Un cuento de Marcelo Zabaloy sobre el control, el descontrol y las diferentes rebeliones que hay en la granja. Ilustración de Mariano Lucano.
Un estudio recientemente descubierto en Temple Street, Londres, demostró lo que muchos supimos por intuición: el cuento de George Orwell sobre los cerdos rebeldes no fue un cuento sino que existió. El referido estudio, un minucioso registro de los sucesos, fue descubierto justo en el momento en que el gobierno inglés, en virtud de los informes provistos por los servicios secretos, decidió desprenderse del libro prendiéndolo fuego junto con otros libros comprometedores sobre rebeliones del mismo tenor en el Reino Hundido que en su momento no tuvieron difusión. Recordemos que este libro lo escribió Orwell teniendo en mente el régimen soviético, socio de los ingleses en el conflicto bélico con los poderosos ejércitos del Führer, y que Orwell defendió siempre el derecho de expresión incluso, y sobre todo, de quienes no coincidieron con sus opiniones.
Muy bien. El destino, que tiene sus propios tiempos, es reversible y no obedece leyes de ningún tipo, quiso que el conductor del vehículo que retiró el referido documento, sufriendo un síncope de sed, se detuviese en un pub, el exclusivo Lion Red de Temple Street en su intersección con Winkley Street, por un porrón de stout. Este miembro del servicio secreto resultó ser un bebedor de fuste como todo buen inglés que se precie de serlo (que se precie de ser inglés, quiero decir) por lo que no siendo suficiente el primer porrón de stout, el hombre miró el espejo y poniendo los ojos en el reflejo del mozo ordenó:
–Give us one more.
El mozo le sirvió otro porrón de stout. Pero como el deseo de beber no tiene límites el segundo porrón no fue suficiente. El detective Jones miró de nuevo el reflejo del mozo en el espejo y ordenó:
–Give us one more.
El mozo bostezó, limpió otros dos o tres recipientes y sirvió el porrón que el hombre le pidió. Después del segundo porrón, el detective Jones puso un billete de cinco y lo coronó con tres brillosos chelines. Cortés y prudente, con un guiño cómplice en dirección del reflejo del mozo en el espejo, lo convidó como corresponde, con brumoso decoro inglés:
–Will you drink one yourself? Cheers –. El detective Jones, después de recibir el discreto reconocimiento del reflejo del mozo en el espejo, giró en su sillín, se cerró el sobretodo, posó el porrón sobre el zinc y se retiró sediento como entró.
Sir Jones, el detective, se detuvo de nuevo en Temple Street y su intersección con Gosset Street y en el bello pub The King’s Own Regiment repitió el procedimiento que venimos de describir. Otros tres porrones de stout, cinco dosis de sloe-gin[1] y dos J&B on the rocks. El plomizo cielo londinense se le ocurrió, curioso efecto etílico, menos deprimente que de costumbre. En el momento de irse los pies no le obedecieron, perdió el equilibrio y se desplomó en un bonito sillón de cuero, un mullido sillón club, donde se quedó dormido como un tronco.
En este recorrido por los pubs del centro londinense, el detective Jones, como dijimos, bebió como un inglés y en vez de cumplir con su deber de destruir por el fuego el montón de libros molestos que el Reino Hundido le confió, se encurdeló de un modo vergonzoso. Y fue entonces que el demonio, viéndolo dormir como un lirón, metió el hocico permitiendo muy divertido que un grupo de jovenzuelos recién venidos de Túnez rompiesen los vidrios del furgón del detective Jones y se lo roben.
Los jovenzuelos tunecinos, todos ellos expertos en el difícil oficio de sobrevivir fueron puestos en un bote con otros cien infelices que vendieron sus pocos bienes y entre el infierno y el precipicio, se decidieron por el exilio. Estuvieron un mes perdidos en el Tirreno y el Jónico. Sufrieron sed, se bebieron el propio orín, comieron peces crudos que obtuvieron discutiendo con los tiburones y por último un horrible ciclón los diezmó y un pequeño grupo consiguió poner los pies en el puerto de Durrës. El recorrido siguió por Dubrovnik, Split, Trieste, Múnich, Núremberg, Dortmund, Dunkerque y por fin Dover.
