Pocas imágenes, pocos videos, muchas anécdotas. Bochini, un jugador propio de otra época, de otro tiempo: El suyo propio.
Junio de 1986.
Un hombre espera.
Podría estar esperando el 132 para ir a Caballito. Podría ser visitador médico, bancario o inspector de tren. Pero está en México y tiene 32 años. En la cancha se juega una semifinal. Quedan 5 minutos. Él, afuera.
El rival es Bélgica y el partido está definido. Tiene gesto serio, una ridícula camiseta número 3 y los hombros caídos. Hace 14 años que espera.
Se levanta un cartel no electrónico. La espera terminó.
La relación entre “el Bocha” y el tiempo viene de antes.
Ser Leyenda
Con el Bocha, casi todo es relato.
Al sentarme a escribir estas líneas descubrí que el Bocha es algo lejano, un misterio. Prácticamente no lo vi en cancha.
Hay pocos videos y muchas anécdotas. Ayuda al mito que Bochini no habla, o habla poco. Es un hombre tímido, al que le gustan las cosas a su manera, se siente cómodo en muy pocos lugares y con muy pocas personas.
Las cuestiones de época son fundamentales. El tiempo hizo la otra parte del trabajo. Debido a la calidad de las transmisiones sus mejores goles son leyendas: inhallables, indistinguibles o imposibles de disfrutar.
Su propia carrera es monolítica, como su leyenda. Toda su vida jugó en un mismo club. Aquel en el que cuando se fue a probar y se sintió cómodo.
Durante toda su carrera había esperado su chance en la selección. En el 78 quedó afuera. En el 82 no estaba bien físicamente. Recién tuvo la posibilidad de pisar la cancha de un mundial en México 86, con un técnico que no le era afín y una estructura de equipo que no lo necesitaba.
Alter Ego
Cuando vemos a Ricardo Enrique Bochini nada anticipa a un genio. Difícilmente a un jugador de fútbol.
A diferencia de otros deportes, en el fútbol la estatura y la fuerza no son determinantes. Y sus máximos exponentes así lo demuestran: Messi, Garrincha (que era rengo) o Diego. En el fútbol, los héroes generalmente se parecen más a Clark Kent que a Superman.
La clave no está en el cuerpo.
El Pase
Su identidad futbolística es el pase. Un pase imposible o una habilitación milimétrica, son “bochinescas”. Hasta sus goles eran pases: carecían de potencia y les sobraba precisión.
Ahora bien, el pase sólo sería precisión (equilibrio entre la fuerza de una pierna y la colocación de un pie) si no fuera por una variable mental: ejecutar un buen pase, implica manipular el tiempo.
No se puede hacer más lento
Hay un personaje de historietas del universo Marvel, llamado Quicksilver. Es un mutante y tiene la capacidad de moverse y pensar a velocidades sobrehumanas: Se mueve tan rápido que todo lo que lo rodea pareciera estar detenido o en cámara lenta. Algo similar sucede en la cabeza de Bochini.
Bochini es Proust frente a la Magdalena.
El Gol
A la hora de recordar goles, el Bocha elige quedarse con uno que él no hizo.
La imagen pertenece a los ochenta. A un Bocha en colores y con el cuerpo en retirada. Cuando las piernas aflojaban, y sólo le quedaba el don que lo hizo único.
El 24 de abril de 1984, a los 43 minutos del segundo tiempo, Independiente empataba de local 2 a 2 contra Olimpia de Paraguay y se quedaba afuera de la Copa Libertadores.
Él está en el círculo central. La pelota le llega de Barberón que acaba de arrancar en su propio campo, pero se la deja al que sabe y corre en diagonal hacia el área.
El Bocha avanza con la pelota al pie, el tranco corto pero apurado. Simula la posibilidad de gambetear a dos rivales que retroceden sobre sus talones, evitando el ridículo. En su cabeza hay tiempo, espera.
