en un rincón, el tío dejó el suyo sobre un montón de humus. Los sepultureros se pusieron sus gorros, recogieron los implementos llenos de lodo y fueron en dirección del furgón. Luego con los filos dieron unos golpes sobre el suelo desprendiendo los pegotes; limpios. Uno se hincó y quitó del puño unos restos de yuyos. Otro, desprendido del grupo, regresó con pies lentos y el implemento sobre el hombro como si fuese un fusil, con un reflejo índigo en el filo. En el extremo del túmulo otro enrolló los cinchos en silencio. El cordón de su ombligo. El tío, yéndose, puso unos chelines en su puño libre. Silencioso reconocimiento. Lo siento, señor, por su dolor. Movimiento de tiesto. Lo sé. Ustedes lo merecen.

Los deudos se fueron sin rumbo preciso, yendo por los senderos sin orden ni concierto, deteniéndose de vez en vez queriendo leer un nombre en un sepulcro.

–Podemos detenernos en el sepulcro del jefe[77] –dijo Hynes–. Tenemos tiempo.

–Muy bien –dijo Mr. Power.

Dieron un giro dextrógiro, siguiendo el hilo de sus lentos recuerdos. Con recelo, el tono neutro de Mr. Power se pronunció:

–Dicen que no lo pusieron en este sepulcro. Que es un féretro repleto de pedruscos. Que en un futuro impreciso tiene que volver.

Hynes negó con un gesto.

–Pornell no vuelve –dijo–. Enfrente tenemos todo lo que quedó del hombre que fue.  Que sus restos reposen en sosiego.

Mr. Bloom continuó su recorrido sin ser percibido, protegido por los cipreses y los robles entre querubines entristecidos, cruces, escombros de bustos, nichos, devotos fieles en yeso con los ojos en el cielo, dedos y pechos del viejo Erín. Hubiese sido menos improductivo que se destine ese dinero en beneficio de los pobres vivos. Roguemos por el reposo eterno de. ¿Es que en serio uno puede? Entiérrenlos como un pino y listo. Como si los hundiesen en un conducto de coque. Después los ponen en pilones y no se pierde tiempo. Lunes de todos los muertos. El veintisiete pondré flores en tu sepulcro.[78] Diez peniques por el corte del césped. Lo tiene siempre prolijo y libre de yuyos. Un viejo. De hinojos con sus implementos de corte. No lejos del fúnebre portón. ¿Quién se nos fue? ¿Quién dejó de existir? Como si lo hiciesen con todo gusto. Recibieron el empujón, todos. ¿Quién murió? Hubiese sido mejor decir quiénes fueron. El Señor Equis, resero. Yo fui vendedor de productos de linóleo. Yo quebré. O un cuerpo de mujer sosteniendo un perol. Yo siempre cociné el mejor guiso erinés de Dublín. Elogio en un bucólico cementerio, debe ser ese soneto, quién lo escribió Wordsworth o Tom Compbell.[79] Emprendió el periplo del reposo eterno ponen los seguidores de Lutero. El sepulcro del viejo Dr. Murren. El doctor inflexible[80] lo requirió. Tiene sentido, ellos le dicen el lote de Dios[81]. Bonito domicilio en un vergel. Con retoques de color y revoque nuevo. Uno puede sostener un pucho entre los dientes sin que lo importunen y leer el Church Times. El sector de promoción de himeneos es todo descuido. Restos de redondeles de flores pendiendo de los pomos, festones símil bronce. Se consiguen productos mejores por el mismo precio. Pero de todos modos, con flores se ven poéticos. Los otros se vuelven un poco tediosos, no envejecen. No dicen mucho. Eternos.

Un mirlo se posó dulcemente sobre un roble. Como de yeso. Como el presente de himeneo que nos obsequió Hooper el concejero del municipio.[82] ¡Uhu! Quieto. Intuye que no corre riesgos de que lo fulminen con un gomero. Un bicho muerto es doblemente triste. Silly Milly sepultó un gorrión en el contenedor de fósforos del comedor, cinco o seis flores y trozos de bijouterie sobre el túmulo.

