Aspirino, el esperador del malaire IV

Esto es parte de un diario íntimo dado a publicidad por el escritor Orlando Espósito (pueden encontrar otras partes en el link). Dibujo de Mariano Lucano. 

14 de abril: 

no alcanza, la vida, no alcanza. Uno puede tener mil muertes, diez mil muertes, pero sólo una vida. Se va, la vida.

Necesito que alguien pronuncie mi nombre y apoye una mano en mi brazo. Doy tres golpes en la pared.

Timbre. A veces, creo que Tui espera con la oreja pegada a la pared. El muro de los tormentos. Entra sonriendo hasta que alcanza a ver mi cara. La tomo por la muñeca y la llevo hacia el dormitorio.

ADVERTENCIA AL LECTOR: SIGUE ESCENA DE SEXO EXPLÍCITO.

Abro la puerta del placar y la obligo a pararse frente al espejo.

—Desnudate –ordeno.

Lleva puesta una camisola de tela liviana, sin corpiño ni bombacha. Nada de pelotudeces que lo único que hacer es demorar. Cruza los brazos y tira de los faldones, ya está desnuda. Clavo los dientes en la base de la nuca y la empujo contra el espejo. Agitapecho.

Bajo el cierre y libero a Narguile que ya está listo, tieso y a punto. Mordisqueo el trapecio y meto una mano en la entrepierna. Fricciono el perineo y voy abriendo el camino del clítoris.

Tui se toma del canto de la puerta y se aplasta más aún contra el espejo. Su aliento empaña la superficie, creo que ya tiene una buena escurrida. Guío a Narguile. Abro un poco las piernas y las flexiono para penetrarla. 

¡Qué difícil bombear en esta posición! Sigo como puedo, moviendo la pelvis de abajo hacia arriba y reteniendo a Narguile con la mano para que no se salga. Gime, la Tui.

—Llename, llename toda. ¡Ah-oh-ra!

Obedezco.

De parado, por delante o por detrás, exige un esfuerzo agotador y uno corre peligro de quedar acalambrado. Estuvieron más piolas los de 9 semanas y media, con aquel saltito a horcajadas y afirmados contra la pared. Cuando las piernas se abren para rodear la cintura, la flor se abre y cae sobre la pija que, por algún defecto de la creación, siempre apunta para arriba. Claro que hay que tener un buen par de piernas para bancársela. 

Creo que voy a empezar a ir a un gimnasio.

PRÓXIMA ESCENA DE SEXO EXPLÍCITO DESPUÉS DEL 24 DE BRUMARIO

15 de abril: 

tal vez haya ocurrido un quince de abril, lo  mismo da. Estaba parado en la cocina de mi casa, tendría unos ocho años. Mi abuela amasa un bollo para hacer ravioles. Mi abuela mira a mi madre que está cortando acelga sobre una tabla. Mi madre mira a mi abuela que amasa un bollo mi abuela mira a mi madre que corta acelga mi padre mira un libro de astronomía mi abuelo mira el velo de sus cataratas mi hermana mira a mi madre que mira a mi abuela que la mira a ella que la mira a ella que la mira a ella…

Tengo ocho años y estoy parado en la cocina, miro el cuchillo enorme y lo quiero hundir en mi pecho, justo donde tengo la naranja bajo la piel. Creo que va a estallaahr! Allí mismo, en la cocina.

¿Los ojos son para ellos y el cuchillo para mí?

¿Será por eso que caigo enamorado de cualquier mujer que me mire? Arrobado por las miradas arrobadas. Mil arrobas de miradas arrobadas quiero. Suena el inconfundible acorde del Trío los Panchos, y las voces:

“Quieroooo…”

No alcanza, no alcanza la vida para juntar mil arrobas de miradas.  Los ojos se cansan de tanto buscar los de otros. Otros ojos los perversos los que hundieron mi vivir…

¿Qué verán de mí los otros? Miro alrededor de mí y todos ríen, todos bailan, jóvenes y bellos, razasuperior, puedo oir el ruido de la sangre circulando por sus venas mientras se mueven con una botellita de Coca-cola en la mano. Todo va mejor, sí, con pajita.

Veo a mi padre sentado en la cocina, cortando en pedacitos las tabletas de morfina sobre la tabla, con el cuchillo enorme. Veo cuando introduce en un vaso con el líquido marrón burbujeante los mil trozos y los disuelve revolviendo con una cucharita. Después mete la aguja adosada a la jeringa y tira del émbolo para llenar de cocamorfina el tubo y luego, cuando busca la vena más gruesa y azul en su antebrazo y se inyecta la mezcla maravillosa: un todovamejor y sueño eterno todojunto. Puedo sentir las burbujas danzando en la sangre y estallandoOH! en el corazón. Veo sus párpados caer sobre sus ojos tapando sus pupilas y llevándose su mirada.

Entré en la cocina cuando el último aliento se escapaba de los labios y sonaban en el pasacasete los acordes finales de su cuarteto preferido: Der Tod und das Mädchen, de Schubert.

Habrán caído sus párpados, pesados por el cóctel sensacional, mil fuegos de artificio habrán invadido la pantalla de su Gran Rex, se habrá elevado en la oscuridad del templo contemplado en silencio por los sin—número sumergidos en un paroxismo de incredulidad y, mientras un acorde ominoso  es propalado por los altoparlantes, se cierra el telón de pana roja al tiempo que las máquinas proyectan su: INSERT COIN – INSERT COIN – INSERT COIN.

Retumban mil bombos legüeros, diez mil charangos jaimetorrean un carnavalito mientras otras tantas voces corean el estribillo:

A mirar-lo, a mirar-lo, a mirar-lo

 

16 de abril: 

mi padre fue un boludo; yo hubiera usado Pepsi.

17 de abril:

mal mes para los trasplantes, sí. En el hemisferio Sur los meses con erre son una mierda. En el Norte no, en el Norte los meses jodidos son los que no tienen erre. O sea: uno puede encontrar mierda en todas partes y en todo momento; es cuestión de ponerse a buscar.

Mierda, scheisse, merde, merda, szar, dreck. ¿Cómo se dice mierda en bantú? ¿Eh? Mallej, breke, botluj, borac, ashna. ¿Cómo se dirá mierda en sánscrito? ¿ছিছি?

23 de brumario:

algo me despertó a las cuatro. La madrugada es una hora poco propicia para despertarse o para ser despertado por algo, acá en el Sur.

Sentía los latidos de la complicoides segregando  su veneno. No sé qué es lo que la habrá puesto tan activa. Hasta creí oír ciertos crujidos causados por el exceso de trabajo. Claro que, al rato, más despierto, pensé que una glándula no es de madera ni de metal; una glándula no cruje, acá en el Sur, al menos.

Salí al pasillo en pijama (US 42), y arrojé el almanaque en el cuartito de la basura. ¡Basta de almanaques! No necesito uno para consignar la dreck ésta que consigno.

A partir de ahora, voy a moverme adelante y atrás en el tiempo como me dé la gana. No deja de ser una elección. ¿Coca o Pepsi? Lo que sea, pero con pajita.

Golpeo la pared y echo un buen polvo a la Tui.

14 de brumario:

Algo debo de tener yo-yo que las mujeres perciben y hace que se enganchen. Ellas deben de creer que debajo de toda esta capa de scheisse queda algo que vale la pena. Yo-yo les digo que es al pedo, que abajo no hay nada distinto que lo que se ve en la superficie. No las engaño. Digo:

—Soy una cebolla soy una mierda soy un mezquino

Ellas ríen y hacen un gesto común. Común a ellas, no común de poco importante. Es un gesto que parece querer indicar que yo no sé cómo soy y ellas sí que lo saben.

Después, se arremangan y agarran la pala, empiezan a palear y dicen que tenga paciencia, que ya van a terminar la operación de sacar de encima la mierda. Yo las miro hacer y digo:

—Si sacan toda la mierda no va a quedar nada.

Hasta el fondo, hasta el mismo centro, hasta la última hojita, la cebolla no es otra cosa que una cebolla.

Ellas palean y palean y tarde, se dan cuenta de que no queda nada en el lugar donde antes había una montaña de dreck y lo único que han logrado es cambiarla de lugar. Entonces viene el enojo. Dicen:

—Sos una mierda (narciso, rata mezquina, hijoputa, mal bicho, misógino malparido, etc.).

Sin embargo, veo con extrañeza que algunas quedan prendadas. ¿Será por el vapor amarillo-verdoso que desprenden mis sobacos? ¿Será por mi sed? ¿Será por mi des?

Abruma la cantidad de gente que ha dicho que me quiere. No se debe querer a alguien a quien la mirada le ha sido robada.

Carola, una tarde de lluvia mientras fumábamos un porrito, a horcajadas de un bajadón de aquellos, repasó las últimas materias que había rendido en psicología y sentenció:

—Tu madre debe haber estado ausente, no recibiste amor. Por eso no sabés amar-. Tosió –era flor verde de la buena— y siguió—: No sos más que un misógino encubierto incapaz de demostrar tu rencor con las mujeres…

No contesté. Permanecí en el fondo del pozo mientras se vestía. Lentificado, tenía cierta dificultad para descular el sentido de la frase. Después del portazo, me senté en la cama y traté de pensar. ¿Misógino encubierto?

No es cierto, no guardo ningún rencor a las mujeres. Las amo a todas, puedo dar fe. Las encuentro lindas, queribles; calan hondo si tienen algo de coquetas, me conmueven si son mayores y las noto inseguras, las veo lindas si son feas –ojo con las feas; tienen algo especial—, enternezco si se hace evidente algún defecto, si son rengas, negras, altas, bajas, neuróticas, tímidas, descaradas, gordas o flacas da igual. Las amo mormonas, judías, monjas o camareras, musulmanas o taoístas. ¿Qué habrá querido decir Carola? 

