Por José Ramallo
Lectura del libro La cocina del infierno de Fernando Morote.
Bienvenidos al infierno, su estadía va a ser de lo más desagradable. Pero relájense. Así será más sencillo para todos. A fin de cuentas, siempre han estado aquí, pero no se percataron de ello.
Fernando Morote les da una cálida noticia, sus vidas siempre han sido apestosas. Pero ustedes no sólo la aceptaron sino que además la disfrutaron. La única diferencia que vivirán de ahora en más -es decir, luego de la lectura de este libro- es que habrán comprendido que este infierno, en realidad, es encantador.
La cocina del infierno por tres o dividido en tres.
El autor invita a este juego ¿tres historia inconexas o tres historias desconectadas sólo por las diferencias espacio temporales, pero unidas por los mismos personajes?
El horno se enciende a fuego lento y los ingobernables salen a la cancha – metáfora acorde, considerando la pasión futbolera de Morote -. No tenían leyes, pero tampoco eran rebeldes sin causa. Buscaban su propia identidad, dentro de un mundo estructurado y lógico. Era demasiado aburrido procurar ser el holograma de generaciones pasadas. Y esta parecía ser la motivación que impulsaba a Los ingobernables a vivir, resueltamente, una vida de desdichados. No trabajar, no estudiar, no proyectar un futuro, no aceptar ser un integrante activo de la sociedad. Eso era lo más cercano que ellos tenían de un concepto de «leyes a respetar». Porque, anticipado está, la vida no tiene sentido a menos que se viva con la voluntad de llevar al límite los deseos. Y acá hay una fuerte voluntad de llevar a cabo un deseo: ser libres de la opresión conservadora del Estado, la Iglesia y las instituciones que rigen el orden de una sociedad moderna.
Es en este preciso momento cuando el lector de «La cocina del infierno» quitará bruscamente la mirada del libro y entenderá aquello de «siempre estuviste en este infierno, pero nunca lo notaste». ¿La vida es bella? ¿La vida apesta? ¿Qué más da? La aceptamos y giramos en torno a ella, como una aguja de reloj que nunca cesa su movimiento. Nos quejamos, nos enojamos, pretendemos cambiar de aire. Renunciar y mandar todo a la mierda. Pero hay que continuar, y aquello de ser ingobernable, termina pareciendo una utopía.
Sube la temperatura del horno y «La cocina del infierno» arde. Ahora es un Réquiem para un laburante. Tu vida es esto: despertarte temprano para ir a trabajar (tu casa es un desastre y hay miles de cosas por arreglar, pero el sueldo no alcanza y te resignas a continuar así), llegar hasta la oficina será una odisea, pero aún así le pones las misma fuerzas que el primer día (no tenes otra alternativa) laburar (soportar a tu patrón, ser soportado por tus compañeros o subalternos). Todo te sale mal, el sueldo no te alcanza y la oferta laboral externa no te persuade al punto tal de renunciar a tu actual trabajo.
Indudablemente «La cocina del infierno» ha dejado de ser una metáfora, y se convirtió en una realidad. Todo lo que le acontece a Narizón, el Conde, el Dóctor y al Champero no es otra cosa que una copia fiel de lo que es la vida de un casual lector. ¿Cómo no identificarse con esta obra, entonces? ¿Cómo dejar de leer, si a cada párrafo el lector sentirá que están hablando de su vida propia? ¿Cómo no respirar aire Peruano, al voltear cada página, si el escritor nos llena los ojos de paisajes, comidas, lenguajes y costumbres típicas de su tierra natal?
¿Hay lugar para humor dentro de tanta desdicha?
Sí, lo hay. Y Fernando Morote lo aplica bajo ocurrencias insólitas. El Comando Meón, encargado de erradicar el hábito, que se ha instalado en los ciudadanos, de orinar en las calles. Pompeya, la ciudad que vio crecer a un grupito de malandras, ahora se sorprende con aquellos mismos sujetos. Porque se han organizado para llevar a cabo un acto de bondad para la comunidad. Luz, cámara, acción. El comando está en las calles y no repará en tener cuidado con las posibles consecuencias de su accionar. Su pasado los persigue, temen que la sociedad les recrimine los actos salvajes que estos mismos individuos llevaban a cabo de jóvenes. Pero eso nunca ocurrirá, sólo será una fantasma en sus mentes y una reafirmación constante de su propio nivel de maduración en la vida. ¿Lograrán su objetivo, o tan sólo serán Quijotes y Sanchos Panzas en busca de lograr la justicia en una sociedad perdida en la inequidad? Será trabajo del lector descubrir la respuesta a la inigualable obra de Fernando Morote.
Fernando Morote nació en Piura (Perú) en 1962. Es abogado y vive en Nueva York. Realizó varios cursos de literatura y escritura en diversas universidades de su país natal. Tiene dos novelas escritas (“Los quehaceres de un zángano”-2008 y “Polvos ilegales, agarres malditos-2011), el libro de relatos “Brindis, bromas y bramidos”-2013 y edito sus poemas en “Poesía Metal Mecánica”-1994. Colabora con algunos periódicos y escribir es su pasatiempo predilecto.