El drama de ser paciente

Reseña de Soy Paciente, obra de Ana María Shua, dirigida por Florencia Bendersky. Obra que ya no está en cartel.

 

De lo que menos tengo ganas cualquier día de mi vida y menos un viernes a la noche, es de estar en un hospital. Por eso me río de la paradoja cuando en la puerta de la sala una enfermera muy sonriente me asigna un turno y me envía a la sala de espera, junto con otros tantos pacientes. Ingresar a la sala entre risas e incomodad es fundamental para adecuarme a lo que estoy por vivir.

En la sala no hay butacas sino sillas de hospital, no hay telón sino una cortina de esas que separan a los pacientes, esas bien hospitalarias (aunque no precisamente en el buen sentido de la palabra). En este hospital estamos cuando del altavoz se oye el llamado: “paciente número 17, paciente número 17”, con el tono de quien solo repite por inercia los números que son personas pero que en un hospital son números. El paciente 17 (Eduardo Poli) se levanta, acompañado por una mujer (Cynthia Attie), de los asientos de la sala de espera y la enfermera que nos recibió en la entrada le da la bienvenida. Me gusta cuando la historia empieza en el mismo momento en que paso por la puerta de entrada.

La enfermera amable lleva al paciente y a quien se presenta como su prima Pochi al primer piso, el lugar de las habitaciones compartidas. Ahí lo reciben tres viejitos de internación que le dan la bienvenida parados mirando al frente entonando una canción que bromea: “el que entra en esta sala no sale nunca más”. Pero el nuevo paciente tiene un contacto en el hospital que permite su derivación a las habitaciones privadas del sexto piso. A partir de ese momento es que comienza el conflicto, si es que antes no ha comenzado. La enfermera le quita su celular de forma autoritaria, gente desconocida lo visita, una monja lo obliga a leer un fragmento de la biblia a diario, los piojos de paloma le producen una reacción alérgica, ningún médico lo visita y por un tiempo no tiene diagnóstico. Así, la Pochi se convierte en la compañera que no da compañía porque siempre lo abandona y lo mismo con sus compañeros de trabajo. Todo eso transcurre entre la comicidad de lo absurdo y la tragedia de lo indeseado. Todo eso, aunque bizarro, es verosímil en un ambiente de hospital en donde un paciente es un sin-nombre, soporta cada día como si fuera un número, una mera abstracción. La crítica desde el humor se vuelve más llevadera y quizás cala más profundo porque permite recordar los gags tiempo después de haber visto el espectáculo.

Soy paciente, la obra, es una adaptación realizada por Andrea Szyferman de la novela que Ana María Shua publicó en 1980. La precisión de la dirección de Florencia Bendersky permite que esta tragicomedia transmita los nervios de la situación a los espectadores y nos corra del lugar de pacientes, en el sentido de paciencia. La escenografía lúgubre de hospital junto a esa cortina que oficia de telón, dará lugar a sombras chinescas, favoreciendo la creación del ambiente. El recurso de la voz por megáfono es una idea creativa que sirve para estimular la risa, a la vez que algo importante como “no sea hijo de puta, donar sangre, salva vidas” se está informando.

Quiero subrayar la labor de los actores que, con la versatilidad de su arte, se adaptaron a la lluvia sobre el techo de chapa de El Tinglado con bromas improvisadas o elevando el volumen de su voz, hasta que fue imposible continuar y tuvieron que pausar la obra por unos minutos. Esto es hacer teatro. Además, es de destacar que los nueve actores de esta obra se desplazan por el escenario con solidez y habilidad, e incluso varios de ellos cumplen distintos roles que no se asemejan entre sí.

Sin embargo, hay algo en cierto tipo de humor que se utiliza en ocasiones, principalmente cuando entra en escena el abusivo doctor Goldfard, que no termina siendo cómico por machista. Si bien entiendo que Soy Paciente parte de una novela escrita en los ochenta, quizás debería realizar algunas modificaciones para no quedar tan fuera de eje respecto al florecer de la lucha y las reivindicaciones feministas que hoy se viven.

Sobre todo teniendo en cuenta que es la interacción lo que posibilita a los espectadores a conservar su atención por una hora a una microhistoria de la vida de hospital. Digo microhistoria porque el proceso es cíclico, todo el tiempo están entrando personas, que luego serán solo casos clínicos, a los hospitales. Así, las cuestiones que se tratan en Soy Paciente interpelan: todos alguna vez estuvimos en un hospital. Todos congeniamos con que a las enfermeras hay que darles propina para ser tratados de buen modo, que la burocracia de la salud es lenta y que la insensibilidad en un hospital es moneda corriente. Recuerdo cuando mi amiga Inés, médica, se enfermó de apendicitis. Lo primero que me dijo cuando salió de la operación fue que la habían dejado una hora mirando al techo antes de entrar en el quirófano y que en ese momento entendió lo feo que es ser paciente.

Soy Paciente se había reestrenado el 16 de marzo en El Tinglado pero ya no está en cartel por cuestiones que desconocemos. Esperamos que pronto vuelvan para que más personas puedan reconocerse en el drama de ser paciente.

Dirección: Florencia Bendersky

Autoría: Ana María Shua

Adaptación: Andrea Szyferman

Actúan: Lucía Abineme, Eugenia Álvarez, Cynthia Attie, Santiago De Belva, Andrea Enzetti, Charly Otero, Eduardo Poli, Cristian Sabaz, Eduardo Campili

Iluminación: Julio López

Escenografía: José Escobar

Sonido: Pablo Duchovny

Maquillaje: Lorena Urcelay

Diseño gráfico: Yanina Safdie

Vestuario: Florencia Bendersky

Asistencia de dirección: Franco Candiloro – Belén Portaluppi

Prensa: Carolina Alfonso

Escribe Mercedes Roch

A veces soy historiadora, a veces ilustradora, a veces docente, a veces escritora pero siempre soy hincha de Independiente.

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