Santificación de “La puta mejor embalsamada”

La obra teatral se presentó la semana pasada en Salta luego de que fuera suspendida en Tucumán ante la presión de un grupo de concejales peronistas. La historia de un cuerpo indefenso a merced de sus carroñeros. Escribe Franco Hessling y el collage es de Mariano Lucano.

En la jerga ferroviaria una “zorra” es un vehículo de ruedas que va sobre rieles. Así, la obra comienza con una “zorra” que da vueltas montada por cinco bufones que se mueven resaltando poses de una coreografía sexual. Se contornean de modo rítmico, creando figuras corporales desbordantes. No hay diálogos extensos entre los personajes, no más de los que puede haber en un soliloquio. Una clave: los personajes son cinco partes de una misma cosa.

Jamás se nombra la figura que integra a los cinco cuerpos. El uso de la palabra es equilibrado y con una dosis justa de tiempo en cada personaje. Los balances entre el drama y la comedia son bien logrados. Prima lo grotesco e hilarante, aunque también hay lapsos de problematización, que en el guion se representan con gritos: “Sólo por ser mujer, sólo por ser mujer, sólo por ser mujer…”. Una segunda clave: la figura que integra las cinco partes es una mujer.

El transcurso de la escena es ininterrumpido. Hay una construcción sobre la sexualidad que interpela al corazón del doble discurso moral de cierto puritanismo impostado. Los cinco personajes mantienen sus harapos intactos y no están ambientados con un vestuario típicamente sexy. Sin embargo, utilizan el cuerpo y los diálogos para dejar por sentado que se ultraja el cuerpo de la mujer. Muchos ultrajes. La tercera pista es que el cuerpo de la mujer padece flagelos.

Los cinco bufones ocupan la escena de la Fundación Salta con pleno reconocimiento del espacio, como si conocieran el teatro de toda la vida. Los cuerpos de los cinco se mantienen la mayor parte del tiempo muy cerca entre sí, reafirmando la indivisibilidad del personaje, de esa mujer, de esa mujer ultrajada muchas veces.

La revelación más contundente es que ese personaje indivisible que los bufones representan está muerto. La obra cuenta una vida después del fenecimiento. Para deducirlo alcanza con notar que esa mujer es considerada una santa. La sacralización, ese mecanismo social que nadie en su sano juicio diría que es apropiado para la construcción de una política por el bien común. Eso no importa en la trama, lo que se cuenta es orgullosamente religioso. La historia de una santa popular, considerando lo “popular” como rasero del bien. La vida del cuerpo muerto de esa mujer.

¿Los cinco personajes son cinco partes de su alma? ¿de su trascendencia?     

Hace sólo unos años, cuando todavía la televisión estaba en el centro de la promoción del show, hubo un programa del prime time que buscaba definir quién era el gran prócer argentino a través de encuestas telefónicas a su audiencia. La construcción de próceres, sobra decirlo, está configurada por las clases dominantes y desde una perspectiva racista, aporofóbica y patriarcal. Para oponérsele a ese relato, el rol de anti-héroe, de anti-prócer, lo ocupan quienes reivindican lo otro, distinto al hijo de colonos o inmigrantes europeos, con buena posición económica y aptitudes de alfabetización occidental. Los anti-héroes son los pregoneros del descamisado, del grasita, del cabecita negra.

Imaginaos las terribles consecuencias de que ese anti-prócer no sea un omvre, como dirían los más radicales usuarios del lenguaje inclusivo no sexista. Una mujer ungida en anti-héroe de las buenas costumbres eurocentristas representa para el patriciado argentino una mezcla de odio e impotencia.

El héroe patrio experimenta complejo de inferioridad frente a esa mujer idolatrada. No titubea para doblegarse a sus vicios más soeces. No logró que ella claudicara ni la conquistó, pero tiene a esa mujer desnuda al frente suyo. Ahí está el prócer, parado ante la anti-héroe -no villana- que está inhibida de ofrecerle resistencia. Él cuerpo está gélido y merece alcoholes para tomar calor. El prócer rocía las curvas desnudas y se empalaga de justicia patriótica: entierra el mástil de una bandera manchada de sangre, indignidad y cobardía. La santa de los descamisados es humillada y lo sufre a viva voz, en cinco timbres corales que cobran forma de bufones sobre las tablas de la Fundación Salta.

Es digno de destacarse el juego de imaginarios que se desenvuelve para que una anti-héroe sea reapropiada como heroína popular. Los reapropiadores de esa mujer como heroína usan un mecanismo de corto alcance para enfrentar a sus todavía vigentes odiadores: “tontifican” a estos últimos, los hacen ver como tontos. Y, es cierto que el complejo de inferioridad y el grado de misoginia de los odiadores se torna ridículo, pero su ruindad no los convierte en imbéciles. Reconociendo que pueden no ser unos bobos, lo que hicieron con el cuerpo de esa mujer fue de las acciones más macabras que ocurrió entre las celebridades de la historia argentina.  

    

En 2017, una mujer de Tucumán tomó trascendencia nacional por una intervención pública impactante para cierta sensibilidad de buenos modales: vestida de virgen, blanca e impoluta, tuvo la osadía de representar un aborto frente a la catedral de San Miguel. Toda una afrenta.

Parece ser que, para existir, las artes escénicas insurgentes en Tucumán tienen que irrumpir como aquella joven descarada. Ello así porque a las obras disruptivas se les regatea lugar en las tablas de los teatros. Así ocurrió esta semana con la obra cordobesa “La puta mejor embalsamada”, que estaba programada para la reciente 36° Fiesta Provincial del Teatro de Tucumán. Fue suspendida y, según declaró después Julia Daga, directora de la obra, le informaron que la decisión de cancelar se debió a causas logísticas de último momento.

