La intranquilidad de la calma

La memoria colectiva es un fenómeno que nace siempre de una elaboración social del pasado. En este proceso de elaboración, las disciplinas artísticas juegan un rol importante como medios de interpretación y difusión, como modos de trabajar ese pasado y crear memoria, favoreciendo una conciencia histórica en la sociedad.

Como ha de esperarse, trabajar con la representación de la memoria no es una tarea sencilla. Por un lado, implica poner a jugar a la memoria colectiva con la memoria individual, con todas las incongruencias que pueda haber entre una y otra. Por el otro, se vuelve indispensable realizar un recorte y, por lo tanto, una omisión acerca de dónde poner el foco y cómo, desde qué perspectiva, hacerlo. La dificultad de elaboración se agrava cuando lo que se busca es representar un suceso traumático del pasado reciente que aún tiene un fuerte impacto en el presente en el sentido de que sus sobrevivientes, víctimas, cómplices, testigos y responsables activos aún están ahí, en algún lado.

La cineasta chilena, Marcela Said viene trabajando la representación de la memoria desde hace años. Sus obras están siempre conducidas por el hilo de la conciencia acerca del impacto social y político que tiene el pasado reciente sobre el presente. Su primer largometraje, El verano de los peces voladores (2013), da cuenta de la difícil convivencia de mapuches y chilenos en la Araucanía apuntando a la invisibilidad de dicho conflicto. Antes de dirigir ficción, Said se destacó como documentalista con I love Pinochet (2001), que hace foco en el apoyo social de civiles que recibió el dictador, y como codirectora, junto a Jean de Certeau, de El Mocito (2011) un documental que se centra en las confesiones de Jorgelino Vergara, el hombre que servía café a los torturadores de la DINA.

Los perros es el segundo largometraje de ficción de Marcela Said. El film, presentado en Cannes este año y recientemente galardonado por el Premio Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián, se muestra en principio como la historia de Mariana Blanco (Antonia Zegers) una mujer de clase privilegiada de 42 años que pasa sus días entre sus clases de equitación y la búsqueda de obras para su galería. Hija de Francisco Blanco, dueño de la forestal que lleva su apellido, Mariana es una mujer que se presenta, en ocasiones, ingenua pero firme en sus decisiones.

Poco a poco, la historia, siempre atravesada por la mirada de Mariana Blanco, avanza partiendo de su vinculación con distintos hombres, todos ellos, en algún punto, relacionados con la dictadura. Uno, su profesor de equitación (Alfredo Castro), directamente vinculado como agente de la DINA y los otros dos, como “cómplices pasivos”, tal como menciona el investigador que lleva el caso: su padre (Alejandro Sieveking) como colaborador económico y su marido (Rafael Spregelburd) como descendiente de una familia de militares argentinos que tuvieron participación activa en la última dictadura de este lado de la cordillera. Ella, como el resto de los personajes que la rodean en este ambiente aristocrático, considera “resentidos sociales” a quienes luchan por hacer justicia respecto a los delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura de Pinochet. Ninguno de estos personajes, que viven marcados por la doble moral, se apropia de la culpa. La culpa recae en quienes protestan.

En la narración de esta historia juega un rol fundamental la fotografía, de una calidad increíble, que varía constantemente entre las luces y las sombras delineadas en un paisaje repleto de naturaleza. La música, con excelente composición de Grégoire Auger, solo se hace presente cuando es necesaria para crear un ambiente. Luego, la mayoría de las veces, el sonido es el de los pájaros.

Hay un contraste producido entre el ambiente y la historia. Por un lado, la calma, el verde césped decorando el paisaje, por el otro, la turbación que provoca la historia, que se vuelve más palpable con las interpretaciones de Zegers y Castro. El largometraje logra transmitir la incomodidad que provoca ver la paz de quienes participaron en la dictadura.

Los perros se presenta como un cuestionamiento a quienes colaboraron como civiles y, obviamente, a los represores. A la vez pretende mostrar la tranquilidad en que ambos viven hoy en día. La crítica es sutil, los personajes se presentan como personas agradables, dando origen a otro problema: la empatía con los culpables.

Hay un dejo de realidad, de algo que siento cuando camino por la calle, cuando veo lo que pasa. Yo también siento que los represores y sus colaboradores llevan una vida tranquila y carente de culpas, mientras que los que luchan por hacer justicia son considerados, en este momento, resentidos que no permiten que la historia avance.

Los Perros estimula a recordar y cuestionar el presente. El olvido (voluntario o no), la desestimación del pasado, anula la experiencia construida como sociedad y puede llevar a la repetición de sucesos traumáticos. Teniendo en cuenta las coyunturas actuales que atraviesa Latinoamérica, en donde las políticas de derecha van ganando espacio y parecieran armarse las largas sombras del pasado, es necesario recordar de forma crítica.

En este sentido, Los perros si bien es un film que narra una historia acontecida en Chile, permite establecer un paralelismo con la historia del resto de los países de América Latina. A nosotros, como espectadores argentinos, nos interpela debido a la última dictadura cívico militar, no solo porque ambas fueron parte de un mismo plan latinoamericano, sino también porque, algo que es necesario señalar siempre que se analiza este traumático período es que, junto a la desaparición forzada de personas y la persecución, la dictadura fue posible gracias a la complicidad de los grupos económicos de poder.

Por último vale la pena aprovechar las semanas que dure en cartel para verla en el cine porque para eso fue hecha. La película cuenta con el financiamiento del INCAA, cuestiones de producción locales hicieron esto posible. Vale destacar a nivel regional lo que posibilita el INCAA. El trabajo en equipo que conlleva un proyecto cinematográfico se completa con el espectador en la sala. A la hora de entender la construcción de nuestra identidad, es muy importante que exista un Instituto de Cine que nos permita acceder a estos trabajos. Se lamenta que aún haya dudas con respecto al valor del cine propio en nuestra cultura. El cine propio es nuestra cultura.

Apoyemos al cine latinoamericano y no olvidemos recordar.

Escribe Mercedes Roch

A veces soy historiadora, a veces ilustradora, a veces docente, a veces escritora pero siempre soy hincha de Independiente.

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