1ro. de agosto y festividades paganas

Lo pagano celta y romano honra los ciclos de la Luna y el Sol. El año dividido entre fases según los arquetipos de retorno de la actividad solar y madre fértil que nutre las cosechas. Gabriela Puente nos sorprende con un análisis detallado de estas festividades que, no por paganas, dejaban de estar relacionadas con lo divino. Ilustración María Lublin.

El año solar

El año astrológico, gracias a un fenómeno conocido como la precesión de los equinoccios, comienza con el ascenso de Aries en el cielo que marca el inicio del equinoccio de primavera en el hemisferio norte y del otoño en el hemisferio sur.

El año, según lo concebimos en la actualidad, se divide en dos solsticios y dos equinoccios, definidos por el pasaje del sol por los signos cardinales de Aries, Cáncer, Libra y Capricornio, esto explica la sucesión de las estaciones. El término “cardinal” proviene de la palabra latina cardo, usada por los antiguos romanos en urbanística; éstos, antes de construir una ciudad, dividían el espacio en cuatro partes, mediante la cruz formada por el cardo maximus, orientado de norte a sur, y el decumanus maximus orientado de este a oeste. 

Los solsticios inician el 21 de diciembre y el 21 de junio. Cuando el sol se orienta hacia el sur, donde se encuentra el trópico de Capricornio, y hacia el norte, donde está ubicado el trópico de Cáncer. El sol se mueve hacia el norte o sur unos 22 minutos por día, desde el este por donde surge, y cuando llega al punto del solsticio se detiene allí por tres días, este proceso es incorporado de manera literal en la etimología del nombre derivada del latín solstitium, sol statum, esto es, sol quieto. En la antigüedad se interpretaba esta detención del sol como una muerte, mientras que el reinicio de la marcha solar, tres días después, era considerado como un renacimiento. Es por esto que se realizan el 24 de diciembre y el 24 de junio diversas festividades que celebran la vuelta a la actividad del sol.

El 25 de diciembre en la antigua Roma se celebraba, una vez finalizadas las saturnalia en honor a Saturno (regente del signo de Capricornio), el sol invictus, el renacimiento del sol. Luego esta fecha fue tomada por el cristianismo como el día del nacimiento de Cristo, instituido recién en el siglo IV por el Papa Julio I y luego emplazado en el calendario por el emperador Justiniano, en el siglo VI.

También existieron festividades tres días después del solsticio de verano (en el hemisferio norte), durante el 24 de junio. La civilización celta festejó el Alban Heruin, con sacrificios, probablemente humanos, y rituales de fertilidad para la gran diosa lunar, quien ese día se unía con su amante el Sol de cuyo encuentro resultaba embarazada. Luego esta festividad, como otras tantas paganas, fue prohibida por Teodosio en el siglo IV de nuestra era, al declarar al cristianismo como la religión oficial del Imperio romano. El vacío fue cubierto por la celebración del nacimiento de San Juan Bautista, en cuyo honor se encienden enormes fogatas en la noche de la víspera, manteniendo la costumbre pagana tan cara al fuego.

Por otro lado, la raíz etimológica de equinoccio aequinoctium, deviene de aequus, “igual” y nox, “noche”; ocurre cuando la duración del día y la noche se igualan, esto implica una sutil compensación entre la luz y la oscuridad.

La complementariedad entre la luz y la oscuridad no se expresa como una simple oposición entre extremos que carecen de vínculo alguno, sino que, por el contrario, se la concibe como un movimiento continuo, cíclico, como una especie de danza rítmica donde los puntos intermedios de pasaje, hacia la mitad de equinoccios, son, como veremos, de vital importancia.

Los ocho puntos cruciales del año y las festividades lunares

Siglos antes de Cristo, las culturas antiguas de Europa dividieron el año de distintas maneras, celebrando en fechas propicias, diversos ritos relacionados con las estaciones y la ciclicidad de las cosechas. Uno de los calendarios más precisos es el de la civilización celta, basado probablemente en un calendario lunisolar de pobladores pastoriles del neolítico que habitaron la región hoy ocupada por Irlanda.

Las ocho festividades celtas se dividían en cuatro solares: dos equinoccios (el de primavera, Ostara, y el de otoño, Mabon) y dos solsticios (el de verano, Litha, y el de invierno, Yule). Y en cuatro festividades lunares: correspondientes a la segunda luna llena después de cada equinoccio o solsticio. Éstas eran las más importantes.

En este sentido, el año celta comenzaba la noche del Samhain, luego popularizado como Halloween, con la segunda luna llena después del equinoccio de otoño, el 31 de octubre. Durante la segunda luna llena después del solsticio de invierno, el 1ro de febrero, se celebraba la festividad de Imbolc. El 1ro de mayo, cuando ocurría la segunda luna llena luego del equinoccio de primavera, se celebraba Beltane. Y, por último, durante la segunda luna llena después del solsticio de verano, el 31 de julio o el 1ro de agosto, se celebraba Lughnasadh.

Para los celtas, las festividades lunares eran infinitamente más relevantes que las solares, porque estaban relacionadas con las cosechas y la fecundidad de la tierra. Que estas festividades sean rayanas a la luna llena no es casual, dado que esta fase de la luna se asocia con arquetipo de la madre fértil, quien debe contener, sostener y recrear la creación.

La retirada de las sombras

No sólo los celtas, sino también otras civilizaciones antiguas celebraron estos puntos medios entre los solsticios y equinoccios.

Uno de los momentos más importantes del año es el punto en que empieza la retirada del invierno, concebido como el momento de la reclusión y las sombras. En diversos cultos neolíticos europeos era el momento en que se sacrificaba al hijo/amante de la madre Tierra, su rey consorte, que luego renacía con grandes pompas durante la primavera.

En el hemisferio norte estas fechas ocurren en el mes de febrero; en el hemisferio sur, en agosto.

Las civilizaciones andinas del sur de América, festejan el día de la Pachamama, nombre quechua otorgado a la diosa madre del mundo, del tiempo y de la tierra. Una diosa madre civilizadora que otorgó al hombre el don de la agricultura comunitaria que lo diferencia del resto de los animales. 

En el festival se pide por la fertilidad y se expulsan las oscuridades invernales. Durante la ceremonia se entierra una olla de barro con comida cocida mezclada con hojas de coca, chicha y tabaco. También se liba a la tierra aguardiente de caña con ruda macho.

Un motivo para celebrar

Por estos días, estamos acercándonos a uno de estos puntos cruciales, cuando la descompensación entre la luz y la oscuridad comienza nuevamente a equilibrarse. Y el triunfo de las sombras, ocurrido durante el solsticio de invierno, comienza a cesar. La noche disminuye, el día se extiende, la fertilidad se hace más patente, reflorecen los campos y el aire comienza a anunciar los frutos de la primavera. 

En nuestras actuales ciudades mecanizadas y alejadas de los ciclos naturales, esta festividad antigua se reduce a la simple ingesta etílica de caña mezclada con ruda; quizás con algo de suerte, este 1ro de agosto podamos incorporar algo del espíritu de nuestros hermanos andinos, y dejar que la madre tierra nos muestre su rostro más próspero y favorable: aquel que nos acobija.

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

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