Poemas de Alfonsina

Hoy se cumple un nuevo aniversario del fallecimiento de Alfonsina Storni, su espíritu libre desafió a su época, la recordamos con algunos de sus poemas. Ilustra María Lublin.

Alfonsina Storni nació en Capriasca, Suiza, el 29 de mayo de 1892, donde habían emigrado sus padres diez años antes de su nacimiento. Cuando cumplió cuatro años, volvieron a Argentina para instalarse en la provincia de Mendoza.

La pobreza se impuso durante su infancia, pero también lo hizo la poesía, y Alfonsina comenzó a escribir siendo aún niña. En 1916 publica su primer libro, La inquietud del rosal, lo cual la lleva a frecuentar círculos literarios, como el grupo Anaconda. Fue madre soltera y feminista, en tiempos en que todo esto era una osadía, vivió su espíritu inquieto sin amarras, hasta que eligió su propia muerte. Escapando de un cáncer que comenzaba a esbozarse, se fue a dormir al mar, llevó consigo toda su poesía. Falleció el 25 de octubre de 1938, desde Revista Colofón la recordamos hoy con algunos de sus poemas.

Hombre pequeñito

Hombre pequeñito, hombre pequeñito, 

Suelta a tu canario que quiere volar… 

Yo soy el canario, hombre pequeñito, 

Déjame saltar. 

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito, 

Hombre pequeñito que jaula me das. 

Digo pequeñito porque no me entiendes, 

Ni me entenderás. 

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto 

Ábreme la jaula que quiero escapar; 

Hombre pequeñito, te amé media hora. 

No me pidas más. 

(Irremediablemente, 1919).

Languidez

Está naciendo Octubre 

Con sus mañanas claras. 

He dejado mi alcoba 

Envuelta en telas claras, 

Anudado el cabello Al descuido; mis plantas 

Libres, desnudas, juegan. 

Me he tendido en la hamaca, 

Muy cerca de la puerta, 

Un poco amodorrada. 

El sol que está subiendo 

Ha encontrado mis plantas. 

Y las tiñe de oro… 

Perezosa mi alma 

Ha sentido que, lento, 

El sol subiendo estaba 

Por mis pies y tobillos 

Así, como buscándola. 

Yo sonrío: este bueno 

De sol, no ha de encontrarla, 

Pues yo, que soy su dueña, 

No sé por dónde anda: 

Cazadora, ella parte 

Y trae, azul, la caza… 

Un niño viene ahora, 

La cabeza dorada. 

Se ha sentado a mi lado 

Sin pronunciar palabra; 

Como yo el cielo mira, 

Como yo, sin ver nada. 

Me acaricia los dedos 

De los pies, con la blanca 

Mano; por los tobillos 

Las yemas delicadas 

De sus dedos desliza… 

Por fin, sobre mis plantas 

Ha puesto su mejilla, 

Y en la fría pizarra 

Del piso el cuerpo tiende 

Con infinita gracia. 

Cae el sol dulcemente, 

Oigo voces lejanas, 

Está el cielo muy lejos… 

Yo sigo amodorrada 

Con la rubia cabeza 

Muerta sobre mis plantas …

…Un pájaro la arteria 

Que por su cuello pasa… 

(Languidez, 1920).

La sirena

Llévate el torbellino de las horas 

y el cobalto del cielo y el ropaje 

de mi árbol de septiembre y la mirada 

del que abría soles en el pecho. 

Apágame las rosas de la cara 

y espántame la risa de los labios 

y mezquíname el pan entre los dientes, 

vida; y el ramo de mis versos, niega. 

Mas déjame la máquina de azules 

que suelta sus poleas en la frente 

y un pensamiento vivo entre las ruinas; 

Lo haré alentar como sirena en campo 

de mutilados y las rotas nubes 

por él se harán al cielo, vela en alto. 

(Mascarilla y trébol, 1938).

Mar de pantalla I 

Se viene el mar y vence las paredes 

y en la pantalla suelta sus oleajes 

y avanza hacia tu asiento y el milagro de acero 

y luna toca tus sentidos; 

Respiran sal tus fauces despertadas 

y pelea tu cuerpo contra el viento, 

y están casi tus plantas en el agua 

y el goce de gritar ya ensaya voces. 

Las máquinas lunares en el lienzo 

giran cristales de ilusión tan vivos 

que el salto das ahora a zambullirte: 

Se escapa el mar que el celuloide arrolla 

y en los dedos te queda, fulgurante, 

una mítica flor, técnica y fría. 

(Mascarilla y trébol, 1938)

Me voy a dormir

Dientes de flores, 

cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina,

tenme prestas las sábanas terrosas 

y el edredón de musgos escardados. 

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. 

Ponme una lámpara a la cabecera; 

una constelación; la que te guste; 

todas son buenas: bájala un poquito. 

Déjame sola: oyes romper los brotes… 

te acuna un pie celeste desde arriba 

y un pájaro te traza unos compases 

para que olvides… Gracias. Ah, un encargo: 

si él llama nuevamente por teléfono 

le dices que no insista, que he salido… 

(Mascarilla y trébol, 1938).

Bibliografía

Storni, A. (2017). Poemas, Buenos Aires: Biblioteca del Congreso de la Nación.

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Micropoemas IV

Compartimos la cuarta parte de esta selección de micropoemas del poeta hondureño Alex Darío Rivera, ilustrada por Javier Ranieri.

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