El dolor sin válvula de escape

Una reseña que recupera el tono y el tema de La habitación alemana, la primera novela de Carla Maliandi.

 

Huir, no volver a tomar el mismo colectivo o no pasar por los cafés donde hubo besos y caricias, son algunos de los deseos de muchos de nosotros cuando nos separamos. Pero la realidad es que no podemos escapar, debemos continuar con nuestro cotidiano amputado, con un vacío que nos persigue como una sombra. En este sentido, la protagonista de la novela de Carla Maliandi nos provoca algo de celos. Ella viaja desde Buenos Aires a Heidelberg, una pequeña ciudad alemana, luego de su ruptura de pareja, ¿Pero hospedarse en una residencia de estudiantes, sin serlo ella, será suficiente para fugarse del dolor?

La autora nació en Venezuela en el año 1976 y aunque escribió varias obras teatrales independientes, La habitación alemana es su primera novela. Carla Maliandi es hija del filósofo argentino Ricardo Maliandi que fallece en el 2015, momento en que ella escribe este relato, en el cual lo autobiográfico recorre sus páginas. Por ejemplo, la protagonista menciona que regresó al pueblo de su infancia buscando: “una felicidad pasada, perdida y enterrada para siempre con la muerte de mi padre”. Por otra parte, Maliandi también vivió durante su niñez en Alemania, ya que su padre dictaba clases en la universidad, lo que explica las descripciones del pequeño lugar donde sucede la historia.

Aquí solíamos almorzar con mi mamá cuando esperábamos a que mi papá terminara su clase. El recuerdo es tan claro que me estremece. En este lugar mi mamá me hablaba de Buenos Aires, de la vieja casa de Entre Ríos y 15 de noviembre donde nos esperaban mis abuelos y a veces la cara se le ponía muy seria y enseguida desviaba la mirada hacia la ventana y me ordenaba que terminara la comida del plato para que no la viera llorar.”

Comienza con un recuerdo: el de la última noche de su infancia en Heidelberg, en la despedida de otros académicos alemanes y argentinos. Al llegar a ese mismo pueblo más de 30 años después, las calles, las cafeterías y los paseos quiebran la lectura con este tipo de memorias recurrentes.

Pero La habitación alemana no es solo una obra sobre la nostalgia de la infancia. Es una historia sobre la superación de un duelo, de los ínfimos, pero sustanciales, elementos que componen a un sujeto y de la necesidad de los vínculos en una sociedad en donde prima la atomización.

Maliandi conjuga todos estos factores en una escritura rápida en donde existe un punto de confluencia en el sentir del lector y la protagonista: la fugacidad del tiempo. En la novela, para la joven argentina, la temporalidad es un carpe diem potenciado. No se mide en meses, sino en el día a día. Llega cuando hace calor y los días pasan hasta que se congelan los lagos. Mientras que, para el lector, esos meses pueden ser solo una o dos horas, en las cuales se sumerge en el relato mediante la invitación por parte de la narradora a merodear por sus propias introspecciones. De esta forma, se crea un lazo íntimo, casi de amistad, en donde la narración ayuda con el tono confesional.

Aunque la soledad es la primera impresión que podemos tener de la “falsa estudiante”, poco a poco Maliandi incorpora personajes que irrumpen este autoexilio. Primero, Miguel Javier, un joven becario de CONICET que, con una tonada muy bien reproducida, provoca cierta ternura. Luego una japonesa, la madre de ella; Mario, el estudiante que vivía en la casa de su familia durante su exilio en los setenta. Joseph, el fotógrafo amigo/amante de Mario y Marta Paula, la hermana de Miguel Javier que vive en Tucumán y hace de intermediaria con una tarotista de esa provincia.

Todos ellos tejen una red de eventos en donde el presente se torna irresoluble: un embarazo, un suicidio, sueños premonitorios, apariciones y desapariciones. Lo que nos demuestra la autora es que “huir” no nos simplifica la vida. En la adultez, nos rodean conflictos cotidianos desatados por acciones mínimas pero cargadas, muchas veces, de autoboicot y de impulsos emocionales que nos atestan de incertidumbres. Si la protagonista elige viajar al pasado para hallar tranquilidad, en la novela se demuestra que esto es imposible.

“Estoy inquieta y el corazón me late fuerte, quisiera que el tucumano volviera pronto de su clase, quiero contarle lo que está pasando, necesito hablar con alguien, necesito entender.” Esta demanda de comprender por parte de la protagonista, también se despierta en quien lee el relato: hay muchos eventos que no se explican. La escritura de Maliandi está compuesta de sugerencias, que habilitan al lector a completar los huecos de la trama. No es necesario que se elucide todo porque, como también dice otro personaje, “no hay que querer entender”. En este sentido, la escritora no resuelve los conflictos, porque las ausencias no se resuelven, sino que aceptan, se las hace carne y se sobrevive, en el día a día, con ellas.

 

 

Ficha técnica:

La habitación alemana

Carla Maliandi

Mardulce (2017)

Buenos Aires

200 pp.

Escribe Natalia Avila

Nació en el año 1991 en el conurbano profundo, aunque considera esto como un rasgo fundamental de su identidad, siente que su lugar son los cafés y las librerías de la ciudad porteña. Es licenciada en Ciencias Sociales y estudiante de la Maestría en Sociología de la Cultura en el IDAES-UNSAM. Trabaja temas de historia intelectual y tiene un libro publicado sobre este tema. Antes se desvelaba con series, ahora lo hace con su tesis de posgrado. Pero hace poco, gracias a su psicóloga, redescubrió su pasión por la literatura.

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