Soy conciente de que los niños no leen reseñas bibliográficas. Y escribir una sobre un libro infantil puede resultar fácilmente en una descripción meramente publicitaria destinada a los padres. Por suerte para este reseñador, Sábanas hasta la cabeza, un libro de cuentos de terror para niños, ofrece la oportunidad de una lectura interesada y entretenida, como inspira también varias reflexiones sobre la labor artística de Leo Azamor y Keki, escritor e ilustradora respectivamente.
El libro abre con una advertencia provocadora y un par de consejos útiles para enfrentar el miedo, ese sentimiento tan universal que en la infancia comienza a tomar forma rodeando potencialmente cualquier personaje o circunstancia que se nos cruce. El monstruo, lo que muestra aquello más allá de nuestra comprensión, está ahí, se nos aparece, no podemos fingir que no existe pero podemos aprender a no someternos al miedo que supone su presencia. Los cuentos, narrados por niños que, como todos, comienzan a experimentar la soledad, que en sí implica el despertar de una independencia sujetiva, nos hacen ver el terror a través de esa óptica, digamos, en construcción, en la que nada es nunca lo que parece y todo puede transformarse repentinamente en otra cosa, poniendo en escena la vacilación natural entre lo real y lo imaginario.
Pequeñas joyas literarias para pequeños lectores, como el primer cuento, “Ayuda”, cuyo procedimiento circular nos recuerda a “Continuidad de los parques” de Julio Cortazar. En “Mórtenes” nos dejamos llevar por un procedimiento similar perfectamente trazado a través del sonambulismo delirante del narrador. Otros, como “Detrás del alambrado”, “La presa”, “Las ventanas”, son relatos intrigantes en los que se asoma lo indiscernible en múltiples formas, un campo de zapallos, un edificio viejo con escaleras rotas llenas de cucarachas, la enfermedad… Aunque algunos cuentos lleguen a sintonizar ciertas frecuencias siniestras, emisiones de voces realmente misteriosas y sombrías, se descubre al final un gesto intrépido, estocada irónica o carcajada bizarra, el tono de humor con el que vencer la parálisis del terror.
Las ilustraciones acompañan no sólo ilustrando espacios y acciones, sobre todo sugieren la extrañeza que envuelve todo lo visible y la fantasía que deviene pesadilla. Estética expresionista que recuerda a Coraline y la puerta secreta y a las buenas películas de Tim Burton, con impecable tratamiento de las sombras y los trazos. También hay que señalar la edición ejemplar que da forma al libro e interviene con juegos caligráficos.
Considerando al público llamado infantil, creo que los niños y las niñas y otros jóvenes que se aventuren por este libro tendrán la posibilidad de que las palabras e imágenes que componen sus páginas les abran la imaginación a muchos mundos posibles, todos tan fantásticos como estremecedores.