Gustavo Grazioli reseña Otaku de Paula Brecciaroli (Paisanita Editora, 2015).
No hace falta conocer las convenciones ni ser un fanático obsesivo de las historietas, animés o el manga para poder ingresar a Otaku (Paisanita editora, 2015), la novelita o relato largo, que escribió Paula Brecciaroli para retratar de forma magistral la vida de un personaje – al borde del lumpenaje – al que le llegó una realidad avasallante cuando tuvo que salir a enfrentarse con un mundo que no le brindaba el reconocimiento que quería dentro del terreno del animé (historietas japonesas). En tierra de legos este libro te atrapa o no. No hay más vueltas. De nada sirve insistir con esas páginas si ya en el correr de la lectura hubo varios intentos de abandono. Esa pesadumbre desgasta al lector. La mayoría de la veces el esfuerzo por terminar una lectura es esquemático o acumulativo. Por eso si no hay placer mejor olvídalo. Pero acá pasa todo lo contrario.
Brecciaroli sabe sortear muy bien esa encrucijada para los que están fuera del club de los animé y crea una ficción que juega de gran manera con muchos aspectos propios de este siglo y los utiliza con gran destreza en su personaje Gastón. Este personaje que entra en conflicto constantemente, es un tipo de 40 años, fanático del manga, que no trabaja y vive con su padre. Después de conocer más a fondo la vida del protagonista es imposible no recordar a Ignatius Reilly, el personaje que crea John Kennedy Toole en el gran libro La conjura de los necios. El punto de encuentro entre Gastón y Reilly aparece en sus vidas anacrónicas, siempre en contraposición al lugar que habitan y en el humor que ambos llevan consigo. Son inadaptados y están por fuera de las reglas morales todo el tiempo.
La autora se destaca al lograr escapar de los lugares comunes en los que caen las historias que trabajan con material de la realidad desarrollando una narración que te mantiene en vilo. Es decir: combina con éxito la buena prosa y el gancho perfecto capítulo a capítulo. Entra en lugares inesperados con diálogos que son una invitación a querer saber qué es un otaku del siglo XX y por qué se queja de las nuevas formas de consumo. ¿Vos te das cuenta que nosotros teníamos que pedir los mangas a Japón? ¿Te acordas lo que era eso? Ahora estos pibes se dicen otakus, Otakus eramos nosotros, deja en claro Gaston sobre el final de un capítulo. Ante la falta de preguntas en los quehaceres cotidianos que hoy se libran con total naturalidad, aparece esta novela: una invitación a mirar por el espejo de las miserias humanas más frecuentes. La añoranza de volver a ser querido, al ver que todo su entorno avanza en compañía, hace que Gaston esté constantemente pergeñando un plan que tenga relación con el fanatismo de toda su vida. Ese holograma que lo lleve a su amor perdido.