Roberto Arlt y el país del viento

por Martín Chiavarino

A principios de 1934, Roberto Arlt inicia un viaje a la Patagonia como parte de una búsqueda de temas para sus Aguasfuertes. Ya había viajado por Uruguay, Brasil y el litoral argentino como corresponsal del diario El Mundo en un camino que le llevaría a enfrentar distintas realidades que describir, comprender y transmitir a sus lectores con su impronta única.

Su entrada a la realidad patagónica se produce a través de la ciudad de Carmen de Patagones. Desde su llegada allí intenta establecer una comunicación con el lugar, encontrar las coordenadas descriptivas bajo las cuales comparar lo que comienza a percibir y conocer. En esta búsqueda sale al encuentro de las personas que habitan esas ciudades e indaga en las formas en las que el hábitat los condiciona. Demanda las anécdotas y las leyendas que le permitan comprender la cosmología y penetrar en las verdades territoriales. Se fascina por los paisajes naturales desde la mirada urbana a través de metáforas mientras busca las huellas de la intervención del hombre en el territorio y la forma en que este se adapta a la hostilidad del ambiente.

 

En Viedma encuentra a los letrados que buscan introducir la lógica legal en el mundo cordillerano. En Neuquén se encuentra con la belleza natural del lago Nahuel Huapí y la imponencia del cerro Tronador . Descubre en la cordillera paisajes que se vuelven imaginarios y asombrosos, sometiéndolo a un mundo de encantamiento y ensoñación. Pero los sueños telúricos de castillos europeos perdidos dan lugar a las pesadillas cuando descubre el hambre en las escuelas y la verdadera Patagonia del viento y las distancias que exige y demanda.

Arlt observa y traza un dibujo sobre la realidad, como un pintor que realiza un esquema de un acontecimiento que debe plasmar en una imagen paradigmática que haga estallar una época. Lo plebeyo aparece, tal vez Arlt lo encuentra o la cuestión lo encuentra a él, al igual que las contradicciones de una zona en la que las políticas estatales solo llegan para recaudar y perjudicar pero nunca para interiorizarse y resolver las cuestiones sociales. Arlt encuentra una Patagonia renegada, con estancieros que vigilan su rebaño de los cuatreros, y ladrones que vigilan a los estancieros esperando sus descuidos mientras las anécdotas más extraordinarias dan lugar a historias que se convierten en leyendas a medida que la época de los pioneros se aleja.

El tráfico transandino y los pintorescos exiliados alemanes en Bariloche son la contracara opulenta de la vida humilde que vive de las sobras mientras la grasa de los corderos chorrea a través del mango de los cuchillos. Los argentinos representan a una ley ajena, la de los impuestos, las aduanas, los jueces de paz y la policía que evangeliza la secularización nacional.

Los trazados territoriales sobre el paisaje lunar por parte de los agrimensores parecen una intrusión de las fronteras nacionales sobre una geografía antojadiza. Las imágenes de conferencias de paz se desvanecen en el humo al igual que las de avenidas otrora pantanos boscosos desaparecidos.

Buenos Aires parece tan lejos en las crónicas de Arlt que uno siente que se habla de otro país. La Nación es una idea lejana, inasequible, extranjera. La lucha constante para sobrevivir al invierno no deja lugar para los intelectualismos. El país del viento es hostil pero también hermoso. Un pálido hilo de humo nos habla de la civilización y del olvido, mientras imaginamos la pedrería de la Vía Láctea dispuesta sobre el cielo y las historias mágicas que se cristalizan en la roca.

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