Recuerdo a la tana de la verdulería de Atnup Asar: gorda, bajita, fortachona y más que madura. Nos amábamos tiernamente mientras se iba llenado la bolsa de verduras y frutas. Amor verdulero sin sexo, sin estridencias. Preguntaba qué iba a preparar para mis hijos y recitaba una receta, me esperaba con un frasco de berenjenas en escabeche o lengua a la vinagreta. 

Recuerdo a Delia: flaca, petiza, renga, peluda, casi un Platero, ojazos verdes saltones y algo bocona. La amé sin condiciones.

Recuerdo a cada una de las que tuve y a miles y miles que no alcancé, que no pude, que no supe o que no me atreví a seducir. No, seducir no; proponer un intercambio. Como si no pasara el tiempo, veo sus rostros y cuerpos en los colectivos, en el tren, en aviones, en restoranes y bares, caminando por la calle o sentadas en una peluquería.

Las únicas que no inspiran ni una pizca de nada son las yermas.

24 de brumario de 2020:

Otra vez despierto a las cuatro, hora mierdosa. Despierto pensando en un día dentro de muchos años. El cosmódromo de Córdoba despacha cohetes intergalácticos cada dos minutos. Ahora llegamos a Japón en catorce, ni tiempo de abrocharte el cinturón. Por suerte, ya no hay más trenes, ni teléfonos, ni gas, ni un carajo. La ola de privatizaciones alcanzó su punto culminante y recibimos una cucarda dorada de las Naciones Unidas. Me levanto de mi cama Súper Masturb, Mark IV, fabricada por la Dreck & Mac´Donald International. Tomo mi primera Coca de seis litros, de esas que traen la tetina incorporada.

Entro en el módulo Mac´Sucking y meto a Narguile en la cánula succionadora para que reciba su primera sesión. Enciendo la pantalla del pornovisor y completo los diez pasos de mi sesión obligatoria de meditación trascendental pre—laboral. Luego, me coloco el Silicondom Paraflux y salgo.  A esta hora de la mañana, las calles están tan limpias que relucen, ya pasaron los robots incineradores de Manliba y no queda ni un cadáver a la vista.

Camino por la Menem II (ex Corrientes) hacia Cavallo (ex Esmeralda). Hago un alto frente a una vidriera, dudando y dudando frente a un par de medias (US 5.999), veo el reflejo de mi octava esposa.

Brumario es el mes de la bruma. Los otros están sumergidos en ella. Tengo que cortar-me los otros. Los otros. ¿Quiénes son los otros? pregunto. Otrectomía.  

ADVERTENCIA AL LECTOR: SIGUE ESCENA DE SEXO EXPLÍCITO.

Fui a visitar a Sara al consultorio. Noté el cruce de miradas aviesas entre las recepcionistas pero me anunciaron en el acto. Entré, ignorando la furia de los pacientes que esperaban su turno.

—Hola, doctora.

—Hola, basura.

—¿Siempre con el diagnóstico equivocado?

—¿Siempre con la cabeza repleta de mierda?

Rodeo el escritorio y la beso. Agitapecho. Ya está caliente. Desabrocho el guardapolvo inmaculado y le friego los pezones. Baja el cierre y saca a Narguile. Corro un estetoscopio y me siento sobre una pila de historias clínicas.

—Masturbate –ordeno.

Ella se derrumba sobre la silla giratoria y mete una mano bajo la pollera mientras menea a Narguile con la otra.

—Chupámela –ordeno.

Sara es una princesa judía. Hija de una familia acomodada, acostumbrada a que se satisfagan sus caprichos y a ser la Reina del Desierto. Es la primera y la única y ya se llevó puestos a dos matrimonios.

—¿Te la vas a tragar toda, doctora?

Asiente con la cabeza sin dejar de mirarme desde abajo. La mano se mueve más y más rápido entre sus piernas.

Descargo. Se sacude como un pez fuera del agua. Aprieta a Narguile desde la base y lo escurre para no perder ni una gota.

Al rato, se levanta y me da un beso pegajoso. Subo el cierre y le doy un beso en la mejilla.

—Hasta la próxima –digo.

—Llamame.

—Bueno, mañana o pasado te llamo y arreglamos algo.

—No te olvides, basura.

PRÓXIMA ESCENA DE SEXO EXPLÍCITO DESPUÉS DEL 30 DE BRUMARIO

Antes de volver al yugo tomo un café. Pienso en Sara. No soy amigo del destrato, pero a ella le gusta y yo se lo doy. No sé cómo supe que a ella le iban a caer bien estos encuentros miserables. La cuestión es que la princesa los disfruta. Yo tambienes. Sobre todo cuando mira desde ajoba.

 

Siempre la noria, la noria. ¿Queda otro camino? Siempre dar vueltas y vueltas  uncido –unido y vencido- al yugo creyendo que vemos la espalda de otro que está un poco más allá de nosotros y, al final, nos damos cuenta de que no es otra cosa que un espejismo.

No quiero chamuyar de mono sabio, pero esto está armado para el carajo. Casi que estoy por creer que es cierto que todo fue hecho en seis días. Atado con alambre. Y así venimos, a los tumbos y como se pueda.

Edipo siguió un camino creyendo que lo alejaba de Yocasta y, mientras caminaba abrumado (la bruma, siempre la bruma) no hacía más que ir hacia ella.

¿Qué corno es el recto sendero, Lao Tzu? Tres caminos para el pobre infeliz y los tres implacables. Todo bicho que camina va a parar al asador; así cualquiera se hace el Oráculo.

Se alza, la bruma, miasma del pantano en cuyas aguas hierven lejos de toda mirada, lejos detrás de todos los velos, las formas de lo desconocido. ¿Cómo podría uno alejarse cuando va al encuentro? ¿Edipo podría haberse alzado contra la maldición; podría haber hendido con un hacha de filo perfecto los vientos del destino?

Coca o Pepsi, todo va igual…

Nada podría ser de otra manera que como es. Vemos al mundo por una ventana que sólo nos deja ver el mundo que vemos. Y, no obstante, intuimos fuegos encendidos detrás de las colinas. Tenemos un incierto conocimiento, vemos resplandores que nos inquietan y sabemos que provienen de otras hogueras.

Pero, nuestro mundo es uno, uno más uno: dos; dos más dos: cuatro; tu te llamas, te llamarás… Guillén.

Hay una ventana, sí, una ventana siniestra. Siniestra finestra.

Eligí, si, eligí lo que quieras. Podés ir por esta senda, por aquella otra o por la otra aún, la que se abre más hacia el poniente. Primero un paso, luego otro, andarás por verdes cañadones, cruzarás ríos de cristalinas aguas, subirás lomas cubiertas del azul del lino florecido con algún retraso en la primavera. Tenés un nombre, sabés de dónde venís ¡mirá qué ancho es el mundo!

Mierda, dreck, mierda en bantú, mierda en bengalí.

Todo está bien, nada se sale de lo previsto. Los científicos nunca van a descubrir algo que no es. Nadie puede descubrir lo que no existe. Todos mirando por la siniestra finestra. Todo es perfecto. ¡Bendita naturaleza! Guajira:

“¡Bendita naturaleza!

Que has dado tanta belleza”.

Todo encaja, todo ajusta. Como una muñeca rusa dentro de otra muñeca rusa. Pitágoras, Arquímedes, Einstein, que Oluc los tape de gloria eternaaaaAhhh! ¡Eureka, Aleluya y la que los reparió!

Y luego, tomados de la mano, cruzada la cara por la sonrisa de un recién nacido que acaba de regurgitar su primera ingesta de calostro correrán por los prados eternos a buscar la denominación hurgarán con la paciencia del gusano de seda en pos del signo cardarán vellón tras vellón hasta que las hebras sean tan delgadas y livianas que levitarán como dotados de volición y, entonces, dirán con los rostros iluminados por el éxtasis de la revelación: ¡existe!, he aquí la palabra.

Guajira:

“¡Bendita Naturaleza!

¡Bendita Naturaleza!”

¡A-le-lu-yah!

¡Bah!

25 de brumario:

voy en busca de La Paz. Es bueno tomarse una ginebrita en La Paz. Necesito un narguilazo. Caminar erguido. Sonreyir. Alquiler de trajes de etiqueta. Las luces de la avenida. Ponerme un disfraz. Vestirme de payaso y salir a vender barquillos por la playa. ¡Llegó Pirulo, llegó!

Tui, Sara, Marisa, Soledad. Todas van bien hasta que coger se transforma en un laburo. ¿Dónde andará Ella? ¿Estará en La Paz?

Yo no soy del La Paz. Veo padre, madre e hijos caminando. Veo grupos riendo. Uno de los chicos va de la mano del padre y otro de la mano de la madre. Entran en una librería. Entro.

Hace mucho que no veo a mis hijos. Voy para el fondo y me paro frente a una mesa. La Biblia junto al calefón. La Profesora de Literatura mira muy seria. Cara de mono sabio, la Profe. Tiene un aire a Elda. ¡Elda! Pero volvamos, volvamos. Tiene un libro en la mano. Me hago el des-traído. Es Luz de Agosto y lee la contratapa.

“Sentada a la orilla de la carretera, con los ojos clavados en la carreta que sube hacia ella, Lena piensa…” Busca en la cartera que cuelga de su hombro sin dejar de leer. Saca un cigarrillo y lo pone entre sus labios. Busca, busca, saca un encendedor y lo enciende. Si fuma, va a quedarse un rato. Sandokan. Levanto uno: Adelgace para siempre. Despacio, despacio. Tiro un garfio para enganchar la borda, Narguile no pierde detalle. Dejo el libro.

