Personas que devienen personajes hasta convertirse en marionetas: Los ciclos de vida de la ficción a través de la mirada de los hermanos Quay.
El valor, pues, no lleva escrito en la frente lo que es. Antes al contrario: el valor convierte cada producto del trabajo en un jeroglífico social. Luego los hombres intentan descifrar el sentido del jeroglífico, dar la vuelta al secreto de su propio producto social: pues la determinación de los objetos de uso como valores es tan producto social suyo como el lenguaje.
El Capital de Karl Marx
La estética siniestra parece dispersarse en el devaneo pop de Tim Burton, entre marionetas oscuras pero afables, lo mainstream se fue haciendo amigo de su lado oscuro. El sentido del humor y el desarrollo de una realidad más sombría que la ficción hizo que las oscuridades imaginadas se volvieran materia prima de una creatividad casi infantil. El hecho de que el famoso director norteamericano haya elegido darle a la Alicia de Alicia en el país de las maravillas ese carácter de pequeña emprendedora no es sólo un gesto políticamente correcto sino parte de una coherencia discursiva por parte del realizador: La fantasía es aceptada siempre y cuando sea funcional a un proyecto rentable.
Los estereotipos de lo siniestro, los Draculas y los Frankesteins han sido reducidos a películas como Hotel Transilvania. El trabajo sobre la oscuridad debe cambiar su rumbo. Quizás no haya que buscar oscuridad en estos personajes tan quemados por los reflectores de la industria. Quizás haya que retomar la palabra “oscuro” desde otro lugar, como palabra que define aquello difícil de comprender y aceptar que la locura del País de las Maravillas puede ser una excusa para un parque temático.
Los realizadores Stephen y Timothy Quay son gemelos idénticos y su trabajo ha influido notablemente a directores de la talla de Terry Gilliam e incluso el mismo Tim Burton. Los hermanos Quay son especialistas en cortometrajes que utilizan la técnica stop-motion y, en general, utilizan objetos de la cotidianeidad reconfigurados, trabajados con otra funcionalidad: a estos objetos se les ha pervertido su cometido.
En este género abstruso, La calle de los cocodrilos de los hermanos Quay basado en el cuento homónimo de Bruno Schulz, encuentra una forma de interpelarnos como espectadores, devolviéndonos un reflejo retorcido.
En el cuento La calle se describe como apócrifa, esquivo reflejo de algo cierto, fabricado con sospechosos elementos. Como una desdibujada caricatura atroz de una invasión foránea y globalizada donde se estandarizan los gustos atacando la personalidad propia del alrededor. Los hermanos Quay hacen de esta calle un lugar de creatividad, donde se distorsiona la realidad mediante un juego de objetos desgastados. El propio Bruno Schulz es representado como un títere que es liberado de sus ataduras para explorar este mundo.
Utilizando la primera persona del plural, Schulz establece un juego literario que se representa en el corto mediante juegos que incluyen a la propia cámara. Fuente misma del engaño. En el cuento, bajo una fachada superficial la primera tienda en la que ingresamos nos revela un anticuario de publicaciones que exceden la imaginación por lo que huimos espantados ante tamaña perversión.
La primera persona del plural/Cámara es el Dispositivo mediante el cual recorremos la ciudad. La autocrítica es impiadosa y es el mismo autor quien se pone en juego, bajo la ilusión de lo que él manifiesta como deplorable y superficial. En la forma, oculta su verdadera intención: Representar el olvido del que son víctima los mismos mórbidos y prejuiciosos ojos con los que miramos, los que nos siguen embelesados con una superficialidad deleznable pero detallada en precisas asociaciones.
En el corto los objetos adquieren vida e incluso un reloj nos revela su interior orgánico. Los ritmos introducen una sospecha maquinal y la humorada de las costureras que en el afán de encontrarle una vestimenta ideal le cambian la cabeza al autor/objeto como si fuera parte de su indumentaria.
La fatalidad de La calle de los cocodrilos es que nada se realiza hasta su culminación. Todo se agota en intenciones y es éste el carácter vacío de lo efímero. Al querer volver a ese local que, en su ambivalencia ocultaba un mundo antiguo y fascinante, no podremos porque incluso esta intención es tan volátil como la misma calle de los cocodrilos.
Nos perderemos en un sin fin de malentendidos hasta que nuestra fiebre y excitación se agoten en un inútil esfuerzo, en una búsqueda vana.
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