Westworld: Mundo dentro de mundos

Inteligencia artificial y conciencia social: ¿Cuál es el rol del consumidor de sensacionalismos y conflictos? ¿Cuál es el rol del espectador?

Las series se multiplicaron, como así también sus recursos, sus potencias dramáticas se han multiplicado hasta superar a una mera productora de contenidos. Las ideas vienen ahora de múltiples direcciones, el mercado se abrió y HBO necesita seguir siendo el bastión de calidad que hace no tanto está prometiendo ser. Para hacerlo debe arriesgarse, ya rechazó Breaking Bad y recibió un par de golpes más.  La cantidad de dinero invertida suele ir acompañada de alguna que otra  seguridad. Esta serie estrenada el año pasado y cuya primera temporada ha finalizado de forma «exitosa», mezcla el western con la ciencia ficción. Se basa en un argumento de Michael Crichton (escritor de best-sellers de la talla de Jurassic Park) pero un argumento que el mismo Crichton dirigió en 1972 con muy poca difusión. Se trata de un parque temático que reconstruye una pequeña porción de mundo al estilo Western, un espacio y un género en donde los androides son tan sofisticados que parecen humanos.

En esa porción de mundo usted puede ser lo que quiera, como si se tratara de un videojuego, se le puede dar rienda suelta a cada una de sus perversiones. Eso si, los visitantes deben pagar una cuantiosa suma, suscribiendo esta “vacación temática” a una clase social específica: La clase alta. Primer mensaje, los androides sirven a la clase alta, por ende, si desarrollan autoconciencia lo que desarrollan es conciencia de clase. Los mundos creados poseen en sus detalles los rasgos de las ideas generales, ideas que, a nivel político conmueven sociedades y, a nivel íntimo cuestionan la realidad.

Hoy tenemos que releer a Philip K. Dick. Es obligatorio, la realidad aumentada, el sistema de control por voz llamado Siri, cada ciberconexión nos obliga. Tantos han escrito sobre Philip K. Dick que da miedo incluso decir su nombre. Pongan su nombre en un buscador, comiencen por ahí. La bibliografía crítica sobre su obra es imponente, leer lo que escribió Capanna quizás sirva para profundizar algunos criterios.

En una entrevista a Capanna, el escritor reflexiona: <<Al presentarme, los periodistas suelen decir que “le dedicó toda su vida” a la ciencia ficción, a Cordwainer Smith, a Philip K.Dick, a Ballard, etc., como si hubiera tenido varias vidas. Me dieron un diploma Konex como escritor de ciencia ficción, con apenas dos cuentos juveniles, porque al parecer, al rubro de los críticos ya lo tenían lleno.>>

La ciencia ficción habla en voz baja, susurra, nos comenta que ya no nos enfrentamos a grandes estados, sino a pequeñas realidades corporativas peleando entre ellas, en donde ciertas cuestiones íntimas pueden modificar todo un entorno, una construcción del mundo como tal. Ahora, no solo debemos  pensarnos como usuarios tecnológicos sino también como consumidores de información transmitida de forma narrativa. Eso quiere decir que vivimos inmersos en el conflicto y en la necesidad del mismo, pero como emulación, como actuación vacía de pequeños e intrascendentes cambios.

Hace unos años Ridley Scott dirigía Blade Runner, película basada en el libro ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Dick y la pregunta que quedaba en el aire era en qué medida no es el propio humano una creación biológica, consecuencia de otra combinación evolutiva. Voluntaria o no pero autoconsciente al fin. Como si otra forma de vida al dejar estacionada el agua, no pudiera evitar que en ésta se desarrollen bacterias y que estas bacterias desarrollen una consciencia. Una forma de consciencia. Más allá del creador, la existencia se independiza y se cuestiona sobre sus propias formas de interpelar la realidad. Sus propias medidas de tiempo.

El desarrollo de esta inteligencia poseería características imprevistas. Un tiempo de vida y una forma de hacer empatía diferente. Programada quizás pero cuyo programador es una entelequia con voluntad propia. La configuración de lo cotidiano a veces nos permite intuir un mundo detrás del que nos rodea. Un mundo en donde la escala de valores está alterada y distorsionada. A veces este mundo es justiciero y hablamos de karma, incluso de ángeles y dioses. A veces son simplemente realidades alternativas. Una introducción que ya vimos en Ghost in the shell nos recuerda duplicidades y vertientes.

Cuando se ingresa en un universo imaginario subjetivo,  el actor, como el lector, es un individuo que se verá absorbido por un entorno impredecible. La serie no sólo trabaja la inteligencia artificial como elemento disruptivo sino también como elemento narrativo. Interpela al espectador a preguntarse si no es él mismo parte de este parque, entrando como un voyeur a través de una ventana HD.

Los androides y los ambientes son construcciones con dioses cercanos. Dioses no absolutos, sino relativos, falibles, “humanos”. Humanos que direccionan un mundo que contiene a los personajes, al estilo y a la realidad misma, todo se amalgama, se entreteje y un método heterodoxo le da cuerpo a una engañosa racionalidad. Podríamos decir que al escribir trabajamos con la materia prima del pensamiento: el lenguaje y al actualizar esta noción podríamos preguntarnos cuántas veces pensamos con palabras y cuántas con imágenes, como cuando no podemos definir el rechazo a una situación imaginada y las palabras llegan más tarde, atropelladas y expresando lo que pueden.

Entonces podríamos concluir que “no entendí” y continuar con nuestras vidas. El problema se diluye en la capacidad de quien “no entiende”. El problema de algún modo queda sucinto a su inteligencia, a su capacidad asociativa o simplemente a su agotamiento reflexivo. Pensamos que seguimos con nuestras vidas porque nuestras vidas simplemente siguen.

Ahora, puede que en ese momento nos hayamos quedado tildados, que esa reflexión hubiera generado un volcado de pila imprevisto y nuestro sistema operativo se hubiera quedado paralizado. Mirándonos desde afuera, quizás nos hayamos visto como mirando la nada: Una idea distante, inasible. La escena es parte de uno de los momentos reveladores de la serie. El momento está logrado, no encontramos salida. Hasta que la encontramos y vemos una serie. Quizás una serie más que nos alimenta de violencia, sexo y planteos existenciales que quizás, en el mejor de los casos, nos permita tildarnos un poco.

Escribe Lucas Iranzi

Lucas Iranzi es egresado de la ENERC, escribió y dirigió tanto cortos de ficción como documentales. También guionó y produjo shows teatrales de escasa difusión. Tiene múltiples personalidades pero no partícipes de un desorden o, al menos, eso afirma él. Sin ir más lejos esto lo escribió él ¿Por qué usa la tercera persona? La verdad: No lo sé.

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