Pero, un momento, esto que les cuento me recordó un filme que vi recientemente en un cine repleto y hediondo del centro. Si bien los filmes bélicos no son de mi gusto, este que les cuento, sobre un bote lleno de menesterosos pretendiendo refugio en un impreciso punto del Índico perseguido por un helicóptero, me resultó muy bueno. El público enloquece con los esfuerzos de un gordo enorme que pretende eludir los proyectiles que vienen del helicóptero suspendido sobre su cuerpo. Primero se lo ve retorciéndose por el ponto como un delfín, después se lo ve dentro del objetivo del fusilero, después, lleno de orificios y el ponto en derredor de color rojo y por fin hundiéndose ni bien el líquido le entró por todos los orificios. El público gritó y rio enloquecido en el momento que dese pereció. Luego se vio un bote de hule repleto de niños y un helicóptero pendiendo inmóvil sobre ellos. Un cuerpo de mujer joven con el sello típico del pueblo judío en su rostro sostiene un niño de pecho envolviéndolo en lo profundo de su seno como si el niño, muerto de miedo y con un griterío histérico, quisiese meterse de nuevo dentro de su vientre; el cuerpo femenino pretende infundirle un poco de confort si bien su propio rostro se ve ceniciento y lívido de terror; lo envuelve con sus miembros superiores todo lo posible como si creyese que su cuerpo pudiese impedir el ingreso de los proyectiles. En ese momento, el helicóptero soltó un explosivo cilíndrico de veinte kilos que produjo un terrible destello convirtiendo el bote en minúsculos leños encendidos, en microscópicos corpúsculos de fuego. El objetivo enfocó el miembro superior de un niño que se elevó por el éter subiendo, subiendo y subiendo como queriendo meterse en el helicóptero. Otro helicóptero contó con un dispositivo fílmico en el morro, o bien un dron debió seguir el recorrido del miembro en su subir y subir pues de otro modo cómo lo registró; hubo muchísimos vítores del público presente pero de repente desde el sector de los obreros surgió un grito de mujer que protestó diciendo no debieron exhibirlo enfrente de los niños, no enfrente de los niños, no enfrente de… pero en tres segundos vino un grupo de custodios y volvió el silencio. Después de unos minutos, un coro de mujeres entonó:
DOWN WITH BIG BROTHER!
DOWN WITH BIG BROTHER!
DOWN WITH BIG BROTHER!
El Comité Político no reprimió porque los dichos de los obreros no preocuparon en ningún momento.
El hecho es que este grupo de tunecinos sobrevivientes del ciclón en el Jónico, terminó viviendo como tribu en un edificio semiderruido en Greenwich un oscuro suburbio de Londres y como conseguir un empleo decente en Londres siendo un tunecino esquelético que vive en Greenwich es como conseguir en estos tiempos un buen empleo en el microcentro porteño siendo un morocho esquelético recién venido del Perú y viviendo en un conventillo de Constitución, los jovenzuelos sobrevivieron cometiendo todo tipo de crímenes incluido el robo de furgones con libros comprometedores que suelen ser conducidos por choferes que se meten en pubs y se duermen sobre los sillones.
Y en este punto retomo, querido lector insomne, lo del descubrimiento del informe secreto sobre los incidentes de rebeliones de cerdos ocurridos en todo el Reino Hundido y que siempre se tuvo como ficción de Orwell. Pues no.
