Un orden íntimo. Entrevista a Marcelo Díaz

Marcelo Díaz (1981) es Licenciado en Letras. Además de escribir narrativa, ensayo, sus libros de poesía publicados son: La sombrilla de Wittgenstein (2007), Newton y yo (2011), El fin del realismo (2014), Bosque chico (2015), y El arquero real (2016). Recientemente fue seleccionado como becario en el Fondo Nacional de las Artes. Textos suyos aparecen en las revistas ADN, poesíaargentina, Veintitrés, no-retornable, Otra Parte, Indie Hoy, Op.Cit y Ñ.

Los cuadernos de Mishima fueron escritos en el marco de una beca de Creación del Fondo Nacional de las Artes. El poemario, que originalmente se llamó Los mundos posibles, forma parte de la colección Mediodía, del sello digital Deshielo, especializada en poesía. Un interesante proyecto cuyo catálogo reúne, entre otros, a poetas como Carlos Battilana, Bárbara Belloc y Lucía Hourest.

La voz que emerge en Los cuadernos de Mishima es una voz opaca, atenuada, que se parece a la de Mario Luzi en su voluntad de decir sólo lo que se puede decir, ni más ni menos. El verso de Díaz alcanza el ritmo y la medida que su propia materia le impone. Parece ir diciéndose a medida que se lee.

 

-¿Qué diferencias encontrás en este poemario con relación a tus obras anteriores: La sombrilla de Wittgenstein (2009), Newton y yo (2011) y El fin del realismo (2014)?

-En este caso hay una escritura menos programática, quizá se conserven formas relacionadas a un paisaje exterior, una suerte de mainstream de canciones y films, que dialoga con mis inquietudes personales. La sombrilla de Wittgenstein lo escribí en una noche pensando en Leónidas Lamborghini, en los modos de versificar  y organizar cada poema en El jardín de los poetas. Es casi una escritura sobre la lectura. Los otros se fueron armando en un tiempo diferente, sin tanta reflexión sobre la forma, más espontáneo, atendiendo sólo a los diferentes modos del yo siguiendo un orden más íntimo.

 

-¿La cultura japonesa siempre te ha despertado curiosidad?

-En general la cultura oriental, no sólo por el animé sino por la historia, el idioma, la poesía, la literatura. Igual es una excusa para hablar de otros sentidos, más cercanos a lo inmediato, entre lo distante en el tiempo y el espacio y las coordenadas actuales. Sumado también a que si tuviera que narrarme supongo que algo de las voces de los otros recuperadas del afuera terminaría ingresando en mi biografía. Por ejemplo me acuerdo que empecé el primario con un cuaderno que tenía el  logo de Robotech en la tapa mientras aprendía a leer y escribir en una escuela pública del interior.  Cosas así.

 

-En un libro como Los cuadernos de Mishima, ¿cómo diste con esa organicidad con que está articulado el poemario?

-El texto lo fui escribiendo en simultáneo con otro libro que se llama Bildungsroman en el marco de una beca de Creación del Fondo Nacional de las Artes hace unos años atrás. Martin Castagnet me pidió para la revista Alkmene unos textos nuevos, inéditos y con temática de ciencia ficción. Originalmente se llamaba Los mundos posibles. Pero como ese nombre ya había sido usado para otro título de Blatt y Ríos, los chicos de Deshielo me sugirieron cambiarlo. Escribo en cuadernos. Y además pensé en una serie imaginaria de textos agrupados bajo el nombre de cuadernos líricos. Pensemos en libros como los de Mario Ortiz donde la palabra cuaderno es una contraseña de lectura para armar toda una obra. Cuando quise acordar tenía varios poemas y pensé que ya podría quedar un libro sin darme cuenta.

 

-¿Pensás como el poeta inglés Samuel Coleridge que la poesía, como la ciencia, tiene una lógica propia?

-Siempre me pregunto cómo leer poesía. Desconfío de las afirmaciones y de las taxonomías resueltas y como lector prefiero demorarme en lo que ejerce resistencia a la hora de la lectura antes que en sentidos acabados. Yo iría más allá de la pregunta, que de hecho estaría muy bueno recuperarla junto con Coleridge para un taller. Me gusta la idea de Levertov de la escritura atravesada por formas exploratorias, inacabadas, no como un artefacto de la crítica sino más bien como un modo sensible que se corresponde con formas abiertas de la escritura.

-¿De qué elementos internos o externos te servís para crear y generar tu poesía?

-El paisaje interior coincide de manera distorsionada con el exterior quizá. Pienso en sentimientos como la culpa, el miedo, la esperanza, en los afectos, cómo se mantienen, se construyen,  se disuelven, o se transforman los vínculos con los otros en todo plano como en una constelación donde dialogan formas del discurso poético con mi sensibilidad. Por eso el “yo” en su estado más sentimental encuentra con el tiempo otros registros relacionados con lo que sucede en el día a día.  Además creo que ningún poeta puede ser completamente lírico, o barroco, u objetivista y así. Porque la escritura tiene un devenir parecido al de la experiencia de cada uno y la experiencia está llena de contradicciones y de situaciones imprevistas.