Este es el Divino Cuore: lo exhibe.[83] El cuore entre los dedos.  Se supone que no debió ponerse en el medio y ser rojo como un cuore en serio. Erín se le ofreció o un rollo por el estilo. El gesto dice de todo menos conforme. ¿Por qué este sufrimiento? Entonces pueden venir los tordos con sus picoteos como el niño con el cesto de frutos, pero él dijo que no porque hubiesen tenido miedo del niño. Epolo fue el pintor.[84]

¡Qué montón![85] Todos estos en un tiempo recorrieron Dublín. Fieles de ese perec idos. Como sóis hoy nosotros hemos sido.

¿Y en el mismo sentido, cómo puede ser que uno recuerde todos los seres del mundo? Sus ojos, su porte, su voz. Bueno, su voz sí: un reproductor de voces. Tener un reproductor de voces por sepulcro o tener uno en el comedor. Después de comer un domingo. Escuchemos lo que dijo el pobre nono. ¡Kreehreerk! Hellohellohello estoymuycontento kreeerk muycontentodeverlosdenuevo hellohello estoym krpshsh. Un recuerdo de su voz como sucede con foto y rostro. De otro modo es imposible que uno recuerde un rostro después de tres lustros, por poner un número. ¿Por ejemplo quién? Por ejemplo uno que murió en mi tiempo en lo de Wisdom Hely.

¡Rtstsr! Un crujir de pedregullo. Un momento. ¡Stop!

Miró el suelo y fijó los ojos en un monumento de ónix. Un bicho. Detente. Lo veo.

Un obeso roedor gris trotó por el borde del sepulcro removiendo el pedregullo. Un vejestorio. Tiene bisnietos: conoce los vericuetos. En un retorcimiento el bicho se filtró por un hueco del monumento. Buen refugio si se tiene un tesoro que esconder. ¿Quién es el huésped? En este sepulcro duermen los despojos de Robert Emery. Robert Emmet.[86] Se lo enterró en este sitio de noche y con leños encendidos, ¿no es cierto? Recorriendo su territorio.

El hopo dese pereció.

Un bicho de esos se come un tipo en diez minutos. Los huesos relucen limpios sin que les importe quién fue. Ellos lo perciben como lo que es, un bife. Un cuerpo es un menú de tejidos descompuestos. ¿Y qué es el queso? Es leche que se corrompió. Leí en esos Periplos en suelo chino[87] que según los chinos un hombre rubio huele como un muerto. Mejor que los quemen. Los clérigos se oponen de modo rotundo. Son dependientes de otro negocio. Mecheros por doquier y distribuidores de hornos noruegos[88]. Tiempos de peste. Pozos de óxidos vivos que se los comen. Recinto mortífero. Rescoldos que se convierten en rescoldo. O que los entierren en el ponto. ¿Dónde vi ese torreón persi del silencio[89]? Comidos por los cuervos.[90] Suelo, fuego, líquido elemento. Dicen que el que se hunde muere contento. Ves todo lo vivido en un segundo. Pero que te resuciten no. De todos modos, no se puede construir un sepulcro en el cielo. Desde un bimotor. Me pregunto si corren los informes sobre nuevos entierros. Noticieros del subsuelo. Ellos nos instruyeron[91]. No me sorprenderé si fuese cierto. Su buen nutriente. Los moscones son los primeros en venir, sin que el muerto esté bien muerto. Olieron el cuerpo de Dignem. No les repele el olor. Puré de cuerpo muerto cloruro de sodio en nieve: olor, el gusto de níveos bulbos crudos.

El portón del frente relumbró: sigue viniendo gente. De regreso en el mundo de nuevo. Suficiente de este sitio. Nos viene recogiendo el cordel milímetro por milímetro. El último entierro que vine fue el de Mrs. Sinico. Lo mismo con mi pobre viejo. El sentimiento efusivo que deviene en crimen. E incluso hendiendo de noche el suelo, con un quinqué como en ese reporte que leí queriendo poseer mujeres de entierros recientes o incluso con sus cuerpos podridos llenos de pus y rotos. Se te frunce el escroto. Vendré por ti después de muerto. Puedes ver mi espectro después de mi muerte. Mi espectro te persigue después de muerto. Existe otro mundo después de muerto cuyo nombre es infierno. Pienso que eres sin mundo, me escribió. Coincido. Tengo mucho que ver y oír y sentir. Sentir el roce de un tibio ser vivo. Que reposen en sus lechos de lombrices. Este no es mi turno.  Lechos tibios; vivir lleno de humor venoso tibio.