—Disculpá. ¿Tenés fuego?

La Profe asiente con un movimiento de cabeza y hunde la mano en el cuero. Entra humo en sus ojos. Deja a Faulkner. Toma el cigarrillo y parpadea. Busca, busca.

—Recién lo usé… ¡Aquí está!

Saca el encendedor y lo tiende. Yo la miro fijo con cara de alguien alcanzado por un rayo. Tiene el pucho en una mano y el encendedor en la otra. Yo, inmóvil, contemplo el rostro virginal y descubro que ella es la Mujer De Mi Vida.Finalmente, me mira y mueve la mano. Despierto y golpeo mis bolsillos buscando el paquete.

—Perdón –murmuro.

Saco la billetera del trasero izquierdo, saco el pañuelo del derecho, busco en el delantero izquierdo, en el derecho, abro las manos mostrando confusión.

—En la camisa –dice divertida.

—¡Qué torpe! –digo.

La Profe ríe. Vuelvo a mirarla arrobado cuando le devuelvo el descartable. Sonríe, lo guarda en la cartera y otra vez levanta Luz de Agosto.

—¿Te gusta Faulkner?

—No sé…

—¿Cómo que no sabés?

—Nunca leí nada de él.

—Es el más grande…

—¿Si? Me gusta leer. Me gustan las de Guy des Cars, las devoro.

¡Es un disfraz! ¿No es profe de literatura?

—¿Querés tomar un café?

—Sos directo ¿no? Apenas si cruzamos dos palabras.

—Gracias por el fuego.

—Por nada.

—Bueno, ahora son ocho.

—¿Ocho? –dice y mira el reloj.

—Las palabras. Ocho palabras. ¿Vamos?

Deja Luz de Agosto y dice:

—Está bien, vamos, pero sólo un café ¿de acuerdo?

En La Paz. La Profe está hablando de su vida pasada. Tiene las manos coloradas y regordetas. Mucha lavandina y detergente. Miro a una flaca que, creo, era amiga de Primera. Ella está diciendo algo sobre la policía. Vigilantes y ladrones:

—… el Principal me ofreció hacer veinticuatro por cuarenta y ocho y ahí nomás, sin pensarlo, le dije que sí.

—¿Veinticuatro por cuarenta y ocho?

—Claro, un día de servicio por dos días de franco.

—¿Sos policía, vos? —¿No podía haber sido dentista? Oluc, hijo de La Can Puta ¿hasta cuándo?

—…salimos de ronda un par de veces por mes.

—Bueno, ya tomamos el café como habíamos arreglado –digo.

La Vigilante me mira sorprendida. Imagino que querrá contarme alguna sesión de picana o una mamada de pija al Principal en el calabozo. Chasqueo los dedos al mozo, que desvía la mirada un centímetro y no da bola.

—¡Mozo!

—¿Nos vamos? –pregunta La Vigilante.

—Me voy –corrijo-. Tengo que estar en mi casa en menos de cinco minutos, disculpame. ¡Mozo! ¡Pssst! Bueno, fue un placer ¿eh? Voy a pagar allá porque se hace tarde.

26 de brumario: 

faltan diez para las seis. A nadie de la oficina mencioné el asunto de la complicoides. Hay que ganarse los garbanzos, los míos y los de mis ex, y no se puede andar alpedeando con este asunto de la complicoides. Llego a la oficina a las nueve y aguanto hasta las seis. Ella, la complicoides, se echa bajo mi escritorio como una yarará satisfecha y dormita. Luego, ni bien piso la calle, segrega su primera dosis.

Las seis. Bajo hacia Florida. Al llegar a la esquina de Mitre veo un viejo que gira la manivela de un organito cazcarriento. Espío entreverado en el grupo de peatones. Llama la atención el artefacto. Larga un sonido metálico y vibrátil. Afina, pero con lo justo, apenas.

Sobre la caja de madera, mil veces repintado, se ve el frontispicio de una mansión y, en lo alto, dos ventanas que albergan a un par de cotorras que sacan las tarjetas de la suerte. El hombre hace un gesto con el mentón y, sin dejar de darle a la manivela dice:

—Venga, mozo, deje que la Churi le saque una tarjeta.

Verde, con tornasoles azules, la Churi despliega las alas mostrando su pecho plumoso, sacude la cabeza coronada por un copete, toma con el pico una tarjeta y me la ofrece.

ESTRELLA PARA HOMBRE

Señor: Usted debe comprender que posee una fortuna en sus manos, pero no la ve. Si analiza sus virtudes, su experiencia y lo que usted sabe hacer, verá que está perdiendo su tiempo buscando nuevas cosas.

Aproveche sus cualidades y todo irá muy bien. Tiene un pasado triste, no deje que afloren los malos recuerdos para seguir sufriendo. Trate de pensar cosas agradables y verá que todo va mejor.

PRONTO RECIBIRÁ NOTICIAS QUE LE TRAERÁN FELICIDAD

Si gusta jugar a la lotería, hágalo con el 2514 y el 4167

Quiniela: con el 65 y el 33

—Ahora le daremos una estrella para su dama, mozo –dice el viejo.

—No, está bien, gracias.

—Si anda seco no se haga problemas, es a voluntad; hoy por ti, mañana por mí…

—Lo que no tengo es una dama –digo.

—Camine un par de cuadras por Florida y después me cuenta. Si no consigue una es porque no quiere.

Le entrego unos pesos. Muestra una sonrisa y dice:

—Vaya, mozo, no pierda más tiempo. Hágale caso a la Churi. Trate de pensar cosas agradables y verá que todo va mejor.

Todovamejor, todovamejor, todovamejor. Cosasagradables, cosasagradables. Aspirino, El Esperador del Malaire. PRONTO RECIBIRÁ NOTICIAS QUE LE TRAERÁN FELICIDAD.

 

Florida en las tardecitas de calor de Brumario es como una parra cargada de racimos. Ellas pululan cimbreantes, aleteantes, tornasoladas como la Churi. Se les vuelan los ojos, a las Churis y a los mozos, ya no les da más el cuello de tanto darse vuelta para mirar. Todos andan con el andar del atardecer: cadencioso, demorado, moroso. 

Cadencia. F. Grata distribución de los acentos y pausas en la prosa o en el verso. Efecto de tener un verso la acentuación que le corresponde.

Veo cómo abren las alas y sacuden la cabeza para mostrar los peCachos fosforescentes. Pienso que yo ando medio acentuado también, y ellas lo detectan.

Entro en la Richmond y pido un café. Las Churis de acá tienen muchas tarjetas sacadas, muchas horas de organito. Pago y salgo. Todovamejor, todovamejor…

En dirección contraria  a la mía viene el gordo Tomasito. Me mira, pero no está seguro de si soy yo. Lo miro con cara de no soy yo. Intenta un saludo. Clavo los ojos en el nudo de su corbata. Está por llamarme, duda, levanta una mano y abre la boca para decir algo. Sigo, paso de largo. Lo último que necesito es que Tomasito venga a decir que está bien, que está alegre y contento.

Freno frente a una librería. Desde la tapa de un libro me observa un mono. Tiene cara de mono sabio. ¿Será un babuino?

Alguien pronuncia mi nombre. Tiemblo: SEÑOR. PRONTO RECIBIRÁ NOTICIAS QUE LE TRAERÁN FELICIDAD. Tengo que darme vuelta. Giro.

—¿Sos vos?

—¡Graciela! ¿Cómo estás?

  Abraza, nos abrazamos. ¡Querido!, dice. ¿Será ella mi expreso Bangla Desh-Choele Choel? A ésta no le debo nada. Ella está diciendo que se me ve muy bien, que se acuerda mucho de mí, que tenías ganas de verme. Abre las alas, las despliega para que me deslumbren los tornasoles, tornarojos, tornaverdes. Está buena, la Churi.

—A vos sí que se te ve muy bien —digo. Ríe. Le gusta. Estoy por decir otras cosas. Me freno, aunque sé que voy a ceder en un par de minutos porque ya asoma una mirada arrobada. Siento los jugos de la complicoides. Quiero que retumbe un trueno y que un rayo perfore mi lóbulo frontal. ¿Ella será Ella, finalmente?

—¿Tomamos un café? –pregunta. Sí, quiero tomar ese café. Si ella quiere tomar un café, yo quiero. Recuerdo que yo creía que ella tenía motivos para no querer tomar un café conmigo. ¿Será mi Ellacastacción? ¿Sera Ella? Revolotean los cuervos en la ramazón del sauce. Me toma del brazo, se cuelga, habla, se agita. Caminamos hacia la Richmond. ¿Qué dice?

Hablando riendo recordando mirando sorbiendo fumando imaginando rozando tocando erotizando soñando preguntando añorando vamos.

Los dos bien acentuados. Mi otro cerebro trata de encontrar algo que pugna por tomar forma en el mundo paralelo. Los otros mil cerebros chisporrotean y la rueca da vueltas y vueltas.

Alguna historia de los babuinos ocupa mi otro cerebro. El libro de la vidriera con la foto del mono. Veo una liebre en un prado. Como lo hizo un millón de veces cada vez que un ruido le resultó extraño, levanta la cabeza y mueve las orejas. No sabe que el ruido provino de la corredera de un arma. No sabe que una bala viaja hacia ella. ¿Y esto qué tiene que ver con los monos? 

  

 

   

 

 

— ¿Pedimos otro café –pregunta revolviéndose en el asiento, con los ojos húmedos y la mirada arrobadaAndás con tiempo?

  —Sí –contesto. Llamo al mozo y pido dos cafés. 

