Variaciones del Quijote

Juan Otero escribe sobre el Quijote como lector, como biblioteca andante y como un héroe imposible en la actualidad. Ilustra María Lublin.

I. Quijote tiene la facultad de interpretar la materia como un texto del que se desprenden significados siempre consistentes con sus fantasías. “Todo es artificio y traza de los magos que me persiguen”, dice Quijote y justifica así los más variados acontecimientos, los males que hace y los que le ocurren. En ese sentido, es Quijote ante todo un lector: primero, de novelas de caballería y luego del mundo en función de esas novelas que ha leído. Cervantes anticipa de esa manera Madame Bovary, otra lectora que intentará hacer del mundo una novela aunque con menos éxito que su antepasado español. Y anticipa a la vez Pálido fuego de Nabokov: Charles Kinbote es un crítico literario que funda en el análisis de un poema norteamericano la existencia de un país del que fue rey en la lejana Europa del Este. Borges comprendió bien este problema que inició Cervantes y siguieron otros, el de los límites entre la realidad y su interpretación. Es posible leer el Zahir –el relato de una moneda que fue un tigre, un ciego y antes Dios o todas las cosas– como un homenaje secreto a la persistente visión del Yelmo de Mambrino en la bacía metálica de un barbero.

 

 

 

 

II. Creo que fue Chejfec quien advirtió las similitudes entre el Aballay de Di Benedetto y la novela de Cervantes. Pero es cierto también que hay entre las novelas de Chejfec y el Quijote una vaga similitud. Entregados al desplazamiento, los narradores chejfecianos erran en el territorio y en el análisis al mismo tiempo. Son nómades que se mueven sin otra razón que el deseo de no estar quietos, de hacer alguna cosa por poco interés que esa cosa tenga, de escribir allí donde es más arduo y hasta más innecesario. Sin embargo, las peripecias de los narradores de Chejfec invierten la trama del Quijote o la continúan según se vea. Si el ingenioso hidalgo emprende el viaje enérgico pero regresa enfermo y decepcionado, si este hidalgo le dice finalmente a Sancho Panza en el lecho de muerte que toda la travesía fue una estupidez, los narradores de Chejfec hacen lo contrario: salen a las calles de la ciudad solo después de haber caído enfermos y de reconocer la futilidad de cualquier odisea, viajan tras haber renunciado a la búsqueda de algo sólido y estable. Se mueven –según pienso–porque ese movimiento les parece intuitivamente mejor que la quietud y eso es todo.

 

 

 

 

III. Las desventuras de Fabricio del Dongo en París y luego en el campo de batalla son semejantes a las del hidalgo: hay un caballo que se monta, hay una fantasía del protagonista que se fractura pero no se rompe, hay un desfasaje insuperable entre lo que se piensa que se va a hacer –luchar junto a Napoleón– y lo que se termina haciendo –derivar confusamente entre soldados, bandidos y bombas de cañón. Como el hidalgo, Fabricio se desplaza buscando la gloria, pero no la alcanza ni es capaz de inventarla a pesar de las circunstancias. O visto de otro modo: Fabricio intenta esa libertad que el Quijote logró cuatro siglos atrás, pero se topa con un obstáculo que el Quijote sorteó sin dificultades: la realidad. El implacable Conde Mosca lo explica muy bien en cierto momento en el que reprocha la ingenuidad heroica del protagonista: “Siempre los viles Sanchos vencerán a la larga a los sublimes Quijotes”.
De modo que el mundo que el hidalgo supo transfigurar con su voluntad, para Fabricio es inmutable y aun incomprensible. En la novela de Stendhal –La cartuja de Parma–, el contacto entre imaginación y materia parece estar trunco, salvo por momentos muy fugaces donde ese contacto se opera casi por casualidad. Pienso que esta última frase podría devenir, con algunas justificaciones que aún no se me ocurren, una definición precaria del realismo literario.

 

 

 

 

IV. Descubro en la autobiografía de Trotsky una anécdota quijotesca. Cuando es apenas un niño de cuatro años, lo suben a una yegua gris que empieza a trotar suavemente y pasa por debajo de un peral. Una rama de ese árbol azota el vientre del joven Trotsky y lo derrumba, lo hace caer de bruces sobre la hierba. En ese momento, no entiende qué pasó, es decir, qué fue aquello que lo hizo caer. Pero lo que más extraña a Trotsky es la ausencia de dolor a pesar del golpe. De igual modo reacciona Alonso Quijano frente a las numerosas palizas que le propinan: se levanta una y otra vez sin saber qué pasó, impasible frente al dolor, fresco como un niño. Hasta que el estudiante Sansón Carrasco lo derriba para siempre de su Rosinante… como Stalin derrumbó a Trotsky de ese otro caballo frágil –sucesor de la yegua gris de la infancia– que era la Revolución.