Mertin Cunninghem emergió desde un sendero en T, discurriendo muy serio.

Jurisconsulto, creo. Conozco su rostro. Menton, John Henry, jurisconsulto y corredor de títulos y sucesiones. Dignem lo frecuentó en su estudio, que fue de Mike Dillon en un tiempo. El jocoso Mike. Reuniones con estilo. Pollo frío, puros, los recipientes de Téntelo.[92] Tiene un cuore de oro[93]. Sí, Menton. Se enojó mucho ese domingo que lo vencí en el set de bolos. Sólo tuve suerte: bolo con efecto. Por eso desde entonces me detestó. Odio de primer ojo. Molly y Floey Dillon codo con codo entre los lirios, riendo. El tipo siempre gruñendo si tiene mujeres en derredor.

Tiene un bollo en el borde del sombrero. Posiblemente en el coche.

–Discúlpeme –dijo Mr. Bloom ni bien se les unió.

Se detuvieron.

–Su sombrero tiene un pequeño bollo –dijo Mr. Bloom y se lo indicó con el dedo.

John Henry Menton lo miró un segundo sin moverse.

–Ese –corroboró Mertin Cunninghem, con su propio índice.

John Henry Menton se quitó el sombrero, deshizo el bollo y frotó escrupuloso el borde con un puño. Se puso de nuevo el sombrero.

–Quedó bien –dijo Mertin Cunninghem.

John Henry Menton movió el tiesto como signo de reconocimiento.

–Muy gentil –dijo, seco.

Siguieron en dirección del pórtico. Mr. Bloom, un poco rendido, se demoró unos segundos no queriendo interferir con sus coloquios. Mertin es un hombre de leyes. Mertin puede destruir uno de esos tipos sin cerebro con el dedo meñique.

Ojos de pejerrey. Que no te importe. Puede ser que con el tiempo reflexione. Cumplir de este modo con el rol del bueno.

Muy gentil. ¡Qué generosos somos hoy!

 

 

 

[1] fidus Echetes: posetrusco: fiel Echetes. Compinche de Enees; lo sigue en el momento en que Enees emprende su descenso en el reino de Plutón. Eneide VI.

[2] Stop doing evil- live to do well:  inscripción en el frontispicio del presidio de Richmond.

[3] Este beibidol , creo que lo dije, es un vestido corto de uso nocturno, muy sexy y que permite ver lo que otros vestidos de lecho menos sexy no permiten.

[4] Soquette, ergo soquete o zoquete. ¡No toque, so! Quitesoscríticosdedos.

[5] Ethos: nombre del perro de Rudolph Bloom, el viejo de Leopold. Este nombre fue, por mí, levemente modifié o modified o twisted, pero lo que quiero referir en este pie de folio, es el origen de dicho nombre de origen; como todo en Ulises (o en Odiseo), tiene que ver con Ulises, o con Odiseo, o con los griegos y sus mitos; muy bien, este Ethos (sic) tuvo un entredicho con Poseidón si bien no sé sobre qué, pero el hecho es que discutieron y se dieron con todo. O bien Poseidón, dicen, le tiró con un monte enorme de ese nombre y le erró pero quedó un monte con ese nombre. Ethos, dice el cuento griego, fue un poderosísimo energúmeno, violento y necio como son los energúmenos, miembro de un grupo de cinco compinches que fueron conocidos como los Colosos. Por lo que pude conocer, el quilombo lo empezó Ethos que le tiró por el tiesto un bloque rocoso; este Poseidón se lo devolvió. Pero vio como es esto, son todos chismes.

[6] Son ruedones porque son inmensos y el concepto corriente es insuficiente; son ruedones fúnebres, truculentos, sonoros y crujientes como los huesos de un muerto seco dentro de un féretro prehistórico, no sé si me explico.

[7] Estos son los versos de uno de los deudos del querido Henry, no son lo que se dice  buenos versos, pero no hemos querido meter los dedos o embellecerlos con el propósito de exhibirlos en su genuino y prístino esplendor. .

