Manzanitas Rock es una banda de Aldo Bonzi que ya tiene siete años de ruedo. Vecinos de los Pérez García, vienen pateando calles y libros con una lírica que habla de lo que nos pasa como cultura en el mientras tanto. Sus carismáticos y furiosos recitales invitan a la reflexión. Diferencias entre cultura y rock; pasado, pisado y una perfecta pizza, ¿qué nos está jodiendo del panteón del rock local? ¿Siguen representando al rock? Charly García, Carlos «el indio» Solari, Skay Beilinson, Luca Prodan y Pettinato, nos preguntamos qué tomar y qué dejar para que el vivo vuelva a estar vivísimo.
Fotografía: An Mombello Texto: Lucas Iranzi
El guitarrista Gabriel Bastone le da con sus pedaleras el ambiente necesario a la narrativa que pinta, antes o después que se vaya todo a la mierda, como dice una de sus canciones. Nacho Marcora establece la rítmica necesaria y le pone la cara y el acting a la ironía de Una tonelada de asados los domingos, «porque hay que ser muy macho para ser argentino», jode la banda con el estereotipo de la argentinidad al palo. Devenida argentinidad y el palo para la industria masiva del rock local, realidad ajena a las bandas que gastan suela en bares y espacios culturales. Presente que no se le escapa a una banda que sabe mucho de rock y de eso que llamamos Cultura Rock. Mientras Pablo Prandi en el bajo le da la base sólida que necesitan para moverse y Juan Baquetas es un batero que la mueve como pocos, cruzándose de lado a lado de la cancha, lateralizando y tirando centros para que Gustavo Grazioli, el cantante, defina. Manzanitas Rock es una banda muy orgánica, nada mecánica, con integrantes que se escuchan mutuamente, complementándose y entendiéndose como pocos. Así logran muy buenos recitales, recitales que sobrepasan, en cuanto a sentido estético el espacio y contagian a propios y extraños lo que es escuchar una buena banda de rock.
Había visto un par de videos en YouTube de ellos y me había gustado mucho como se movían con el público. Me parecía que tenían una impronta muy fuerte, que le ponían todas las pilas que una banda tiene que ponerle cada vez que sale a la cancha. Sobre todo en tiempos en los que el rock está muerto hace rato, como gritó en el último show que dieron en La Paz Arriba, Gustavo al arrancar el recital. Si bien refiriéndose a la mentada Cultura Rock, esa oscura referencia que ha quedado opacada por otro tipo de conciencia cultural. Los Manzanitas saben de este rock que está muerto hace rato, un rock patrocinado por Pergolini a quien, dice Gustavo, no hay que creerle nada. La banda de Bonzi conoce la tradición de la Cultura Rock cimentada por Sumo y Patricio Rey y sus redonditos de ricota, por eso dicen lo que dicen. Por otro lado, entienden lo que es en la actualidad Divididos en vivo. Y acá agrego, si el rock aquél de la Cultura Rock está muerto hace rato, el vivo de las bandas que le dan cuerpo y alma a la música popular está más vivo que nunca. Este último es otro tipo de rock[1], es música, ni más menos.
El mundo antiguo del rock usaba influencias desconocidas para el oído promedio. Aprovechaba viajes por el exterior de sus integrantes para incorporar sonidos e ideas a su propuesta, había que cruzar oceános de calles para arrimarlas un poco. Los que hacían diferencia eran los que encaraban su sonido y su estética con mayor seriedad, quienes se tomaban su juego en serio y se consolidaban en el tiempo, mejorando ambos aspectos. La música como suceso popular necesitaba de un sonido y una estética que pareciera entremezclada con los músicos y su propia humanidad. Había una necesidad de mitos, de héroes y distancias. Había unas ganas muy fuertes de creer cualquier cosa.
Reflejando otros tiempos, otra familiaridad Manzanitas despierta esa felicidad que dan las cosas bien hechas y bien cercanas. No es sólo el carisma inalámbrico de Gustavo, es también la banda que lo sostiene y que le brinda ese ambiente lo que le permite hacer equilibrio entre mesas y sillas, parándose donde le pinte no para ponerse por encima de nadie, sino para ver mejor a quienes están dando vueltas. Para involucrar a los presentes y gritar y transmitir todo lo que puedan, todo lo posible. Lo visceral y lo musical se entrecruzan, juegan de forma orgánica, porque se están escuchando mutuamente, no hay piloto automático sino puro compromiso con el vivo, con el estar vivos, concentrados, jugando, divirtiéndose y hablando, comentando lo que pasa, lo que duele lo que se banca y lo que les gusta. Los Manzanitas te hablan a vos.
Es difícil poder soñar
si no estoy conectado con mi comunidad
ojos de vidrio, un corazón virtual
he perdido autenticidad
Recuperemos los sueños
ellos quieren jugar
Las perspectivas horrísonas del escenario político local son citadas por un Gustavo Grazioli que grita «Queremos que silben una vez que diga el nombre que voy a decir». El primer silbido lo deja insatisfecho: «Todavía parece que lo votaron». La ocurrencia es cómica, como también celebrar Los Soria reconociendo que no lo leyó entero porque es muy largo. Es una banda que jode con la seriedad literaria que corresponde. Las rondas que hace Gustavo caminando por los espacios, por entre las mesas y el público, comprometen a todos con su música, ¿Cómo no sentirse interpelado si viene el flaco y te interpela en la cara? Y lo logra sin ser invasivo, por eso dan ganas de aplaudir y cantar con la fuerza que contagian sus integrantes.
