La infancia de mis libros

Por Marcos Miquelez

No pretenden estas líneas pecar de absolutismo ni emular inservibles ensayos referidos al comportamiento humano, sino apenas compartir algo infinitamente reducido y que no es más que una precaria opinión fundada en la experiencia personal.

Creo que el hábito de la lectura es un proceso altamente heredable, siendo la biblioteca hogareña el sitio donde se alberga el ADN responsable de esta práctica. Y lo magnifico con “altamente” porque también le dejo un espacio al ambiente, aunque, claro está, un espacio menor.

Es muy poco factible que en un hogar sin más biblioteca que una enciclopedia ilustrada puedan proliferar grandes lectores. También en este caso utilizo las probabilidades, porque como todos sabemos “la excepción cuestiona a la regla”.

Así como digo lectores, ato el cabo y me detengo en los escritores, pues puede un asiduo lector no ser escritor, pero necesariamente quien escribe no puede prescindir del Universo Textual.

Las fuentes de inspiración, los modos en que el talento aflore y el tráfico de sensibilidad, han sido a través de la historia de la composición objeto de mucho debate.

Tener una vida nómade desde la infancia ha sido mi mayor riqueza, por un lado uno tiene muchas posibilidades de conocer gente nueva y esto no implica olvidar la vieja. Por otro lado hay cierto traumatismo cada vez que nos debemos adaptar a un nuevo ecosistema, contusión que muta y florece con creces cuando uno logra alcanzar la sensación de pertenencia.

Si tenemos la posibilidad de llegar al tuétano de cada nueva persona que conocemos, de apasionarnos con cada nuevo código postal, de engrosar la nostalgia con cada casa que deshabitamos y de anteponer entre nosotros y la muerte el próximo destino de nuestros pasos, entonces estaremos viendo el lado lindo de la vida, y en definitiva, lo demás no importa tanto.

Esta serie de cuestiones, entre otras, han sido la materia prima de la inventiva que cayó y sigue cayendo en el surco fértil de la elaboración escrita, al menos en el caso de quien les habla.

Se pueden citar algunos ejemplos en nada comparables a lo que veníamos viendo, donde además de la condición innata inherente a cada uno, se ilustra el efecto del ambiente, irrigando el potencial y exaltando sus virtudes.

¿Podría Alfredo Zitarrosa haber sido tan desgarrador acaso a través de sus canciones si no hubiera sufrido el tormento del exilio y la persecución?

¿Sería acaso posible separar el amor por la naturaleza de Horacio Quiroga, traducido en su prosa, de su decisión final?

¿Qué sería de Galeano y de su hermosa ironía si hubiera hacinado su testa calva detrás de la puerta de un puesto gerencial?

La diversidad en la agudeza es tan variada como los disparadores que desencadenan el proceso creativo.

La belleza de estos talentos y de quien quiera transmitir sus emociones necesita, invariablemente, de ese viaje al sur del invierno que cada cual y a su modo deberá realizar, de lo contrario, y en detrimento de esta hermosa manifestación, posible o sencillamente, no ocurriría.

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Este usuario representa al equipo editorial de Revista Colofón.

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