 

-En Los cuadernos de Mishima está muy presente la mirada. ¿La vista es el sentido principal de un poeta?

-En mi caso la visión es el resultado de un trabajo de búsqueda de un destello, por darle un nombre. Una pregunta que me hago puede ser cómo describir la mirada. Y pienso en la escritura de mis poemas como el resultado de una mirada estrábica sobre las cosas. Y en ese estrabismo es donde me encuentro yo.

 

-El cuerpo, asimismo, es uno de los ejes principales del libro. La configuración de un punto de vista poético atravesado por la percepción, como en “Harakiri”: “Me gusta la idea de que amar/ es como/ hacer sapito en el agua,/ vos dibujás/ una parábola imaginaria/ en la que todo regresa/ en forma de ondas/ lo único/ que tenés/ que hacer es quedarte/ quieto/ en la orilla/ y esperar/ y esperar y esperar/ y entonces/ como/ si nada llega.”

-Sí. El momento es epigramático antes que el poema. ¿No? La idea de lo circular, del bucle, es tan emotiva como el acto de esperar porque en el fondo está la esperanza, más allá del título que es circunstancial. La gracia creo que está en poder unir la línea de puntos imaginaria entre lo que observamos en el mundo y lo que sucede en nuestro interior.

 

-Hay una sobriedad muy lograda a través de todo el libro. Pienso, por ejemplo, en “Cinco centímetros por segundo”, “Tokyo Ghoul” y “Hiroki”. ¿De qué manera desarrollaste ese tono contenido, imperturbable?

-Es una búsqueda desde hace años, desde Newton y yo, que consiste en remarcar el yo allí cuando el lector no lo espera, o a la inversa, de ubicar una imagen congelada cuando el lector espera una emoción y entre imagen y deixis trato de equilibrar el verso volviendo a los temas sensibles que mencioné.

 

-¿Corregís mucho tus versos?

-Me gusta la idea que propone Grafein de texto inmejorable, esa idea me la sugirió hace poco Cecilia Bajour, y me parece que ayuda para leerse desde un lugar más amable. Sin perder de vista que lo escrito se puede modificar en el tiempo. Porque tampoco me molesta la idea de corregir. Revisar. Rehacer.

 

-¿Cuáles son algunas de las poéticas con las que sentís afinidad?

-Pienso ahora en muchos que leo como Irene Gruss, Diana Bellesi, Biagioni, Beatriz Vallejos, Mirta Rosenberg, Teresa Arijón, Alejandro Crotto, Susana Villalba, Claudia Masín, Daniel Durand, Fabián Casas, Jeymer Gamboa, Leandro Llul, Gabriel Pantoja, Carlos Shilling, Garamona, Damián Ríos, Eloisa Oliva, Mauro Cesari, Natalia Litvinova, Julia Magistratti, Alejandro Smith, Vanina Colagiovani, Miguel Angel Petrecca, Fernanda Mugica, Jonás Gómez, Mario Arteca, Mercedes Araujo, Laura Wittner, Sergio Raimondi.

 

-Marcelo, ¿el mejor regalo que puede esperar un poeta es escribir un buen poema?

-Para mí lo gratificante sería tener un hogar desde el cual escribir, un lugar que se sienta como propio en el que estén tus afectos, tu tiempo libre, una idea bucólica, no sé si se me ocurre otra cosa.  A veces me pregunto si viviera en el mejor de los mundos posibles si acaso haría falta escribir poesía.

 

-Si bien tu libro puede leerse siguiendo la estructura clásica de: inicio, nudo y desenlace, ¿creés que la poesía debe tender hacia lo inconcluso?, ¿por qué?

-Creo que todo poema debería tener algo para decir más allá de la idea de lo inconcluso, como las canciones que resuenan una y otra vez  y siempre le encontrás algún sentido nuevo. Hago muchas cosas a diario por obligación y ese tiempo íntimo (o de encuentro con la literatura) no sé si se puede recuperar en el futuro por eso trato de cuidar las horas dedicadas a leer y escribir.

 

-En los poetas actuales parece dominar más el anhelo de prestigio social que el de lograr una obra trascendente. ¿Lo creés así?

-Qué buena pregunta. Yo he pensado mucho en eso estos meses. Agregaría algunas ideas. Hay escritores que quieren ser Best Sellers, ser leídos, profesionalizarse para ellos es ganar dinero. Lo descubrí el año pasado en diferentes charlas y encuentros. Otros guardan una fantasía personal de escritor y comparten sus textos con sus familiares cercanos. Conozco varios poetas que quieren ser prestigiosos. Y conozco pocos que piensan en una obra trascendente. Habría que preguntarse qué es ser prestigioso. Que te citen. Ser traducido. Ser invitado a festivales en diferentes lugares del mundo. Por ejemplo Mario Ortiz de Bahía Blanca recorre siempre en bicicleta la ciudad con lluvia, viento, en verano y en invierno. Carlos Battilana es un padre que organiza su día desde las 6:00 a.m todos los días de su vida antes de ir a dar clases y después se dedica a acompañar a su familia. María Teresa Andruetto vive en Cabana, no hay cartero en esa localidad, y escribe desde el corazón de la serranía y Sonia Scarabelli divide sus horas entre talleres y un empleo de comercio en Rosario y cuando puede se hace una escapada a las islas del litoral. Yo me identifico con esa idea de prestigio, en la que predomina la atención demorada en la escritura antes que en pensar si los textos van a trascender  o no, o si van a ser vendidos o no. En esos nombres hay algo de fondo muy genuino.

