Por Andy Andersen
Hoy hace un mes que cerré la librería y no siento ninguna nostalgia al respecto.
Cuando arranqué en esto, hace muchos años, tenía muchas ganas de aprender el oficio y me interesaban mucho los libros. Tenía necesidad de saber; muchas inquietudes y, evidentemente, creía que en el libro estaban encerradas todas ellas.
Inicié el aprendizaje con pasión, y rápidamente logré velocidad y eficiencia en el manejo de la atención al público. En mis horas libres pasaba buena parte del tiempo leyendo clásicos y libros de historia de la literatura y crítica literaria. No me gustaba no saber cuando se me consultaba acerca de un libro o de un autor. En aquella época no teníamos Google para consultar cuando no sabíamos algo. Desde ese lugar, puedo decir que hoy cierto conocimiento liviano se ha hecho más accesible y, con tan solo dos clicks, puede uno desasnarse parcialmente.
Claro, había tiempo para leer. No había, en ese entonces, que dedicarle tiempo a la compu (no formaban parte del plantel de trabajo). Cuando llegaban cajas con novedades o algún pedido a la librería, se controlaban los remitos o facturas, y se guardaban los libros en bibliotecas y mesas para exhibirlos; se disponía cuáles iban a vidriera, y se guardaba el resto, en algún lugar destinado a “reposición”. Todo esto con cierto vértigo, el que propone la novedad y su premisa de aumento en la demanda de libros.
En medio de todo esto uno podía leer, contratapas y solapas, y, en el caso de tentarse, iniciar una lectura que, seguramente, colaboraría con la venta de ese libro.
Han pasado muchas cosas desde entonces, ya no soy el mismo.
He perdido interés en la cultura impresa. No admiro a ningún autor, nadie tiene la gracia como virtud por haberse dedicado a esto. Solo, y en los mejores casos, se tiene un oficio o una profesión, y nada importante para comunicar. Hasta los poetas ejercen la prostitución y lo que antiguamente era producto de noches de insomnio y frenesí, hoy es tan solo un posicionarse estéticamente para ser descubierto por el mercado, o por la crítica (rara vez van juntas), en aras de un crecimiento en la escala social, y/o también, para ser amado y aumentar la autoestima.
Lo mismo va para los lectores. El consumo de libros es en primera instancia lo que les permite el reconocimiento y el crecimiento social, o les depara nuevos amores o negocios.
Nada de esto me interesa.
Me he mandado muchas cagadas en mi vida personal, así como también, fui absolutamente torpe a la hora de pensar en el futuro (nunca lo hice), y cuando tuve alguna bonanza económica no supe aprovecharla. Esto, con el transcurrir del tiempo, se fue tornando en mi contra. Cuando cerré Lilith, cerré todo esto y, todavía, tengo pendiente responder a varios acreedores.
Esto no es culpa de Cristina, ni de los buitres, o sí, pero en segunda o tercera instancia. La primera me corresponde.
Hoy no tengo trabajo y me dedico a reformar mi departamento con mis propias manos. Escucho mucha música y retomo alguna lectura abandonada hace tiempo.
Como dije, no tengo ninguna nostalgia. Aquella ansiedad por lo nuevo se fue, así como vino.
Y acá estoy, y el pasto crece…