Agnès & Adrien

Agnès & Adrien es una novela fresca, polifónica, de voces múltiples y entramadas a lo largo de todo el texto. En apariencia, una pareja observa y habla desde un lugar privilegiado. Recuerdan, filosofan, con seriedad en algunos tramos, con ironía en otros, en un continuo desfilar de personajes y sucesos.

 

La novela parece no tener tiempo o está detenida en algún espacio indefinido. Al fin y al cabo qué es el tiempo sino una convención, un lugar desde donde nos paramos y contamos una realidad siempre única, atravesada por nuestra historia, nuestros sentimientos y nuestros mundos.

 

Recuerdo que entonces vivía –como ahora–, en el presente y como precisamente ahora también; vivía todo por primera vez, dice Agnés y devela cómo conoció a Adrien, su compañero de diálogo y de camino.

 

…aquella tarde en que te descubrí Adrien, la chicharras de los ligustres parecían enfurecidas en un fresco estallido de risa musical. Un calor tremendo azotaba la ciudad. Recuerdo todo. Dos baldosas de la vereda frente a la panadería estaban flojas, de modo que cuando alguien se paraba sobre ellas crujían, afirma Agnés Villermosa, presentada como la hija de un reconocido arqueólogo.

 

Y en ese camino ambos perciben y revelan el mundo desde las brumas del amanecer, denunciando el grotesco de las guerras, el sinsentido de la destrucción de un mundo apocalíptico en donde no ha quedado casi nada, más allá de las palabras.

 

Estos son los malditos círculos que Dante pisó,

Terribles en su desesperanza,

Pero hasta las calaveras tienen su gracia,una parodia sin ojos, sardónica:

Y nosotros,

Sentados con los ojos llorosos en medio del humo acre,

Que oscurece nuestro sucio, húmedo acuartelamiento,

Entonamos amargamente, con voces roncas

Como un coro de ranas,

Con horrible ironía nuestras canciones patrióticas,

Cita Adrien al escritor australiano Frederick Manning en su poema “Grotesco”, para contar los horrores de la guerra. Mi querido Adrien, sígueme, ven conmigo interrumpe Agnés para rescatarlo de su desazón.  Salgamos de estos jardines cargados de pasado cuyos pisos arcillosos ofrecen una marcha un tanto resbaladiza. Crucemos la campiña, rápidamente sin mojar tus zapatos, esquivando los patos… sanos y salvos, de vuelta donde gustes, para variar a otro espacio y relato,  desdibujando límites y fronteras espaciales, en un continuo de voces que no se interrumpe nunca, como si Agnés y Adrien estuviera pensada como una pieza musical con sus tonos y variaciones.

 

Basta que enuncies las palabras para encarnar lo que ellas significan… ¿no es así? es, porque en la memoria no hay otra cosa sino un presente continuo —manifiesta Adrien— Hurguemos las capas de la memoria y rescatemos más voces. Que la eternidad no nos intimide con vanos embates temperamentales. Suelo invocar la región de Alba en algunos vocablos que me asaltan la mente. Me surgen fragmentos de frases derruidas por la marea del tiempo…

 

Agnés y Adrien siguen su camino. Se pierden en ciudades cosmopolitas, merodean por jardines y conocen a fotógrafos, artistas, imaginan un viaje en globo y se trasladan a otros tiempos y espacios, en forma de un relato que se resiste a un anclaje, que desafía las convenciones y que interpela al lector.

Hace tiempo que estamos merodeando estos jardines sin ir más lejos. Pecan por su calculada solemnidad. Los arbustos podados me incomodan un poco. Todo exquisitamente calibrado en una efìciente artifìcialidad. Lo único que desentona son mis prejuicios, lo que me sitúa, por supuesto, un poco en contra de su aparente desprevenida tranquilidad. Insisto, no me hallo.

 

Acaso, en ese no hallarse, la pareja se conoce y reconoce en sus afinidades estéticas. Ella, de espíritu desprejuiciado, él que tiende a la búsqueda de la perfección.  Para mí crear, es imaginar colores dice Agnés y revela sus deseos de ser diseñadora de ropa o de salones de arquitectura o mobiliarios.