[8] Mertle escribió eso, que no quiere perder los equilibrios. Si Henry Leopold Flower Bloom no le escribe (dice que cree que él es sin mundo por un término un poco cerdo que le escribió: creo que eres sin mundo (sic) punto, cierro signo).

[9] De los cocheros.

[10] Nobjete. Conjunto motor entre el piso de un tren y los rieles. Término técnico de uso común en el léxico del gremio de los rieles.

[11] Modo de decir; un sitio donde se producen shows etc.

[12] El nombre es justo lo opuesto; Joyce invirtió en él como productor; quiso poner Exiles y no sé si lo logró y lo mismo con textos de Ibsen. Por cuestiones destilo no puedo poner el nombre.

[13] Deje; les le ven, es correcto.

[14] Il mio cuore su: el verso completo es: Il mio cuore sussultò…: “Mi pecho se estremeció”. Mrs. Zerlino en el referido dueto de  Don Giovinne, de Mozert.

[15] Un probóscide viene siendo un Dumbo, y no perdemos tiempo con descripciones de zoólogo. Como todo, lo de Elvery y lo de probóscide, puede verse en Google lo que vuelve inútiles los pies de texto con sus sesudos comments. Uno puede escribir un folio completo extendiéndose sobre los probóscides y convertir un libro hermoso como este en un monstruo de diez volúmenes que los críticos veneren en los templetes de sus suplementos culturosos del domingo. Pero, en fin.

[16] Lo que es leer y releer un texto: recién descubro los gritos de un vendedor de frutos secos que veremos en un cuento del espisodio siguiente; donde dos vejestorios femeninos quieren ver Dublín desde el obelisco de Nelson y suben comiendo estos frutos secos, orejones, higos o no sé qué de moños, y desde el tope del obelisco después llueven los cuescos como si fuesen meteoritos; y todos ríen. Fin del cuento siguiente. Esto es lo que los jóvenes de hoy le dicen spoiler. Decir el fin de un chiste.

[17] Güiski escocés, quoi?

[18] Se dijo, pero reitero, Despeje O, siend que O no es O, ni E, ni I, ni U.

[19] Entrechoque de huesos … Que no tienen deudo: Versos de un son de Tom Noel, “Cortejo de pobre”.

[20] No por ser irreverente sino por cuestiones destilo; disculpen los shekspirrenos de estirpe. En lo sucesivo, todo guiño o mención de su nombre, sobre todo en el episodio nueve, tengo previsto repetir este nombre con el sumun de mis respetos por él y por los lectores insomnes, no por vosotros los forrofesores crípticos de quienes je m’en fous… ¿me entienden?

[21] Un cubretiesto tiene múltiples usos: sirve de protección si lo sorprende un diluvio y no tiene un piloto o un periódico. Lo mismo previene muy bien los golpes de sol y por último, con un cubretiesto usted puede defenderse de un bribón.

[22] Y me dicen … Minón: versos del vodevil El Minón (1896), que musicó J. Philip y libretó Henry Greenbonk. En otros tiempos el término minón hoy en desuso e incluso ofensivo, fue sinónimo de modelo femenino entre los criollos y sobre todo los pitucos porteños.

[23] Un nosocomio, donde sucede todo lo que sucede en el episodio conocido con el nombre de Los bueyes del sol (14), el crecimiento desde el óvulo del léxico inglés como símbolo o signo pero es un bebé que viene después de tremendos esfuerzos -desde el lunes, pobre mujer, y hoy jueves- por ver un poco de luz. Es complejo pero imperdible. Si no me cree, pruebe.

[24] Beee, el sonido que emite el cordero, el borrego, es decir el ovino.

[25] Si lo ve en google, el mismo google le corrige el nombre. Pero el truco es sustituir cortes buenos por podridos. En Liniers o en “Clonsille” es el mismo embuste.

[26] Este Turín es erróneo: Bloom se equivocó (o yo me equivoco) quiso/quise/quisimos decir el sitio que fundó Rómulo con su mellizo Remo.