 

 

  

—Tenés razón, me estoy poniendo melancólica – dice.

—Vamos a cenar –propongo.

—No puedo, amor. Tengo que llegar a casa a una hora razonable. También tengo mil pruebas para corregir y hacer la cena y esas cosas. Alguna vez, con más tiempo, te voy a explicar. Además, veo que estás subido a la moto otra vez y así no me interesa.

—De acuerdo, mejor no buscar complicaciones.

—Tenemos tiempo de sobra, mañana te llamo y arreglamos una salida con todo. ¿Sí?

INSERT COIN – INSERT COIN – INSERT COIN

—Che, Oráculo: ¿podría ser de otra manera? ¿Hay alguna forma de que las cosas sean de otra forma?

—Voy a darte una de mis recetas magistrales, Aspirino. Te la voy a dar porque me tenés podrido con tus preguntas. Sin embargo, te advierto que yo soy un Oráculo ¿entendés?, no soy el Viejo Vizcacha. Yo entiendo sobre las cosas por venir, ¿entendés Aspirino?, no sobre las que pasaron o están pasando.

Bajan las luces, sobre una plataforma de veinticuatro ejes y cuarenta y ocho ruedas los ayudantes colocan a la Mujer Más Grande del Mundo.

— ¡Ohhh! ¡Qué—teee—taaas! –exclama la multitud.

Desconfío de este Oráculo del Malaire. Percibo una mueca vil apenas insinuada en el rostro. Entrego mis dos últimas fichas. Una grúa Murchison levanta una de las piernas. Veinte ayudantes sostienen el otro tobillo amarado a un cabo de acero.

— ¡Ohhhhhh!

Suena el acorde con un volumen tal, que todo entra en resonancia. Vibran las butacas vibran las emplomaduras en las muelas tintinean las fichas en los bolsillos del auditorio y los ayudantes corren a vaciarlos la pulsación traspasa el hormigón del edificio y reverbera el hierro estallan los vidrios saltan los conos de los altoparlantes y, conmovidos, en la sala caemos de rodillas prestos a recibir el mensaje.

Se abre el Tajo Más Grande del Mundo y se oye un ruido de sopapa digno de semejante prodigio. Sopla un huracán y el aire se satura con olor a guano y salitre. Nos aferramos a lo primero que agarramos. Las veinte  primeras filas reciben la llovizna producida por el viento cuando rompe la ola de flujo.

Ayudado –él siempre es ayudado— por un brazo mecánico, el Oráculo introduce una piedra de sal en el Tajo. La grúa suelta cabo, baja el muslo hasta que queda apoyado sobre la plataforma, se calma la tormenta, disminuye el volumen. El Oráculo se adelanta y dice:

—Aquí va la receta:

Cinco centímetros cúbicos de Coca-cola,

cincuenta tabletas de morfina,

picar bien fino y disolver.

Inyectar lentamente y…

andá a cantarle a Gardel.

Salgo a Corrientes. Camerguido, camerguido, todovamejor. Necesito hablar con alguien; necesito una voz que me diga quién soy; necesito una voz que musite mi nombre; necesito una mano que se apoye en mi hombro esta vez. Aspirino, el Necesitador del Malaire.

Lao Tzu:

“El nombre que puede ser nombrado

no es el verdadero nombre”

27 de brumario:

mierdea sobre Malaire. Las viejas apuntan a los ojos con los picos de sus paraguas. Aquí, venía con mi primer exsuegro a comprar sfogliatelle. Buen tipo, mi  exsuegro, muerto en la Guerra de los Botones. Vidriera repleta de botellas, turrones, latas de dulce de membrillo decoradas por Leonardo Da Vinci (¡las cosas que hay que hacer por los garbanzos, Leo!), higos de Esmirna, higos en almíbar. Me gustan los higos.

El judío del fondo tenía una higuera breval. Una vez por año, mi abuelo decía:

—Las brevas de Saúl están maduras, alcanzame la pértiga.

Mi abuelo llamaba pértiga a una caña tacuara de unos cuatro o cinco metros que guardábamos colgada de un par de ganchos, bajo el alero del cuartito de los trastos.

Esperábamos la hora de la siesta, cuando mi madre y mi abuela dormían. Reuníamos los elementos y nos sentábamos bajo la parra. Mi abuelo siempre con su pipa y yo, como siempre, aguantando las ganas de mear para no perder detalle. Ahora que lo pienso, me doy cuenta de que si hubiera meado más a menudo mi infancia habría sido más plena, más alegre y sin tanta sensación de urgencia.

Ahí venía la ceremonia de armar el “robahigos”, así lo llamaba Abu. Primero fijaba en la punta una lata con un clavo y la aseguraba con un par de vueltas de alambre, luego, atornillaba una hoja de afeitar en el extremo. Una de las tantas cosas que se fueron perdiendo con la modernidad… ahora, con las descartables no se podría hacer eso.

—No picotees, dedicate a una sola rama por vez –decía Abu mientras sujetaba la escalera.  

Yo pasaba la caña por encima del alambrado y seguía las recomendaciones.

—Primero las de más arriba. ¡Esa, esa! Las de arriba son las que están más maduras. ¡Mirá aquella, es enorme! No, esa no ¿no ves que está picoteada por las cotorras?

Llenábamos un balde. Abu decía que las habíamos ido a buscar a lo de un paisano amigo, otro milanés como él, con quién se había encontrado por casualidad en la puerta del banco.

A mi padre le gustaban las brevas. Por mi parte, disfrutaba viéndolo comer higos robados mientras cruzábamos miradas cómplices con Abu.

El padre del Hipócrates era de Sorrento. Abu era milanés. Al sorrentino padre de mi padre no lo conocí. No me importa, no creo que robara higos. 

Ya dije que mi padre era un mono sabio. El médico lo sabía todo sobre mí. Él se la pasaba mirando sus historias clínicas y leyendo y sólo se interrumpía para soltarme un anatema. Quizá pensara que yo no era más que otro error de la naturaleza –o de momento—, un cromosoma defectuoso o descarriado.

Alguna vez, cuando como duraznos en almíbar, tengo ganas de guardar la lata para armar un robahigos con mis hijos, pero no sé dónde habrá una higuera por estos barrios.

Yo era un ladrón de higos; él era un ladrón de miradas. Igual que él, yo tenía la yarará adentro y sabía que el mundo era inmutable, habitado por hombres prisioneros de la rueca, todo girando y girando en el espacio vacío en el que reina Oluc.

Necesito una voz que pronuncie mi nombre. Una voz cálida que entone fuerte y claro y me otorgue identidad. La voz de una tana que me  invite a probar las berenjenas en escabeche sentado a la mesa de la cocina mientras revuelve con el cucharón de madera esperando el punto de la mermelada de higos robados.

Los Mil Nombre de Olcu:

O L U C

T O O R

O R T O

O T R O

Tetragramatrón diabólico. Estoy aquí para pronunciar su nombre, tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. No alcanza, la vida. Veintidós mil seiscientos treinta días de un febrero interminabril.

29 de brumario: 

Malaire, maldito Malaire sumergido en las brumas de brumario. La Paz ya no es un lugar de descanso para mí. Entro. Me llaman. Impulso de huida. Hesitación. Otra vez me llaman. Es mi nombre de nueve a dieciocho, mi antiguo nombre que, a esta hora, suena a faloria. Yo soy Aspirino y ese otro que alguien pronuncia a mis espaldas no es más que un componente de mi fenotipo. Me vuelvo. ¡Me vuelvo!

—¿Qué hacés? –saluda Cacho, especie de sanguijuela.

—¿Cómo andás, Cacho?

Está con otro tipo. Un mexicano con diente de oro y guayabera blanca. Morochón, fornido. No me gusta. Algo pasa que no me gusta. Por suerte se están despidiendo. 

—Che, un amigo recién venido de Puerto Rico.

—Chogusto –mascullo. Nos damos la mano. 

—Ión Pérez – creo que dice. El diente de oro se ve brillando. ¿Se habrá inspirado en él Blades? Tiene algo… no sé. Somos enemigos. Podrá haber venido de Puerto Rico, pero es mexicano. Mucha risa, no me gusta. Dice que se le hace tarde y se va.

—¡Hace mil años que no nos vemos! Vení, vení, sentate. ¿Qué tomás? –apura Cacho.

Me siento, lo mismo da. Recorro de un vistazo las otras mesas para ver qué están tomando: café té con leche y masas café café café ginebra o vodka wiski botellita de vino blanco café café café.

—¿Y vos, qué estás tomando?

—Sello Verde –dice, torciendo la boca-. ¿Seguís dándole al escabio?

—Menos, Cacho, mucho menos.

Éste, por lo menos, no me pregunta si “estoy haciendo algo”, como los militantes con quienes me cruzo.

—¿Estás haciendo algo? –pregunta poniendo cara de militante que sospecha que no estás  haciendo nada.

—Laburo. ¿Y vos?

—Tiro las cartas. Tarot y cartas natales. Tengo el consultorio aquí arriba, en el quinto.

—¿Tarot y cartas natales? ¡Qué lo parió!

—Sí. Te habrás enterado de que anduve por España unos años. En Barcelona. Allí hice un curso con una vieja francesa. Lo hago seriamente ¿entendés? 

Yo estaba perturbado, angustiado por ciertas imágenes recurrentes, y vengo a tener la suerte de dar con este tipo, un verdadero maestro.

Hace un gesto que demuestra su opinión sobre los otros maestros de Tarot del Universo. Trato de permanecer inmutable, pero él adivina mi curiosidad y prosigue:

—Tuve visiones que el Maestro convirtió en revelaciones. Apenas nos conocimos dijo que yo era un ser especial y que tenía una percepción digna de ser desarrollada. Te imaginás que no le di ni cinco de bola, por poco no lo mando a la mismísima mierda…

—¿Y…? –pregunto, enterrado hasta el cuello en la resignación.