 

Es en esa necesidad de creatividad en donde se emparenta con Adrien y su obsesión por la búsqueda de una perfección creativa en los sonidos y en el arte, esa tenacidad ridícula de recolectar los sonidos más insospechados, dice al citar a un grupo musical.  Tipos que no dormían por noches con tal de alcanzar la nota fugitiva que siempre se resistía a revelarse en la primera, o segunda grabación.

 

Quizás Agnés y Adrien se trate de dar con esas notas fugitivas, con una búsqueda de esos sonidos y voces insospechadas que irrumpen en varios tramos de la novela, en un diálogo ininterrumpido y colmado de personajes. Pienso en Marisol y el carnaval, acaso un juego de máscaras, donde nadie dice del todo quién es y juega por un rato el papel del otro. Como la literatura.

 

Llevamos horas conversando. Años, décadas… Siglos… Imágenes y personajes yuxtapuestos, que se entrecruzan y se confunden con los recuerdos. Ocurre que nosotros estamos desfasados. Lo Otro progresa a un ritmo más apaciguado, como si estuviese proyectándose en cámara lenta. Recordémoslo una vez más: el tiempo aquí ha salido de su eje, manifiesta Agnés.

Y en ese quiebre del tiempo y del espacio, siguen desfilando voces, como no mencionar a Adolphe Poisson, un venerable botánico que cuida celosamente una flor creada y cultivada durante 25 años. Tuvieron suerte de ingresar, pues sólo nos volvemos visibles con cada espejismo, y eso sucede únicamente pocas veces al año, y –cabe aclarar– durante jornadas de neblina, revela el personaje.

 

Y es desde esa neblina, anunciada desde las primeras páginas de la obra, Agnés y Adrien dialogan entre sí yuxtaponiendo recuerdos e imágenes, para volver al comienzo. ¿Recordás la colección de Dior Otoño/Invierno 1958? El corte de esas telas irradiaban, ¿cómo decirte?, un aire de melancolía permanente… allí te vi entre los fotógrafos. Delgaducho, compenetrado en la búsqueda de un buen ángulo lumínico, cuenta ella.

 

 Pero me disperso con demasiada profusión… cuando te hablo mirándote a los ojos, se astilla la idea, se bifurca, se torna errática. Se refracta. Tal vez sea sólo una impresión presurosa.  Lo mío no es más que la saga de una fuga.

Luces y sombras. Dispersiones. Fugas. Una ciudad utópica que se hundió en el medio del Mediterráneo, el ingreso a una Catedral, un discurrir de personajes y amigos que desfilan ante los ojos de la pareja, en un hilo mental que no interrumpe el diálogo entre ambos, como si la interrupción fuera el preludio de la muerte, el final del texto.

Sin respiro la obra se acerca a su fin y desliza la frustración de ambos protagonistas para seguir hilvanando recuerdos y revelaciones. Te ruego, te suplico por el amor a tu memoria, te insto a que vayas más despacio, ruega Adrien, pero con la necesidad de rescatar ese mundo, nuestro mundo, que al fìn y al cabo es lo más preciado que tenemos, pues es el reflejo de lo que somos.

Escribe Horacio Beascochea

Horacio Bautista Beascochea es narrador y trabajador de prensa. Nació en Santa Rosa, La Pampa, en 1970 y reside en Neuquén, desde 1995. Ha obtenido menciones en diversos concursos literarios y publicado cuatro libros: “Indicios” (cuentos, 1990), “La tierra plana” (novela, 2007, 2010), “El porvenir es una ilusión”, (novela, 2102) y “Series y Grietas”, (cuentos, 2015), las dos últimas editadas por Colisión Libros.

Para continuar...

El sueño eterno

Ricardo Piglia relata un sueño a Luis Gusmán, ninguno sabe que será el último. El sueño se pierde en la inmensidad de la red y Gusmán se aferra a la ilusión de recuperar el mensaje como si, al hacerlo, pudiera recuperar al amigo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *