Cuando todavía era verano, An Mombe y Mercedes Roch cubrieron la cuarta edición del festival Indie Go! de forma conjunta. No solo disfrutaron de ver a las bandas en vivo, sino que también ganaron anécdotas para contar.
Ese viernes desalojan a los gansos de los bosques de Palermo, se filtran imágenes de una docente de la UBA explicando algo llamado “delito homosexual”, el FBI admite que no procedió de modo correcto porque podría haber evitado la masacre de Florida, Temer toma la decisión de dejar en manos de las Fuerzas Armadas la seguridad de Río de Janeiro, hace calor pero no tanto y falto al cumple de Ceci.
Cuando ese viernes está por terminar y mi sillón me absorbe con empeño, soy fuerte y me tomo un taxi para ir a la cuarta edición del Indie Go!, el festival que se propone brindar un espacio tanto a las bandas independientes que están emergiendo como a aquellas que ya se han ganado un lugar dentro del mundo indie.
Ana, la fotógrafa de la revista, ya está adentro del Konex prendida a un arcade. Me uno casi al segundo después de saludarla. Es en vano buscar el Bubble Bobble, el juego preferido de las dos. Y si bien estamos buscando un juego para ser equipo, la nostalgia de encontrar las letras amarillo anaranjadas del Mortal Kombat es más fuerte. Sin posibilidad de Fatality porque no andan todos los botones, le gano las partidas que jugamos (bueno, quizás no sea del todo cierto, pero yo escribo esta historia y dicen que a la historia la escriben los que ganan).
Abandonamos el combate mortal cuando adentro, en la Sala de las Columnas, se empiezan a escuchar los primeros sonidos del festival que vienen de la mano de El Club Audiovisual, la banda de noise pop surgida a fines de 2015 como una solución al aburrimiento del verano en que sus integrantes terminaron la secundaria. Detrás de los cuatro músicos se proyectan las típicas imágenes de un VHS húmedo, de la tele con puntitos antes de ponerlo en la videocasetera, mientras tocan las canciones de “Cinco días en el planeta azul”, el EP que grabaron el año pasado. Son canciones pegadizas caracterizadas por la frescura de las melodías juveniles que habilitan el movimiento de cabeza de un lado al otro. Me recuerdan a mis bandas de la adolescencia y me llevan a pensar que, si bien El Club Audiovisual aún se encuentra en un camino de exploración, se nota que tienen todas las condiciones para ser una gran banda, sobre todo por la calidad de sus composiciones.
Son las dos de la madrugada del sábado y nos parece bastante tremendo no estar tomando una cerveza. Como no somos de esas chicas que reprimen sus deseos, conseguimos cerveza pero, como somos responsables y estamos trabajando, tomamos un vaso entre las dos. Con la birra en la mano nos sentamos en el patio a esperar que toque la próxima banda. El cielo está estrellado, el patio del Konex está lleno de amigos. Ana y yo no somos amigas pero nos llevamos bien. Hablamos, compartiendo la cerveza, del último recital de Él Mató que cubrimos juntas. Recordamos al chico que estuvo todo el show saltando la valla y siendo devuelto al público. Nos reímos cómplices de esa imagen.
Se oye que otra banda empieza a tocar. Entonces, abandonamos la charla y nos vamos para adentro a ver La Otra Cara de la Nada, quienes bromean en el escenario acerca del calor porteño que los remonta a su Misiones natal. A propósito, pienso que la federalización del indie no es una casualidad ya que en el interior la única forma de grabar es lo-fi y, en general, mediante la autogestión. Esta noche los misioneros tocan las canciones de su primer y, hasta ahora único, álbum “Sobre premios y tormentas”. El público baila esas melodías amigables de pop rockero en que las tres guitarras juegan entre sí y las voces se complementan para cantar letras melancólicas. La presentación termina con Ignacio Acevedo moviéndose desenfrenado en el escenario mientras la gente aplaude y grita.