Viene el mozo con la cubana. Cacho apura el resto y pide una más; ya debe de haber adivinado cuánto tengo en el bolsillo. Deforma la boca en un gesto propio de los que tienen una percepción peculiar y se larga:

LA GRAN REVELACIÓN DE CACHO:

La angustia es propiedad de la materia, hermano. La angustia está en las moléculas que componen todas las cosas. Nos llega desde la Gran Explosión del Universo. La Angustia está en el principio de todas las cosas. ¿Entendés?

En el Principio fue la Nada ¿entendés? Luego: ¡Big Bang! Iniciamos un viaje que nos separa del punto de pertenencia. Una diástole. ¿Qué es nuestra Galaxia, eh? ¿Qué somos sino los restos de una devastada nave que se aleja sin rumbo de su lugar de origen?

—¡Mozo, otra cubana!

—Pedile otra para mí.

—¡Dos, que sean dos!

Vamos perdiendo impulso. El Centro es un agujero negro que nos reclama y a él volveremos. No está muy lejos el día en que comenzará nuestro Retorno. Entonces, volveremos a ser. El cosmos se transformará en una pequeña bolita de materia ultracondensada, no habrá luz, el tiempo dejará de fluir, seremos Uno con el Todo y, por fin, desaparecerá la angustia…

Unos ojos claros que miran desde una mesa cercana. Nos miran, en rigor de verdad. Los ojos se ponen de pie y se acercan.

—Cometí la torpeza de no comprar fósforos ¿me das fuego? –dice Ojos Claros mostrando un cigarrillo apagado entre el índice y el medio.

Las ascuas del hornillo de Narguile refulgen cuando las remuevo. De mi dedo meñique brota una llama azul que chamusca la pintura del cielorraso. Varias bengalas salen disparadas para estallar en lo alto y sueltan una lluvia de estrellas de mil colores. Ojos prefiere el fuego simple del encendedor descartable de Cacho.

—¿Vos sos Cacho? –pregunta Ojos dejándome boquiabierto desolado.

Cacho no contesta, limitándose a dar una chupada al cigarrillo que acaba de encender. Estira las piernas, se echa hacia atrás soltando humo con fuerza mientras abre los brazos. ¿Aquí estoy? ¿Quién, si no? ¿Qué remedio? ¡Hijoputa, como si ser Cacho fuera una circunstancia!

—Me gustaría que me hicieras una tirada –dice Ojos mientras yo me juro hacer una peregrinación hasta Egipto para exigir que el mismo Hermes Trimegisto me revele los arcanos.

Cacho consulta su reloj con desgano y suelta en un murmullo:

—Ahora no, vení mañana a esta misma hora. Te espero en el quinto C, tenés que subir por la puerta de al lado.

Los ojos verdes se retiran arrastrando a igual distancia las pequeñas orejas con aros retintineantes. Cacho la sigue un trecho con la mirada y comenta:

—Cuánto mejor sería que ella me hiciera una tirada a mí. Una buena tirada larga y sumisa.

Yo sigo mirándola. Miro la boca carnosa y expresiva, miro las piernas preparadas para sostener varias locomotoras. Ella ve la cámara y actúa; yo, filmo. Cacho me llama por mi fenotipo denominador común:

—¡Che! ¿Te volviste loco?

—Sí, totalmente…

—En una hora te enseño a tirar las cartas y mañana la atendés vos.

—¡No jodas!

—Te la cambio por otra cubana.

Cacho experimentó un cambio en cuanto entramos en el consultorio. Encendió un palito de incienso, oscureció el ambiente cerrando las celosías y encendió una luz que pendía de un cable justo sobre el centro de la mesa.

Trajo un mantel blanco y cubrió la mesa. Se lo veía serio y concentrado. Yo sentía el pico seco y necesitaba otra cubana. Aborté la sonrisa que jugueteaba sobre mis labios. Temía que se ofendiera y se quedara con Ojos después de haber engullido las copas a mi costo.

—Poné en aquella repisa todo lo que tengas de metal. Reloj, llaves, monedas, todo. ¡Y más vale que cambies esa cara de pelotudo!

—¿Qué pasa con mi cara?

—Me molestan los boludos que ponen jeta de estar de vuelta ¿está claro? Si querés ganar a la niña tenés que estar dispuesto. Esto es una cosa seria para mí.

—De acuerdo, no te calentés —dije acercándome a la repisa para dejar los metales. Y ya me iba poniendo mal y tenía ganas de mandarlo a la reputa madre que lo parió, pero pensé en Ojos y me contuve.

—No importa que seas un escéptico, no podrás influir sobre la verdad cuando hablen los naipes. Aceptá si acierto. Tomalo como una experiencia.

—Eso es lo que voy a hacer, pero no olvides que mañana tengo que atender a esa chica…

—Todo va a andar bien, nada le pasa a la niña. Está mal porque no encuentra un hombre, se le nota en la cara, falta de macho. Lo único que tenés que decir es que ha tenido nieblas en el pasado y que todo se va a ir disipando.

—Para decirle esas huevadas no necesito tirarle las cartas.

—¡Ah! ¿No? Bueno, andá ahora y parate frente a ella y decile que hay niebla en su pasado y que todo va a mejorar. ¡Andá! ¿Por qué no vas y la encarás, ya que sos tan vivo?

—Sabés a qué me refiero.

—Re fiero, sí. Lo que estás diciendo es re fiero. Ella quiere una tirada, la niña quiere que hablen las cartas. Hay siete millones de boludos dispuestos a decirle qué le pasa pero ella quiere el consejo del Tarot ¿entendés, cabezón?

—Si, estamos de acuerdo.

—Bueno, si estamos de acuerdo, prestá atención.

Inspiró, exhaló, cerró los ojos, juntó las manos y entró en estado de concentración.

—La gente escucha lo que quiere. Ella va a oír lo que quiere que le digan. Vos tenés sensibilidad, tenés poderes, percepción. Sé lo que te digo. Mañana, cuando la atiendas, vas a desear tanto saber de ella que van a aflorar tus poderes y los naipes te van a hablar. Dejate llevar por lo primero que te venga a la cabeza, seguí tu intuición, hablá poco, observá y escuchá mucho.

—¿Eso es todo?

—Hay más. Te voy a enseñar cómo se hace una tirada. Primero, remové las cartas para mezclarlas. Atendé a las preguntas que surjan en tu mente mientras las estás moviendo.

Cacho hablaba raro. No supe si era el tono de voz o la pronunciación. Aspiraba las haches y las jotas, siseaba con las eses y zetas, como el acento de un hindú educado en Groenlandia. ¿Qué mierda hago aquí? Soy un imbécil. ¿Por qué no la encaro como a cualquier otra mina? ¿De qué tengo miedo, de que sean ojos de Kryptonita? 

—Vamos a ver qué dice el Tarot sobre vos. Mucha gente me consulta. 

Mientras removía el mazo, parpadeaba con frecuencia y se le daban vuelta los ojos. El hermano Eliphas.

—Decí un número entre uno y veintidós.

Uno, veintidós, trece ¿qué estoy haciendo aquí?

—Seis.

Contó hasta la sexta y la colocó a su izquierda.

—Otro más.

Voy y me paro frente a ella y digo que quiero hablar un par de minutos, dos minutos. Dos por seis…

—Doce –digo.

La puso a la derecha de la primera.

—Otro más.

Le canté el veinte para que se cagara contando.

—Veinte.

El hijoputa sacó la carta de abajo de todo. ¡Claro, son veintidós y ya había dos en la mesa!

—Otro.

—Trece.

Sonrió. Parecía que se daba cuenta de lo que pasaba por mi cabeza. ¿Sería el Oráculo del Malaire? La anteúltima arriba, la última abajo, formando una cruz con espacio para una quinta carta en el centro. Mañana me gano a Ojos. 

—A la izquierda, El Mago. Enfrente, a la derecha, La Sacerdotisa. Arriba, El Papa. Abajo, Hércules. El uno, el dos, el cinco y el seis,  suman catorce, La Templanza-. Y buscó el catorce en el mazo y la ubicó en el medio.

—Interesssante…. Muy interesaaaante –murmuró.

Puso la última carta en el centro y las acomodó para que quedaran equidistantes.

—Éste, sos vos –dijo señalando a El Mago-. Es el primero de los Arcanos, el padre del Tarot, la puerta de la percepción.

Mucho gusto, Aspirino, el Mago del Malaire. El número uno. ¿Qué tal?  

—Vamos a hablar de tu situación general. Si después querés ampliar me lo decís.

Moví la cabeza de arriba hacia abajo. Añoraba una cubana y un cancerrillo. Uno solito, pero estaban con el encendedor sobre la repisa.

—Es una combinación poco común. Sos una persona especial… distinta.

Aspirino, el Merlín Sudacá.

—Opuesto a El Mago, La Sacerdotisa. El Padre y la Madre de lo oculto en franca oposición. Si… es una tirada muy singular.

¡La Madre del Tarot, lo único que me faltaba!

—El Mago indica que sos un hombre de inteligencia pronta, siempre listo para instruirte y observador. Siempre agitado, aunque vanamente. Ilusionista, mentiroso, falsificador.

Estafador camorrero para nada poseedor de un narguile dictatorial alocado por culpa de la rueca mueca chueca.

—Tanta sed de sabiduría, tanta capacidad de crear, te vuelven una persona inescrupulosa que se la pasa persiguiendo no sabe qué. Le Bateleur…

—¿Qué?