 

-La promoción y crítica cultural, y literaria en particular, en los medios de comunicación argentina han sido reducidas al mínimo, siendo casi inexistente salvo en el espacio virtual, en Internet. ¿Cómo ves el nivel de la crítica especializada en relación a la poesía?

-Es complejo. Hoy por ejemplo justo leía un trabajo de Anahí Mallol sobre poesía contemporánea. Está disponible on line en la web de la Universidad de La Plata y se llama Poesía argentina entre dos siglos: 1990-2015. Del realismo a un nuevo lirismo. Lo bueno es que se puede consultar y descargar sin problema y tiene una mirada muy didáctica sobre lo que se escribe en los últimos tiempos. Mientras lo leía pensé, en sintonía con tu pregunta, en tres cuestiones: 1) Se escribe más desde las universidades sobre poesía que hace diez o quince años atrás, pensemos en los trabajos de Matías Moscardi, Gabriela Milone, Carlos Surghi, Marina Yuszczuk, Santiago Venturini, Ezequiel Zaidenwerg, Diego Colomba, Fernando Bogado, sin perder de vista a Silvio Mattoni, Sergio Cueto, Alberto Giordano, Prieto, Carlos Battilana, Mario Ortiz, Cecilia Bajour, Analia Canseco, Analia Gerbaudo, Diego Bentivegna, Daniel Link, Omar Chauvié, entre otros. Cuando prestás atención te encontrás con mucha bibliografía de corte académico que no había cuando yo estudiaba Letras. 2) Parte de la crítica especializada en entornos virtuales coincide por un lado con medios digitales y por otro con plataformas educativas-universitarias donde se integran tesis, artículos, monografías y revistas en diferentes formatos. Y sobre todo en los medios digitales siempre hay una agenda de autores hecha por lectores especializados que se repite con cierta frecuencia. Hay reseñadores pagos y otros que no. Becarios y Profesores de Letras escribiendo sobre lo que leen. Y 3) Hay revistas, o espacios, como Otra Parte, Bazar americano u Op Cit que son leídos pero que de seguro no tienen quizá el alcance que tendría un diario de tirada nacional. Pensemos también que José Villa y Marcelo Cohen son editores de dos de las tres revistas que mencioné y no sé si han completado la carrera de Letras y realizan cada uno desde su lugar un trabajo continuo desde hace años. Creo que es en las fisuras, en las zonas de contacto, entre espacio y espacio que aparecen las lecturas más lúcidas. Un lector para mí construye un texto y la crítica, de una u otra manera, en el momento en que menciona una obra, ya tiene una responsabilidad. Me gusta leer textos críticos cuando hay lecturas anómalas, autores que no conocés, cuando hay una búsqueda por construir sentidos antes que un prejuicio o cuestión personal en juego que no atiende las singularidades de los textos. Y me gusta cuando los lectores especializados, por darles un nombre, leen con cierto compromiso por fuera de la agenda que pueda marcar una editorial o una comunidad de pertenencia.

 

-En un medio en el que la lectura no es artículo de primera necesidad y en el que la poesía ocupa el último lugar dentro de los gustos literarios, ¿qué estrategias adoptás para promover tu obra?

-Confío en las lecturas de algunos autores y lectores cercanos a la literatura pero también en otros que vienen de otros ámbitos. No sé si pienso en lectores en masa. Más bien algunos pocos con los que me identifico y en los que hay cierta reciprocidad en relación a búsquedas  en común formales y desde algún lugar que puede ser la estima o afectivo. No mucho más.

 

-Por último Marcelo, ¿qué luz puede brindar un poeta ante el mundo?

-La poesía a veces nos recuerda en tiempos de cinismo –parafraseando a Daniel Moyano– que podemos ser sensibles, débiles y a la vez también podemos ser milagrosos.

Escribe Augusto Munaro

Narrador, poeta, traductor, editor, periodista y lector incansable. Publicó Ensoñaciones: Compendio de Enrique de Sousa, El cráneo de Miss Siddal, Recuerdos del soñador evasivo, Cul-de-sac, Todo sea por la excepción, Gesta Cornú, Breve descripción de una |sepultura|, Noche soleada, Camino de las Damas, [Hna. Paula], Agnès & Adrien, 1944, Vida de Santiago Dabove, Islandia, A la hora de la siesta, Arletty, El baile del enlutado, La página infinita, Celuloide y El busto de Chiara.

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