El célebre discurso del mítico Puerco Viejo, emitido desde su rústico pesebre y que fue seguido con profundo interés por cerdos, corderos, potros, burros, perros, pollos, cisnes y bueyes, incluso por un cuervo, el bicho preferido de Mr. Jones Esquire (el dueño del predio, no el conductor ebrio que sufrió el robo del furgón con los libros comprometedores), se extendió por todo el territorio inglés como un reguero de TNT (trinitrotolueno). ¿Cómo se supo? ¿Cómo se descubrió siendo que el gobierno hizo todo lo que pudo por esconderlo como es común en todo tipo de gobiernos, de hoy y de siempre?
Resultó que los jóvenes delincuentes tunecinos condujeron el furgón del detective Jones Cop, Jones el bebedor, Jones el dormido sobre un sillón del The King’s Own Regiment en Temple Street y su intersección con Gosset Street, por los tortuosos recovecos del extremo Este de Londres con el propósito de convertirlo en dinero en lo de un reducidor de nombre Mehmet ben Berek; el líder de los jóvenes delincuentes tunecinos, Yessef se ocupó del negocio:
– ¡Mehmet ben Berek! el excelente bereber –profirió como si lo conociese desde siempre.
–¿Y usted quién es? –respondió sorprendido ben Berek, el reducidor del tenebroso suburbio londinense.
–¿Cómo que no me conoce? ¡Soy Yessef! ¡Nuestros progenitores son primos!
–Creer es perecer –respondió, incrédulo ben Berek–. Es de dementes creer en peleles desconocidos, en seres reverentes o en sobrevivientes tunecinos. En este rincón oscuro del extremo este del Reino Hundido, sólo creemos en nosotros mismos, si eso fuese posible.
Confundido por el profuso discurso de Mehmet ben Berek, Yessef le pidió un dinero ridículo por el vehículo.
–¿Qué monto dice que pretende por ese furgón podrido? –preguntó ben Berek como si no tuviese ni el menor interés.
–Lo que usted nos dé, Mr. Berek –reflexionó prudentemente el joven Yessef–. No tenemos pretensiones; sólo queremos comer.
De modo que Mr. Berek, el impenitente bribón y reducidor de vehículos del extremo este londinense, les dio un cheque (sin fondos, por supuesto) de veinte chelines y seis peniques y se quedó con el furgón. Los jóvenes delincuentes tunecinos, contentos con el cheque sin fondos, se fueron corriendo y se metieron en un restó muy fino porque les gustó el menú que vieron en el frente:
CHEZ MÉMÉ BERTHE
ENTRÉES
Sterlet’s Eggs
Gel de Jerez
ENTREMESES
Filet de Res de Cervennes
POSTRES
Crême gelée
Crêpes
–Me dijeron que Ernest, el chef de Chez Mémé, es excelente. Entremos, entremos– insistió el líder de los jóvenes tunecinos.
Ernest, el chef de Chez Mémé Berthe, los recibió sonriente:
– Entrez, entrez, mes célèbres frères tunisiens, les jeunes criminels tunisiens. Soyez les bienvenus! Venez vers l’entrée! Vite!
– Si insiste de ese modo… Nos recomendó Mehmet ben Berek, el reducidor de vehículos de enfrente. Dice que ustedes tienen buenos precios.
Los jóvenes tunecinos comieron como leones, bebieron los mejores vinos y en un descuido del chef de Chez Mémé Berthe, se fueron sin poner el dinero correspondiente por su consumición y se hicieron humo por el resto del cuento.
En el interín, Mehmet ben Berek, el oscuro reducidor, encontró en el vehículo que le vendieron los tunecinos, un contenedor lleno de libros de los que recuperó uno que le interesó y que resultó ser el documento secreto sobre rebeliones de cerdos y todo tipo de bichos, domésticos y silvestres, pretendiendo desprenderse del despótico dominio del hombre sobre ellos.