—Le Bateleur, el titiritero, el malabarista, el bufón, otros posibles nombres para El Mago. Usás a las personas, las movés según te convenga. Estás ocupado haciendo malabarismos y no ves a los demás.

Aspirin, Le Bateleur. Me gusta. Mañana la agarro a la Churi y le digo: Je suis le Bateleur, le Merlín Sudacá.

—Tu fuerza es una carga. Tu patrono es Mercurio, el patrono de los ladrones.

Mi patrón es el ruso Ruggero, jefe de Mercurio. Yo soy Hijo del Ladrón de Miradas y Nieto del Ladrón de Higos. Astilla del mismo palo. El garca aprendiz de Eliphas Levi había ido bajando el tono de voz y tuve que echarme hacia adelante para oír. Todo estaba bien estudiado; cualquier pelotudez dicha en voz baja gana altura.

—Hay lucha. Hiperactividad de El Mago y el reposo de La Sacerdotisa, la mujer y madre, que en esta posición llama a la Péreza, al abandono, a la inactividad. Veo problemas de relación con tu madre.

¡Gran descubrimiento del Hermano Eliphas! ¿Quién no? El mundo está infectado de sicoanalistas por culpa de ellas. ¡Freudscheansteckung!

—Sin embargo, es una carta buena, aún en el lugar que ocupa. Vas a triunfar sobre el mal.

—¿Cuál es mi mal, Cacho?

—Ella es la Ley, La Cábala, La Pasividad. Te aterra la pasividad y te perturba la ley. No podés soportar el atraso, la lentitud, el retardo. Esa es la lucha; una lucha a muerte.

El Hermano Eliphas parecía agotado. Cerró los ojos juntó las yemas para recuperar energía. Imaginé que la Churi iba a llegar con la misma blusa que llevaba puesta hoy, con los mismos ojos que daban fiebre y la misma boca que daba sed.

Va a llegar, la Churi, y El Mago la va a estar esperando abrumado por sus brumas, cubierto por la blanca túnica de Eliphas. Sacate la ropa y todo objeto metálico, va a decir. La Sacerdotisa lo mirará y comenzará por el botón del escote, mientras apoya la punta del zapato izquierdo contra el taco derecho y se lo quita.

Luego, el segundo botón de la blusa leve, el fuego verde encenderá el hornillo de Narguile, que humeará como un viejo barco a vapor, y el pie izquierdo, ya desnudo, se apoyará contra el taco del derecho, que quedará igualmente descubierto. Je suis Le Bateleur, dirá El Mago mostrando su cabeza envuelta en el infinito…

—Arriba el Papa, el quinto arcano. ¿Qué es lo que está en lucha? ¿El Mago contra La Sacerdotisa?

Si El Mago  pudiera dar un salto y llegar hasta donde está La Sacerdotisa, le echaría un buen polvito con su varita y terminado el conflicto.

—Esta carta podría llegar a ser mala. El Pontífice no es bueno para dar consejos, es poco práctico, demasiado riguroso y dogmático.

¿Qué carajo viene a hacer el Papa aquí? No soy católico, ni judío, ni mahometano, ni protestante, ni ortodoxo, ni nada. Soy adorador de Oluc, hijo de La Can Puta.

—El Pontífice indica que deberás ceñirte a la Ley, al Deber, a la Moral. Es el constructor de puentes. Podría retardar la actividad, que la Pereza disminuya, aquietar la desmedida desesperación por saber, que el temor debilite la fuerza arrolladora del poder creador. Tenés que sacar lo bueno de las dos fuerzas en pugna.

Yo la pugnaría a ella, sí. Ella me sacaría lo bueno a mí y le absorbería lo bueno a ella.

—Ésta, la de abajo, es el arcano sexto. Hércules entre la Virtud y el Vicio bajo la vigilancia de Chirón, El Maestro. Es el número sexual de los pitagóricos. Es la lucha entre el deseo y el libertinaje, el Lingam de los hindúes, el Kuei de los chinos, la figura de jade oblonga que representa la fertilidad.

¡Lingan, Kuei, Narguile!

—Esta carta es designada como Los Enamorados. ¡Cuidado, podés enamorarte de la vida o de la muerte!

Mantuvo los ojos cerrados por un momento. Después lo abrió y me miró con cara de Abate Constant.

—En el centro, La Templanza. Esta era la carta preferida por el papa Clemente II.

¿Qué está diciendo el ladrón, borracho viejo, hijodeunagranputa?

—El agua fluye de un cántaro hacia el otro. Hay que comunicar la razón con el sentimiento, lo físico con lo espiritual. Es una carta buena. Tenés que aligerar el vino con agua para atenuar sus efectos.

Oluc, te pido que descargues una carreta llena de excrementos sobre la cabeza de este payaso y hagas que se calle ahogado en su propia mierda.

—¿Alguna pregunta?

—No, Cacho, muy impresionante lo tuyo. De verdad. Ahora tengo que irme, así que es mejor que arreglemos para mañana.

—Vení quince minutos antes y listo.

—¿Querés tomar una última cubana? –pregunto mientras enciendo tres cancerrillos.

Se quitó la túnica y salimos. Para él, como para mí, era mejor una cubana en La Paz que todo el vino aguachento de La Templanza.

30 de brumario: 

me dejó el mazo, uno distinto al que había usado conmigo. Dejó un sahumerio con un pitorro de incienso prendido. No dejó la túnica blanca, y se fue.

Tendría que haberme dejado la túnica. Así, de remerita, no me siento El Merlín del Malaire. Seis menos cuarto.

Pasos en el pasillo… no, siguen de largo. Menos cinco. ¿Será puntual? Vuelven los pasos, se había equivocado la Churi. ¡Timbre!

Abro la puerta. Es ella. Está nerviosa y sonríe. Veo el arranque de la línea que forman los pechos. Hay un botón que se debate como Hércules entre la Virtud y el Vicio. La blusa es marrón dorado. Quiero rozar con la yema de los dedos el pezón que marca la seda.

—¡Hola!

—¿Siiii!

Merlín está distraído, absorto en sus elucubraciones de alquimista. Los cuarenta y cuatro no son al pedo, para algo sirven.

—Tenía un turno con Cacho…

Me hago a un lado. Pasa. La varita de El Mago se transforma en pértiga cuando huelo el perfume. No es un perfume tenue, se hace lugar, pesado dulzón atrevido rotundo.

—Cacho no está…

—Dijo que me iba a atender a esta hora.

¡Consternación! No está el fuego verde. Los ojos eran verdes, los ojos eran verdes. Dos profundas pupilas marrones me miran desde el fondo blanco blanco blanco. ¿Estaría tan pasado de copas? REWIND.

PLAY: —Cometí la torpeza de no comprar fósforos – dice Ojos Claros. Eran claros verdeclaros verdeluminosos.

“¿Dónde estarán sus ojos en estos tiempos?

Mi corazón, paisanos, quedó con ellos…”

—¿Vuelve?

—¿Quién?

—¡Cacho! ¿volverá para atenderme? –zapato golpea piso.

Este par de ojos enamoran más que los otros, tienen una tersura especial que da ganas de tocarlos. Ojos de terciopelo.

—¿Qué pasa?

—Nada, nada… tus ojos…

Ríe. Medio botón se zafa por el ojal estirado.

—¡Eran lentes de contacto, jaja!

Si una Churi ríe mirándote a los ojos todovamejor.

—Estos te quedan muy bien.

No puede aguantar una carcajada.

—¿Qué tiene de gracioso? Estos me gustan más que los otros.

—Estos son lo míos, los verdaderos.

Voy hasta la mesa. No me gusta que hablemos tan cerca de la puerta. Me sigue y se para del otro lado. Mira en derredor.

—¿Vendrá Cacho?

—Cacho tuvo que ir al dentista y me pidió que lo remplace. Un flemón… No pude negarme. Cacho es el mejor discípulo que tengo.

—¿DiscípulOh!?

Despacio, despacio. No la espantes que ya está el chivo en el lazo.

—Es el mejor, no hay dudas. Hace unos quince años, cuando le hice la primera tirada, en Barcelona, descubrí en él poderes extraordinarios.

—Bueno, no importa, se dan las cosas que se tienen que dar. Tal vez sea mejor con el maestro.

—Hay alumnos que superan a su guía –dice Merlín le Sudacá bajando los ojos embargado por la modestia.

—Bueno –zapato golpea piso— ¿Podrías hacerme vos la tirada?

¡Ecce homo!

—No sé, no quiero que te sientas obligada. Para que las cartas hablen tiene que haber empatía, magnetismo.

—Estoy pasando por una crisis y necesito ayuda urgente –dice la Churi buscando un cigarrillo en la cartera. Está nerviosa, un poco menos que yo.

—Bien, en ese caso… será mejor que empecemos. Sacate todo lo que tengas… metálico, y dejalo sobre aquella repisa. Ayer, cuando te vi, le comenté a Cacho que estabas muy tensa y que percibía un desbalance del aura.

—¿Te diste cuenta?

—Por favor… el metal –insisto señalando el estante.

La Churi se da vuelta. Las nalgas son tan bellas como los ojos. Rin-Tin-Tin. Se vuelve y me mira. ¿Duda? Señalo la silla.

—Quedémonos un rato en silencio, tratá de aflojarte.

El que mal anda, mal acaba. Me va a odiar si se entera. ¿Por qué no hago las cosas de otro modo? Es bella. Los ojos de terciopelo. Podría mirarme en ellos hasta el fin de los días. ¿Será Ella, ella?

Fuma. Cruza los brazos y Hércules se agita. Miro el rostro. ¿Será ella mi piedra de sal en el hueco en el árbol? Oluc, malparido ¿la ponés en mi camino para arrebatármela después?

