Reseña de Sebregondi retrocede de Osvaldo Lamborghini a partir de esta entrevista a Sergio Bizzio. Collage de Mariano Lucano.
Recito sin resucitar: – El cerebro de cada uno de los mogólicos se derretía bajo el sol, tan fuerte. Ese oleaje sucio de pensamiento frustrado salpicaba a todos.
Había una vez un cuento de Horacio Quiroga llamado La gallina degollada y ustedes saben cuál es el cuento. En algún momento todos encontramos el amor, la locura y la muerte. Aparecen tres mogólicos mirando el sol. Los ojos impregnados de fuego cósmico. Pelotudizados y babeando, televidentes tele-evidentes, ¿me entiende?.
Las asociaciones y los juegos de palabras suelen comprometer la fluidez narrativa, al menos la fluidez narrativa a la que estamos acostumbrados. Cualquier juego metatextual compromete al lector, lo obliga a estar más atento, a ver más allá del texto y a permitirse jugar con él. Este último punto quizás sea el más complejo, el que, dada la solemnidad de cualquier texto- sólo por el hecho de ser textual, poco se permite el lector jugar con lo que está leyendo. Repetir una oración en voz alta, en voz baja, en el subte. Eso si, leer Lamborghini en voz alta en un tren lleno de gente puede llegar a resultar un poco fuerte -dependiendo del momento del día y del vagón.
Se me complica. No entiendo el verbo entender. Son pocas las cosas que entiendo. Entiendo que hay una sucesión entre un día y el otro. Entiendo lo que es la miércoles, luego el jueves y lo que viendre depende tanto de las liendres que recorren el cuero cabelludo de los nenes que ni pienso en eso. Los nenes tampoco piensan en sus liendres, ellas duermen en el bosque capilar. Tomé el libro de Lamborghini. Lo agarré.
Se me estaba yendo la razón por entre las palabras. Se me escapaba. La cosa líquida. Saliva resbalando a otra dimensión. Desconozco cuales son las formas de entenderse a uno mismo en esa otra dimensión. ¡Qué tipo, che! Los fragmentos de piel quedan en cada oración, somos necesarios y funestos: Lectores que no vuelven a la vida a quiénes leen. Por más que se sienta todo tan crudo y vivo. Se me cierran los ojos.
Se abre la oración.
– Tanto dolor, ay, en la obviedad de la palabra obvia. Fue ayer un día de pasos transparentes donde a igual sinceridad y en bestial medida cada paso era un reflejo, una despedida, y al quebrarse el vidrio, a cada paso mío, yo quedaba ausente.
Se arrima. Eso de entender no tenía sentido (las cosas que tienen sentido, lo tienen hacia la derecha: Al fondo, a la derecha). ¿Cuántas veces leeré a Sebregondi? No sé cuantas veces volveré a estas oraciones. Si volveré. Si las voy a tomar como un amuleto o las voy a rumiar por un rato para dejarlas reposar en mi lenta y babosa boca.
Lamborghini se(te) va dejando en bolas: cablerío de las cosas. Falta la descripción del movimiento. La justificación intelectual. El artículo que define el estilo y el origen de una escuela. Me faltan tantas cosas que me dan ganas de ahorcarme, tomarme del cuello y agitarme la traquea hasta eya-vomitar lo que se me viene en palabras.
Sigo con la lectura, Sebregondi retrocede, yo no. Le habla al padre. A Dios padre. El texto adquiere forma de cruz para hablarle. Y otras formas también. El sexo late entre lecturas y palabras. Es una relación y culmina como tal: En el acto.