Sí, en la tierra que vio nacer a Alberdi, Avellaneda, Roca y Pelli, entre otros más como Palito Ortega, Gladys la bomba o el pulga Rodríguez. Ahí mismo fue que un grupo de concejales peronistas consideraron agraviante el título de la obra. La palabra “puta”, confesaron fuentes que prefirieron reservar su identidad, habría sido lo que más indignó a las ediles. El grupo teatral Cortocircuito, que interpreta la pieza desde 2019, fue informado de la cancelación apenas unas horas antes de abordar el viaje a Tucumán.

La vituperación -evitemos hablar de censura- a “La puta mejor embalsamada” tuvo revancha en la provincia vecina, donde se repuso en la sala principal de la Fundación Salta. La presentación se dio en el marco de la homóloga Fiesta Provincial del Teatro, que sirve como instancia de preselección de obras locales para la Fiesta Nacional del Teatro de 2022. El acto acaeció a sala llena -siguiendo protocolos sanitarios pospandemia- y arrancó aplausos, risas y participación activa del público. Contrariamente a lo que hubiesen creído las concejales de Tucumán, la obra enaltece a rango de santa la figura de Eva Duarte, Evita.

Argentina está construida desde sus decimonónicas raíces políticas por unitarios y federales. Ya en el siglo XX, desde que se instaló en el mundo la polarización entre izquierda y derecha, en el país emergió el movimiento peronista y dividió aguas: peronistas y antiperonistas. Sin lugar a dudas es la fuerza política excluyente de la historia albiceleste de los últimos 80 años. Ser peronista o antiperonista no aleja o acerca linealmente a la polarización mundial entre izquierda y derecha. Hay antiperonistas de izquierda y derecha y hay peronistas de uno y otro bloque ideológico. Y, además, los hay tirados a la izquierda, sin ser enteramente de izquierda, como tirados a la derecha, sin ser completamente de derecha.  

El lugar de Evita en el movimiento, todavía en la actualidad, es más que central, imprescindible. Evita despierta tanta admiración como iracundia, tanto amor como odio. Tanta pasión, tanta desmesura. “La puta mejor embalsamada” aprovecha esa vehemencia alrededor de Evita para explotar aquel tipo de grotesco que cumple el cometido de impulsar carcajadas. La obra es un grotesco cómico de mucho vuelo picaresco, con cinco personajes que no salen de escena en ningún momento y que nunca se cambian el vestuario de bufones. Desconozco si la creatividad antecedió a la disponibilidad de recursos o si fue ésta la que condicionó el formato económico de la puesta en escena. Los vaivenes musicales y de sonido se vuelven fundamentales para ir cambiando los paisajes creados por los actores.

Hay que remarcar que en un tramo de la obra una de las cinco partes de la mujer muerta, esa mujer, asegura que “la violencia de los negros no es violencia” -no me acuerdo si es textual, pero estoy seguro de que ese era el concepto-. Rara forma de pacifismo decir que la violencia no es tal cuando la ejercen tales o cuales. Es una deshonestidad intelectual. La violencia siempre es violencia.

Por eso yo diría, incluso, que hay que incitar la violencia a viva voz. Por supuesto, tengamos compostura, defenderemos la violencia como reacción a la desigualdad artera, no la violencia de los que dominan, conquistan, colonizan y explotan.

Las vejaciones al cadáver de Evita son violencia artera. Un cuerpo como patrimonio, un cuerpo como símbolo, un cuerpo como mensaje. La santa popular profanada. 

La profanación de los cuerpos tiene plena vigencia en la sociedad actual, en la que cada vez avanzan más las lógicas de las organizaciones criminales internacionales que están militarizadas. En el futuro, el estudio sobre el destino de los cuerpos muertos será imperativo para descular las organizaciones criminales de nivel internacional. El narcotráfico, por ejemplo, da mensajes con sus maneras de matar -entre otros, lo reveló Rita Segato para el caso de Ciudad Juárez-. La mirada que ofrece la obra teatral cordobesa acerca de lo sucedido con el cadáver de Evita es una interpretación en esa línea: el mensaje sobre el cuerpo sin vida.

La última escena corona una serie de significantes que identifican con claridad al sujeto “popular” que construye la “anti-heroína” del prócer macho-patriarcal. No deja de ser motivo para celebrar que haya producciones escénicas que asuman, aunque tengan omisiones o errores, una posición política tan radical. De absoluta idolatría. No deja de ser gracioso que semejante montaje de devoción haya sido visto por otras devotas -las concejales tucumanas- como agraviante para el peronismo.  

Escribe Franco Hessling

Franco David Hessling trabaja como periodista gráfico hace una década. Publicó en el ámbito provincial de Salta, en el ámbito nacional argentino y en el plano internacional. En 2017, fue nominado por FOPEA al premio a la investigación periodística de alcance provincial por una serie de notas sobre la Virgen del Cerro de Salta. Luego de ello, dio a luz el libro “La Virgen del Cerro de Salta. Refundar el mito” (Editorial Dunken, 2019). Desde 2018 es columnista semanal de un diario de circulación local. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación y ha completado ya el cursado de una Especialización en Derechos Humanos. Está cursando una Especialización en Docencia Universitaria e iniciando su formación doctoral, financiada por una beca de CONICET que lo vincula al INENCO (Instituto de Investigaciones en Energía No Convencional) de Salta. Su línea de investigación es la cuestión energética desde los derechos humanos. Trabaja como docente universitario y en otro momento también fue docente de nivel medio. Ha publicado en revistas especializadas, tanto argentinas como del extranjero. En el plano literario fue apalancado por la editorial salteña La Aparecida para publicar de modo digital un libro de cuentos: “Gualicho contra la voluntad de poseer” (2020).

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