“Que me quemen las brasas de tus ojos,

Que se pierdan las voces en el viento…”

Deja vagar la vista curioseando el consultorio del hermano Eliphas. Voy a abandonar las brumas, los siete velos de bruma que me envuelven y voy a dejarme abrasar por las brasas.

Abandonarme al fuego verde-marrón y mirar-Me mirar-Me. Nada le debo, a la Churi, puedo no deberle nada para siempre si digo la verdad ahora. Ahora: lo que quiero es levantar la pollera de la Churi y buscar su Yonni con mi Kuei y nunca más retirarlo.

Retiro el mazo de la bolsita.

—Cerrá los ojos –pido.

Tiene una frente ancha, la Churi. Las cejas espesas, sin depilar hacen un arco suave sobre el fuego de terciopelo, la nariz es recta, un poco gruesa. Y la boca, ¡la bocAh!, perfecta prometedora sonreidora succionadora.

—No los abras todavía. Voy a pedirte que tengas la mente bien abierta y que no deseches ninguna de las preguntas que se te ocurran.

Despacio, despacio, Merlín, haga la pausa. La miro un ratito más.

—Podés abrirlos. ¿Es la primera vez que te hacen una tirada?

—Sí.

—Tenés que relajarte. Tiene que correrse el velo de Isis para develar el discurso de los arcanos… No temas y está tranquila –dice Merlín le Sudacá con tono de perro amarillo en celo. El fuego marrón es un agua profunda.

Pongo el mazo frente a ella.

—Remové, por favor. Con las dos manos. Mientras pensá qué querés averiguar. 

Lo empuja hacia mí. Lo tomo y cierro los ojos.

—Los arcanos son veintidós. Elegí un número entre uno y veintidós –dice Le Bateleur.

—Ocho –dice la Churi.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, no puedo mojar el dedo con la lengua, seis, siete, jocho… Y sigo y ella que contesta. Van saliendo el cuatro, el veinte, el cinco.

—Bien, bien –murmura Merlín mientras cuenta hasta cinco. Saca la carta y la dispone debajo de las otras tres.

—Por favor –voz suave— da vuelta ésta.

La Emperatriz, el tres. Soberbia corona sobre una cara mustia vuelta hacia la derecha. Rojo, amarillo, púrpura y azul. Escudo con un halcón sobre mano izquierda y pierna derecha. Báculo sobre hombro y mano izquierdos.

—Ahora ésta.

El Carro, el siete. Parece un emperador pero sin corona. La cara mira hacia la izquierda. Un par de caballos unidos por las ancas como siameses. Uno rojo y otro azul. El carro vuela.

—La de arriba, por favor.

No tiene nombre. El trece. ¡La Innombrable! Un esqueleto con una guadaña siega que te siega. Dos cabezas, una de hombre y otra de mujer. ¡El trece! ¿Qué le voy a decir sobre esta puta carta! La Yeta.

—Vamos bien… muy bien—murmura Merlín L’Embaucateur.

Señalo la de abajo. La da vuelta.

El Emperador. El Cuatro. Entonces ¿quién carajo va en el carro? ¿El siete no es el emperador sin corona? Como sea, éste tiene un báculo en la mano derecha. Hay un escudo en el trono. Parece dormir. ¡Qué quilombo!

—Bien, bien… tres más trece, dieciséis; dieciséis más siete, veintitrés, veintitrés más cuatro, veintisiete.

¿Veintisiete? ¡No hay veintisiete! Oluc, recontra mal parido ¿por qué tenía que sumar veintisiete? ¡Ah…! Dos más siete, nueve. Busco el nueve, busco el nueve.

—El Ermitaño… ¡hermosa carta!

El terciopelo marrón está oculto por largas pestañas. Cartas de mierda. No sé qué decir para levantar esta fulería. Ella mira la Yeta, la Churi. Carta de mierda. Siega que te siega y ese par de cabezas cortadas. Parece que avanzara rápido, la Yeta. La Churi se muerde el labio. Tiene miedo.

—No tengas miedo, no te preocupes, ninguna de las cartas vale por sí sola, fuera del conjunto. Ninguna es buena o mala…

Se estremece y levanta los ojos. Me mira.

—Necesito que me digas tu nombre –musita Merlín.

—María Teresa, me dicen Teté.

—¿Qué te aqueja, Teté? –dice la última rata mezquina del Malaire.

¡Oh! Execrable Oluc, malparido, hijo de una ternera overa de seis patas ¿por qué esta carta de mierda? ¿No podría haber salido un Sol de Oro, eh? ¡¿Ehhh?!

—No sé que me pasa. Estoy muy angustiada y tengo visiones negras sobre mi futuro. Siento que todo va a andar mal.

—Veamos primero cuál es tu situación actual. Luego podremos ver tu futuro.

Merlín le Sudacá cierra los ojos. Dos grandes soles marrones refulgen en su lóbulo frontal perturbando su concentración. Esfuerzo supremo.

—En vos reside el poder, Teté. Es un poder equilibrado, una fortaleza poco común.

¿Cómo se dice emperatriz en francés?

—La Emperatriz conoce las leyes, cuida las reglas, pero no sabe qué esperar de la vida.

Parpadeo. Impacto bajo la línea de flotación.

—Todo le parece poco, nada alcanza.

No alcanza, no alcanza, la vida. A las minas nunca les alcanza. A mi tan poco, tan poco…

—Enfrente, contrapuesto, El Carro. Va arrastrado por una yunta de briosos corceles que tiran en sentido opuesto. El auriga no tiene las riendas, el rumbo es incierto. La duda constante frena todos los impulsos. Inmovilidad, sufrimiento…

Estoy hablando mucho, silencio, hagamos silencio, hermanos. Un minuto para pensar, para darle a la rueca. Más despacio…uno, dos, tres, cuatro…

Se remueve en la silla, está inquieta. Habla:

—Es cierto, estás diciendo cosas que nunca me atreví a comentar con nadie. Todos me creen segura, resuelta… No ven que detesto mi belleza, que ser linda es algo molesto. Muchas veces deseo ser tuerta, renga, manca.

La Churi quiere la desgracia, pero a medias.

—Pienso que soy una tonta, no entiendo los libros que leo, no sé nada de nada. Lo hombres me miran, sí, pero no es eso lo que quiero…

¿Por qué se detuvo, qué pasó? Venía bien, venía,  y se paró. Debe de haber pensado que se le está soltando demasiado la lengua. Desconfía del Tarot y quiere que sea yo el que hable. ¡Peligro!

—Las dudas abaten el deseo, te frenan. Hay desconfianza, incredulidad. Sentirte una tonta te frena, te quita impulso. Para que le carro avance, el auriga tiene que tomar las riendas y conducir. Pero no nos apresuremos, veamos las otras cartas, dejemos que hablen.

Bajá la voz, bajá la voz. Hablá en un murmullo como hizo Cacho. Si hablás bajo tendrá que echarse hacia adelante y podrás verle las tetas.

—Hay una lucha a muerte. El Trece. El Innombrable. La guadaña corta la vida, pero cuidado, también puede cortar lo malo, puede terminar con la incertidumbre y el sufrimiento.

Esto se está yendo al carajo. Está pálida, tiene miedo y mira la carta fijamente.

—Estás maniatada por el miedo. Hay que cortar de cuajo el miedo. Sólo librando una batalla a muerte contra la duda vencerás. No debés olvidar que sos La Emperatriz. También hay que seccionar las ancas de los dos caballos que tiran en sentido contrario. Sos La Emperatriz…

¿Seccionar las ancas? ¡Qué boludez! Me fui de mambo. Y sí, sos La Emperatriz, la Diosa, la Reina, la Sacerdotisa, la Capitana. Sos mi sed de sal, mi piedra en el hueco. Querida: amo tus ojos cambiantes de fuego verde a aguas marrones. Silencio. Dejarla hablar.

¿La amo? ¿Se puede amar así, de una? Quiero que levante la cabeza y me mire y me diga que me ama y que sólo quiere seguirme y atenderme. Yo, contestaré que quiero ser su esclavo, quiero arrastrarme tras sus pasos, quiero dormir con mi cabeza entre sus muslos, mi boca bebiendo sus elixires.

—Es cierto –dice-. Me da miedo esa carta y me da miedo dejarme arrastrar por mis deseos. Temo ser víctima de mis propios vicios, una desesperada del sexo, qué se yo…

Narguile se agita. ¿Dijeron sexo?

—Estoy confundida, no sé… pero lo que quiero es establecer una relación en la que eso sólo sea una parte. Para mí es muy importante lo otro, necesito sentir admiración por un hombre para poder irme a la cama con él.

Levanto la cola y abro mis larguísimas plumas iridiscentes. Levanto mi cuello. Me ubico de tres cuartos perfil para que los turistas tomen una foto. Puedo sentir el sol tornasoleando sobre los discos verdes y azules. 

Ella está esperando que siga. Sigo:

—Opuesto a La Innombrable está El Emperador. Contrapesa desde el Sur los efluvios negativos – susurra Merlín.

Ella juega con Hércules. Lo abrocha y lo desabrocha sin quitar la vista de las cartas.

—Viene de una larga lucha –continúo— es El Emperador porque ha vencido. Descansa. Recuerda el miedo que lo acechaba a cada vuelta del camino. Es el que ha triunfado sobre la irresolución y el abatimiento. Está listo para volver a empezar, dispuesto a marchar otra vez sobre los enemigos de su reino…

No sé cómo sacarla del pozo. ¿Qué digo?

—Te muestra el camino. En su mano derecha, al pie del trono, sobre su testa y alrededor de su cuello muestra los símbolos del poder que sólo él puede llevar. 