Más tarde explicará en una entrevista a Jonathan Wilson (autor de La pirámide invertida) que lo fundamental en esa jugada fue hacer “la pausa”.
La pausa es ni más ni menos que ese instante preciso que el asistidor espera para que todo esté en el lugar indicado. La pausa SE HACE. La pausa es manipular el tiempo. Estirarlo lo más posible, pero sólo lo justo y necesario, hasta que se genere un espacio dónde antes no había nada.
Volviendo a la cancha de Independiente, nuestro héroe la suelta en el instante preciso. La pelota pasa por el único lugar por donde podía pasar. Entre dos defensores de Olimpia. Y llega mansa delante de los pies de Barberon, solo frente al arquero. La Porota algo aprendió del maestro. No intenta marcar, da un pase al medio. Allí Bufarini entra solo para empujarla. La belleza es colectiva. La jugada es simple. Tiene la simplicidad de las cosas que pueden ser de un solo modo. Lo genial.
Independiente ganará esa Copa, su última, para luego ser campeón del mundo por segunda y última vez en su historia, ambas con Bochini en cancha.
Si yo fuera Maradona
25 de Junio de 1986, México.
La memoria, tiranizada por la imagen televisada, es ingrata. La carrera de Bochini ofrece muchos mejores recuerdos –pero de una calidad de difícil visualización. Recuerdos que te cuenta tu viejo o un tío, ya sean del rojo o no, tan entusiasmados que parecen borrachos.
Bochini está ahí, al lado de la línea de cal, esperando. Se dice que está ahí porque Maradona y Julio Grondona así lo quisieron, que Bilardo no lo quería y que recién ahora, en el sexto y anteúltimo partido, lo va a hacer jugar unos pocos y míseros minutos. Al Bocha no le importa, hace mucho que espera.
La leyenda la completa Diego y una de sus frases que son relato puro, al estilo del Bocha: «Pase, Maestro, lo estábamos esperando».
Es divertido ver esos diez minutos intrascendentes por un solo motivo. Se nota que Maradona quiere que el Bocha haga un gol. Que se luzca. Como aquel que ha invitado a su amiguito al potrero y trata de hacerlo sentir como en casa. La casa de Diego es el estadio Azteca.
En la última jugada de peligro Diego se escapa por izquierda y al entrar al área hace una pausa y da un inconveniente pase atrás para quien entra por el medio.
Me atrevo a una apuesta; Maradona -que venía de gambetear a medio equipo inglés – lo hace por un solo motivo. Por ese lado, pelado, viejo y tal vez lento, entraba el héroe de su infancia.
Un defensor belga intercepta el pase. La antigua pantalla de formato cuadrado deja al destinatario fuera de plano.
La última gran pausa del Bocha es esa que espera que reconozcamos en él a un genio mayúsculo.
buenísimo, loco. Me gustó mucho. Lindo relato y lindo tu amor por el fútbol. El diego diciendo: «pase maestro, lo estábamos esperando» es genial. Me hizo acordar a una que contó Jairo en una entrevista: él estaba con Piazzolla en París y jugaba una selección de jugadores del PSG y el Racing de París contra el Boca de Maradona. En un momento del partido el Diego la para de pecho en un costado de la cancha y antes que la pelota toque el piso, le pega un zurdazo de 50 metros cambiando de frente. Jairo cuenta que Piazzolla se levanta enardecido en la tribuna y empieza a gritar «¡Nijinsky, pibe, sos Nijinsky» en referencia al bailarín ruso. El diego adentro de la cancha te bailaba un ballet.
Es un honor tener lectores como vos!!!! Qué grande Piazzola, Maradona y el arte que se las arregla para aparecer en todos los rincones de la vida!!! Abrazo enorme y agradecido!!
Eso era el bocha, todo parecía tan natural y todos sus compañeros centrodelanteros terminaban goleadores con el tipo.