Redención de Raoul Walsh

El cine de Raoul Walsh a través de tres películas: Objetivo Birmania (1946), Río de Plata (1947), Al rojo vivo (1953). Un repaso violento de Tomás Cardoso y Pirés Mateús.

 

  1. Objetivo Birmania (Objective Burma, WB, 1946)   /   Estamos en el vientre de un Leviatán volador, dos hileras de especímenes enfrentados, cada uno con su casco, su rifle, y su equipo para saltar. Hay uno que masculla las palabras que señala con el dedo sobre una pequeña Biblia, otro se deja atormentar por un recuerdo (el mismo que se había disculpado al interrumpir el último partido de béisbol, diciendo que quería “escribir una carta”), hay dos que juegan naipes sobre sus manos, todos tienen un pucho encendido entre los labios (“sabés que te mandan al muere cuando te dan un cigarrillo gratis”), hay un reportero que toma nota de lo que oye y observa, y la cámara toma nota de él, es el único mayor de treinta años, tal vez el único de padres norteamericanos, todos vienen de tribus castigadas de los varios viejos mundos, para ir a caer de bruces sobre la jungla infestada de japs, hay uno que lee un folletín ¿de guerra?, hay incluso uno que duerme, tal vez sea el más asustado, tal vez sencillamente necesite dormir, hay uno que murmura algo, no es el de la biblia, no llegamos a ver quién es, podemos oírlo pensar, la banda sonora del gran Frank Waxman (Sunset Boulevard, Dark Passage, entre otras) se condensa y comprime casi al borde de la estática, todo en el vientre de este Leviatán es expectativa, expectativa y plegaria. Es uno de esos momentos de alta piedad, generosidad y humildad que son la marca del mejor Raoul Walsh, no se lo pide el guión, no se lo pide el estudio, ni siquiera se lo pide la audiencia, él obsequia con un alma a cada uno de sus especímenes y no necesita enfatizar el genio que mueve todo el asunto, no negocia por nuestro aplauso, ni lo hace para ganar premios.  Hay amor en el ojo blindado. Después el guión sigue su curso, pero en esos minutos fuimos testigos de algo extraño, algo sagrado, que está fuera de la experiencia cinematográfica y la incluye, presenciamos un hecho, que podemos llamar, sí, religioso.

 

 

  1. Río de Plata (Silver River, WB, 1947) /   Suele perderse de vista la profunda influencia cultural del fetiche peronista en los años cuarenta y siete, cuarenta y ocho principalmente. De Warner Brothers (el más rooseveltiano de los grandes estudios) tenía que salir la mejor Eva del cine: Ann Sheridan. Ya en los “Ángeles con cara sucia” (¡gran título peronista!) despunta su impronta curativa, redentora, de heroína de la clase trabajadora. En Río de Plata es Eva y es mucho más también, con ese pelo irlandés casi mitológico –que Coppola busca emular en su Drácula, al retratar al Conde viejo del comienzo de la cinta; Drácula, ese mito rumano/irlandés, católico por lo decadente y sangriento-. Y Río de Plata ofrece, entre otras riquezas, el mejor Errol Flynn que se haya visto: por fin un personaje grande como él mismo, con sus dos genios, el genio maligno y el genio heroico, en combate perpetuo dentro de su pecho. ¡Contemplad cómo parte una silla en la cabeza del villano, ya caído, qué lejos estamos aquí del gentleman del box Jim Corbett!-. Y esto es Walsh: el goce de partir una silla en una cabeza, el placer de la trifulca, el gusto de subvertir una fiesta paqueta, el gusto de decir en la cara de los agentes de poder lo que uno piensa de ellos. Los únicos que no merecen el amor de Walsh: los tilingos, los nenes bien, las damas hipócritas de sangre azul, la policía. Walsh les da la biaba como si fueran villanos del mudo. Sus cejas, sus mismos bigotes son declaraciones violentas.

  1. Al rojo vivo (White Heat, WB, 1953) /  Así como Los violentos años veinte (The roaring twenties, Raoul Walsh, WB, 1940), también con Jimmy Cagney, cierra el ciclo de las películas de gangsters, White Heat (del mismo año que The Big Heat, de Fritz Lang para Columbia) cierra el ciclo del alto cine negro que se inicia en 1941 con High Sierra del propio Walsh y The Maltese Falcon, de John Huston –coautor del guión de High Sierra junto a W.R Burnett, que escribió la novela-. La shakespereana Sed de Mal (Touch of evil, OrsonWelles, Universal, 1958) suele ser señalada como el último gran negro, y acaso lo sea, además de ser la mejor cinta de Orson Welles. Pero en White Heat, Cody Jarrett/Cagney se sienta a llorisquear en la falda de su mamá, y eso importa a nuestro parecer el fin del negro y de muchas otras cosas también, justo antes de la explosión de la nueva generación con Brando/Dean/Marylin/Elvis, justo antes de la televisión y el fin del apogeo del cine de los grandes estudios. White Heat es, por supuesto, mucho más que una obra maestra. Walsh no da un mango por nimiedades  tales como el talento y la genialidad y las obras maestras. Para él, si no hay nervio, no hay nada. Obsequia escenas de lucimiento a sus intérpretes, sí, pero más que eso le interesa volar todo en mil pedazos, el movimiento de las criaturas en el tiempo desaforado es su material, no los conflictos espirituales o mentales. Más que un encuadre ingenioso, le interesa el vértigo de una buena persecución. El cine de acción norteamericano adoptó las persecuciones en auto como una marca distintiva, obligada del género. Y fue Raoul Walsh quien inventó las persecuciones en el cine, y las filmó como nadie. Persecuciones en auto, en carreta, en caballo, camión, en bicicleta, a pie, arriba de un tren en movimiento, persecuciones sobre el barro, sobre puentes que quiebran, persecuciones diagramadas, como en el tablero de un juego de mesa, persecuciones ¡con teléfonos en los autos, treinta años antes que División Miami! Velocidad. Cine de superacción. El cine de Walsh nos lleva a una infancia/preadolescencia mítica, que tal vez nunca existió, es el puro placer del entretenimiento, nos libera de la baba viscosa del Crítico, que ha ido cubriendo nuestros cráneos desde que aprendimos a llamar a las películas por su director. Sus mejores películas no sólo te noquean, de yapa parten una silla en tu pretenciosa cabeza.

Escribe Tomás Cardoso

Tomás Cardoso (Buenos Aires, 1980) es traductor del inglés, escritor y bailarín de tap -hoofer-. Entre el año 2010 y el 2011 la editorial 13x13 publicó su novela corta Pandemonio, el libro de cuentos El mono enjaulado y la colección de ensayos breves Conversaciones entre muertos. Otras obras: El Material (baúl de cuadernos, 2012/14), los discos Oro Bermejo (2013) y W. (2015). Desde el 2015 publica Una Cita con el Desastre, serie de especímenes mecanografiados de edición única. (Para consultar el catálogo: unacitaconeldesastre.tumblr.com). Es traductor/editor de las revistas de ficción El Deshollinador (2014/5) y Perros&Chacales (20I8). Coordinador desde el año 20I7 de los grupos de traducción/investigación "Shakespeare para conspiradores" en la Biblioteca de Formación Docente -UNA.

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