Le comento a Pablo Prandi, el bajista, que suenan muy bien, que se puede escuchar cada instrumento y me dice que tratan de sonar lo más bajo posible para lograr eso y que están condicionados por el volumen de la batería pero que les importa mucho ser claros. Las letras llegan con la misma lucidez. Quizá la dificultad más grande que tiene una banda de rock es superar todos los problemas de un trabajo en equipo no rentable en un mundo capitalista. La fe y la tenacidad para seguir adelante con un proyecto determina una seriedad vecina al profesionalismo. ¿Qué es un profesional en el terreno artístico? Quizás alguien que sabe jugar, pero jugar en serio.
Desigualdad y capitalismo van de la mano. Se abandonan los estadios, abandonamos los campos y las ráfagas de viento que se llevan el sonido, las travesías para volver a casa sin sufrir alguna estafa en el camino. El frío y el cansancio de un atardecer de pogos. Rock de la Cultura Rock, te veo sufrido, prostituido hasta el hartazgo, te veo violado y triste. Rock, te veo cansado amoratado, lleno de falsas ilusiones. Esperando héroes únicos en su autogestionado lío. Te veo queriendo ver muchos más delirantes por ahí bailando en una calle cualquiera y conformándote con la Rivalidad. Los parlantes siguen sonando, siempre hay música y es la música lo que importa, lo que desafía el tiempo, lo que supera a los individuos y nos hermana en sentidos estéticos, más no metafísicos. En sentidos concretos, mientras seguimos con los pies en la tierra, tratando de sobrevivir al día a día.
El Indio Solari bardea a Skay a la distancia por cuestiones de ego y plata, en la vereda de en frente se encuentra una actitud similar. Los mejores amigos del hombre que está Solari y espera parecieran ser Casella, Pergolini y Anibal Fernandez. Los personajes sobrepasaron la música. Pobrecita, la tratamos tan mal, se lamenta Charly desde alguna entrevista remota. El rock, como Cultura Rock, es el contrafuego que ha usado el sistema para domesticar la furia social, la rebeldía de turno y está agotado. Se escuchan frases que lo confunden todo, rock, rebeldía, comunismo y socialismo, todo igual, todo lo mismo. Pobre gente domesticada no solo en su furia y en su tristeza sino también en su sinapsis, piden el interruptor para que los prendan y los apaguen. Y eso es lo único que quieren. Una aplicación que les transmita lo que decir y las máquinas parlantes amplificándolo todo. Los tiempos de esos ídolos ya pasaron, pareciera preferible petrificarlos en el panteón y alimentar el presente. Cordera quizás no se haya enterado pero es importante actualizarlo.
El recital en el Rodney bar fue el viernes anterior a la marcha por el día internacional de la mujer y entre las pocas personas que había en el bar en ese momento estaba Marta Dillon con un grupo de amigas. Quizás invitadas por Manzanitas, quizás por pura casualidad. De cualquier manera, Manzanitas banca el movimiento y le da espacio a Dillon para que con su megáfono cante “Ni una menos, vivas nos queremos”. Los tiempos cambiaron, el territorio marginal se tiñó de burguesía y la distancia del escenario al campo se ha extendido a más de 300 mil personas. La desigualdad lo conquistó todo. Los ochentas y las groupies ya pasaron. El sexismo del escenario feneció. Los ídolos cayeron al barro. Los Aldana fueron en cana y los Cordera la pifiaron feo. Charly apenas puede caminar; lo queremos porque su capricho es ley y cómo no amarlo por haber existido. Un saxofonista resentido bardea sin ton ni son para hacer calentar a otro músico legendario. El divismo y el endiosamiento de las figuras tuvo su tiempo y su lugar. Luego vino el dividismo y va siendo hora que las bandas vuelvan a encontrarse con su público, vuelvan a caminar y a saberse iguales que quienes van a verlos. Es muy importante que se conozcan entre sí, que sean solidarias y socialmente conscientes. Son tiempos muy jodidos para andar boludeando en un cielo personal, entre nubes formadas por los pedos atómicos de la vanidad y el orgullo de la pedantería de turno.
Manzanitas como banda se construye lejos del glamour, sosteniéndose entre bares y noches esquivas. Sabiendo sobrevivir a las noches con ritmo propio. Esas noches que, ajenas al devenir de las vidas individuales, sienten la necesidad de una personalidad propia. Nadie es ajeno a sus caprichos. Manzanitas es una banda que sabe escuchar como viene la noche como grupo humano y por eso comparte, con su público y con otros artistas todo lo que puede compartir. De alguna manera, las caminatas de «El chueco», como llaman al cantante, vuelven al espacio todo parte del escenario. Al escenario de La Paz Arriba sube el escritor Christian Aguilera y narra con la banda dándole el clima necesario a su relato de la mano de Vengo del placard de otro de Divididos. Para finalizar una noche literaria Grazioli menciona a Laiseca, luego de agradecer a Selva Almada por su lectura introductoria, y dice que sin El jardín de las máquinas parlantes no habría noche de las librerías. Rescata el comentario de Selva sobre la injusticia económica que padecen íconos culturales de la talla del Monstruo (como se lo conoce al gran Alberto): Era antes, antes había que ayudarlo, ahora está muerto. La cultura y el rock, alimentándose, cada uno desde su lugar, complementándose, entendiéndose mutuamente, no compitiendo uno contra el otro. Estableciendo leyes tácitas y artísticamente solidarias, los que quieren estar Sólos y de noche se quedarán varados en el tiempo. Mientras Manzanitas suena a rock, calle, conciencia social y calor humano. Es decir, rock muy divertido, muy en serio y, sobre todo, muy vivo.
Podés escucharlos acá: Sitio Bandcamp
[1] Dícese de la bestia amorfa que te devora el alma