[27] Bugobú: soneto cómico de J. P. Rooney sobre lo dificultoso de ser piloto de botes de remolque; el bote es mecido por pontos que tienen “el volumen de un monte”; el timonel se quedó dormido y un coronel prende fuego el combustible fósil. El centro del cuento es el momento en que los grumetes descubren que lo que suponen el ponto es solo un estrecho ducto.

[28] Lo mismo que dije de oro sitio; ver.

[29] Idem.

[30] Ídem. Pero no busque, lector. No tiene sentido. Es lo mismo Tornquist que Tornquinst, Hurlinghem que Hurlingem, si bien no se debe confundir Hurlinghdem con Gerli. Muchos dicen “vivo en Gerli” o “vivo en Hurling” y como los nombres tienen el mismo sonido, el que oye entiende lo que quiere. Los forrofesores viven de estos distingos estériles, y dicen, sí, pero mi versión tiene diez mil quinientos pies de folio o pies detesto. De este tipo de pies, o menos risueños, incluso serios y verídicos, pero usted se duerme leyendo.

[31] De monumentos, bustos, ese tipo de objetos que uno ve en los cementerios.

[32] Es el nombre del cementerio, en el noroeste de Dublín.

[33] Lo que, dicen, ingirió Cerbero, el perro de tres tiestos, dormido con un menú consistente de “un bollo, somnífero de miel, trigo y opio…”. Un poco de erudición estilo porrofesor de congreso yo hice heno. Wiki es el fin del conocimiento en tomos. Úselo o ignórelo. Yo lo ignoré siempre y torduje este libro en sus dos versiones.

[34] Fingles, pequeño pueblo en el norte de Dublín.

[35] Nos precedió, muerto y todo: Odiseo, sorprendido de verse con su compinche Elpenor en el Infierno, lo interpeló dciendo: “Elpenor, ¿cómo es que te veo en este penoso sitio oscuro? ¿Viniste por tus propios medios primero que yo en mi negro velero?” Odiseo XI.

[36] Los seudo deudos son deudos ficticios, llorones con oficio, que los servicios fúnebres proveen (mejor dicho, proveyeron en un tiempo) por un costo mínimo.

[37] Un reverendo que fue obispo de Dublín entre 1879 y 1885.

[38]Ertene: ver 25. De todos modos explico porque tiene sentido; pueblo vecino (cinco kilómetros en dirección norte) de Dublín, sede de un instituto de niños expósitos. Ejemplo de pie de folio o pie de texto procedente. Por lo común son improcedentes, superfluos, etc.

[39] Todd: mercero, vestidos y textiles de Dublín. Mire usté seó. De no creer.

[40] Sólo mujeres hindúes: fúnebre, cruel, terrible, lúgubre, demente costumbre de mujeres hindúes de prenderse fuego junto con los féretros de sus esposos. Increíble lo que uno descubre en estos pies de folio. Por eso los eruditos son locos por los textos de este tipo y nutren sus torducciones todo lo posible y los editores se sienten orgullosos de sus libros gordísimos y los críticos golosos y severos los tienen por mucho mejores que los libros como este, hecho por un torductor sureño y desconocido que los pone nerviosos con sus estupideces. En fin. Juzgue usté, letor, qué tipo detesto preinfiere. Mo me tomen serio. Yo sol, oh, pretiendo disvertirme.

[41] ¿Es menester, me pregunto, que explique esto de Victoireo Victorie? ¿O Elbert o Engelbert o el Beto? De todos modos en el próximo pie lo explico.

[42] Todo un rollo con los reyes que mueren como príncipes consortes como este Elbert que fue como un reyezuelo y después su hijo esperó doce lustros que le pusiesen el cetro en el tiesto; lo mismo que sucede hoy (enero de 2020) con los ingleses y su regio vejestorio con sombreros ridículos viviendo veinte lustros y ejerciendo el poder en desmedro de un hijo orejudo que no ve el momento de ponerse el bonete y los hijos que lo miden de reojo y el brexit y el rexit como si esto fuese poco y los escoceses y los dublineses jodiendo como siempre; en fin, los reyes, Will, siempre virreyes.

[43] El Dick este no tiene pelo, por lo visto si entre él y el cielo hubiese un desierto.

