Venus en piel: El amor y el dolor

A partir de la adaptación teatral de la novela Venus in führ de Leopold Sacher-Masoch, esta reseña recorre significados e interpretaciones que van del juego de poder al sadomasoquismo.

La obra de teatro “Venus en piel” de David Ives (2010) es un relectura moderna de la novela erróneamente traducida (como objetan los adaptadores locales: Fernando Masllorens y Federico González del Pino) “La Venus de las pieles” de Leopold Sacher-Masoch. Publicada en el siglo XIX, esta novela le dio origen al término Sadomasoquismo como tal.

Traída a las tablas contemporáneas de Buenos Aires, la adaptación pone en juego al poder masculino (representado por un director de teatro) y el poder femenino como una actriz que realiza una audición para él. Empapada por una cruel tormenta ella llega, representando el papel de la mujer torpe, que utiliza su sexo como un medio, vulgar hasta el hartazgo. El director la rechaza pero ella aprovecha malos entendidos para alcanzar el escenario. Entonces se volverá diosa Afrodita y él, seducido, le irá confiriendo ese lugar y ella sabrá, enunciará, que ese es sólo su placer, que no es lo que desea. No lo que desea realmente, pero el director, como en la novela de Sacher-Masoch, buscará una y otra vez ser víctima de sus propias fantasías y ella sabrá degenerar en pesadilla (cómo sólo él lo desea).

El condicionamiento inicial denuncia un estado de situación contemporáneo donde las mujeres continúan ganando sus espacios a fuerza de no pocos sacrificios. La representación física de esta realidad es lacerante y, como hombre, sensibilidades y fortalezas se me escapan, por eso me limito al juego de roles. El texto original (La Venus de las pieles, de Sacher-Masoch) es explícito en cuanto a sus intenciones. Narra como un dominado se transforma en dominador. Látigo en mano, crueldad en el gesto. El texto concluye que hasta que no exista igualdad, ésto no cambiará. La igualdad podrá existir en términos políticos, de oportunidades, en términos legales y en términos de protección en cuanto al abuso físico. Pero en términos sexuales, en términos amorosos, ¿Cómo se dibujan los límites?

EL DESEO Y LO PROHIBIDO

La obra comienza con el director enunciando una frase bíblica que recorre el texto: “Y Dios lo castigó poniéndolo en manos de una mujer.” La cita remite al Libro de Judith, en el cual una mujer seduce a un hombre poderoso para matarlo y ganar una batalla. Ese antiguo temor a los caprichos del deseo. La manzana de Eva y la manzana del juicio de Paris de los griegos, son formas de advertirnos sobre la vulnerabilidad. La respuesta fue la represión de estas sensualidades y la censura le otorgó al deseo otro condimento: lo prohibido. Ésta perversión sé expresó en una inequidad contingente. Al alcanzar el lugar de poder, la mujer corrige su lectura y relee la advertencia como para sí misma pero sin dejar de ver la cicatriz de una palabra, una herida original.

La actriz es precisa en su crítica mientras el director se sumerge en los vericuetos intelectuales que justifican sus deseos personales. Ella los detecta y los va exponiendo uno a uno. Hombre vulnerable ante la seducción, hombre diminuto. Pierde los estribos, su orgullo, pierde hasta su sexualidad y su amor a manos de un encanto. Ella lo reduce y termina demostrándole que la vulgaridad de sus pensamientos trasciende cualquier decoro intelectual. Las palabras son el vehículo elegante de su pornografía degradante. Sus mentiras están a simple vista, surgen a partir de reiteraciones y contradicciones. Las de él son peores, como “autor”, él mismo se las cree. Está dominado pero no por ella sino por sus propias perversiones. Las palabras como el maquillaje, como eufemismos degenerados en hipocresías campantes, disfrazan la imposición de una idea. Se construye un devenir de imperfecciones que son parte de la naturaleza humana como pequeños juegos de poder, como delicadas y cotidianas sugerencias que ante la inmanencia de lo no dicho, se vuelven campos de batalla. Nos sumergimos en la intimidad director-actriz y en nuestra propia intimidad, en antojadizas identificaciones. La dominación es una ilusión dependiente de aquellos que quieran creerla y creerla es crearla.

 

En un primigenio concurso de belleza, Paris eligió de entre las diosas a la más bella, fue él quien le otorgó la manzana a Venus, una manzana que luego cayó en manos de Adán. La manzana, ensangrentada por mitos y religiones, en el cristianismo proviene del árbol del bien y el mal, el árbol del saber. El consejo divino era mantenerse en la ignorancia como una forma de evitar el dolor. La manzana de las diosas nacía de la necesidad de las diosas de saber quién era más bella, en un juego de tentaciones metafóricas, entre el poder, el saber y el amor, la decisión es el amor. Esta es la decisión de Paris, obedeciendo a Zeus, en cambio la decisión cristiana es de Eva, desafiando a Dios. En ambas la verdad es un azote cruel y despiadado. Historias particulares que en la interpretación se deforman, se mueven y se desfiguran, como cualquier pasión.

LA ADAPTACIÓN

El texto original posee la ventaja de tratarse de un juego de roles, así que atentos quiénes denoten los vicios actorales de quiénes están en escena: la obra en sí los usará como vehículo de sí mismos, su fama y su rol estarán involucrado en el espíritu de lo que se muestra. El lunfardo y los arrebatos humorísticos son acertados y favorecen la dinámica de la obra, ciertas aproximaciones al público resultan irrisorias en comparación con el texto original pero esto sólo puede afectar a quién vaya conociendo la obra original o habiendo visto la adaptación al cine de Roman Polanski.

 

Por otro lado, noté la ausencia del mito de Las Bacantes que se construye a través de toda la obra y que repercute de forma diabólica en el final. El mito, según lo relata Eurípides, cuenta como Penteo se disfraza de mujer para poder entrometerse en los asuntos de las Bacantes y termina asesinado por ellas. En la obra original se utilizan algunas estrofas que le dan un carácter primitivo, violento y esotérico a ciertos fragmentos. De algún modo, su ausencia, quizás resulte en que la sensación final se vea aterida debido a la sutileza de su carácter.

Escribe Lucas Iranzi

Lucas Iranzi es egresado de la ENERC, escribió y dirigió tanto cortos de ficción como documentales. También guionó y produjo shows teatrales de escasa difusión. Tiene múltiples personalidades pero no partícipes de un desorden o, al menos, eso afirma él. Sin ir más lejos esto lo escribió él ¿Por qué usa la tercera persona? La verdad: No lo sé.

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