 

 

 

 

V. Arturo Bandini imagina que será un gran escritor o al menos un escritor de renombre con algún poder adquisitivo. Imagina a la vez que es un hombre romántico dentro de una novela romántica. Todo termina siendo parcialmente cierto en el final de Pregúntale al polvo. Bandini publica una novela y la mexicana que ama y desprecia deviene un amor ya no imposible por circunstancias ficticias o ridículas, sino por la drogadicción, la marginalidad y el cariño hacia otro hombre que es verdaderamente violento y maltratador. La materialización de las fantasías de Bandini, como en La mano de mono y en otros relatos malditos de deseos que se cumplen, es lamentable. El éxito literario resulta insulso y la mexicana imposible, a la que sigue queriendo, pierde su belleza, se vuelve loca y desaparece en el desierto. El mismo Bandini se debilita en sus fuerzas y en su delirio, se convierte en un hombre afectuoso y su prodigalidad disminuye.
Como el Quijote en el lecho de muerte, en el final de la novela de John Fante, el protagonista se enfrenta a la estupidez de sus imaginaciones. Percibe que sus pensamientos y sus expectativas apenas tienen relación con la realidad y abandona un ejemplar de su novela, dedicado a la mujer que ama, en el desierto de Mojave donde ella fue vista por última vez. Es un gesto ambiguo. Por un lado, esperanzado; por otro, de infinita resignación, de reconocimiento del desfasaje entre fantasía y materia. Arrojar un libro al abismo es una acción tan romántica como desengañada. Es un lamento que decreta sin querer la ineficacia de toda obra literaria.

 

VI. El Quijote es un prisma a través del que puede leerse la literatura y que, sin embargo, ya no es del todo apto para leer los medios materiales de circulación de esa literatura en la actualidad. En la segunda parte del Quijote se nos narra que el libro de la primera parte ha logrado una impresionante difusión no sólo en nuestra realidad –la de los lectores– sino en la realidad ficcional –la de otros lectores imaginarios que habitaron la España cervantina. El Quijote es conocido y reconocido por todos como el protagonista de ese primer libro, como un héroe que tiene algo de patético pero que es un héroe al fin, un personaje ilustre y querido que vale la pena ver y escuchar, alguien que merece ser recordado por sus hazañas y sus fechorías.
Difícilmente hoy un personaje o un escritor tengan ese carácter memorable. No porque falten lectores, sino porque el mercado y las redes están saturados de texto. Pocos creen en las excepciones o en los genios y, aun si los hubiera, sería muy difícil identificarlos, habida cuenta del follaje digital y material en el que están inmersos. Las novedades se renuevan semana a semana y las obras literarias, al decir de Benjamin, se consumen como leña abrasada por el fuego. En la actualidad, la memoria es una virtud caída en desgracia y hasta vista con sospecha. Los textos circulan ya no como mercancía, que puede ser almacenada y protegida por quien la tiene, sino como información disponible en internet, un espacio que por ser común no deja de ser ajeno.
Me corrijo sobre la marcha: es posible que exagere o sea bastante impreciso. Pero pienso: la literatura ha perdido en buena parte su carácter memorable. La memoria misma es un discurso literario en desuso. Quijote, que fue un héroe de la memoria, una biblioteca andante en la vastedad de La Mancha, una leyenda surgida del rumor y de la falta de información, es un héroe hoy imposible. Muchos protagonistas de la literatura contemporánea son en cambio desmemoriados, desposeídos, seres que avanzan con la tradición a cuestas sin saber qué hacer con ella, sin poder apropiársela del todo. Partiendo de esa premisa, imagino que los escritores y personajes del presente participan de un mismo y cruel desafío: el de penetrar la sensibilidad de quienes ya no creen ni pueden creer en Don Quijote de la Mancha.

Escribe Juan Agustín Otero

Nació en 1995 en la Ciudad de Buenos Aires. Colabora en varios medios gráficos y digitales con notas y ensayos sobre literatura. Actualmente, es editor en Revista Colofón. Un cuento suyo fue premiado por la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires (2017) y editado en la antología "Raros peinados nuevos" de Eterna Cadencia. Otro cuento suyo fue seleccionado para integrar la antología de Audiocuentos de la Nueva Narrativa Argentina (2017).

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2 Comentarios

  1. Mirta Vázquez de Teitelbaum

    Juan Agustín: interesante lectura del Quijote que aplicarse a otros textos. El escritor y el lector son sujetos de su época. Ricardo Piglia escribió sobre el lector que, por otra parte reivindicaba Borges como lo mejor de sí mismo: ser un lector. Hoy se trata otra subjetividad en juego y, por ende, surgen otros escritores. Te recomiendo a Samanta Sweblin. Acaba de publicar un libro en Berlín, donde vive, ilustrado por una artista plástica que conocí allí: DUNA Rolando. Te recomiendo Pájaros en la boca y Distancia de rescate. Es cuentista.Cariños

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