[44] Non intres in judicium cum servo tuo, Domine: obvio rezo posetrusco, pero de todos modos se los torduzco: “No entres en juicio con tu siervo, Señor.” Rezo en el servicio de cuerpo presente; proviene del himno 143: “y no entres en juicio con tu siervo, / porque no es justo (¿o Digno, por Dignem, digo?) enfrente de ti ningún viviente”.

[45] Por si fuese menester digo que jus, lex, rex, urbe, orbe, omine, nomine, spiritu, por ejemplo, son términos del léxico posetrusco.

[46] Posetrusco levemente distorsivo.

[47] Ver 26. Mr. Powe repite el error de Bloom (o mío).

[48] Se dice, en Cíclopes, o mejor dicho en el episodio doce, que Bloom no sólo es judío sino que es miembro conspícuo de un club secreto que no permite en su seno el ingreso de mujeres. Seno, mujeres, ingresos, secretos, miembros. Es increíble, todo coincide con Bloom. Por el contexto, Mr. Kernen es del mismo gremio. Supongo.

[49] El credo del Eire es un sector independiente del credo de Enrique VIII. El servicio es en inglés, no en posetrusco, como en el credo de Jesucristo.

[50] Me permitiré, en este segmento, el giro posposetrusco (gringo) de cuore. Críticos, pues, silencio.

[51] Busque, leontine (Fr) es de donde pende el reloj de bolsillo.

[52] Cerrojos. Como el suelto de lo de Keyes: jeu de mots: en inglés forzoso cerrojos (keys); Olex Keyes, cliente  de prospectos (o prospecto de cliente) de Bloom.

[53] Quod corpus est scriptor: modifico inocentemente un principio jurídico que Mr. Bloom consciente o inconscientemente –no lo sé– distorsionó; él tiene sus ocultos motivos, yo tengo los míos.

[54] Bostezo de los cementerios y… : interrupción de monólogo interior; lo de los cementerios en pleno bostezo es uno de esos cientos de guiños que el escritor tuvo con Will Shkspr; en este punto es el príncipe noruego (no noruego noruego, pero no lejos) en su soliloquio en el cementerio. Pueden verlo en google.

[55] …prostituyen en los cementerios turcos: existen reportes de periplos del siglo XIX sobre lo extensos que son los cementerios turcos; los reporteros se sorprendieron de ver ciertos sectores convertidos en “sitios de reunión” por hombres y mujeres que los recorren y los sepulcros que les sirven de cómodos lechos en sus encuentros íntimos.

[56] El sexo entre monumentos. Romeo: Bloom confunde dos referentes: los versos de Robert Browning “Sexo ruinoso” (1855) y el epílogo de Romeo y Juliette, con los tórtolos muertos tendidos en el sepulcro de los odiosos Copuleto.

[57] …Pluto: nombre de mujer, mitológico y griego, y no de un perro como ciertos profesores sostienen en sus tesis.

[58] Bloom es confuso; en efecto, por esos tiempos (1913) hubo un juicio en Kiev donde un judío de nombre Mendel Beilis, y esto pueden verlo en Google, tuvo que defenderse como felino en el monte porque se le endilgó el homicidio de un niño seguidor de Cristo en medio de un rito religioso. El pobre judío tuvo suerte y no se lo condenó. El otro hecho que puede ser el origen de sus reflexiones es el supuesto ofrecimiento del humor venoso de un niño como enriquecimiento de los suelos estériles del desierto prehistórico bíblico o bíblico prehistórico, uno de esos cuentos sin ton ni son.

[59] No busque este tipo de definiciones: depósito de huesos.

[60] Los tineidos, querido lector curioso de este Odiseo restrictivo, son insectos comunes que usted conoce desde niño. Son lepidópteros grises, lúgubres y tristes que viven en los confines de los roperos comiendo todo tipo de tejidos, pulóveres viejos, vestidos de remotos himeneos con cónyuges posiblemente muertos, documentos vencidos, billetes vetustos que no sirven como dinero, fotos de primos muertos y de novios remisos. Los menos tímidos de estos fúnebres insectos que Bloom tiene en mente, viven de noche en torno de focos encendidos y muchos se extinguen, especie de suicidio inconsciente, por confundir el rojizo relumbre de un foco con el ígneo extremo de un lirio, perdón, de un cirio, encendido.