Después de leer el documento completo, el incrédulo ben Berek lo negoció por un millón y medio de escudos con el Chief Executive Officer del poderoso grupo de medios inescrupulosos conocido como BBC; el CEO del referido multimedio, Lord Jones Press, ocultó los hechos y se comunicó con el jefe del MI5, Sir Jones Spier, quien le compró los libros por el doble del importe invertido por el multimedio y luego se deshizo del pobre Mehmet ben Berek, el reducidor y del infiel Lord Jones Press, que fueron descubiertos meses después en el fondo del rio Crouch, no lejos de Wickford en el noreste de Londres, con sendos coquetos bloques de cemento como botines.
De todos modos, el informe sobre el supuesto libro de ficción escrito por Orwell se filtró y los vespertinos opositores del gobierno de turno difundieron los Siete Preceptos del Movimiento de los Porcinos Rebeldes que dictó en términos sencillos el célebre Puerco Viejo:
Es menester comprender que:
Todo lo que se mueve sobre dos pies es un enemigo
Todo lo que se mueve sobre dos veces dos pies es de los nuestros
Ningún bicho debe ponerse ningún vestido
Ningún bicho debe dormir sobre un colchón
Ningún bicho debe consumir licores
Se prohíbe que los bichos se liquiden entre ellos
Por todo Londres se vieron muros con escritos subversivos:
Dos veces dos pies, muy bien; perversos son dos pies
El hombre es nuestro peor enemigo
El hombre vive de nuestro esfuerzo
El hombre no distribuye los beneficios que obtiene por nuestro esfuerzo
El hombre vende nuestros hijos o se los come
El hombre es codicioso
El hombre miente y miente siempre
El hombre sólo concibe su propio y exclusivo beneficio
El único motor del hombre es el egoísmo
Con el hombre en el poder nuestro destino es el frigorífico
Rebelémonos y listo. ¿Qué puede ser peor que esto?
El Censor del Reino Hundido, Sir Jones Censure, obedeciendo órdenes del furibundo Rey, Jones The First, conocido por los enemigos del pueblo como Jones El Terrible, ordenó enfurecido detenciones, fusiló opositores, torturó disidentes y cerró los pocos periódicos que se hicieron eco del informe secreto.
Pero esto no impidió que el virus se extendiese por todo el reino y el Movimiento Subversivo logró su cometido: el completo dominio del hombre. Este brote de cerdos, perros, ovinos, bovinos y equinos independientes, gestores de su propio presente, no duró mucho tiempo. Los cerdos, porque su intelecto tiene un coeficiente muy superior que el resto, se impusieron como líderes y con el tiempo el ejercicio del poder los fue corrompiendo como suele suceder con los dirigentes de todo tipo de instituciones. Los principios del Movimiento fueron diluyéndose y los cerdos, convertidos en ministros, gerentes y directores se permitieron todo tipo de privilegios. Los perros se convirtieron en sus fieles custodios y el esfuerzo tuvo que ser hecho por los burros, los equinos, los toros y los borregos, por ser ellos menos inteligentes que los porcinos.
En estos momentos los ingleses dependen del humor de los cerdos quienes, en el momento que lo creyeron conveniente, tendieron nuevos puentes con el hombre, se reconvirtieron en bípedos y desde entonces los dirigen.
Hoy, excepto un reducido grupo de ministros, miembros del gobierno y jueces, que beben lo que quieren y consumen los mejores puros, el común de los ingleses tiene prohibido perseguir zorros, se prohibieron incluso los torneos hípicos, sólo comen productos sintéticos y del huerto. Los pubs se funden puesto que los cerdos no expenden licores, no tienen conflictos bélicos con los que entretenerse, ni fútbol, porque no tienen frigoríficos, ni curtiembres, ni curtidores, ni cuero, y por consiguiente los esféricos no se consiguen, terminó por morir convirtiendo sus domingos en estériles bolsones de un tedio indescriptible.
[1] Espeso licor de endrino; dulce y viscoso como un beso de mujer feliz.
Sorprendente y divertido como siempre. Festejo el recuerdo del querido George Orwell, hombre libre como pocos. ¡Felicito!