El poder, como la belleza, dimana de las profundidades del ser y fluye hacia nuestro rostro, en la superficie. No tenés que lamentar tu belleza. Los dones nos llegan siguiendo caminos misteriosos y no debemos renegar de ellos.

—Comprendo, entiendo qué querés decir.

¿Qué quise decir?

—Vos tenés tu cuerpo y éste tiene que ser aceptado por vos. Tenés que aceptar tu rostro, tus ojos, tu boca. Nada puede hacerse para cambiar tus hombros, tu vientre…

¡Epa! ¡Para loco! Se te fue la mano. Quieto, Narguile. La Churi levantó la vista. ¿Se habrá dado cuenta?

—Entiendo –dice— pero siento como si estuviera partida en dos…

Ya me tiene harto Le Bateleur. Quiero tomarla y abrazarla y besar su cuello y su garganta y…

—Seamos objetivos: es un bello cuerpo.

Tendría que pedir que se pare frente al espejo y saque las tetas y se las mire y que levante la pollera y se detenga sobre sus piernas, que mire su boca prometedora… ¡Basta!

—Sigamos. En el centro, El Ermitaño, el noveno. Indica el camino a seguir.

—En una de esas, tendría que aislarme de todo por un tiempo…

—¡No! Eso es, precisamente, lo que tenés que evitar. El Ermitaño busca la verdad. Una lámpara alumbra su camino y un bastón lo auxilia. 

—¡Pero está en una cueva, y solo!

¡Carajo! ¡Carajo, mil veces carajo!

—La cueva es su sabiduría. La lámpara, para ver; el bastón, para asegurar la firmeza del paso. Tenés que identificar tus deseos y marchar resuelta al encuentro de la verdad…

—Parece que me estuviera invitando a refugiarme por un tiempo.

Sos vos, Oluc ¿no es cierto? Estás haciendo de las tuyas, Gran Mierdoso.

—Si uno se concentra en una única carta se confunde el mensaje. Aquí El Ermitaño representa la reflexión, no el aislamiento. Hizo un alto para identificar sus deseos pero no porque les tema. Tiene el báculo y la lámpara, está listo para marchar.

La Churi asiente. Yo, alivio. Quiero invitarla a tomar un café.

—Creo que es demasiado por hoy –dice Merlín-. Tendrás que pensar en lo que hablamos y después, si te hace falta, volvemos con otra tirada.

—Sí, me parece bien, ahora estoy confundida.

—Salgamos de aquí y vayamos a tomar un café.

Se para y se acerca a la repisa. Rin-Tin-Tin, Rin-Tin-Tin.  Sacude la cabeza. Se da vuelta y dice:

—¿Vamos?

Sí, Reina, vamos, vamos. ¡Vamos ya!

93 de brumario: 

otra vez en la noria. Teté viene pero se va a ir antes de haber llegado. Graciela está en el freezer. Cada vez más desencuentro con mis hijos. Todo va mejor, sí.

Qué clase de mujer quiero. ¿No quiero ninguna, de ninguna clase? ¿Quiero cinco? ¿Cinco partes de cinco?

Subo a la vereda de Corrientes por la rampa para discapacitados. ¿Quiero diez?

Tengo que tratar de saber qué clase de mujer quiero.

Quiero una perra amarilla. Una tierna y sumisa perra amarilla que sepa leer. La quiero tendida bajo mi escritorio, a mis pies, durmiendo mansamente. Cuando yo termino una página, y no siempre, le alcanzo la hoja para que la lea. Ella dirá: ¡Maravilloso, Aspirino, maravilloso! O: ¡Nunca leí una página tan bellamente escrita! ¡Guauu!

Una saludable Rin-Tin-Tina que cebe mate cuando yo lo pida; que no me distraiga y ¡traiga! lo que estoy deseando para mí. Dactilógrafa. Que llegue feliz a la mediana edad. Sí, que no se arrepienta de la vida vivida una semana antes de algún cumpleaños cerca de los cincuenta, con buen dominio del francés y del inglés.

Sí. Una Rin-Tin-Tina que permanezca echada a mis pies con el Diccionario ideológico de Julio Casares entre las patas delanteras. Siempre con las orejas enhiestas, atenta. Yo diría:

—Menstruación.

Ella, moviendo la cola, se pararía y buscaría dando vuelta las páginas a toda velocidad y contestaría: Menstruación (v. Menstruo). Menstruo: menstruo, menstruación, regla, período, flor, mes…

—¿Flor? –Sí, flor, mes, mala semana, costumbre, achaque, arate, mesillo, purgación, desopilación, sanguina, sangriza…

—Basta, gracias.

Una perra amarilla lectora y dactilógrafa, sí. Trilingüe, sí. Claro que habría que sacarla a mear cada tanto. Aunque, si es una verdadera Rin-Tin-Tina bien podrá abrir la puerta, llamar el ascensor y buscar por sí misma una plaza de su agrado.

Una Rin-Tin-Tina no te pide que la lleves al cine que hace—mucho—que—no—vamos. Nada de  ¿vamos a tomar un cafecito? Si la mirás, te mira y ladea la cabeza esperando una orden.

—Emperatriz. fr.,

—Impératrice.

Pero a la yarará no le gustan las perras lectoras. La que siempre está echada bajo mi mesa de trabajo es ella, cuando está quieta. Si está juguetona mordisquea alguno de los pulgares de mis pies clavándome los colmillos, que es su forma de avisar que tiene ganas de joder.

Entonces, pequeñas dosis de veneno recorren mi cuerpo. Aparecen un par de líneas de fiebre, mareos y una ligera obnubilación. Entre otros síntomas, pierdo la capacidad de dar respuestas rápidas a las preguntas más simples.

—Papá ¿la malla del reloj es de cocodrilo auténtico?

Quiere saber si es de las que cuestan guita. Si le digo que no, va a pensar que no lo quiero lo suficiente como para comprarle algo de calidad. Supongo que se tratará de una imitación de cuero, ni siquiera cuero auténtico. Plástico, goma, caucho sintético. ¿Quién puede saber? La fabricación de artículos con cuero de cocodrilo está prohibida hace rato. Podría ser que existieran criaderos de lagartos para fabricar mallas. Cabaña y Criadero El Lagarto Feliz. Los medirían, a los lagartos, y cuando alcanzaran los veinte centímetros los transformarían en pulseras para reloj. ¡Pobre! Mi hijo menor siempre busca la forma de pesar el amor que uno le tiene.

—¡Pa, nunca contestás cuando te hago una pregunta!

Sí, la complicoides molesta cuando las dosis son pequeñas pero no es grave. Lo malo viene más tarde, por sorpresa, al acaso. La yarará permanece enroscada como siempre durmiendo su siesta. Con alivio miro sus párpados semitransparentes cerrados sobre sus ojos. Ojos acechantes, calculadores, rasgados por una maldad sin remedio, ojos que no te miran sino que te ven. Siento el frío de su piel aún sin tocarla.

De pronto, imposible saber cuándo, salta hacia el cuello tienta con su lengua bífida mis mejillas o mis orejas y se mete por mi boca o por cualquier otro orificio, las fosas nasales o el culo, y se instala en algún lugar de mi cráneo y hunde sus colmillos huecos en la pulpa y…

Distingo el mundo a través de un velo. Los sonidos, las palabras, los nombres pierden significado, se apagan. Adelanto mis manos como un nadador para hender el agua. Se abre sin ofrecer resistencia, la baba del diablo, pero hay otra igual, hay otra igual, hay otra igual. Oluc ríe.

Viernes: llave, cerradura, abro puerta. Piso encerado.

NOTA:

Señor.

No tube tiempo de planchar que se hatraso todo por culpa la

lavarropa que hiso chispa y saco umo. Lave todo a mano y

me quedé una hora mas lo saluda ate

Rogelia

Rogelia, querida Rogelia, siempre hay una Guerra de los Botones en la vida de un hombre. Ahora, a buscar un mecánico para la máquina de lavar.

    pastedGraphic.png  Hexagrama 9. La fuerza Domesticadora de lo Pequeño.

—Al tope un nueve: llega la lluvia, el sosiego. Si el noble prosigue llegará la desventura –dijo Shizuko.

¡Ay! las Churis te amansan con el servicio de hotelería. El olor de la comida recién horneada, la ropa lavada, los pisos encerados. Hasta la vieja Rogelia debe de pensar que ella es mejor que ninguna otra para mí.

Golpeo la pared. ¡Noc, noc, noc!

Llega Tui. Huele a baño reciente, agua de colonia y jabón. Viene con pollera, tal como se lo exigí desde la última vez que vino con pantalones. Trae rosquillas cubiertas con azúcar.

Escribe Orlando Espósito

Orlando Espósito nació en Banfield, provincia de Buenos Aires, en 1946. Es padre de cuatro hijos. Fue fotógrafo, librero, distribuidor de maquinaria para la industria gráfica y gerente comercial en empresas de desarrollo de software desde que esta industria dio los primeros pasos. Durante años se ocupó de la explotación de una granja ganadera situada cerca de Fuerte San Javier, en la Patagonia Norte. Viajero, apasionado por las letras desde su adolescencia, hoy vive en Buenos Aires y se dedica de lleno a escribir.

Para continuar...

El fantasma verde 5

Todos contentos: Lena la llamaba «le pâtisserie», el Flaco «la confi» y los ministros de la iglesia mormona «the bakery», la cuestión era que el barrio entero desfilaba para comprar los productos que salían del horno de Doña Tota

Un Comentario

  1. Gran ilustración de Mariano Lucano. El «La Paz» inmortalizado! Un genio!

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