[61] Te derriten … tesoros ribereños: dos versos del éxito de Bleizes Boylen Dulces tesoros ribereños.

[62] Fíjese que estuoso es sinónimo de tórrido, debe tener que ver con el estío, me figuro, tío. Esto es lo que usted recoge leyendo versiones de Odiseo que los severos borrofesores no quieren leer: un léxico nuevo, de múltiples recursos, rico en términos elusivos, pero no por eso menos esplendorosos que los de todos los lunes; en este mundo nuestro, suyo y mío, los términos comunes, de los lunes, miércoles y viernes, jueves y domingos, no tienen permiso.

[63] Imposible escribir un texto que se justifique. Hemlet es Hemlet. Y punto.

[64] De mortuis nil nisi prius: posetrusco: “De los muertos no menciones ni sus previos”. Bloom retuerce el dicho De mortuis nil nisi bonum: “De los muertos no menciones sino lo bueno”.

[65] No lo hubiese escrito pero es un recurso muy común en el decir tecnológico y no veo por qué no servirme de él.

[66] Es el entierro del Céser: segundo verso de discurso fúnebre que pronunció Mercontonio: “¡He venido por el entierro del Céser, no vengo con elogios!” Julio Céser I.ii.18.

[67] Sus idus de fines de febrero o de junio: Céser muere poco después de los idus de febrero y Dignem muere en los idus de junio, el 13 de junio de 1904.

[68] Género de insectos que incluyen, entre otros cientos de tipos de individuos, el Mycocepurus smithii, el Iridomyrmex purpureus (por referir sólo dos y no ejercer de biólogo erudito etc) y que tiene por costumbre construir refugios que se conocen con el despectivo nombre de hormigueros.

[69] ¡Oh, pobre Robinson … se lo puso?: trozo de un son de vodevil «El pobre Robinson Crusoe»; sobre un pulóver y el uso/ que el pobre isleño se puso/ con el fin de seguir vivo/ hecho con pelos de un chivo/ del que hizo un vicioso uso.

[70] Gentilicio de Erín u oriundo del Eire.

[71] El domicilio (de todos modos, puede ver 26) previo de Bloom; el de hoy, 16 de junio de 1904 es Eccles Street.

[72] El seis de octubre en el comité es uno de los cuentos de Dublineses, de J. Joyce. Busque si usted es curioso y quiere ver los pormenores del mismo. Tiene que ver con Pornell.

[73] ¿Dije lo de Fingles? Sí.

[74] Esto del cuore lo expliqué en su momento.

[75] ¿Es menester, me pregunto, que reitere esto del cuore? No. Simplemente lo recuerdo.

[76] Chorley eres mi tesoro, es un son del folclore escocés.

[77] El sepulcro del jefe: de Pornell.

[78] El veintisiete … tu sepulcro: El progenitor de Bloom se suicidó un 27 de junio en Ennis. Bloom vuelve todos los 27 de junio y pone flores en su sepulcro.

[79] Elogio en un cementerio … Tom Compbell: Triple error de Bloom (lo errores son de Bloom, siempre; ni míos ni de Yohice) lo correcto hubiese sido referir en su monólogo interior el “Elogio escrito en un bucólico cementerio” (1751), del versero inglés Tom Grey (1716-1771).

[80] el inflexible doctor: por el contexto, es un eufemismo que el Dr. Murren usó frecuentemente por no decir simplemente muerte.

[81] ellos le dicen el lote de Dios: “ellos”, los seguidores de Lutero, porque “El lote de Dios” es uno de los nombres comunes con el que los ingleses dicen cementerio.

[82] Como el presente … Hooper el concejero del municipio:  este es un ejemplo de erudición sin sentido, pero de todos modos, como es costumbre de los profesores, les explico por si no entendieron el chiste: el tipo este, Hooper, les obsequió un búho relleno por el método de los egipcios.

[83] Este es el Divino Cuore: lo exhibe: El Divino Cuore de Jesús, devoción de los seguidores de Cristo. Dicho esto con el debido respeto, los curiosos o los creyentes curiosos pueden ver los pormenores de estos y otros hechos en Google, y no perder el tiempo leyendo lo que otros escriben en pies de texto con el sólo fin, con el oculto fin, con el estéril propósito de exhibir los muchos conocimientos estériles que tienen y de los que viven como reyes yendo y viniendo de congreso en congreso sin poner un solo peso suyo y escribiendo tesis que no leen ni los jueces de los concursos que les conceden los premios que no merecen.