La veo a Ana que viene riéndose. Viene a contarme algo. Dice que fue al baño y que se sorprendió de ver tantas mujeres con el traje de “seguridad” en la puerta. Cuando preguntó qué había pasado, una de ellas le contestó que adentro había dos chicas teniendo sexo oral. En realidad, la mujer, indignada, le dijo que estaban ahí chupando culo, chupando concha, que la orgía ya había terminado, que ya se podía pasar al baño. Por eso es que Ana viene riendo, por esas palabras.
Las risas se interrumpen porque sube al escenario Tobogán Andaluz, la banda surgida originalmente como un proyecto de Facu Tobogán en 2011. Con su formación de dos guitarras, bajo y batería se pasean por una discografía profusa de cuatro álbumes en siete años. Cierran su presentación con “Lo que más quiero”, Facu Tobogán canta arrodillado cerca del público y tres chicas pasan corriendo al lado mío para llegar al escenario antes de que termine la canción.
Viste quién estaba, me dice Ana cuando nos reencontramos. Yo en general nunca veo a nadie porque me la paso colgada o, en este caso, concentrada escuchando a una banda. No, le digo entonces y ella, triunfante, replica: ¡el saltador de vallas saltó la valla! Nos entusiasmamos y pensamos en hacerle una nota, queremos saber quién es, por qué lo hace, queremos conseguirle una cintita de prensa para que pueda saltar las vallas desde el lado del escenario hacia el lado del público.
La luces vuelven a iluminar el escenario. Todo parece indicar que no tengo razón, canta Tom Quintans y así, con “Rondador nocturno”, Bestia Bebé empieza a cerrar el festival. El público que antes había estado cantando y bailando, ahora está fascinado por la Bestia y los agitan como ellos demandarían, con canciones de cancha. “Vamos, Bestia, vamos, ponga huevo que ganamos”, alienta la gente mientras la banda toca mayormente canciones de “Las Pruebas Destructivas”, su último disco y el que ha marcado un salto cualitativo en su discografía. Junto a la onda futbolera, lo que caracteriza a la música de Bestia Bebé es la amistad que, además de estar en sus letras, se percibe claramente cuando Chicho, el bajista, mira al Topo, uno de los guitarristas, mientras tocan “Antártida Argentina”, como dedicándosela. Casi al final de su presentación tocan “El amor ya va a llegar”, el cover del tema de Daniel Johnston. Me transporto imaginariamente al 15, el colectivo en que escuché esa canción en loop hasta llegar a mi casa cuando recién la habían sacado. Para mí es uno de esos ejemplos en que el alumno supera al maestro porque, sin quitarle mérito a su compositor original, la versión de la banda de Boedo suena más trabajada y demuestra que es fundamental el ritmo que le da la batería del Polaco Ocorso. Finalmente, el Indie Go! termina bien arriba con el power de “Fin de semana de muertes” y los cuatro músicos tocan tan sacados como su público que revolea a personas por el aire.
Una vez terminado el show, la gente empieza a caminar tranquilamente hacia la salida. Nosotras también, caminamos hasta Corrientes. Paradas las dos solas en la esquina, Ana bromea con que somos dos venados inocentes a esa hora y en esa zona. Me río. Hoy nos reímos bastante. Volviendo a casa pienso en que estuvo bien haberle hecho frente al sillón absorbente, a las series de Netflix, a la gata mirándome con cara de qué buena noche para dormir nocierto. El festival estuvo bueno y me divertí.
Ya es sábado a las cuatro y media de la mañana. Rod Stewart tocó hace unas horas en Geba, los peritos oficiales de la muerte de Débora Pérez Volpin están por anunciar que ésta fue producto de la endoscopia, en Río de Janeiro siguen reprimiendo, duermo con la ventana abierta, me duele un poco la garganta y Mónica, la gata, me va a saltar en la cabeza dos horas después de quedarme dormida.