Presentamos una selección de poesías de Johan Reyes, ilustración de Mariano Lucano.
Capón
Siempre dejo los testículos guardados
bajo la cama
mejor en el jarrón
para que nadie los note.
Aprendí a ocultarlos observando a papá.
Él los usaba sólo en casa
con mis hermanos
con el perro
con las costillas de mamá.
-Hay que tener cojones, decía.
porque el macho
tiene el sexo expuesto/desprotegido/vulnerable.
La descendencia me pesa.
Algún día iré
a que me cercenen los genitales
a que la hemorragia
el dolor agónico excruciante
me deshaga la casta
como vertiendo leche en el río.
Ese día me convertiré en un impotente/eunuco/capón/inepto
por mis hijos
los hijos de mis hijos
que nunca sabrán
lo que es caber en un cuerpo
en una estirpe de hombres cobardes.
Las mujeres que me criaron eran dueñas de sus cocinas
de los sacrificios
con todos sus silencios.
El aliento roto de alguna quizá quedó en el retrete,
que también era suyo
al igual que el baño,
sus cerámicas blancas,
que limpiaban con un cloro amarillento
que les despellejaba las manos.
Las mujeres que me criaron no tenían guantes.
Todos decían que sus pieles eran de cuero recio
porque eran las pieles
de las pieles
de las mismas mujeres
de hace siglos.
Se lamían el corazón entre ellas,
curando con saliva el orden que hacía la casa .
No recuerdo que me haya alimentado un microondas.
El pan siempre lo recibí caliente de una voz que decía:
la comida está servida
Ya en la mesa
todas sucumbían al silencio con una mueca alegre
para que yo no pensara que me estaban criando
puras mujeres muertas.
Los trapos húmedos (o Las moscas y yo)
Mi abuela siempre
viajaba a Los Andes.
Me daba cuenta
de su regreso porque
la casa olía a vinagre.
Los trapos de la cocina
cambiaban a húmedos,
y en su mecedora ya nadie
se echaba colita.
Una vez me dijo que
su corazón bombeaba sal
en vez de sangre.
No estaba
equivocada.
Desde que murió mi abuela
en la mesa se come distinto,
las risas duran menos
y sus trapos están cada día más secos.
En la mecedora reposa su recuerdo,
que vacila de un lado a otro
mientras todos lo observamos
con un profundo respeto.
Para mí no hubo duelo.
Mi abuela siempre
viajaba a Los Andes.
Hoy estaría celebrando su cumpleaños
con cigarrillos y un vaso de ron.
La casa huele a vinagre,
pero nadie lo sabe,
sólo las moscas y yo.
El charco de agua
El charco de agua permaneció largo rato tranquilo,
indefenso,
como un hombre que no se quita la vida
para no molestar a Dios.
El charco de agua finalmente se rindió,
prosiguió a secarse.
Se volvió una mancha oscura sobre la tierra,
como un hombre que no se quita la vida
para no molestar a Dios.
ponerse la vida
quizá el remedio no esté en las pastillas
ni en la iglesia
tampoco en los brujos
que dicen que la pena se cura
con un baño de rosas
tabaco y romero
quizá todo sea teñirse el pelo
las cejas
el bigote
perforar las orejas con aros baratos
tatuarse frases esperanzadoras
deambular callejones
dormir con extraños
probar la heroína
la coca
embriagarse hasta quebrarse los dientes
quizá veintitrés mayos
no han sido suficiente
quizá de ese modo
al final del tercer acto
hasta los muertos sean felices
A medias
He conseguido una vida
en torno a los “medio”:
medio acompañada,
medio digna,
medio feliz;
una vida siempre
tan apartada de la vida.
mi pobre vida
todo parece poco
siempre tan poco y aun así
hay cosas con las que no puedo
la familia
las aficiones
los amigos
el presente afuera
nunca sé si quedarme quieto
en silencio
si tirar la cuerda
o soñar que en algún punto la vida se vuelve más feliz
quisiera que la luz se apague
que no canse
que no duela
hoy el mundo
volvió a amanecer feo