[84] entonces … Epolo fue el pintor: pero fue Opeles, pintor griego que Bloom confunde (siempre Bloom confunde) con Zeuxis (¿pero quién es este Zeuxis, por Zéus? ¿Debo seguir poniendo pies de pies de pies de texto, como un referente referendo reverendo borrofesor? ¿Eh? ¿Qué me dice usté, letor?) quien según Plinio (Pliño) el Viejo, dibujó en sus óleos unos frutos perfectos que los gorriones se los hubiesen comido si no los hubiese cubierto con un vidrio.

[85] ¡Qué montón!: Dente (sí, Dente, no hinche, che) se sorprende de ver millones de espectros en el limbo: “Y vinieron en siguiendo en extenso muy desfile/ de gente, que creer hubiese no podido/ deshechos por el filo dese fúnebre hocino”. Infierno III. 55-57. Espero sin fe, el juicio que los críticos tienen, si leen (porque no leen), que emitir sobre mi versión de estos célebres versos Del Divino Vodevil. Un infierno, ¿no creen? De no creer, che.

[86] Robert Emery. Robert Emmet: un nombre remite el otro. Robert Emmet (1778-1803), líder de los rebeldes de Erín en el golpe de 1803, por lo que fue detenido y después de un breve juicio sin jueces se lo ejecutó. Creo, creo, no estoy seguro, que en uno de los episodios de Ulises. Cíclopes, sí, en Cíclopes, se revive este episodio en tono jocoso.

[87] Periplos en suelo chino: de ‘Peregrinos’; este libro lo veremos en los plúteos del vestíbulo de Bloom. ‘Peregrinos’ es un título frecuente entre los libros de periplos, pero, este puede ser un libro inexistente. De donde me pregunto sobre lo procedente o improcedente de este insulso comment, como en todos los textos de este tipo. Recuerdo lo que el escritor de “Veinte lustros viviendo solo” dijo sobre el indebido uso de los pies de texto que detesto y los torductores que los escriben y se enorgullecen del número de textos que escribieron en los pies de Su Versión; Uy, profe, profe, usted es un embustero. Se lo digo yo. Si no me creen, pueden verlo en su novelón  Escritos en periódicos.

[88] Noruegos como Hemlet.

[89] Lo vio en uno de los libros que tiene en los plúteos de su vestíbulo, como veremos si seguimos leyendo, como espero de lectores fieles como ustedes, en el episodio número diecisiete cuyo nombre me reservo por motivos que prefiero no difundir en este momento.

[90] ¿Dónde vi ese torreón persi … los cuervos: Torres del Silencio, o Dekhmes del credo persi (Zoroestrismo). Los muertos son impuros en este credo y por consiguiente no deben corromper el suelo. Disponen los cuerpos en el techo de estos torreones (me pregunto si los torreones tienen techo), y pronto los pobres muertos son comidos por los buitres (pero Bloom dijo cuervos). Luego los huesos limpitos se vierten en el osero del núcleo hueco del edificio.

[91] Ellos, como dicen los eruditos, en contexto, son los gordos roedores grises de los cementerios.

[92] Recipientes de Téntelo: o copón de Pitégores. Es un recipiente que permite que uno lo llene pero que después de cierto nivel, el contenido dese perece. En los cuentos mitológicos de los griegos, el tormento de Téntelo fue sufrir terribles deseos de comer y sed, con el líquido elemento poco menos que disponible –pero indisponible por muchos esfuerzos que el pobre tipo hiciese– y gordos ciruelos sobre su tiesto no menos indisponibles que lo primero. Espero que los cítricos, perdón los críticos, no bufen furiosos y me detexten por el tenor de mis pies detesto.

[93] Otro sí digo: escribí de nuevo Cuore y lo sostengo. ¿Y qué?

Escribe Marcelo Zabaloy

Traductor aficionado y libros traducidos publicados por El cuenco de plata: Ulises y Finnegans Wake de James Joyce y El atentado de Sarajevo de Georges Perec

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