En el artículo de Wikipedia Experiencia extracorporal el viaje astral es definido como una experiencia mental subjetiva, por la cual muchas personas dicen haber experimentado una separación o «desdoblamiento» de lo que llaman el cuerpo astral[2] (o cuerpo sutil), del cuerpo físico. Al ingresar al link de cuerpo astral nos encontraremos con que el mismo vendría a ser un intermediario entre el alma inteligente y el cuerpo físico. Para mí este intermediario podría denominarse tranquilamente interfase.
Estaba en la escuela técnica cuando me interesé por la informática. Quería hacer un robot y el aspecto que me resultaba más interesante era crear una conciencia. Las ramificaciones y mi capacidad para dispersarme me alejaron de la idea inicial. En algún momento me encontré pensando que, quizás, el teatro tuviera más que ver con lo que estaba buscando: La materialización de una idea interactiva.
Se comenta que es característico de la cultura latina aprender a actuar mediante el ensayo de anécdotas, como si la personalidad se fuera definiendo en la medida en que se definen los remates de cada narración: La experiencia diaria está relacionada con la creación de un personaje. Quizás de forma consciente, quizás de forma inconsciente. El tema de la consciencia no hace gran diferencia. A lo sumo puede evitar que repitamos alguna que otra charla pero no mucho más.
Tenemos una cotidianeidad plagada de recursos estéticos en práctica constante. Recursos estéticos, cuestiones filosóficas. Está todo en movimiento como el teatro contemporáneo: Un teatro que interpela al espectador y lo hace partícipe. Un teatro que genera una tormenta de ideas en el campo de la interpretación. Así lo viví siendo adolescente. Al día de la fecha, aunque tengo algún que otro prurito, la tormenta es inobjetable.
Recuerdo La última noche de la humanidad de Emilio García Wehbi. Una adaptación de la obra de Karl Krauss titulada Los últimos días de la humanidad. Parecido pero distinto.
La obra estaba dividida en dos partes: En la primera, actores y muñecos embarrados se movían al son de una orgía primitiva y post-atómica, entre risas macabras y desesperadas violencias. La segunda parte era pulcra, una cotidianeidad digitada por una voz maquinal. Salí del teatro impactado, leí más sobre el tema y conocí la historia del grupo teatral llamado El periférico de objetos. Al interiorizarme conocí la dramaturgia de Daniel Veronese, leí La deriva, un libro en el que se compilan varias de sus obras. Leí que tuvo un referente llamado Mauricio Kartún y me interesé por él. El muñeco/objeto sólo me había perturbado/fascinado en escena. En el texto su peso específico se me volvió un tanto más esquivo. Kartún en sus “Escritos 1975-2001” pondera en los objetos la capacidad de alcanzar lo imposible: lo concreto y lo metafórico coexistiendo. Menciona el ejercicio de un alumno en donde el hielo se enamora de una vela y se derrite en su pasión, al querer acercarse; una forma de hablar de las pasiones y lo imposible. En el teatro para adultos la complejidad adquiere una forma expresiva abstracta y vanguardista, con diversos relieves.
La tormenta de ideas que generaba lo contemporáneo se seguía propagando en mis fantasías. Tanto en escena como fuera de ella trataba de sobre-interpretar cualquier idea que se pusiera en juego. Mirándolo desde acá, desde este momento de mi vida, pienso en una especie de escritura automática: Un esnobismo automático. Claro que en ese momento no lo vivía como un esnobismo sino como una exploración absoluta de todas las formas expresivas que tiene un objeto e incluso una idea en sí. Estas reinterpretaciones podían alcanzar una modificación social, el desarrollo de un nuevo lenguaje pseudo-telepático y mil fantasías más. Cuando se liberan los demonios interpretativos éstos gobiernan de mil maneras y conviven en democracia. Tiranías personales, versadas en el multitasking, tironeando y discutiendo por un centímetro de conciencia; en el mejor de los casos, de verdad.
Madurar quizás tenga algo que ver con gobernar esta anarquía. No lo puedo definir con claridad. Puedo si recordar que en algún momento hubo que empezar a delimitar y que, entre las ideas, los objetos y las personas estaba todo apelmazado. Era difícil separar, como si cada elemento se hubiera unido al otro, como si criticar o diseccionar fuera imposible. No se critica el texto, sino a la persona que lo escribe. No se escuchan las ideas sino a las personas que las expresan. No se valora una película, sino a sus protagonistas; como si fueran estos los únicos.
El “como si” es clave para adentrarme en el carácter estético que encontré con mayor claridad en el ámbito literario. Mientras tanto, tenía que despertarme, trabajar, comer y dormir como cualquier hijo de vecino. La vida es lo que pasa mientras estás haciendo otras cosas. Otros objetos quizás.